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Aureliano Sáinz | Explorando el Universo (1)

Hace unos días me encontré con un joven amigo, Joaquín Santiago, que lleva trabajando muchos años en el Observatorio del Instituto de Radioastronomía Milimétrica (IRAM) en Granada. En este encuentro me pareció muy oportuno hacerle una entrevista, tal como en otras ocasiones he realizado, con un tema tan apasionante como es el conocimiento del Universo que, a fin de cuentas, es el inmenso lugar en el que los humanos habitamos, aunque sea en un pequeño planeta que llamamos Tierra, que gira alrededor de una estrella, el Sol, de la galaxia conocida como la Vía Láctea: una entre los miles de millones de galaxias que tiene el Universo.


Puesto que, en cierto modo, deben aparecer algunos términos específicos de la Astrofísica, creímos que lo mejor era que, tras el encuentro, yo le pasara un conjunto de preguntas que él podría responder tranquilamente con posterioridad. Dado que cada pregunta se convierte en motivo de una apasionante y extensa respuesta, se ha hecho necesario presentar la entrevista en dos partes, destacando lo más relevante de sus comentarios.

—Me gustaría, Joaquín, que comenzáramos esta entrevista de modo que nos des algunos datos personales, de tus estudios y del camino hasta llegar al trabajo que ahora desarrollas.

—Mi nombre es Joaquín Santiago García. Nací en Córdoba, en 1977. Siempre tuve problemas para decidir qué rama formativa tomar, si Ciencias o Letras, llevándome al terminar el Bachillerato a cursar un año de Bellas Artes en la Universidad Complutense de Madrid, año que recuerdo con gran cariño, aunque, por diferentes motivos, cambié y acabé inclinándose hacia los estudios de Física en la Universidad de Córdoba.

En aquella época, 1996, la única especialidad en la UCO era la de Física Fundamental. Recuerdo que mi interés por la Física era amplio, no había una rama que, en principio, me llamase la atención más que otra. Al terminar, y en medio de la incertidumbre, surgió la oportunidad de optar a unas becas de formación en el Observatorio Astronómico Nacional de Madrid. Una vez allí, se despertó en mí la que había sido la puerta de entrada original a mi interés por la Física y que había permanecido sorprendentemente dormida: la Astrofísica.

—A pesar de tus dudas, me comentaste que en tu niñez sentías cierta pasión por los misterios del Universo…

—Es cierto, cuando era niño descubrí la serie Cosmos, de Carl Sagan, que me fascinó. Fue en casa de un tío mío muy aficionado a la Astronomía de forma amateur. Con él, por primera vez vi los anillos de Saturno a través de un telescopio. También tendría que citar los fascículos de Misterios del Universo que se publicaban en Diario16 y que mi padre coleccionó y encuadernó para mí. A ello, añadiría la colección de los especiales de la llegada a la Luna de Gaceta Ilustrada, que mi padre atesoraba y que aún conservo… Todo esto me animó a pasar de la beca de formación a comenzar un doctorado.


—¿Qué temas te proponían como investigación del doctorado?

—Intentaré explicarlo de la manera lo más sencilla posible. Se trataba de analizar, con radiotelescopios, qué moléculas se observaban en la eyección de unos chorros de gas a altísima velocidad producidos durante la formación de una nueva estrella e intentar ver los efectos de evolución temporal en sus abundancias relativas. Te comento que ahora me resulta gracioso recordar que, cuando era pequeño, leía aquellas revistas de mi padre y me solía saltar los capítulos que trataban de la Radioastronomía… para ahora terminar siendo un experto y un apasionado en el tema.

Volviendo a mi formación profesional, quisiera apuntar que realicé los cursos de doctorado en la Universidad Autónoma de Madrid, convirtiéndome en usuario habitual del radiotelescopio del Instituto de Radio Astronomía Milimétrica (IRAM) de Sierra Nevada. Así, comencé a trabajar en el mismo radiotelescopio de IRAM en Granada al que iba como usuario pero, a partir de 2008, como Operador y Astrónomo de Soporte, donde sigo trabajando, actualmente como jefe del Grupo de Operadores.

—Ahora conviene que, brevemente, expliques la diferencia entre un telescopio, que imagino sabe la mayoría de la gente, y qué es un radiotelescopio.

—La diferencia estriba en que los radiotelescopios no observan la luz visible, como hacen los telescopios ópticos, caso del famoso telescopio espacial Hubble o el Gran Telescopio de Canarias, sino que intervienen en zonas de más baja frecuencia, o de fotones menos energéticos, que es la zona de microondas y radio. Simplificando mucho, vemos en luz visible objetos muy calientes, que están a varios miles de grados centígrados, como el Sol (su superficie está a unos 5.700 grados) y el resto de estrellas o la luz reflejada por estos objetos en otros (como en la Luna, o en algunas nebulosas).

En zonas a temperaturas aún mayores se verán en el rango electromagnético de rayos ultravioleta o rayos X (como algunas zonas de las erupciones sol que están a decenas de miles de grados, o estrellas mucho más masivas y energéticas que nuestro Sol). Y al revés, las zonas del espacio más frías emiten a frecuencias menos energéticas, como son el infrarrojo o las ondas de radio. Estas emisiones “radio” se detectan generalmente con antenas parabólicas similares a las de telecomunicaciones, de ahí la confusión en el uso de estas instalaciones.

—De manera específica, ¿qué zonas concretas se estudian en el IRAM de Granada?

—Principalmente, se estudian aquellas que son zonas muy frías, las que están a unos 10-20 grados por encima del cero absoluto (es decir, 273 grados bajo cero). Se trata sobre todo de las frías nubes de gas y polvo que se encuentran entre las estrellas, que en nuestra Galaxia, la Vía Láctea, componen alrededor del 10 por ciento de su masa, y que hacen que el plano galáctico en el cielo nocturno tenga esa forma “vertebrada”.

Este gas y polvo se origina de material que ha sido expulsado por estrellas moribundas con el que se forman las nuevas estrellas, siendo ambos muy ricos en especies químicas sorprendentemente complejas que formarán los ladrillos de los materiales orgánicos que compondrán los planetas y sobre los que podría formarse vida.


—Ante de continuar con este tema tan apasionante, quisiera decirte que, entre las fotografías que me mostraste, me llamó mucho la atención aquella en la que aparecían unas cabras montesas. ¿Qué tienen que ver estos animales con el centro en el que trabajas?

—Como iremos viendo, comprobarás que la mayoría de las fotos nos muestran un entorno nevado y, en ocasiones, con grandes capas de nieve en los días en que el frío se intensifica en esta zona granadina. La foto que me comentas se la hicimos a estos animales desde la cocina, como prueba de que no estamos totalmente aislados en nuestro frío mundo. En ocasiones, recibimos sus visitas, también las de zorros, buitres y quebrantahuesos, lo que supone una pequeña alegría para nosotros.

—Retomemos las preguntas de tu trabajo antes de que nos expliques la configuración del Universo, que la dejaremos para la segunda parte. ¿Cuáles son tus funciones, así como tu dinámica laboral, que, por lo que me cuentas, es muy distinta a los trabajos ordinarios que conocemos?

—Mis funciones en el telescopio son las de operador y jefe del grupo de siete operadores. Te aclaro que el operador supervisa el correcto funcionamiento de todos los dispositivos del telescopio: receptores, ordenadores de control y adquisición de datos, servosistemas de movimiento de la antena… y de las instalaciones en sí, desde las alarmas de incendios al correcto suministro de electricidad y agua. Para que se me entienda, una especie de farero, pero que también realiza labores técnicas relacionadas con la observación astronómica.

—Por lo que me has comentado, tenéis un horario bastante singular.

—Veamos. Los turnos de operador son de siete días, de martes a martes, con dos operadores cada semana en turnos de doce horas (de 7.00 de la mañana a 19.00 de la tarde), un operador para el turno de día y otro para el turno de noche. Después de una semana de turno, se suele descansar una o dos semanas. Se intenta alternar dentro de lo posible, o al menos equilibrar en el corto plazo, los turnos de día y de noche.

Para que se puedan entender esas pausas, tengo que indicar que durante esos días no se suele abandonar el telescopio, salvo contadas excepciones, dando paseos cercanos, para intentar no cambiar demasiado la altura y por los problemas de acceso cuando hay nieve. Los 3.000 metros en los que trabajamos se notan. Además, hay un 70 por ciento de la presión atmosférica habitual, de modo que nos encontramos dentro de la región donde puede producirse el “mal de altura”. Esto se siente no solo al hacer esfuerzos físicos, sino, sobre todo, a la hora de dormir, pues son habituales los problemas de sueño en el telescopio al tener la respiración y las pulsaciones más aceleradas de lo habitual.


—Supongo que al trabajo que me indicas, no queda más remedio que ‘arremangarse’ y coger pico y pala para quitar la nieve en las épocas de las grandes nevadas, tal como apareces en la fotografía que acabamos de ver.

—Claro, no queda más remedio que coger la pala o el pico para liberar de hielo las compuertas de la plataforma que utilizamos para subir a limpiar el subreflector. En este caso, la nieve casi me llegaba a las rodillas, por lo que caminaba con todo tipo de precauciones y con ropa protegiéndome del intenso frío. El acceso al centro en invierno, como se hace con máquina quitanieves, no es necesario limpiarlo. Aunque todo esto es ya casi historia, cada día nieva menos…


—Has hablado de la semejanza de vuestro trabajo con la de los fareros. Se entiende bien la comparación; sin embargo, en la actualidad, los faros funcionan con tecnología avanzada, por lo que esta profesión va camino de desaparecer. Para vosotros, en cambio, es una profesión que mira hacia el futuro, hacia el Universo, por lo que no podéis abandonar vuestro puesto ni siquiera en fechas en las que se reúnen tradicionalmente las familias.

—Tienes razón en lo que dices. Esto queda patente en la fotografía que acabamos de ver, correspondiente al último día de 2020. Ahí están dos compañeros en la sala de control con una botella de champán preparada y tres de copas. Tras el cristal de fondo, y en tamaño pequeño, aparezco yo tomando una fotografía.

No cabe la menor duda de que este trabajo le tiene que gustar mucho a uno, pues, tal como he manifestado los ritmos y turnos son muy distintos a los habituales de la mayoría de la gente, y hay que adecuarse a ellos para que formen parte de tu vida cotidiana.

AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍAS: JOAQUÍN SANTIAGO / IRAM (CEDIDA)

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