Arcadio Martínez había coronado a sus 50 años una vida de éxitos empresariales que en otro momento apenas podría haber catalogado de sueño posible. Ahora también podía sumar a este currículum espectacular la consumación de una relación estable y fructífera.
Conoció a Carmen D. G. en un crucero por las islas griegas. Ambos viajaban solos con la firme aspiración de descansar durante unos días y volver repuestos y con energía a sus responsabilidades laborales. Pero el amor se le cruzó en mitad del crucero. A él le llamó la atención su elegancia, su mirada discreta, sus largos dedos, su indiferencia ante el primer y segundo ataque de aquel seductor seducido. A la tercera, por supuesto, fue la vencida.
Aquello sucedió hace ya dos años. Desde entonces viven como una pareja estable y en armonía. Arcadio Martínez sigue enamorado como el primer día. Arcadio, en realidad, es un hombre sin encantos, un tipo vulgar, metódico en el trabajo, cicatero, sin gracia, pero honesto y leal, virtudes estas dos últimas, que, como sus defectos, heredó de la madre, mujer a la que nunca se le conoció ni un despiste sentimental pero tampoco ningún gesto de cariño hacia el esposo. Vivió dedicada por entero al hijo y el resultado, obviamente, no podía ser otro. Arcadio Martínez, en todo caso, era buena persona, listo para los negocios y degustador de sus éxitos empresariales.
Por esta razón última recibió con recelo la visita de dos encapuchados la noche del 28 de diciembre. Por la fecha pensó que se trataba de una broma de mal gusto, pero pronto se concienció que se trataba solo de mal gusto y que en el hecho citado no cabía broma de ningún tipo.
Un encapuchado se llevó a la mujer amenazada con una pistola. El segundo encapuchado, portando también pistola, dijo a Arcadio Martínez que se trataba de un secuestro y que no vería nunca más a su mujer si no pagaba 160.000 euros por su liberación.
Arcadio Martínez no dudó en descolgar el teléfono. Al otro lado del hilo telefónico, al empleado, tan metódico como su jefe, le sorprendió la orden de sacar una suma tan fuerte y de modo urgente. No dudó en llamar a la policía. En poco menos de una hora, los agentes montaron un dispositivo en las inmediaciones del domicilio en el que también participaron miembros del Grupo de Operaciones Especiales.
El resultado de la operación policial no fue del agrado de Arcadio Martínez. La policía logró detener a los dos encapuchados y a la mujer secuestrada, Carmen D. G., con quien Arcadio Martínez mantuvo dos años de felices relaciones, pero cuyo verdadero nombre era María y cuyo secuestro fue simulado para extorsionar a su pareja. María conocía a los dos encapuchados, con quienes había programado el falso secuestro, y los tres eran acreedores de numerosos antecedentes policiales por estafa y falsedad documental.
Aquella fue la noche más negra que Arcadio Martínez vivió como hombre despechado. No le hubiese importado haber pagado los 160.000 euros, haber sufrido la fatídica experiencia de un verdadero secuestro, a cambio de saber que su relación era tan auténtica como su fortuna.
Recordó los días de crucero, la sugestiva indiferencia de la mujer, las primeras noches de amor con la música del mar como fondo. Todo parecía irreal por perfecto, pero Arcadio Martínez podía comprobar con sus propias manos que se trataba de un sueño tangible. Tardaría dos años todavía en saber que aquel día nació la peor pesadilla de su vida.
Ahora sabe que en el amor como en los negocios siempre hay que estar alerta porque las mejores fortunas atraen a las peores hienas, y que la belleza es el señuelo más eficaz para enganchar a los peces más gordos.
Después de dos años de haber amado a esa mujer le costaba pensar que en realidad fuera otra, que fuera otro su nombre, otro su pasado, otras sus intenciones, que fuera falso todo en aquel rostro tan bello, que detrás de la belleza no hubiera nada, que la propia belleza pudiera dar luz sin un corazón que la alimentara de energía.
Supo que en ocasiones, como en las mejores películas, detrás de cada frase hay un guionista perverso capaz de engañar y de seducir al ser más avispado, que cualquier guionista es capaz de crear una historia en el cine y en la vida, y que todos somos propensos a caer en una emboscada, ya sea real o inventada, porque no siempre alcanzamos a saber, como le ocurrió a Arcadio Martínez, si en nuestra vida cabe un falso secuestro.
Columna publicada originalmente en Montilla Digital el 6 de junio de 2011.
Conoció a Carmen D. G. en un crucero por las islas griegas. Ambos viajaban solos con la firme aspiración de descansar durante unos días y volver repuestos y con energía a sus responsabilidades laborales. Pero el amor se le cruzó en mitad del crucero. A él le llamó la atención su elegancia, su mirada discreta, sus largos dedos, su indiferencia ante el primer y segundo ataque de aquel seductor seducido. A la tercera, por supuesto, fue la vencida.
Aquello sucedió hace ya dos años. Desde entonces viven como una pareja estable y en armonía. Arcadio Martínez sigue enamorado como el primer día. Arcadio, en realidad, es un hombre sin encantos, un tipo vulgar, metódico en el trabajo, cicatero, sin gracia, pero honesto y leal, virtudes estas dos últimas, que, como sus defectos, heredó de la madre, mujer a la que nunca se le conoció ni un despiste sentimental pero tampoco ningún gesto de cariño hacia el esposo. Vivió dedicada por entero al hijo y el resultado, obviamente, no podía ser otro. Arcadio Martínez, en todo caso, era buena persona, listo para los negocios y degustador de sus éxitos empresariales.
Por esta razón última recibió con recelo la visita de dos encapuchados la noche del 28 de diciembre. Por la fecha pensó que se trataba de una broma de mal gusto, pero pronto se concienció que se trataba solo de mal gusto y que en el hecho citado no cabía broma de ningún tipo.
Un encapuchado se llevó a la mujer amenazada con una pistola. El segundo encapuchado, portando también pistola, dijo a Arcadio Martínez que se trataba de un secuestro y que no vería nunca más a su mujer si no pagaba 160.000 euros por su liberación.
Arcadio Martínez no dudó en descolgar el teléfono. Al otro lado del hilo telefónico, al empleado, tan metódico como su jefe, le sorprendió la orden de sacar una suma tan fuerte y de modo urgente. No dudó en llamar a la policía. En poco menos de una hora, los agentes montaron un dispositivo en las inmediaciones del domicilio en el que también participaron miembros del Grupo de Operaciones Especiales.
El resultado de la operación policial no fue del agrado de Arcadio Martínez. La policía logró detener a los dos encapuchados y a la mujer secuestrada, Carmen D. G., con quien Arcadio Martínez mantuvo dos años de felices relaciones, pero cuyo verdadero nombre era María y cuyo secuestro fue simulado para extorsionar a su pareja. María conocía a los dos encapuchados, con quienes había programado el falso secuestro, y los tres eran acreedores de numerosos antecedentes policiales por estafa y falsedad documental.
Aquella fue la noche más negra que Arcadio Martínez vivió como hombre despechado. No le hubiese importado haber pagado los 160.000 euros, haber sufrido la fatídica experiencia de un verdadero secuestro, a cambio de saber que su relación era tan auténtica como su fortuna.
Recordó los días de crucero, la sugestiva indiferencia de la mujer, las primeras noches de amor con la música del mar como fondo. Todo parecía irreal por perfecto, pero Arcadio Martínez podía comprobar con sus propias manos que se trataba de un sueño tangible. Tardaría dos años todavía en saber que aquel día nació la peor pesadilla de su vida.
Ahora sabe que en el amor como en los negocios siempre hay que estar alerta porque las mejores fortunas atraen a las peores hienas, y que la belleza es el señuelo más eficaz para enganchar a los peces más gordos.
Después de dos años de haber amado a esa mujer le costaba pensar que en realidad fuera otra, que fuera otro su nombre, otro su pasado, otras sus intenciones, que fuera falso todo en aquel rostro tan bello, que detrás de la belleza no hubiera nada, que la propia belleza pudiera dar luz sin un corazón que la alimentara de energía.
Supo que en ocasiones, como en las mejores películas, detrás de cada frase hay un guionista perverso capaz de engañar y de seducir al ser más avispado, que cualquier guionista es capaz de crear una historia en el cine y en la vida, y que todos somos propensos a caer en una emboscada, ya sea real o inventada, porque no siempre alcanzamos a saber, como le ocurrió a Arcadio Martínez, si en nuestra vida cabe un falso secuestro.
Columna publicada originalmente en Montilla Digital el 6 de junio de 2011.
ANTONIO LÓPEZ HIDALGO