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Daniel Guerrero | Trump vuelve a la Casa Blanca

Podría haber titulado esta columna como "Un putero y violento en la Casa Blanca". Y, en ningún caso, hubiera representado un ataque calumnioso contra el flamante inquilino de la sede del Gobierno más poderoso del mundo. Hubiera sido, simplemente, una manera vulgar –para que todos lo entendieran– de describir lo que fallos judiciales e imputaciones diversas han determinado sobre el delincuente que dirige ya los destinos de los Estados Unidos de América (EE UU), influyendo en gobiernos de todo el planeta.


Aparte de ser el único presidente sometido a juicio político (impeachment) dos veces, Donald Trumo es un putero porque una sentencia lo ha condenado por pagar 130.000 dólares, durante la campaña electoral de 2016, a una prostituta para que guardara silencio, procurando camuflar el pago.

Y es violento en tanto en cuanto intentó interferir en el resultado electoral de las Presidenciales de 2020, que perdió frente a Joe Biden, al promover y apoyar el asalto violento y el caos desencadenado en el Capitolio para retrasar la certificación de aquellas elecciones, y también por intentar anular su derrota electoral en el Estado de Georgia ese mismo año.

Por ninguno de esos y otros delitos el ínclito presidente de los EE UU pisará la cárcel ni pagará multa, pero quedará señalado como el primer delincuente convicto que se sienta en el Despacho Oval de la Casa Blanca, desde donde dirigirá los destinos de su país e influirá en los del mundo entero durante los próximos cuatro años. Con todo, no son sus antecedentes penales lo más peligroso del mandatario estadounidense, sino sus intenciones políticas, de las que su pasado es señal de lo que nos aguarda.

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Y es que Trump, de 78 años de edad, accede por segunda vez a la Presidencia de EE UU con afán vengativo y dispuesto a completar el programa radical que no pudo cumplir en su anterior mandato. Y lo hace desde la tranquilidad que disfruta por su inmunidad ante las causas judiciales que pendían sobre su cabeza y por el apoyo social y político que respalda su ideología populista de ultraderecha. Y que cuenta, por si fuera poco, con la bendición de la oligarquía tecnológica de los ultrarricos ultraliberales.

Es decir, Trump viene con más fuerza y más posibilidades que nunca para polarizar aun más su país y acabar de desestabilizar las relaciones y el orden internacional, en función de un proteccionismo comercial, los intereses nacionalistas de su política hostil a la globalización y las ambiciones empresariales de sus socios ultraliberales.

Todo ello convenientemente elaborado con un relato antisistema, bulos y conspiraciones a mogollón y las siempre eficaces raciones de racismo y xenofobia. Una narrativa mediática con la que ofrecer hechos alternativos que sustituyan a la realidad para así controlar la interpretación de las políticas gubernamentales.

Vamos, lo que ya hizo en su anterior etapa en la Casa Blanca, pero ahora con el añadido imperialista de anexionarse Groenlandia (tanto si se avienen a venderla como si no), incorporar Canadá como un estado más de EE UU y recuperar el control del Canal de Panamá, todo ello mediante presiones comerciales o el uso de la fuerza, si fuera preciso. Lo dicho: viene envalentonado.

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No es difícil adivinar el comportamiento de Trump como presidente putero e irascible de la primera potencia mundial con solo recordar su anterior ejecutoria desde el 1600 de la Avenida Pennsylvania de Washington. Sus impulsos son igualmente irascibles e inmorales.

Porque lo primero que hizo la vez anterior fue desmantelar el programa de sanidad pública conocido como Obamacare (que no pudo derogar, pero sí erosionar). También mandó construir de manera inmediata un muro físico de 3.000 kilómetros, paralelo a la frontera con México, que impidiera la inmigración irregular procedente de su vecino del sur. Y ordenó suspender la acogida de refugiados de Siria, Irak, Irán, Libia, Yemen, Sudán y Somalia, en lo que se llamó la “prohibición musulmana”, con el fin de proteger al país del terrorismo extranjero.

Además, firmó sendas órdenes ejecutivas para revisar las regulaciones medioambientales restrictivas que afectaban a varios proyectos de oleoductos. Y todo esto en sus primeros diez días de gobierno. Es así de impulsivo, como buen iluminado que se cree providencial.

Tan iluminado que no dudó en despreciar a la Unión Europea, donde se teme su nueva presidencia; descalificar a la OTAN y amenazar con salirse del tratado; no respetar a la ONU, a la que considera un “club de gente que se reúne para pasárselo bien”; abandonar la UNESCO; dar portazo al Consejo de Derechos Humanos de la ONU (UNHRC); dejar de contribuir con fondos a la Agencia de la ONU para los Refugiados de Palestina (UNRWA); cuestionar la Organización Mundial de la Salud (OMS) por supuesta “mala gestión” de la pandemia del SAR-Cov-2; abandonar el Acuerdo del Clima de París para no comprometerse con las reducciones de emisiones contaminantes; desvincularse del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF), etcétera.

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Si añadimos a lo anterior sus preferencias por los líderes de fuerte personalidad pero poco recomendables, como el dictador norcoreano Kim Jong-un, el presidente ruso Vladimir Putin, el genocida israelí Benjamín Netanyahu; sus simpatías por el presidente turco Recep Tayyip Erdogan y sus amigos Jair Bolsonaro, Georgia Meloni, Javier Milei, Viktor Orbán, Nigel Farage, Éric Zemmour, Tom Van Grieken, Mateusz Morawiecki y Santiago Abascal, rancios representantes del populismo de ultraderecha que recorre el mundo e invitados ilustres a la ceremonia de toma de posesión, poco queda por decir de lo que nos espera en el nuevo mandato de Donald Trump, salvo que Dios nos coja confesados.

Nos aguarda un mundo menos seguro, en el que no se respete el Derecho Internacional, rija una economía de aranceles a la importación, el proteccionismo más aislacionista, la desregulación que favorece al poderoso, la injusticia social y racial, la amenaza en vez de la diplomacia y el desprecio a los Derechos Humanos en nombre de la seguridad.

Que un putero y violento, además de narcisista y embustero, magnate de los negocios que se jacta “saber más” que todos esos políticos “perdedores” que no tienen “ni idea”, siente sus posaderas en la Casa Blanca no augura nada bueno a nadie, excepto a la corte de multimillonarios de las big tech que lo acompaña, adula y financia, y al que su trayectoria retrata con más fidelidad que cualquier biografía y dibuja el negro panorama al que nos enfrentamos. ¡Ojalá me equivoque!


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