En la semana que celebramos el Día del Medio Ambiente, la carretera de El Cañarete, que une Aguadulce con Almería, se presenta como el mejor ejemplo para entender lo que significa el decrecimiento, la última oportunidad para intentar salvar nuestra sociedad, nuestra especie.
El planeta no está en peligro, porque es capaz de autorregularse, como lleva haciendo millones de años. Los que corremos el riesgo de desaparecer somos nosotros y conservar nuestro planeta, no cambiar las condiciones que conocemos, es la manera más sencilla para sobrevivir más tiempo.
El decrecimiento es una corriente de pensamiento que, en los años setenta, empezó a cuestionar y criticar el crecimiento continuo de nuestra economía en un planeta limitado, augurando el colapso social, económico y ambiental, de no cambiar el estilo de vida imperante, basado en el consumismo de los recursos naturales, en el derroche energético, en la individualidad y en la nula distribución de la riqueza.
Decrecer no significa volver a las cavernas, como muchos se piensan, o perder la calidad de vida de la que disfrutamos. Decrecer significa cambiar de modelo económico para que el Producto Interior Bruto (PIB), la productividad, la competitividad, la urgencia no primen por encima de nuestra salud, la conservación de los ecosistemas y la justicia social. Decrecer significa cambiar a escala local nuestra economía y reformular nuestra escala de valores donde el tener no esté por encima del ser.
Las emergencias climáticas, sanitarias, y económicas, entrelazadas las unas con las otras, que hemos vivido en los últimos años, son el aviso de que el colapso de nuestro modelo está cada vez más cerca, porque la globalidad nos debilita y nos hace dependientes de los caprichos de un fanático expansionista que amenaza con destruirlo todo si no se sale con la suya.
La guerra de Ucrania, con la escalada del precio de los combustibles, y el aumento de la inflación, nos están empujando al decrecimiento forzoso, y nos están demostrando, como ocurrió durante la pandemia, que se puede vivir con menos. La pena es que este decrecimiento no parte del convencimiento, sino de la necesidad, por lo que volveremos a las andadas en cuanto podamos.
El desprendimiento de las rocas de El Cañarete, el anuncio de las obras que se alargarán 28 meses y las reivindicaciones ciudadanas han devuelto a la primera plana la necesidad de reformular la movilidad en nuestra provincia. El cierre de esta carretera está volviendo a provocar las retenciones en la autovía con los consiguientes perjuicios de tiempo, de estrés y económicos para todos.
La propuesta para solucionar de una forma definitiva el problema la apuntan inteligentemente los vecinos afectados, y no es otra que apostar por el transporte público frente al vehículo individual. Y van más allá, porque apuestan por el tren de cercanías frente a la construcción del tercer carril de la autovía.
Esa alternativa es apostar por el decrecimiento, porque aumentar la capacidad de nuestras carreteras es invitarnos a seguir consumiendo coches, a vendernos la importancia de la individualidad, a presumir de estatus por el modelo que conduzcas.
El coche individual es la peor inversión que podemos hacer a nivel personal y colectivo. Nada más sacarlo del concesionario ya hemos perdido parte de nuestro capital, y seguirá bajando a medida que pasen los años. Si le sumamos los gastos de mantenimiento, el seguro y nuestra preocupación para que duerma bajo techo, se convierte en un pozo sin fondo, sin contar con los quebraderos de cabeza y el estrés que nos provoca cuando nos movemos por las ciudades e intentamos encontrar aparcamiento.
Si lo valoramos a nivel social, los coches son uno de los grandes causantes de nuestros problemas, por la creciente necesidad de recursos materiales, porque provocan el aumento del cambio climático, por la continua quema de combustibles fósiles y por la generación de residuos como los aceites y neumáticos que no sabemos qué hacer con ellos.
La solución no es cambiar al coche eléctrico: la solución es ir eliminando los coches individuales de nuestras vidas y, para eso, tenemos que crear alternativas para movernos de forma efectiva y sostenible por nuestras ciudades, por la comarca.
Apostar por el transporte urbano, por el tren de cercanías en el poniente de Almería, es apostar por unas ciudades más amables, donde el peatón recupere las calles, donde el espacio que ocupan nuestros coches lo aprovechemos para parques y jardines, para el uso de la bicicleta, para que nuestros niños vuelvan a jugar como nosotros lo hicimos, sin miedo a ser atropellados.
El planeta no está en peligro, porque es capaz de autorregularse, como lleva haciendo millones de años. Los que corremos el riesgo de desaparecer somos nosotros y conservar nuestro planeta, no cambiar las condiciones que conocemos, es la manera más sencilla para sobrevivir más tiempo.
El decrecimiento es una corriente de pensamiento que, en los años setenta, empezó a cuestionar y criticar el crecimiento continuo de nuestra economía en un planeta limitado, augurando el colapso social, económico y ambiental, de no cambiar el estilo de vida imperante, basado en el consumismo de los recursos naturales, en el derroche energético, en la individualidad y en la nula distribución de la riqueza.
Decrecer no significa volver a las cavernas, como muchos se piensan, o perder la calidad de vida de la que disfrutamos. Decrecer significa cambiar de modelo económico para que el Producto Interior Bruto (PIB), la productividad, la competitividad, la urgencia no primen por encima de nuestra salud, la conservación de los ecosistemas y la justicia social. Decrecer significa cambiar a escala local nuestra economía y reformular nuestra escala de valores donde el tener no esté por encima del ser.
Las emergencias climáticas, sanitarias, y económicas, entrelazadas las unas con las otras, que hemos vivido en los últimos años, son el aviso de que el colapso de nuestro modelo está cada vez más cerca, porque la globalidad nos debilita y nos hace dependientes de los caprichos de un fanático expansionista que amenaza con destruirlo todo si no se sale con la suya.
La guerra de Ucrania, con la escalada del precio de los combustibles, y el aumento de la inflación, nos están empujando al decrecimiento forzoso, y nos están demostrando, como ocurrió durante la pandemia, que se puede vivir con menos. La pena es que este decrecimiento no parte del convencimiento, sino de la necesidad, por lo que volveremos a las andadas en cuanto podamos.
El desprendimiento de las rocas de El Cañarete, el anuncio de las obras que se alargarán 28 meses y las reivindicaciones ciudadanas han devuelto a la primera plana la necesidad de reformular la movilidad en nuestra provincia. El cierre de esta carretera está volviendo a provocar las retenciones en la autovía con los consiguientes perjuicios de tiempo, de estrés y económicos para todos.
La propuesta para solucionar de una forma definitiva el problema la apuntan inteligentemente los vecinos afectados, y no es otra que apostar por el transporte público frente al vehículo individual. Y van más allá, porque apuestan por el tren de cercanías frente a la construcción del tercer carril de la autovía.
Esa alternativa es apostar por el decrecimiento, porque aumentar la capacidad de nuestras carreteras es invitarnos a seguir consumiendo coches, a vendernos la importancia de la individualidad, a presumir de estatus por el modelo que conduzcas.
El coche individual es la peor inversión que podemos hacer a nivel personal y colectivo. Nada más sacarlo del concesionario ya hemos perdido parte de nuestro capital, y seguirá bajando a medida que pasen los años. Si le sumamos los gastos de mantenimiento, el seguro y nuestra preocupación para que duerma bajo techo, se convierte en un pozo sin fondo, sin contar con los quebraderos de cabeza y el estrés que nos provoca cuando nos movemos por las ciudades e intentamos encontrar aparcamiento.
Si lo valoramos a nivel social, los coches son uno de los grandes causantes de nuestros problemas, por la creciente necesidad de recursos materiales, porque provocan el aumento del cambio climático, por la continua quema de combustibles fósiles y por la generación de residuos como los aceites y neumáticos que no sabemos qué hacer con ellos.
La solución no es cambiar al coche eléctrico: la solución es ir eliminando los coches individuales de nuestras vidas y, para eso, tenemos que crear alternativas para movernos de forma efectiva y sostenible por nuestras ciudades, por la comarca.
Apostar por el transporte urbano, por el tren de cercanías en el poniente de Almería, es apostar por unas ciudades más amables, donde el peatón recupere las calles, donde el espacio que ocupan nuestros coches lo aprovechemos para parques y jardines, para el uso de la bicicleta, para que nuestros niños vuelvan a jugar como nosotros lo hicimos, sin miedo a ser atropellados.
MOI PALMERO
FOTOGRAFÍA: MOI PALMERO
FOTOGRAFÍA: MOI PALMERO