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Rafael Soto | La granada partida

La Paleografía ha dado un salto enorme gracias a la utilización de las recientes tecnologías vinculadas con la Inteligencia Artificial. Sonia Gutiérrez es una de las pocas personas que han dedicado algo de tiempo a estudiar el uso de estas nuevas herramientas en España y puede que, por eso, el profesor Manuel Alonso confiara en ella para descifrar aquella tablilla de arcilla que tanto se resistía a ser interpretada.


De noche, una lámpara de flexo era la única fuente de luz del estudio de Sonia. El flexo y, por supuesto, la pantalla del ordenador que se reflejaba en las gafas de la joven. Absorta en su investigación, una taza de té había sido lo más parecido a una compañía que había disfrutado en los últimos dos días.

Por fin, la herramienta de IA había ofrecido una transcripción legible. Sonia leyó fascinada el contenido de la tablilla mientras echaba un trago al té:

Antes de que las personas conocieran el fuego o el arado, los gigantes, de carácter cruel, llegaron a la tierra de los humanos y los sometieron con gran brutalidad. A pesar de su astucia, las personas fueron encerradas en rediles y utilizadas para realizar los trabajos más fatigosos.

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Y fue que, junto a los rediles, se alzaron losas rectangulares apaisadas que levitaban en el aire, casi metro y medio del suelo. ¡Así de grande era el poder y la sabiduría de aquellos crueles gigantes! Aquellas losas tenían tallada una granada ladeada dividida por la mitad, pero dispuesta de modo que no mostraba el contenido del fruto. Era el símbolo que habían asignado a la humanidad. Sabios y crueles, decían que siempre estábamos divididos y que nunca podía saberse lo que saldría de nuestros conflictos. Así nos conocían los gigantes. Y la imagen de la granada partida fue odiosa para las personas, puesto que les recordaba su estado de esclavitud.

Fue en estos tiempos que, lleno de rabia y orgullo, un hombre escapó del redil por un breve instante. El rebelde agarró un mazo que encontró en su camino y rompió en dos la losa levitante que se alzaba sobre su redil. Cuando se dieron cuenta, los gigantes, de gran crueldad, agarraron al espécimen como si de una gallina se tratase y lo devolvieron con violencia con los suyos.

Varios gigantes lamentaron la ruptura de la losa. Sin embargo, uno que superaba a otros en crueldad se dirigió a los humanos. “¡Está bien!”, asintió mientras alzaba su enorme testa, “Esto les recordará lo que ocurre cuando se rebelan. ¡Tan infructuosos son sus esfuerzos como la piedra que se oculta entre los dos pedazos de la granada!”. Esto exclamó entre carcajadas para satisfacción de los suyos.

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Y así sufrió la humanidad hasta que los dioses, de ojos luminosos, descendieron de los Cielos a salvarla de los gigantes, les enseñó a uncir el arado y a calentarse con el fuego. ¡Loados sean los dioses!


Este es el contenido de la tablilla en la que Sonia había trabajado durante días. Una historia de esclavitud, sí, y de orgullo y rebeldía. Un relato religioso, mitología, ¿no?

La chica se levantó con la taza en la mano y se acercó a una ventana. Había belleza en aquella luna creciente que se alzaba sobre los edificios. La investigadora se aferró con las manos al calor de la taza, incapaz de librarse de cierta inquietud ancestral.

Haereticus dixit

RAFAEL SOTO

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