Desde pequeño he asociado el bienestar a la lectura. Con los años, la familia, el hogar y la vida apacible han propiciado dulces momentos de lectura agradecida. En sus Amores, Ovidio nos dice: "Más seguro/es calentar tu lecho,/leer tus libros,/pulsar la lira tracia con tus dedos".
Que la lectura nos hace más felices y nos ayuda a afrontar mejor nuestra existencia, es indudable. Desde el punto de vista médico, tiene un decisivo influjo en diversos procesos neuronales. Se habla incluso de la sanación por la lectura.
En el mito de Teuth de Platón, cuenta Sócrates a Fedro que los egipcios descubrieron un fármaco que hacía sabio a quién lo tomaba. Se refería a la escritura, el elixir de la sabiduría que curaba a todos los hombres del olvido. Escribir para no olvidar. Leer para saber.
La denominada "Biblioterapia" se basa en otras dos premisas: leer para curar/leer para ser feliz. Como técnica se usó en EEUU, desde mediados del siglo XX, para aliviar el estrés postraumático en los veteranos de guerra debido al tormento que padecían. Hoy tiene enormes aplicaciones el uso de la lectura dirigida por profesionales y terapeutas en el tratamiento de numerosas afecciones, ya que contribuye de forma directa a reforzar nuestra salud mental.
Robert Louis Stevenson evoca en su obra La resaca a un náufrago que, ya a salvo de su aventura, relee La Eneida de Virgilio para no olvidar cómo fue su sufrimiento. Y Borges nos dejaría estos maravillosos versos en el Poema de los dones: "Lento en mi sombra, la palabra hueca/exploro con el báculo indeciso/Yo, que me figuraba el Paraíso/bajo la especie de una biblioteca".
Pero toda medicina, tiene sus contraindicaciones. Una de ellas es la que produce el llamado "Síndrome FOMO". Su nombre proviene de las siglas en inglés (Fear Of Missing Out). Se trata de uno de los fenómenos característicos de esta era dominada por las redes y suele definirse como el temor generalizado a que otros puedan estar teniendo experiencias gratificantes de las que uno está ausente.
La preocupación compulsiva de que uno se pueda estar perdiendo una oportunidad satisfactoria, una experiencia novedosa o una inversión rentable. Aunque esa afección no es nueva. Los lectores siempre hemos padecido ese síndrome. Con pantallas y sin ellas. Con redes y sin ellas.
Ya estábamos contagiados mucho antes de que pudieran hacerlo bookstagramers o tiktokers, de los que leen un libro cada treinta segundos y te postean el engaño a cada minuto. Porque ya sabemos, y sufrimos desde niños, el tormento de intuir cuántos libros, cuántas lecturas anheladas no llegaremos a disfrutar. Por inaccesibles, por inabarcables, por infinitas.
Y, sin embargo, desde siempre hemos conocido y aplicado el tratamiento adecuado a ese mal. Gozamos cada página, cada verso, cada palabra, de todas aquellas lecturas que nos alcanzan, conscientes de lo hermosas que seguro serán aquellas que, por una razón u otra, seguirán reposando en los anaqueles de nuestros deseos.
Que la lectura nos hace más felices y nos ayuda a afrontar mejor nuestra existencia, es indudable. Desde el punto de vista médico, tiene un decisivo influjo en diversos procesos neuronales. Se habla incluso de la sanación por la lectura.
En el mito de Teuth de Platón, cuenta Sócrates a Fedro que los egipcios descubrieron un fármaco que hacía sabio a quién lo tomaba. Se refería a la escritura, el elixir de la sabiduría que curaba a todos los hombres del olvido. Escribir para no olvidar. Leer para saber.
La denominada "Biblioterapia" se basa en otras dos premisas: leer para curar/leer para ser feliz. Como técnica se usó en EEUU, desde mediados del siglo XX, para aliviar el estrés postraumático en los veteranos de guerra debido al tormento que padecían. Hoy tiene enormes aplicaciones el uso de la lectura dirigida por profesionales y terapeutas en el tratamiento de numerosas afecciones, ya que contribuye de forma directa a reforzar nuestra salud mental.
Robert Louis Stevenson evoca en su obra La resaca a un náufrago que, ya a salvo de su aventura, relee La Eneida de Virgilio para no olvidar cómo fue su sufrimiento. Y Borges nos dejaría estos maravillosos versos en el Poema de los dones: "Lento en mi sombra, la palabra hueca/exploro con el báculo indeciso/Yo, que me figuraba el Paraíso/bajo la especie de una biblioteca".
Pero toda medicina, tiene sus contraindicaciones. Una de ellas es la que produce el llamado "Síndrome FOMO". Su nombre proviene de las siglas en inglés (Fear Of Missing Out). Se trata de uno de los fenómenos característicos de esta era dominada por las redes y suele definirse como el temor generalizado a que otros puedan estar teniendo experiencias gratificantes de las que uno está ausente.
La preocupación compulsiva de que uno se pueda estar perdiendo una oportunidad satisfactoria, una experiencia novedosa o una inversión rentable. Aunque esa afección no es nueva. Los lectores siempre hemos padecido ese síndrome. Con pantallas y sin ellas. Con redes y sin ellas.
Ya estábamos contagiados mucho antes de que pudieran hacerlo bookstagramers o tiktokers, de los que leen un libro cada treinta segundos y te postean el engaño a cada minuto. Porque ya sabemos, y sufrimos desde niños, el tormento de intuir cuántos libros, cuántas lecturas anheladas no llegaremos a disfrutar. Por inaccesibles, por inabarcables, por infinitas.
Y, sin embargo, desde siempre hemos conocido y aplicado el tratamiento adecuado a ese mal. Gozamos cada página, cada verso, cada palabra, de todas aquellas lecturas que nos alcanzan, conscientes de lo hermosas que seguro serán aquellas que, por una razón u otra, seguirán reposando en los anaqueles de nuestros deseos.
JUAN MANUEL DÍAZ GONZÁLEZ
Coordinador de Área de la Revista Literaria 'Speculum' de la Universidad de Cádiz
Coordinador de Área de la Revista Literaria 'Speculum' de la Universidad de Cádiz