La Casa del Libro siempre me ha parecido el Mercadona del sector editorial. Y no es una crítica: no pretende engañar a nadie y es un rol legítimo. Yo mismo, como tengo uno a pocos metros de mi casa, a veces compro en él los libros que necesito o que me apetecen.
De hecho, una de mis actividades de ocio más gravosas es dar un paseo por sus instalaciones, porque rara vez me privo de adquirir algún capricho. Es más, pasear por La Casa del Libro es toda una experiencia. Sus estanterías y, en especial, las más vistosas, son una suerte de “40 Principales” del sector editorial. Ves cómo se producen y, mejor, se reproducen las tendencias de los lectores.
Dentro de estas preferencias, un fenómeno que se ha consolidado en la última década es el aumento de publicaciones de autoayuda. Nada que nos sorprenda. Sin embargo, en los últimos años ha surgido una tendencia interesante dentro del género: los libros referidos al estoicismo.
Obras de autores como Marco Aurelio, Epícteto o, en menor medida, Séneca se mezclan con publicaciones más prácticas como Invicto: Logra más, sufre menos de Marcos Vázquez García, o Diario para estoicos: 366 reflexiones sobre la sabiduría, la perseverancia y el arte de vivir de Ryan Holiday y Stephen Hanselman. No quisiera que se me malinterpretase: no critico la proliferación de estas publicaciones en sí ni su lectura. Yo mismo he leído con interés algunos de ellos y, en alguna ocasión, les he encontrado utilidad.
Tiene sentido. Estamos más predispuestos al pensamiento estoico que a otros movimientos filosóficos o religiosos. Los primeros teólogos cristianos tendieron puentes con esta corriente de pensamiento, que defendía la austeridad, la autocontención, la serenidad y vivir en el momento presente, entre otros principios. Recordemos la cita bíblica: “Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán” (Mt 6:34).
Lo que me preocupa más es la necesidad de estos libros. Estamos en un momento en el que proliferan la depresión, la angustia o la ansiedad, y en el que las condiciones de trabajo van a peor. Por tanto, su proliferación viene de la mano de la imperiosa exigencia de aumentar nuestra productividad, cumplir unos cánones estéticos y/o gestionar nuestras emociones. Hasta el punto de que es tentador llegar a la conclusión de que, si estamos mal, es por nuestra culpa: no estamos gestionando bien nuestras emociones.
Sin que esto suponga una crítica a estos libros ni a sus lectores, valdría la pena analizar las razones de esta necesidad. ¿Por qué requerimos de estos libros? ¿Por qué estamos ansiosos, deprimidos o angustiados? Quizá, eso nos lleve a revisar la legislación laboral, las exigencias de la vida moderna y, sobre todo, el sistema de esclavos “felices” que estamos creando.
Haereticus dixit
De hecho, una de mis actividades de ocio más gravosas es dar un paseo por sus instalaciones, porque rara vez me privo de adquirir algún capricho. Es más, pasear por La Casa del Libro es toda una experiencia. Sus estanterías y, en especial, las más vistosas, son una suerte de “40 Principales” del sector editorial. Ves cómo se producen y, mejor, se reproducen las tendencias de los lectores.
Dentro de estas preferencias, un fenómeno que se ha consolidado en la última década es el aumento de publicaciones de autoayuda. Nada que nos sorprenda. Sin embargo, en los últimos años ha surgido una tendencia interesante dentro del género: los libros referidos al estoicismo.
Obras de autores como Marco Aurelio, Epícteto o, en menor medida, Séneca se mezclan con publicaciones más prácticas como Invicto: Logra más, sufre menos de Marcos Vázquez García, o Diario para estoicos: 366 reflexiones sobre la sabiduría, la perseverancia y el arte de vivir de Ryan Holiday y Stephen Hanselman. No quisiera que se me malinterpretase: no critico la proliferación de estas publicaciones en sí ni su lectura. Yo mismo he leído con interés algunos de ellos y, en alguna ocasión, les he encontrado utilidad.
Tiene sentido. Estamos más predispuestos al pensamiento estoico que a otros movimientos filosóficos o religiosos. Los primeros teólogos cristianos tendieron puentes con esta corriente de pensamiento, que defendía la austeridad, la autocontención, la serenidad y vivir en el momento presente, entre otros principios. Recordemos la cita bíblica: “Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán” (Mt 6:34).
Lo que me preocupa más es la necesidad de estos libros. Estamos en un momento en el que proliferan la depresión, la angustia o la ansiedad, y en el que las condiciones de trabajo van a peor. Por tanto, su proliferación viene de la mano de la imperiosa exigencia de aumentar nuestra productividad, cumplir unos cánones estéticos y/o gestionar nuestras emociones. Hasta el punto de que es tentador llegar a la conclusión de que, si estamos mal, es por nuestra culpa: no estamos gestionando bien nuestras emociones.
Sin que esto suponga una crítica a estos libros ni a sus lectores, valdría la pena analizar las razones de esta necesidad. ¿Por qué requerimos de estos libros? ¿Por qué estamos ansiosos, deprimidos o angustiados? Quizá, eso nos lleve a revisar la legislación laboral, las exigencias de la vida moderna y, sobre todo, el sistema de esclavos “felices” que estamos creando.
Haereticus dixit
RAFAEL SOTO
FOTOGRAFÍA: DEPOSITPHOTOS.COM
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