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Juan Pablo Bellido | El engaño de las redes sociales

Tal y como apuntábamos en un artículo anterior, las redes sociales tienen como finalidad última la de modificar nuestro comportamiento a medio plazo: cambiar lo que hacemos, lo que pensamos… Cambiar lo que somos, en definitiva. Y ese proceso de mutación en nuestra personalidad debe producirse de manera imperceptible, sin que nos demos cuenta. De lo contrario, si fuésemos capaces de descubrir el engaño, nos rebelaríamos contra estas tecnologías.


La práctica totalidad de las redes sociales que conocemos persiguen tres objetivos fundamentales que, sin duda, distan mucho de la finalidad que le presupone el común de los mortales. Ni son herramientas –ya hablaremos de eso más adelante– ni su objetivo último es el de mejorar las relaciones sociales o propiciar la comunicación con nuestros seres queridos. No seamos ingenuos, por favor.

El éxito económico de cualquiera de estas plataformas depende de que nos convirtamos en buenos espectadores de anuncios; que trabajemos como buenos captadores de nuevos usuarios y, sobre todo, que nuestras próximas decisiones –comerciales o electorales– sean predecibles.

Obviamente, para poder hacer buenas predicciones se necesita disponer del mayor número de datos posible. Que se lo digan a los meteorólogos si no. Y es aquí donde entra en escena el capitalismo de vigilancia, un procedimiento que aprovecha el control infinito de todo lo que hacemos las personas en Internet, donde todo se rastrea, se mide y se almacena: qué imágenes miramos; cuánto tiempo nos detenemos en cada fotografía; quiénes conforman nuestro círculo familiar; qué noticias políticas nos generan rechazo…

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Decía mi abuela que "un grano no hace granero, pero ayuda al compañero". Y el refrán nos viene que ni pintado para entender que, en efecto, un dato concreto sobre algún aspecto o rasgo específico de nuestra personalidad no entraña riesgo alguno para nuestra integridad. Sin embargo, la combinación de datos –infinitos datos– sobre cada uno de nosotros permite trazar un perfil que nos vuelve absolutamente predecibles para estas compañías.

La minería de datos permite averiguar si una persona se siente sola o enferma; si acaba de dejar una relación amorosa; si consume pornografía y qué tipo de pornografía… Cómo es su personalidad, a qué partido podría votar, de qué equipo es, qué programas le gustan…

En un momento dado, las empresas tecnológicas disponen de más información concreta sobre nosotros que nosotros mismos. De hecho, serían capaces de responder a más preguntas sobre nosotros mismos en menos tiempo del que cada uno de nosotros necesitaría para poder pensar o recordar la respuesta.

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Así que no se engañen: el modelo de negocio de las redes sociales no busca informar, formar o entretener a sus usuarios. Solo tratan de asegurar a sus anunciantes el mayor éxito posible. Y eso representa el sueño de cualquier agencia de publicidad: tener el éxito asegurado en una campaña.

En efecto, las redes sociales venden a sus anunciantes certeza y, para ello, se valen de las predicciones que son capaces de hacer en función de nuestro comportamiento. Porque todos los datos que obtienen de nosotros –la mayoría de ellos aportados por nosotros voluntariamente– permiten hacer predicciones sobre lo que vamos a hacer y sobre lo que somos: qué ciudad estamos pensando visitar; en qué hotel podríamos alojarnos; qué musical representan en las proximidades...

La estrategia, claro, requiere de nuestra colaboración activa. Por eso, cuando necesitan rellenar algún espacio de nuestra personalidad que quedó incompleto, nos animan a participar en dinámicas de grupo que no sabemos muy bien quién inició: etiquetados masivos en Facebook; encuestas en stories de Instagram; "comparte esto con las personas que más quieres"... Nos engañan como quieren, en serio.

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Piensen que Meta (la compañía que dirige Facebook, Instagram y WhatsApp) no solo vende nuestros datos personales: se vale de esos datos para construir modelos unipersonales que predicen nuestras acciones. Y, en esta industria, quien tenga el mejor modelo, gana.

Las redes sociales disponen de información sobre el tiempo de conexión de cada usuario, las horas de consumo –y, por tanto, los hábitos de consumo–, el número de clics, los ‘Me gusta’… Y una vez han sido capaces de construir, con nuestra inestimable ayuda, ese modelo unipersonal para cada usuario –que podríamos denominar “yobot”–, el objetivo, nuevamente, es triple: que incrementemos nuestras interacciones (engagement); que aumentemos cada vez más nuestro tiempo de uso; y que descendamos por la pantalla (scroll) hasta una mayor profundidad para, así, poder ver más anuncios.

De verdad, no se engañen: el objetivo principal de crecimiento de cualquier red social, sea del tipo que sea, es que los usuarios volvamos una y otra vez; que invitemos a nuestros familiares y amigos para que, a su vez, inviten a sus familiares y amigos. Y cada uno de esos espurios objetivos tiene su algoritmo concreto que trabaja de manera coordinada con los demás. ¿Da miedo o no?

JUAN PABLO BELLIDO

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