Estoy escribiendo esta columna sentado cómodamente en el tren Avant que conecta Granada con Málaga en poco más de una hora. Para mí, viajar sin coche es sinónimo de productividad y descanso y, además, me permite disfrutar del paisaje mientras voy de camino a uno de los principales foros de empresas y de directivos ferroviarios europeos, que este año se celebra en tierras andaluzas.
Y es en estas situaciones cuando me pregunto por qué en España no hay trenes regionales de calidad. El tren no es algo nostálgico: es el transporte más eficiente que existe; consume cuatro veces menos energía por viajero o tonelada de carga y ofrece un nivel de confort y de seguridad que ningún otro vehículo terrestre. Está más que demostrado que solo el tren saca a la gente del coche. Y el autobús es perfecto para alimentarlo en las cortas distancias.
En España se ha priorizado el ferrocarril de alta velocidad para conectar ciudades distantes. En eso, España es líder mundial. A ciudades como Córdoba o Sevilla les ha cambiado la vida. Pero este desarrollo, por supuesto muy positivo, ha tenido un coste imperdonable: el abandono del tren regional que vertebra el territorio. Pueblos importantes como Montilla, Aguilar de la Frontera, Casariche, La Roda, Huétor Tajar o Pinos Puente “han perdido el tren”, literalmente, arrollados por el AVE.
El tren regional es a la Comunidad Autónoma lo que el AVE al país, pero actualmente parece que no tiene dueño. Renfe ha abandonado estas líneas; el Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana no las ha incluido en las Obligaciones de Servicio Público; la Junta de Andalucía no se decide a asumir la gestión y la financiación de nuevos servicios ferroviarios más allá de unas pocas privilegiadas áreas metropolitanas.
Existe, por tanto, una “discriminación por lugar de residencia” que, incluso, podría ser considerada anticonstitucional, ya que solo se subvenciona el transporte público suburbano, pero no donde más falta hace, es decir, en el mundo no metropolitano.
Por eso me parece oportuno destacar una iniciativa que han tenido los alcaldes granadinos de Loja, Huétor Tajar, Salar, Íllora, Montefrío, Pinos Puentes y Atarfe para reivindicar el restablecimiento del servicio del Cercanías del Poniente Granadino, donde residen unos 90.000 habitantes.
Montilla y Aguilar de la Frontera serían otras dos buenas candidatas para recuperar un Cercanías regional de calidad para conectarlo con Córdoba y con el Campus Universitario de Rabanales. Hay, de hecho, muchos ejemplos en Europa donde la recuperación de conexiones ferroviarias perdidas ha cambiado la vida de la ciudadanía para mejor, fijando población al territorio y atrayendo inversión empresarial.
En España todavía se cierran líneas, se gestionan mal los servicios actuales (¿quién va a usar el transporte ferroviario de Granada a Almería si el primer tren del día no sale hasta las 14.58 horas?) y hasta se comete la barbaridad de desmontar los raíles, impidiendo su recuperación futura, como parece que se ha decidido para la antigua vía de tren de Madrid a Valencia por Cuenca.
El tren regional necesita que la ciudadanía descubra su valor y lo reivindique, además de unos alcaldes que defiendan “su tren”, unas asociaciones y empresas que propongan nuevas formas de operarlo eficientes, competitivas con el coche y más atractivas que en el pasado. Y se requieren, claro, unas Administraciones autonómicas y estatales que pongan sus políticas ferroviarias al día para dejar de ignorar las necesidades de las zonas no metropolitanas.
Y es en estas situaciones cuando me pregunto por qué en España no hay trenes regionales de calidad. El tren no es algo nostálgico: es el transporte más eficiente que existe; consume cuatro veces menos energía por viajero o tonelada de carga y ofrece un nivel de confort y de seguridad que ningún otro vehículo terrestre. Está más que demostrado que solo el tren saca a la gente del coche. Y el autobús es perfecto para alimentarlo en las cortas distancias.
En España se ha priorizado el ferrocarril de alta velocidad para conectar ciudades distantes. En eso, España es líder mundial. A ciudades como Córdoba o Sevilla les ha cambiado la vida. Pero este desarrollo, por supuesto muy positivo, ha tenido un coste imperdonable: el abandono del tren regional que vertebra el territorio. Pueblos importantes como Montilla, Aguilar de la Frontera, Casariche, La Roda, Huétor Tajar o Pinos Puente “han perdido el tren”, literalmente, arrollados por el AVE.
El tren regional es a la Comunidad Autónoma lo que el AVE al país, pero actualmente parece que no tiene dueño. Renfe ha abandonado estas líneas; el Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana no las ha incluido en las Obligaciones de Servicio Público; la Junta de Andalucía no se decide a asumir la gestión y la financiación de nuevos servicios ferroviarios más allá de unas pocas privilegiadas áreas metropolitanas.
Existe, por tanto, una “discriminación por lugar de residencia” que, incluso, podría ser considerada anticonstitucional, ya que solo se subvenciona el transporte público suburbano, pero no donde más falta hace, es decir, en el mundo no metropolitano.
Por eso me parece oportuno destacar una iniciativa que han tenido los alcaldes granadinos de Loja, Huétor Tajar, Salar, Íllora, Montefrío, Pinos Puentes y Atarfe para reivindicar el restablecimiento del servicio del Cercanías del Poniente Granadino, donde residen unos 90.000 habitantes.
Montilla y Aguilar de la Frontera serían otras dos buenas candidatas para recuperar un Cercanías regional de calidad para conectarlo con Córdoba y con el Campus Universitario de Rabanales. Hay, de hecho, muchos ejemplos en Europa donde la recuperación de conexiones ferroviarias perdidas ha cambiado la vida de la ciudadanía para mejor, fijando población al territorio y atrayendo inversión empresarial.
En España todavía se cierran líneas, se gestionan mal los servicios actuales (¿quién va a usar el transporte ferroviario de Granada a Almería si el primer tren del día no sale hasta las 14.58 horas?) y hasta se comete la barbaridad de desmontar los raíles, impidiendo su recuperación futura, como parece que se ha decidido para la antigua vía de tren de Madrid a Valencia por Cuenca.
El tren regional necesita que la ciudadanía descubra su valor y lo reivindique, además de unos alcaldes que defiendan “su tren”, unas asociaciones y empresas que propongan nuevas formas de operarlo eficientes, competitivas con el coche y más atractivas que en el pasado. Y se requieren, claro, unas Administraciones autonómicas y estatales que pongan sus políticas ferroviarias al día para dejar de ignorar las necesidades de las zonas no metropolitanas.
RAINER UPHOFF