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Daniel Guerrero | Israel: un país de, por y para la guerra

La historia de Israel es la de un conflicto bélico permanente. Desde su creación ha entablado seis guerras para protegerse o atacar a sus vecinos árabes y consolidar o ampliar considerablemente su territorio más allá de las fronteras acordadas por la ONU. Israel es, por tanto, un país nacido de, por y para la guerra, por necesidad o por ambición expansionista.


Porque lo que hoy llamamos "Israel" era lo que antes se conocía como "Palestina", una parte del antiguo Imperio Turco Otomano. Cuando cayó este Imperio, tras la Primera Guerra Mundial, el Reino Unido asumió la administración de Palestina sin poder calmar las exigencias de árabes, sionistas y hasta de Francia, con quien compartía mandato.

Las hostilidades entre los gobernantes británicos, la población árabe y los inmigrantes judíos fueron especialmente intensas durante las décadas de los años veinte y treinta del siglo pasado, debido a la formación de grupos militares árabes y judíos.

Y es que, desde finales del siglo XIX (cuando se celebra, en 1897, el primer congreso sionista con intención de crear un hogar para los judíos en Palestina), comienza la llegada de inmigrantes judíos a aquellas tierras, la mayoría provenientes del Este de Europa, empujados por el creciente antisemitismo que sufrían en el Viejo Continente.

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Una inmigración que se dispararía con el ascenso nazi en Alemania y el exterminio que emprende de los judíos europeos. Esas oleadas de judíos hacia Palestina provocaron enfrentamientos cada vez más virulentos entre los palestinos que reivindicaban su independencia y los judíos recién llegados que consideraban como suyo aquel territorio.

Incapaz de contener el conflicto, el Reino Unido delega en Naciones Unidas, que emite en 1947 la Resolución 181, consistente en un plan que reparte la región entre dos Estados –uno árabe y otro hebreo, correspondiéndole a este último el 54 por ciento del territorio–.

Además, se le otorga a Jerusalén, ciudad simbólica para las tres religiones monoteístas presentes en la región (islamismo, judaísmo y cristianismo), el estatus de “corpus separatum” bajo un régimen internacional. Ni que decir tiene que el plan fue aceptado con renuencia por los israelíes y rechazado por los árabes. Desde entonces, el conflicto no ha hecho más que enconarse y agravarse, justificando continuas escaramuzas y la permanente actitud bélica de Israel hacia sus vecinos.

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De hecho, el mismo año en que se erige como Estado, Israel es atacado por Egipto, Siria, Jordania, Irak y Líbano, librando, así, su primera guerra regional, denominada Guerra de Independencia, con la que ocupa el 58 por ciento de Palestina, incluido el oeste de Jerusalén.

Ello le permite ampliar en un 40 por ciento el territorio que tenía asignado en la resolución de la ONU. Y expulsa a un millón de palestinos al exilio, como refugiados, al Líbano y otros países árabes o los confina en Gaza y Cisjordania. Esta expulsión de palestinos de sus tierras es considerada como la “Nakba” (desastre o catástrofe) y otra resolución de la ONU (la 194) reconoce el derecho de retorno de estas personas refugiadas y de sus descendientes, cosa que sigue sin cumplirse.

En 1956 estalla la Guerra de Suez, debido a la actitud prorrusa del presidente de Egipto, el coronel Nasser, quien, guiado por sus aspiraciones nacionalistas contrarías al dominio colonial occidental, nacionaliza el Canal de Suez. Las potencias coloniales se alían entonces con Israel y atacan Egipto.

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Israel invade la península del Sinaí, y Gran Bretaña y Francia bombardean los aeropuertos egipcios y desembarcan en el puerto de Said, al norte del Canal. Es en este contexto cuando los refugiados palestinos comienzan a organizarse y surge Al Fatah, el Movimiento Palestino de Liberación, creado por Yasser Arafat, el grupo más importante de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).

Una década más tarde, Egipto, con Siria e Irak, países adheridos al nacionalismo panárabe liderado por Nasser, ataca en 1967 a Israel, que responde de manera fulminante en lo que se conoce como la Guerra de los Seis Días. El Ejército israelí ocupa por entero la Península del Sinaí (Egipto), la Franja de Gaza y Cisjordania (enclaves palestinos) y los Altos del Golán (Siria). Aprovecha también para ocupar el Este de Jerusalén.

Al poco tiempo, en 1973, Siria y Egipto, con intención de recuperar los territorios perdidos en la guerra de 1967 y contando con el apoyo de Irak, Jordania, Marruecos y hasta de la antigua URSS, vuelven atacar a Israel, desatando la Guerra del Yon Kippur (por coincidir con la fecha de esa festividad del judaísmo que conmemora el Día del Perdón).

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Gracias al suministro ininterrumpido de ayuda bélica desde EE UU, Israel inicia una fuerte contraofensiva que le permite recuperar posiciones y conservar los territorios ocupados en 1967. En virtud de un armisticio auspiciado por la ONU, Israel devuelve el Sinaí a Egipto y éste se compromete, como contrapartida, a no atacar Israel nuevamente. Poco después, en 1974, la ONU reconoce a la OLP como legítima representante del pueblo palestino.

Pero los conflictos no cesan. La OLP atrinchera sus milicias en Líbano. Y para alejar ese potencial peligro, Israel decide atacar Líbano y Siria en 1982, librando la Guerra de Líbano. Durante esta ofensiva, se produce la masacre de los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila, en Beirut oeste, perpetrada por milicianos falangistas cristianos amparados por el Ejército israelí.

Asesinaron a más de 3.000 personas inocentes: un auténtico genocidio, como lo calificó la ONU (Resolución 37/123). Obligado por las bombas, la OLP abandona Beirut y se traslada a Túnez. Líbano se compromete a no albergar grupos armados en su territorio.

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Hasta hoy, en que Israel retoma las armas contra Gaza, Cisjordania, Líbano y Siria en una ofensiva que considera de legítima defensa. Con ninguna de estas guerras el pueblo palestino ha resultado beneficiado ni respetado. Al contrario, solo ha conseguido ser expulsado de sus tierras o comprobado cómo menguaba un territorio que habitaba históricamente hasta quedar constreñido a la Franja de Gaza y algunas poblaciones en Cisjordania.

Los palestinos, en realidad, se hallan arrinconados y prácticamente encarcelados, ya que Gaza se ha convertido en la prisión más grande del mundo, donde malviven confinados poco más de dos millones de palestinos. Desde 2007 la Franja está bloqueada por Israel, que controla férreamente las entradas y salidas del enclave.

Y para debilitar a la Autoridad Nacional Palestina (Gobierno palestino), dominada por la OLP, y dividir y aislar a los palestinos de Gaza de los de Cisjordania, Israel apoyó en Gaza a Hamás, el grupo paramilitar islamista que accedió al gobierno de la Franja mientras su rival político, Al Fatah, conservaba el de Cisjordania.

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Y han sido, precisamente, milicianos de Hamás, junto a otros grupos armados palestinos, los que han desencadenado la última guerra al atacar a Israel el 7 de octubre de 2023 con cohetes dirigidos hacia el sur del país y cruzar la frontera para atacar varias localidades israelíes, dejando un reguero de más de 1.200 israelíes muertos y otros 200 secuestrados.

Así arrancó la Guerra de Gaza, la sexta guerra con la que Israel, en respuesta a ese ataque de Hamás, no dudó en lanzar miles de bombas sobre Gaza, sin respetar ni escuelas, ni hospitales, ni refugios de civiles, y procedió a imponer un completo asedio, ordenando la evacuación de su población a la par que impedía todo suministro de combustible, alimentos y demás recursos básicos. Una ofensiva que, hasta la fecha, no solo no ha concluido, sino que continúa, extendiéndose hacia Líbano, Siria y, con misiles de advertencia, hasta Irán.

Después de poco más de un año de guerra, el resultado es una catástrofe humanitaria en Gaza que no tiene precedentes, causando más de 45.000 victimas mortales, la mayoría de ellas mujeres y niños. En comparación con las víctimas israelíes, se trata del balance más desproporcionado desde la Segunda Guerra Mundial.

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A día de hoy, Gaza está totalmente devastada y sus infraestructuras completamente destruidas. Cerca del 90 por ciento de las viviendas están en ruinas. Se trata de una guerra en la que Israel ha cometido actos prohibidos en la Convención sobre el Genocidio, pues su propósito específico, confesado en diversas declaraciones no oficiales, es el de destruir a la población palestina de Gaza, como recoge un informe de Amnistía Internacional.

Por ello, además, Israel ha sido denunciado ante la Corte Penal Internacional, que ha dictado órdenes de detención por presuntos crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad contra el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, el exministro de Defensa, Yoav Galiant, y el comandante de Hamás Mohammed Deif.

Seis guerras que, sin embargo, no garantizan la paz ni la seguridad entre judíos y árabes en Oriente Próximo, pero de las que siempre sale perjudicado el pueblo palestino. Ni siquiera los pasos dados para lograr una paz mediante el diálogo –como pretendían las Cumbres de Camp David y los Acuerdos de Oslo–, en la que ambos contendientes reconociesen su derecho a un Estado independiente y soberano, coexistiendo en pacífica convivencia y mutua seguridad, han conseguido resolver el conflicto.

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Israel no se fía de sus vecinos y estos lo contemplan como un tumor que crece en un organismo (territorio) árabe, devorando una de sus vísceras: el pueblo palestino. Sometido a constantes escaramuzas, intifadas, atentados o guerras francas, la solución no se vislumbra al alcance de las bombas de unos o el terrorismo de otros.

Todavía no han surgido dirigentes con altura de miras, aunque sí belicosos fanáticos cortoplacistas, capaces de afrontar el reto de dialogar y pactar una mutua y permanente convivencia en paz entre judíos y palestinos, como exhortaba la ONU en su primera resolución de los dos estados. ¿Cuántas guerras más precisará este conflicto para encarrilarse?

DANIEL GUERRERO
FOTOGRAFÍA: DEPOSITPHOTOS.COM

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