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Aureliano Sáinz | Sobre emperadores y dioses

Me imagino que a más de uno le puede llamar la atención la relación entre el título de este artículo y la imagen de portada de Tchouaméni, centrocampista francés del Real Madrid. Y, más aún, si llega a saber que el escrito proviene de un seguidor del Barcelona. La conexión, en el fondo, es anecdótica y un tanto chocante. De todos modos, no voy a dar muchas vueltas y explico la relación que existe entre ambos.


Como en alguna ocasión he indicado, estoy jubilado, pero sigo en la Universidad de Córdoba como profesor honorario, por lo que el contacto con los compañeros no lo he perdido de ninguna manera. En cierto sentido, no tengo la sensación de encontrarme en esa situación de ‘júbilo’ que se suele aplicar a quienes, por fin, han dejado la dura tarea de tener que acudir todos los días al trabajo y pueden disponer del tiempo a su gusto.

En mi caso, lo cierto es que disfruto de la continuidad que llevo en él. Y uno de los temas que ahora me resulta más grato es la tertulia que tenemos formada por la mañana un grupo variable de quienes trabajamos en la Facultad en distintos ámbitos: docencia, administración, biblioteca, conserjería… En ella hablamos de todo, sin prejuicios, con un gran sentido del humor, con respeto y dentro de un ambiente de camaradería.

Como el fútbol también suele aparecer en las charlas, en una ocasión les pregunté a los seguidores (y seguidoras, porque en la tertulia también hay aficionadas al club merengue) si alguno o alguna sabía cómo se llamaba de nombre Tchouaméni. Todos me miraron con cara de extrañeza y sin decir esta boca es mía.

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“¡No os da vergüenza que tenga que venir un culé para informaros de cuáles son los nombres de los jugadores de vuestro equipo!”, les suelto, al tiempo que continúo bromeándoles sobre algo que deberían saberse al dedillo. “Atended bien, pues habréis de saber que se llama igual que el que tenéis aquí presente, es decir, Aureliano, aunque en francés sea Aurélien, nombre que, por cierto, es más frecuente allí que en nuestro país, quizás porque Francia colinda con Italia, ya que uno de los emperadores romanos llevó este nombre…”, apunto con cierto aire de sapiencia futbolística. “Como correctivo”, continuo, “ahora me vais a tener que escuchar atentamente la historia de este personaje”.

Puesto que la pregunta les cogió de improviso, acaban aceptando que siga con mi disertación y les explique la historia del emperador Aureliano, que, más o menos, es lo que a continuación sigue. Para mí, siempre fue una incógnita la vida de este personaje, hasta que cayó en mis manos el libro Aureliano. El emperador que se hizo llamar dios, del historiador de Jesús Pardo, que es el que utilicé para contársela a ellos y que ahora utilizo en estas líneas.


Lucio Domicio Aureliano nació el 9 de septiembre de 214 d.C. en Sirmio, enclave que actualmente corresponde con Sremska Mitrovica, dentro de Serbia. Su lugar de nacimiento no nos debe sorprender, puesto que hubo emperadores de la antigua Roma que nacieron lejos de esa ciudad, basta recordar los nombres de Trajano, Adriano y Teodosio, emperadores que nacieron en tierras hispanas.

Sus padres eran modestos arrendatarios de un senador llamado Aurelio, nombre que, como puede suponerse, fue el origen de los apelativos de algunos de sus hijos. Uno de ellos, Aureliano, se distinguió como militar, por lo que sus éxitos como comandante de infantería le acercaron al entorno del emperador Galieno, lo que dio lugar a que se le nombrara general, rango con el que salió triunfante en varias guerras.

Por aquella época del siglo III, el Imperio romano se había desmembrado, dando origen a imperios separados: el Imperio de Palmira en Oriente y el Imperio Galo en Occidente. A esta profunda crisis había que sumar la permanente inestabilidad de sus fronteras, debido a los ataques continuos que sufrían ambos imperios por los pueblos y tribus que se encontraban separados por las aguas del río Danubio.

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En el año 268 muere el emperador Galieno, posiblemente por asesinato, sucediéndole Claudio II. Su reinado fue muy breve, ya que, como apunta Jesús Pardo, “Claudio, muy ocupado en restablecer la frontera, no había tenido tiempo para atender a otras cosas cuando, dos años después, murió de peste en Sirmio”.

Contando 56 años, le sucede Aureliano como emperador, quien tuvo como prioridad la seguridad del Imperio romano, que vivía una situación tan frágil que cualquier error habría bastado para llevarlo al desastre final.

“Con tanta catástrofe seguida, lo que quedaba de Imperio estaba desorganizado y abandonado. El recelo y el terror reinaban entre la clase dirigente, tanto en Roma como en las provincias. La moneda se encontraba devaluada por los abusos de quienes la acuñaban, que la envilecían para apropiarse del metal precioso. Nadie se sentía seguro en un ambiente de corrupción y terror generalizados, creciente pobreza e inseguridad viaria y marítima”, escribe Jesús Pardo.


Sobre el carácter del emperador Aureliano, su biógrafo nos dice que era una persona dura, cruel, irascible y violenta. Sus soldados le llamaban Manus ad Ferrum (Mano a la Espada), por su tendencia a dirimir las cuestiones desenvainando. Sin embargo, su excepcional talento como militar y su providencial llegada en el momento de mayor peligro para el Imperio romano son aspectos aceptados por los especialistas que lo han estudiado.

Aureliano murió asesinado a los 61 años, como solía suceder en la antigua Roma, por gente de su entorno. No obstante, y a pesar de la brevedad de sus cinco años de reinado, recuperó las tierras perdidas, habiendo recibido antes de fallecer el título de Restitur Orbis (Restaurador del Mundo) por haber sido capaz de reunificar el Imperio.

De su paso como emperador, nos quedan como recuerdo los fragmentos aún vigentes de las murallas que rodeaban a la ciudad de Roma, ya que la cercó con elevados muros como forma de protegerla ante los inminentes ataques que se cernían sobre la misma.

Tras su muerte, el Senado lo deificó. Pero esto, a fin de cuentas, para quienes conocen la historia de Roma, no era un hecho excepcional, puesto que los dioses no solo eran quienes habitaban los cielos, sino también aquellos emperadores que alcanzaron gran notoriedad y reconocimiento. Así, Claudio Domicio Aureliano, hijo de unos humildes colonos de tierras alejadas de la capital del Imperio, alcanzó a ser deificado con solo cinco años como emperador.

AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍA: DEPOSITPHOTOS.COM

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