Cada 2 de febrero se celebra el Día Mundial de los Humedales para conmemorar la firma del Convenio Ramsar que se llevó a cabo ese mismo día de 1971. Este año, el lema escogido es “valorar, gestionar, restaurar, amar”. Cuatro verbos para invitarnos a pasar a la acción, para recordarnos que el tiempo sigue corriendo en su contra, que parece que nada hayamos aprendido en los últimos siglos.
Los humedales son los ecosistemas con mayor biodiversidad del planeta y, sin embargo, se estima que, en los últimos dos siglos, el 80 por ciento de los humedales ibéricos ha desaparecido por considerarse foco de infección y plagas, así como por la presión agrícola y urbanística. Formas de actuar que podríamos pensar son de otra época pero que, dándonos una vuelta por los humedales de Almería, nos damos cuenta de que es la dura realidad a la que nos enfrentamos en la actualidad.
Un paseo por los nada protegidos –solo incluidos en el testimonial Inventario de Humedales Andaluces (que es un primer paso, un gran logro)– Salar de los Canos de Vera, la Ribera de la Algaida de Roquetas de Mar, la Cañada de las Norias en El Ejido, o la Rambla Morales de Cabo de Gata, nos mostraría el estado de abandono, desolación y vergüenza en el que anidan o frecuentan especies en peligro de extinción como la malvasía, la cerceta pardilla o la garcilla cangrejera, en las que nos gastamos algunos millones de euros procedentes de fondos europeos para protegerlas, mientras en los despachos se planean modernas urbanizaciones que bautizaremos con el nombre de esas aves y espacios emblemáticos que queremos destruir.
Pero los hiperprotegidos sobre el papel, como las Albuferas de Adra, los humedales de Punta Entinas Sabinar, o las Salinas de Cabo de Gata no se encuentran en mejores condiciones. Es cierto que las numerosas y merecidísimas medallas que lucen impiden determinados planteamientos sobre ellos, pero la falta de interés por hacer cumplir las leyes, la carencia de unos planes de gestión adecuados, la confusión de competencias, la propiedad privada de gran parte de los terrenos, la falta de depuración de las aguas, la eutrofización por vertidos agrícolas, la sobreexplotación de los acuíferos o la falta de una vigilancia continua, los convierten también en territorios abandonados a su suerte. Si ya es triste no tener protegidos todos los humedales en la provincia, es más triste y humillante que no se haga cumplir la normativa que garantiza su conservación.
Luego hay otros muchos humedales que no aparecen en ninguna lista, que son invisibles a la normativa ambiental, pero que albergan una biodiversidad nada envidiable y son fundamentales para la supervivencia de muchas especies de fauna y flora. Pienso en los charcones de Sotomontes, los de la cañada de Onáyar y la de Ugijar, todos en El Ejido; o esos encharcamientos temporales que permiten el sustento de las aves migratorias que nos visitan cada año desde tiempos inmemoriales.
Es cierto que la conciencia ambiental ha cambiado mucho, que la ciudadanía empieza a valorar estos ecosistemas, que incluso algunos ayuntamientos ya no viven de espaldas a ellos y los ven como nuevas oportunidades para el turismo, para la educación, para recordar con orgullo la historia del municipio. Pero queda mucho por hacer desde la ciencia, la gestión, la política, la divulgación, la concienciación para hacernos entender que los humedales son mucho más de lo que se ve en superficie, que hay una serie de servicios ecosistémicos por los que deberíamos garantizar su conservación.
Si tuviésemos que cuantificar con un precio lo que hacen por nosotros sería inasumible para nuestra economía porque, entre otras cosas, nos ayudan a controlar las inundaciones, a recargar los acuíferos, a regular la temperatura, a estabilizar las costas y protegernos contra las tormentas, a retener y exportar sedimentos y nutrientes, a depurar las aguas y a mitigar las consecuencias del Cambio Climático.
Son reservas de biodiversidad, generan una gran cantidad productos y nos ayudan a recordar valores culturales y etnográficos, además de ser unos espacios idóneos para el turismo, para el disfrute personal y para la mejora de nuestra salud.
Tenemos que hacer una apuesta de futuro por ellos y, para ello, se requiere de un esfuerzo colectivo entre la ciencia, la planificación y protección del territorio y la concienciación ciudadana. Compatibilizar la conservación de los valores naturales de los humedales con el uso y aprovechamiento económico y sostenible de los mismos es uno de los grandes retos de los próximos años. ¿Estaremos a la altura? Mirando a Doñana, a las Tablas de Daimiel o al Mar Menor, me temo que no. Pero habrá que ser positivos.
Los humedales son los ecosistemas con mayor biodiversidad del planeta y, sin embargo, se estima que, en los últimos dos siglos, el 80 por ciento de los humedales ibéricos ha desaparecido por considerarse foco de infección y plagas, así como por la presión agrícola y urbanística. Formas de actuar que podríamos pensar son de otra época pero que, dándonos una vuelta por los humedales de Almería, nos damos cuenta de que es la dura realidad a la que nos enfrentamos en la actualidad.
Un paseo por los nada protegidos –solo incluidos en el testimonial Inventario de Humedales Andaluces (que es un primer paso, un gran logro)– Salar de los Canos de Vera, la Ribera de la Algaida de Roquetas de Mar, la Cañada de las Norias en El Ejido, o la Rambla Morales de Cabo de Gata, nos mostraría el estado de abandono, desolación y vergüenza en el que anidan o frecuentan especies en peligro de extinción como la malvasía, la cerceta pardilla o la garcilla cangrejera, en las que nos gastamos algunos millones de euros procedentes de fondos europeos para protegerlas, mientras en los despachos se planean modernas urbanizaciones que bautizaremos con el nombre de esas aves y espacios emblemáticos que queremos destruir.
Pero los hiperprotegidos sobre el papel, como las Albuferas de Adra, los humedales de Punta Entinas Sabinar, o las Salinas de Cabo de Gata no se encuentran en mejores condiciones. Es cierto que las numerosas y merecidísimas medallas que lucen impiden determinados planteamientos sobre ellos, pero la falta de interés por hacer cumplir las leyes, la carencia de unos planes de gestión adecuados, la confusión de competencias, la propiedad privada de gran parte de los terrenos, la falta de depuración de las aguas, la eutrofización por vertidos agrícolas, la sobreexplotación de los acuíferos o la falta de una vigilancia continua, los convierten también en territorios abandonados a su suerte. Si ya es triste no tener protegidos todos los humedales en la provincia, es más triste y humillante que no se haga cumplir la normativa que garantiza su conservación.
Luego hay otros muchos humedales que no aparecen en ninguna lista, que son invisibles a la normativa ambiental, pero que albergan una biodiversidad nada envidiable y son fundamentales para la supervivencia de muchas especies de fauna y flora. Pienso en los charcones de Sotomontes, los de la cañada de Onáyar y la de Ugijar, todos en El Ejido; o esos encharcamientos temporales que permiten el sustento de las aves migratorias que nos visitan cada año desde tiempos inmemoriales.
Es cierto que la conciencia ambiental ha cambiado mucho, que la ciudadanía empieza a valorar estos ecosistemas, que incluso algunos ayuntamientos ya no viven de espaldas a ellos y los ven como nuevas oportunidades para el turismo, para la educación, para recordar con orgullo la historia del municipio. Pero queda mucho por hacer desde la ciencia, la gestión, la política, la divulgación, la concienciación para hacernos entender que los humedales son mucho más de lo que se ve en superficie, que hay una serie de servicios ecosistémicos por los que deberíamos garantizar su conservación.
Si tuviésemos que cuantificar con un precio lo que hacen por nosotros sería inasumible para nuestra economía porque, entre otras cosas, nos ayudan a controlar las inundaciones, a recargar los acuíferos, a regular la temperatura, a estabilizar las costas y protegernos contra las tormentas, a retener y exportar sedimentos y nutrientes, a depurar las aguas y a mitigar las consecuencias del Cambio Climático.
Son reservas de biodiversidad, generan una gran cantidad productos y nos ayudan a recordar valores culturales y etnográficos, además de ser unos espacios idóneos para el turismo, para el disfrute personal y para la mejora de nuestra salud.
Tenemos que hacer una apuesta de futuro por ellos y, para ello, se requiere de un esfuerzo colectivo entre la ciencia, la planificación y protección del territorio y la concienciación ciudadana. Compatibilizar la conservación de los valores naturales de los humedales con el uso y aprovechamiento económico y sostenible de los mismos es uno de los grandes retos de los próximos años. ¿Estaremos a la altura? Mirando a Doñana, a las Tablas de Daimiel o al Mar Menor, me temo que no. Pero habrá que ser positivos.
MOI PALMERO
FOTOGRAFÍA: MOI PALMERO
FOTOGRAFÍA: MOI PALMERO