Desde hace algunos años, cuando comienza el curso, y tras explicarles a los alumnos el programa de la asignatura, les indico que guarden los móviles mientras estamos en la clase, a menos que yo indique otra cosa, dado que personalmente me molesta mucho que, cuando les estoy viendo directamente y explicándole los conceptos del tema que tratamos, algunos los saquen y se pongan a mirarlos.
Debo indicar que ellos son mayores de edad, por lo que conviene que sean conscientes de que no tiene sentido que en la Universidad se prohíba su uso; no obstante, y ya que serán futuros docentes, tienen que saber controlar esos impulsos que nacen del manejo habitual de estos pequeños aparatos.
Además, es un hecho confirmado por distintas investigaciones que el uso permanente del móvil da lugar a que disminuyan las capacidades de atención y de concentración, por lo que, aunque estén presentes físicamente en el aula, sus mentes se encuentran en otro lado, pendientes de algún chat, mirando vídeos de TikTok o repasando fotos de Instagram. Cuando debato esta cuestión con ellos, algunos se sinceran y me reconocen que tienen una adicción a mirar de manera compulsiva el móvil y les cuesta mucho no hacerlo de vez en cuando.
Una vez que ya los conozco por sus nombres, y hay una cierta confianza mutua, les explico que el mundo digital a través de las pequeñas pantallas, y que ellos no conocieron de manera directa cuando eran pequeños, ha penetrado con tanta intensidad que pareciera que ahora es casi imposible vivir sin sentirse acompañado de un smartphone. Y puesto que uno de los temas esenciales que abordo en mi Facultad es el desarrollo cognitivo y emocional de niños y adolescentes, suelo explicarles los cuatro mundos o espacios en los que ahora ellos se desenvuelven.
El primer espacio, y que todos hemos vivido cuando hemos sido pequeños, es el mundo de la familia, especialmente en la relación que se forma con los padres, ya que son los que tienen que cuidar, educar y marcar claramente las pautas de comportamiento.
Una vez que se han cumplido los primeros años, aparece un nuevo espacio del desarrollo que es el que se produce en la escuela. Son los primeros signos de socialización, dado que ahora se está también bajo la responsabilidad de los docentes, y en el que participan con lo que denominamos pares, es decir, con niños y niñas de edades similares.
Esos dos espacios del desarrollo continuarán hasta que con más edad se empiezan a formar las amistades al margen de los padres. Aparece, especialmente, en la preadolescencia, es decir, cuando se generan las relaciones con otros de edades similares, formando grupos de amigos. Es un inicio de apertura al mundo social, al que inevitablemente se llegará a formar parte de él, dado que el trabajo configura uno de los signos de integración en la sociedad en la que se vive.
Estos tres espacios –familia, escuela, sociedad– a lo largo de la historia han formado, de un modo u otro, parte del proceso de desarrollo del ser humano. Sin embargo, con la aparición de los denominados "móviles inteligentes" se ha abierto un cuarto espacio no conocido hasta fechas recientes. Esto ha dado lugar a que, con una rapidez inusitada, se hayan alterado los tres espacios tradicionales en la formación de la personalidad de las nuevas generaciones.
Así pues, es posible comprobar que hay familias en las que el uso de los móviles ha modificado las formas de relacionarse entre sus miembros, afectando a la comunicación e interacción entre ellos. De igual modo, el espacio educativo, especialmente en los primeros niveles, se ha visto alterado por sus usos dentro del centro o en las aulas, en contra de los deseos del profesorado que atiende a estudiantes de Primaria, Secundaria y Bachillerato.
Se ha llegado a tal nivel de alteración que se ha visto la necesidad separar ambos espacios: por un lado, el de las aulas, que se basa en unas relaciones personales, directas y colectivas, y, por otro, el mundo digital sobre el que el profesorado no ejerce ningún control, ya que ese mundo está configurado por relaciones virtuales y personales de quien usa el móvil.
En países vecinos, caso de Francia, hace algún tiempo que se aprobó la prohibición del uso de los móviles en los centros educativos, puesto que no era solución el que, finalmente, cada centro decidiera sobre si se puede o no utilizarlos en sus espacios. En el nuestro, ya que empieza a plantear y debatir la prohibición de manera generaliza, tras ser prohibido su uso en algunas Comunidades, caso de la andaluza.
Estoy convencido de que, finalmente, el espacio educativo tendrá que separarse del virtual que marcan los móviles, y que, en todo caso, será el profesor el que indique si para una determinada actividad conviene utilizarlo; porque es un auténtico disparate que quede al albur de los alumnos si les apetece sacarlos en la clase en contra de la autoridad que representa el profesor o la profesora encargados de ella.
Si ya de por sí, los cambios sociales de las últimas décadas habían traído una pérdida de la imagen y la autoridad del profesorado, lo que no es de recibo es que se llegue a la situación en la que la profesión docente se convierta, en ocasiones, en un suplicio porque, de forma mayoritaria, no se sabe todavía cómo hacer un uso razonable de los móviles.
Debo indicar que ellos son mayores de edad, por lo que conviene que sean conscientes de que no tiene sentido que en la Universidad se prohíba su uso; no obstante, y ya que serán futuros docentes, tienen que saber controlar esos impulsos que nacen del manejo habitual de estos pequeños aparatos.
Además, es un hecho confirmado por distintas investigaciones que el uso permanente del móvil da lugar a que disminuyan las capacidades de atención y de concentración, por lo que, aunque estén presentes físicamente en el aula, sus mentes se encuentran en otro lado, pendientes de algún chat, mirando vídeos de TikTok o repasando fotos de Instagram. Cuando debato esta cuestión con ellos, algunos se sinceran y me reconocen que tienen una adicción a mirar de manera compulsiva el móvil y les cuesta mucho no hacerlo de vez en cuando.
Una vez que ya los conozco por sus nombres, y hay una cierta confianza mutua, les explico que el mundo digital a través de las pequeñas pantallas, y que ellos no conocieron de manera directa cuando eran pequeños, ha penetrado con tanta intensidad que pareciera que ahora es casi imposible vivir sin sentirse acompañado de un smartphone. Y puesto que uno de los temas esenciales que abordo en mi Facultad es el desarrollo cognitivo y emocional de niños y adolescentes, suelo explicarles los cuatro mundos o espacios en los que ahora ellos se desenvuelven.
El primer espacio, y que todos hemos vivido cuando hemos sido pequeños, es el mundo de la familia, especialmente en la relación que se forma con los padres, ya que son los que tienen que cuidar, educar y marcar claramente las pautas de comportamiento.
Una vez que se han cumplido los primeros años, aparece un nuevo espacio del desarrollo que es el que se produce en la escuela. Son los primeros signos de socialización, dado que ahora se está también bajo la responsabilidad de los docentes, y en el que participan con lo que denominamos pares, es decir, con niños y niñas de edades similares.
Esos dos espacios del desarrollo continuarán hasta que con más edad se empiezan a formar las amistades al margen de los padres. Aparece, especialmente, en la preadolescencia, es decir, cuando se generan las relaciones con otros de edades similares, formando grupos de amigos. Es un inicio de apertura al mundo social, al que inevitablemente se llegará a formar parte de él, dado que el trabajo configura uno de los signos de integración en la sociedad en la que se vive.
Estos tres espacios –familia, escuela, sociedad– a lo largo de la historia han formado, de un modo u otro, parte del proceso de desarrollo del ser humano. Sin embargo, con la aparición de los denominados "móviles inteligentes" se ha abierto un cuarto espacio no conocido hasta fechas recientes. Esto ha dado lugar a que, con una rapidez inusitada, se hayan alterado los tres espacios tradicionales en la formación de la personalidad de las nuevas generaciones.
Así pues, es posible comprobar que hay familias en las que el uso de los móviles ha modificado las formas de relacionarse entre sus miembros, afectando a la comunicación e interacción entre ellos. De igual modo, el espacio educativo, especialmente en los primeros niveles, se ha visto alterado por sus usos dentro del centro o en las aulas, en contra de los deseos del profesorado que atiende a estudiantes de Primaria, Secundaria y Bachillerato.
Se ha llegado a tal nivel de alteración que se ha visto la necesidad separar ambos espacios: por un lado, el de las aulas, que se basa en unas relaciones personales, directas y colectivas, y, por otro, el mundo digital sobre el que el profesorado no ejerce ningún control, ya que ese mundo está configurado por relaciones virtuales y personales de quien usa el móvil.
En países vecinos, caso de Francia, hace algún tiempo que se aprobó la prohibición del uso de los móviles en los centros educativos, puesto que no era solución el que, finalmente, cada centro decidiera sobre si se puede o no utilizarlos en sus espacios. En el nuestro, ya que empieza a plantear y debatir la prohibición de manera generaliza, tras ser prohibido su uso en algunas Comunidades, caso de la andaluza.
Estoy convencido de que, finalmente, el espacio educativo tendrá que separarse del virtual que marcan los móviles, y que, en todo caso, será el profesor el que indique si para una determinada actividad conviene utilizarlo; porque es un auténtico disparate que quede al albur de los alumnos si les apetece sacarlos en la clase en contra de la autoridad que representa el profesor o la profesora encargados de ella.
Si ya de por sí, los cambios sociales de las últimas décadas habían traído una pérdida de la imagen y la autoridad del profesorado, lo que no es de recibo es que se llegue a la situación en la que la profesión docente se convierta, en ocasiones, en un suplicio porque, de forma mayoritaria, no se sabe todavía cómo hacer un uso razonable de los móviles.
AURELIANO SÁINZ