Quisiera ofrecer un fascinante extracto del último volumen de Historia de Roma, del nobel Theodor Mommsen (1817-1903). Esta parte de la narración se centra en las postrimerías de la Guerra Civil que determinó el fin de la República a manos de Julio César (100-44 a.C). Catón el joven (95-46 a.C.) se encuentra en Útica, en la antigua Cartago, los pompeyanos han sido derrotados en la batalla de Tapsos (46 a.C.) y es momento de plantearse la rendición o la resistencia:
Dejó a la asamblea el derecho de decidir si convenía rendirse, o si preferían pelear mientras uno solo de ellos alentara, y aconsejó a sus amigos que votaran y obraran no cada uno por sí, sino todos para cada uno. Muchos se inclinaban a tomar una resolución extrema, y se propuso decretar la manumisión de todos los esclavos. Pero Catón vio en ello un atentado ilegal a la propiedad privada, y se propuso hacer un llamamiento al patriotismo de los dueños; sin embargo, tal acto de desinterés no era del agrado de los grandes traficantes de África, que estaban en mayoría en el Senado, y se resolvió capitular.
Mucho se puede extraer de este fragmento. Mommsen estaba lejos de ser un revolucionario, pero la Historia es la que es, y da lecciones que conviene recordar. Catón el Joven fue un moralista ultraconservador, reconocido por su tenacidad y su coherencia, hasta el punto de rechazar toda tentativa de corrupción. Fue la última gran figura moral de la República.
Sin embargo, Catón había vivido en una república decadente y corrupta que le impidió convertirse en cónsul. La misma que había tolerado a políticos populares (los ‘progres’ de la época) como Mario (158/157- 86 a. C.), Cinna (132-84 a.C.) o el propio César. También la dictadura conservadora de Sila (138- 78 a.C.), de cuya represión se libró un joven Julio por poco. Todos ellos habían sido considerados por sus partidarios como los “hombres que hacían falta”.
Entonces, en cumplimiento de su deber, Catón pretendió luchar hasta el final. Pero el último recurso eran los esclavos, o sea, propiedad privada. Para un conservador, la propiedad es sagrada, y el patriotismo está para proteger lo “sagrado”, no para sacrificarlo. Y no hay nada más importante para el que manda que lo que es suyo.
Al final, muchos de estos individuos se adaptaron al nuevo Régimen, mientras que Catón, orgulloso, prefirió el suicidio. Indro Montanelli llegó a aventurar: “[César] le hizo solemnes funerales y volcó su clemencia sobre su hijo. Tal vez tenía la impresión de que aquel hombre desagradable en muchos aspectos antipático, se llevaba a la tumba las virtudes de la Roma republicana. Hubiera trocado gustosamente la vida de aquel enemigo por la de muchos amigos: la de Cicerón, por ejemplo”.
El pasaje que hemos ofrecido nos recuerda que todos los patriotismos existen para beneficio de los grandes propietarios y financieros. Así como nos hace ver hasta qué límites puede llevar el descuido de la res publica, de lo que es de todos.
Haereticus dixit
Dejó a la asamblea el derecho de decidir si convenía rendirse, o si preferían pelear mientras uno solo de ellos alentara, y aconsejó a sus amigos que votaran y obraran no cada uno por sí, sino todos para cada uno. Muchos se inclinaban a tomar una resolución extrema, y se propuso decretar la manumisión de todos los esclavos. Pero Catón vio en ello un atentado ilegal a la propiedad privada, y se propuso hacer un llamamiento al patriotismo de los dueños; sin embargo, tal acto de desinterés no era del agrado de los grandes traficantes de África, que estaban en mayoría en el Senado, y se resolvió capitular.
Mucho se puede extraer de este fragmento. Mommsen estaba lejos de ser un revolucionario, pero la Historia es la que es, y da lecciones que conviene recordar. Catón el Joven fue un moralista ultraconservador, reconocido por su tenacidad y su coherencia, hasta el punto de rechazar toda tentativa de corrupción. Fue la última gran figura moral de la República.
Sin embargo, Catón había vivido en una república decadente y corrupta que le impidió convertirse en cónsul. La misma que había tolerado a políticos populares (los ‘progres’ de la época) como Mario (158/157- 86 a. C.), Cinna (132-84 a.C.) o el propio César. También la dictadura conservadora de Sila (138- 78 a.C.), de cuya represión se libró un joven Julio por poco. Todos ellos habían sido considerados por sus partidarios como los “hombres que hacían falta”.
Entonces, en cumplimiento de su deber, Catón pretendió luchar hasta el final. Pero el último recurso eran los esclavos, o sea, propiedad privada. Para un conservador, la propiedad es sagrada, y el patriotismo está para proteger lo “sagrado”, no para sacrificarlo. Y no hay nada más importante para el que manda que lo que es suyo.
Al final, muchos de estos individuos se adaptaron al nuevo Régimen, mientras que Catón, orgulloso, prefirió el suicidio. Indro Montanelli llegó a aventurar: “[César] le hizo solemnes funerales y volcó su clemencia sobre su hijo. Tal vez tenía la impresión de que aquel hombre desagradable en muchos aspectos antipático, se llevaba a la tumba las virtudes de la Roma republicana. Hubiera trocado gustosamente la vida de aquel enemigo por la de muchos amigos: la de Cicerón, por ejemplo”.
El pasaje que hemos ofrecido nos recuerda que todos los patriotismos existen para beneficio de los grandes propietarios y financieros. Así como nos hace ver hasta qué límites puede llevar el descuido de la res publica, de lo que es de todos.
Haereticus dixit
RAFAEL SOTO
FOTOGRAFÍA: J.P. BELLIDO
FOTOGRAFÍA: J.P. BELLIDO