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Jordi Margalef | Productividad y tiempo no son lo mismo

El debate sobre la reducción de la jornada laboral a 37,5 horas semanales ha hecho aflorar cuestiones más profundas sobre cómo organizan el trabajo las empresas, como la constatación de que la productividad no guarda una relación directa con el número de horas ocupadas.


Las patronales han argumentado su reticencia a aceptar este avance en los derechos de los trabajadores con el viejo recurso de denunciar la supuesta baja productividad de nuestra economía. Es lógico que el tejido empresarial esté preocupado por el impacto que podría producir esta reducción de horas oficialmente trabajadas sobre la cuenta de resultados, sobre todo si no se es capaz de salir del paradigma de proporcionalidad entre tiempo y generación de valor.

Y esa debería ser la clave del debate, enfocándose como una oportunidad. Nos encontramos, justamente, en un proceso de transformación económica en el que empresas de todos los sectores se enfrentan al reto de evolucionar hacia modelos de negocio basados justamente en el valor, un santo grial que no aparece por generación espontánea, si no por factores como el conocimiento, el sentido crítico, el gen innovador, etcétera.

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Capacidades todas ellas que emanan de una relación más saludable con el trabajo y con la gestión del tiempo, que es un factor que históricamente las empresas más miopes no han tenido en cuenta. Se suele decir que la inspiración te llega trabajando. Pero no todas las maneras de trabajar la promueven, puede suceder incluso lo contrario.

Vivimos instalados en una dinámica de cosificación del tiempo al que las herramientas digitales, en lugar de contribuir a cambiar hábitos por otros más productivos, han ejercido en muchos casos de trampa. Llenar la agenda de acciones y exprimir el tiempo para llevar al extremo la reunionitis –ya sea presencial o telemática– es fomentar la adicción a una determinada manera de gestionar este activo considerado oro por la sabiduría popular y dejarlo escapar de una manera muy poco productiva, paradójicamente. Justo lo contrario de lo que necesitan las empresas. Y las personas que las forman.

La lucha sindical ha puesto las 37,5 horas como meta y las 32 en el horizonte, sin que ello signifique recortar salarios, mejor dejarlo claro por las dudas. Esto nos equipararía con otros países que han entendido mejor el modelo hacia el que tienden claramente las economías más avanzadas.

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Bill Gates ha hablado recientemente de la semana laboral de tres días, con el argumento de que la Inteligencia Artificial va a permitir que una gran cantidad de tareas repetitivas se puedan resolver de manera mucho más ágil. Sin duda éste será un factor importante en el debate, aunque tenemos que ser conscientes que la implantación de la IA será mucho más lenta en las pymes, que ocupan al 99 por ciento de los trabajadores.

Las empresas deben hacer un ejercicio crítico y en profundidad sobre cómo usan el tiempo. Simplificar sus operaciones, eliminar malos hábitos y combatir el presencialismo, por un lado, y dejar respirar las agendas de sus profesionales enfocados al valor, por el otro, tendrá un retorno enorme que permitirá encarar con todas las garantías la reducción de la jornada laboral para situar los derechos laborales y la productividad de nuestro país a la altura de los de los trabajadores de los países más avanzados. Es un must irrenunciable apenas unas semanas después de que The Economist señalara la economía española como la más robusta de 2024.

JORDI MARGALEF
FOTOGRAFÍA: DEPOSITPHOTOS.COM

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