Nadie como Jesús Quintero, autocalificado como “actor frustrado”, ilustró la enseñanza sofoclea: “que nadie considere feliz a quien todavía tiene que morir”. Puede que el periodismo sea una profesión, quizá incluso un oficio, y no un arte. Sin embargo, personas como él hicieron de la profesión un ejercicio artístico. Hasta su caída, aceptó la pose del demente simpático desde la posición del cuerdo.
Sí. En efecto, Jesús Quintero fue un artista que ejerció de periodista, y no un ‘plumilla’ que hiciera arte. Como todos los artistas, sobrevaloraba la estética –cuando no la pose–, trovaba unos ideales que quizá ni él mismo asumía en su praxis y vivía rumiando su rencor hacia sus críticos. Y, sin embargo, había grandeza en su figura.
Esa grandeza no residía en sus preguntas. Hubo otros periodistas ingeniosos en sus interrogantes que no tuvieron la misma visibilidad. Por muy valorable que sea, su virtud no residió en su cuidadísima escenografía, ni en la exquisitez de sus realizaciones. El arte no da grandeza, pues es producto de la misma.
Tampoco encontraremos este valor en la elección de los entrevistados. Se le ha acusado de escoger a invitados con los que pudiera “lucirse”. Quizá, una afirmación injusta. También de haber llevado a personas con problemas mentales a los platós para usarlos de bufones. Otra afirmación que me parece excesiva.
Si me preguntan, quizá, la grandeza de Jesús Quintero residió en su empeño en hacer algo diferente de lo que hacían sus contemporáneos y, a la sazón, conseguirlo. Hoy, los que quieren hacer algo distinto tienen que retirarse a los márgenes del sistema. Los encontraremos en Spotify, Ivoox, Youtube y, quizá, ni siquiera allí los hallaremos.
Andalucista de izquierdas, creía en la bohemia o, al menos, aceptó su estética. Hizo algo diferente y aguantó hasta que lo consideraron demasiado indisciplinado como para darle un micrófono. No nos engañemos: no hay mejor forma de matar a un artista que quitándole su público. Y es lo que hicieron con él.
Escribió Antonio Machado que todo hombre tiene dos batallas que pelear: en sueños, lucha con Dios y despierto, con el mar. Es curioso que, con su habitual lirismo, Quintero afirmara que un día, frente al mar, se haría todas las preguntas que había hecho a los demás. Y en el mar está ahora, sin boca con la que preguntar.
¿Llegaría a hacer esas preguntas? Imposible saberlo. Reconoció que no sabría responder a muchos de sus interrogantes. Lo único seguro es que, como decía su querido Beni de Cádiz, todos acabamos “en el jardín”. Por suerte, no ocurre así con el arte, que siempre encuentra su sitio en las márgenes de los ríos que dan a la mar. Descanse en paz.
Haereticus dixit
Sí. En efecto, Jesús Quintero fue un artista que ejerció de periodista, y no un ‘plumilla’ que hiciera arte. Como todos los artistas, sobrevaloraba la estética –cuando no la pose–, trovaba unos ideales que quizá ni él mismo asumía en su praxis y vivía rumiando su rencor hacia sus críticos. Y, sin embargo, había grandeza en su figura.
Esa grandeza no residía en sus preguntas. Hubo otros periodistas ingeniosos en sus interrogantes que no tuvieron la misma visibilidad. Por muy valorable que sea, su virtud no residió en su cuidadísima escenografía, ni en la exquisitez de sus realizaciones. El arte no da grandeza, pues es producto de la misma.
Tampoco encontraremos este valor en la elección de los entrevistados. Se le ha acusado de escoger a invitados con los que pudiera “lucirse”. Quizá, una afirmación injusta. También de haber llevado a personas con problemas mentales a los platós para usarlos de bufones. Otra afirmación que me parece excesiva.
Si me preguntan, quizá, la grandeza de Jesús Quintero residió en su empeño en hacer algo diferente de lo que hacían sus contemporáneos y, a la sazón, conseguirlo. Hoy, los que quieren hacer algo distinto tienen que retirarse a los márgenes del sistema. Los encontraremos en Spotify, Ivoox, Youtube y, quizá, ni siquiera allí los hallaremos.
Andalucista de izquierdas, creía en la bohemia o, al menos, aceptó su estética. Hizo algo diferente y aguantó hasta que lo consideraron demasiado indisciplinado como para darle un micrófono. No nos engañemos: no hay mejor forma de matar a un artista que quitándole su público. Y es lo que hicieron con él.
Escribió Antonio Machado que todo hombre tiene dos batallas que pelear: en sueños, lucha con Dios y despierto, con el mar. Es curioso que, con su habitual lirismo, Quintero afirmara que un día, frente al mar, se haría todas las preguntas que había hecho a los demás. Y en el mar está ahora, sin boca con la que preguntar.
¿Llegaría a hacer esas preguntas? Imposible saberlo. Reconoció que no sabría responder a muchos de sus interrogantes. Lo único seguro es que, como decía su querido Beni de Cádiz, todos acabamos “en el jardín”. Por suerte, no ocurre así con el arte, que siempre encuentra su sitio en las márgenes de los ríos que dan a la mar. Descanse en paz.
Haereticus dixit
RAFAEL SOTO