Recientemente he tenido el placer de presentar el último libro de Francisco Delgado en la Biblioteca Viva de al-Ándalus en la ciudad de Córdoba. Su título es bien significativo: De la instrucción pública a la digitalización de la enseñanza. España (1820-2020). Nada menos que un recorrido de doscientos años en el estudio de la escuela pública, sin embargo, como el propio autor indica en la portada del libro, puede entenderse “a modo de manual”, ya que las más de noventa entradas del índice nos ayudan a leerlo de modo seguido o a penetrar en aquello que especialmente nos interesa en un momento determinado.
Brevemente, indicaré que Francisco Delgado es maestro industrial en Artes Gráficas, diplomado en Psicología Industrial y en Salud Laboral. Fue diputado en 1977, senador en 1979 y concejal del Ayuntamiento de Albacete, su ciudad natal. Ha sido presidente de Europa Laica durante una década y de la Confederación Española de Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos (CEAPA). Entre sus libros dedicados a la enseñanza, destacaría La escuela pública amenazada, Hacia la escuela laica y La cruz en las aulas.
—Me gustaría, Paco, que iniciáramos esta incursión por la escuela pública de modo que, brevemente, nos informaras de cuáles fueron sus inicios en nuestro país.
—Intentaré sintetizar indicando que, a lo largo de los siglos XVIII y XIX, diversos Estados europeos establecieron sistemas educativos como consecuencia de la modernidad y de la lucha promovida por intelectuales de la Ilustración y acelerados por la Revolución Francesa de 1789. Esta corriente de transformación social incorporó principios democratizadores en los asuntos públicos, aprobó propuestas a favor de una nueva ciudadanía y puso en marcha, muy lentamente, actuaciones innovadoras en la convivencia social y en la gestión de los servicios esenciales.
De este modo, la Instrucción Pública pasó a convertirse, en teoría, en un derecho de la ciudadanía y un deber de los Estados, que comenzarían a definir y a proyectar escuelas de Enseñanza Primaria, inicialmente, bajo la responsabilidad de los municipios. En el caso de España, los primeros movimientos ilustrados se inician con el reinado de Carlos III y, sobre todo, a raíz de la promulgación de la Constitución de 1812. Todo ello con excesiva lentitud, al menos hasta la aprobación de Ley de Instrucción Pública de 1857, salvo los fallidos intentos del denominado Trienio Constitucional (1820-23).
—Se suele hablar con cierta admiración de la Constitución de 1812. ¿Puedes ampliar la información referida a este período de nuestra historia?
—La Constitución de 1812, en su Título IX titulado "De la Instrucción Pública", inaugura una etapa de un mandato constitucional para la implicación de los poderes públicos en la enseñanza en general. Así, en el artículo 366 se establece por primera vez de modo imperativo que “en todos los pueblos de la Monarquía se establecerán escuelas de primeras letras, en las que se enseñará a los niños a leer, escribir y contar, y el catecismo de la religión católica”.
Más adelante se indica que “habrá una Dirección General de Estudios, compuesta de personas de conocida instrucción, a cuyo cargo estará, bajo la autoridad del Gobierno, la inspección de la enseñanza pública”. Sin embargo, estos principios y objetivos, por distintos avatares políticos, se difuminan con cierta frecuencia a lo largo de los siglos XIX y XX.
Por otro lado, la enorme influencia que la Iglesia católica ha ejercido, salvo en períodos muy reducidos, determinará el devenir de un sistema educativo que no solo se muestra como confesional hasta hoy, sino que marcaría el currículo y decidiría sobre los contenidos, influyendo en la segregación por sexos y apoyando la educación diferenciada para las mujeres, centrada “en las tareas del hogar” y en educarlas para ser “buenas madres y esposas”, bajo la falacia de “libertad de enseñanza”.
—Demos un gran salto temporal hacia adelante para situarnos en el período de la Segunda República. ¿Cuáles fueron sus aspectos más destacados?
Te indicaría que, para el primer Gobierno de la Segunda República, fueron los proyectos educativos propuestos por la Institución Libre de Enseñanza, la Escuela Moderna y tantos otros de importancia vital para una depauperada enseñanza española, ya que el analfabetismo se situaba en el 32 por ciento de la población. Se pretendía alcanzar un “Estado educador", ambicioso proyecto que una gran parte de los maestros y maestras y de la intelectualidad acogió con enorme entusiasmo.
En esta línea, una de las primeras decisiones tomadas fue la elaboración de un ambicioso plan quinquenal de construcción de escuelas, de hasta 27.000 centros escolares. A pesar de ello, las penurias presupuestarias impidieron alcanzar ese objetivo, pero se hizo un verdadero esfuerzo para que existieran escuelas en todos los rincones del país. Así, en diciembre de 1932 ya se habían creado 9.620 escuelas mixtas, que se dotaron de material escolar, en paralelo a una voluminosa creación de plazas de las maestras y maestros correspondientes.
En el ámbito educativo, se promovió una revolución pedagógica, ya que se buscaba que la escuela tuviera una clara conexión con la sociedad, por lo que era necesario el concurso de los padres, creándose las bases para una verdadera Comunidad Educativa. Así mismo, por vez primera en la historia de España, se implantó un modelo mixto para la coeducación, anulando la tradicional segregación de las mujeres en el ámbito de la enseñanza. Además, se aprobó la enseñanza laica, sacando la religión de los centros escolares, al tiempo que un Decreto del Gobierno reconoce a los padres el derecho a intervenir en la vida escolar a través de los Consejos de protección oficial.
—En tu libro hablas de la relevancia de las llamadas Misiones Pedagógicas durante la Segunda República. Explícanos en qué consistieron.
—Las Misiones Pedagógicas fue uno de los proyectos que más huella han dejado la Segunda República, ya que ponía en práctica la idea de la Institución Libre de Enseñanza de lo que se conocía como la “extensión universitaria”. Es decir, se pretendía acercar la cultura, especialmente, al mundo rural, con exposiciones, sesiones cinematográficas, guiñoles, representaciones teatrales, recitales y apoyo a los maestros rurales. Por entonces, era fundamental y urgente la educación y alfabetización de los adultos, por lo que a través de estas Misiones se fomentaría la cultura general para la ciudadanía de todas las edades.
—¿Crees que, tal como has apuntado, el hecho de que se planteara una escuela pública de tipo laico fuera motivo para que los sectores conservadores decidieran respaldar la sublevación franquista?
—Sin duda, fue una de las causas. Hemos de tener en cuenta que el Vaticano y la inmensa mayoría de los obispos españoles atacaron con saña el advenimiento de la Segunda República, incluso, antes de su instauración en abril de 1931. Apoyaron la sublevación de Franco en 1936 e instauraron la enseñanza nacional-católica durante la larga dictadura.
—Tras la derrota de la Segunda República se inicia el largo período de la dictadura franquista, que bien tratas en tu libro. ¿Qué rasgos básicos destacarías de la escuela pública en el franquismo?
—Sería una escuela nacional-católica; ideologizada a través de la denominada “formación del espíritu nacional”; centralizada; con la segregación por sexos y clases sociales. Hubo una enorme falta de inversión y gasto, lo que generó un enorme analfabetismo. Quizá fuera la formación profesional el punto más fuerte de ese largo periodo. En los años finales de la dictadura, la Ley General de Educación, de 1970, trató de cambiar esa dinámica al denunciar las grandes carencias del sistema educativo de aquella época.
—Dado que defiendes el Estado laico como forma de ampliación y profundización en la democracia, ¿tuvo sentido, en 1979, la renovación del Concordato con el Vaticano de 1953 en los años en los que se reiniciaba la democracia en nuestro país?
—Evidentemente, no tenía sentido. Pero hemos de reconocer que se estaba negociando, o maquinando, mientras se elaboraba la Constitución. De ahí que, más de cuarenta años después, con gobiernos de todo “pelaje y color”, se sigan generando enormes problemas en nuestra democracia formal por los sustanciosos privilegios jurídicos, sociales, económicos, patrimoniales, fiscales, hacia la Iglesia católica.
Ahora nos encontramos con una educación totalmente trufada de ideología católica, al mantener a unos veinte mil “delegados diocesanos” (profesorado de Religión) en los centros de titularidad pública, que tienen más privilegios y estabilidad que, por ejemplo, el profesorado interino. Es más, y al margen del Concordato, el Estado subvenciona cien por cien centros educativos de ideario católico, vía conciertos, ayudando a la creación de universidades católicas y a la proliferación de centros de formación profesional en manos de grupos católicos integristas como los kikos.
—Una pregunta que está en mente de todos es la referida a los numerosos cambios legislativos en el campo de la enseñanza no universitaria.
—En líneas generales, apuntaría a que el poder político no tiene claro qué modelo de sistema educativo quiere. Lo mejor de lo conseguido hasta ahora ha sido la universalización, la descentralización y la coeducación. Pero, desde 1979 hasta hoy, han existido demasiados ministros y ministras, demasiadas reformas y muy poca armonización en el conjunto del Estado.
La democratización real del sistema no se ha producido; no hemos llegado a la inversión y gastos deseado (6 por ciento del PIB para la educación no universitaria); la formación del profesorado no se ha tomado en serio; no ha habido acuerdos políticos en temas clave e importantes; la enseñanza está muy ideologizada de forma partidaria y sigue teniendo un fuerte componente confesional.
—Llegamos al último trayecto legislativo en la enseñanza. ¿Qué aporta la LOMLOE, que todavía se está debatiendo, con respecto a la ley anterior?
—Muy poco nuevo. Viene a derogar algunos aspectos de la LOMCE del PP y se aproxima a la LOE de 2006 del PSOE, en clave siglo XXI. Contiene, como algunas leyes anteriores, muchas buenas intenciones teóricas; pero, en la práctica, sigue siendo confesional y con un alto componente privatizador. No hay compromisos de elevar adecuadamente el gasto e inversión que sería necesario. En un sistema ya muy poco armonizado (no digo "homogéneo", sino "armonizado"), a nivel de Estado, incluso concede más competencias a las Comunidades Autónomas, algunas en manos de sectores muy conservadores, lo que comporta serios riesgos. En suma, una reforma más “sin pies ni cabeza”, y con muy pocas novedades en clave del actual siglo XXI digital.
—Enlazando con lo último que indicas, ¿cuáles son los retos de la escuela española en la era digital? Por otro lado, ¿llegaremos a ver una escuela pública laica?
—Comienzo por la segunda pregunta. A corto plazo no veremos una escuela pública, única, democrática y laica. Los conciertos seguirán, al igual que el incremento de la privatización del sistema educativo, en su conjunto. Aumentarán con la consiguiente segregación por clases sociales, territorialidad e ideología aumentará, con las actuales políticas que se aplican.
Con respecto a la primera pregunta, quisiera indicar que en la era digital y de la inteligencia artificial, los sistemas educativos tienen muchos retos, y no solo en España. Estamos ante una nueva concepción del mundo en el ámbito del trabajo, de las relaciones laborales y sociales, en las comunicaciones y en la economía global. La era digital tiene mucho que aportar a la educación. Puede ser una buena senda de mayor calidad, universalización del conocimiento y menos segregación; o, en sentido contrario, transitar por los caminos equivocados del control de las personas y de su manipulación. Ahí los gobiernos de turno, el mundo de la pedagogía, la investigación, la sociología y las humanidades tienen mucho que aportar. Y en ese complejo ámbito estamos.
—Para cerrar, quisiera darte las gracias por esta entrevista, que, a fin de cuentas, orienta el contenido de tu libro a sus potenciales lectores. Por otro lado, me imagino que habrá algunos que estén interesados en adquirir tu libro. ¿Cómo pueden hacerlo?
—El libro se encuentra en las distintas librerías del país. No obstante, si alguien tuviera problemas puede solicitarlo por internet a www.popularlibros.com.
Brevemente, indicaré que Francisco Delgado es maestro industrial en Artes Gráficas, diplomado en Psicología Industrial y en Salud Laboral. Fue diputado en 1977, senador en 1979 y concejal del Ayuntamiento de Albacete, su ciudad natal. Ha sido presidente de Europa Laica durante una década y de la Confederación Española de Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos (CEAPA). Entre sus libros dedicados a la enseñanza, destacaría La escuela pública amenazada, Hacia la escuela laica y La cruz en las aulas.
—Me gustaría, Paco, que iniciáramos esta incursión por la escuela pública de modo que, brevemente, nos informaras de cuáles fueron sus inicios en nuestro país.
—Intentaré sintetizar indicando que, a lo largo de los siglos XVIII y XIX, diversos Estados europeos establecieron sistemas educativos como consecuencia de la modernidad y de la lucha promovida por intelectuales de la Ilustración y acelerados por la Revolución Francesa de 1789. Esta corriente de transformación social incorporó principios democratizadores en los asuntos públicos, aprobó propuestas a favor de una nueva ciudadanía y puso en marcha, muy lentamente, actuaciones innovadoras en la convivencia social y en la gestión de los servicios esenciales.
De este modo, la Instrucción Pública pasó a convertirse, en teoría, en un derecho de la ciudadanía y un deber de los Estados, que comenzarían a definir y a proyectar escuelas de Enseñanza Primaria, inicialmente, bajo la responsabilidad de los municipios. En el caso de España, los primeros movimientos ilustrados se inician con el reinado de Carlos III y, sobre todo, a raíz de la promulgación de la Constitución de 1812. Todo ello con excesiva lentitud, al menos hasta la aprobación de Ley de Instrucción Pública de 1857, salvo los fallidos intentos del denominado Trienio Constitucional (1820-23).
—Se suele hablar con cierta admiración de la Constitución de 1812. ¿Puedes ampliar la información referida a este período de nuestra historia?
—La Constitución de 1812, en su Título IX titulado "De la Instrucción Pública", inaugura una etapa de un mandato constitucional para la implicación de los poderes públicos en la enseñanza en general. Así, en el artículo 366 se establece por primera vez de modo imperativo que “en todos los pueblos de la Monarquía se establecerán escuelas de primeras letras, en las que se enseñará a los niños a leer, escribir y contar, y el catecismo de la religión católica”.
Más adelante se indica que “habrá una Dirección General de Estudios, compuesta de personas de conocida instrucción, a cuyo cargo estará, bajo la autoridad del Gobierno, la inspección de la enseñanza pública”. Sin embargo, estos principios y objetivos, por distintos avatares políticos, se difuminan con cierta frecuencia a lo largo de los siglos XIX y XX.
Por otro lado, la enorme influencia que la Iglesia católica ha ejercido, salvo en períodos muy reducidos, determinará el devenir de un sistema educativo que no solo se muestra como confesional hasta hoy, sino que marcaría el currículo y decidiría sobre los contenidos, influyendo en la segregación por sexos y apoyando la educación diferenciada para las mujeres, centrada “en las tareas del hogar” y en educarlas para ser “buenas madres y esposas”, bajo la falacia de “libertad de enseñanza”.
—Demos un gran salto temporal hacia adelante para situarnos en el período de la Segunda República. ¿Cuáles fueron sus aspectos más destacados?
Te indicaría que, para el primer Gobierno de la Segunda República, fueron los proyectos educativos propuestos por la Institución Libre de Enseñanza, la Escuela Moderna y tantos otros de importancia vital para una depauperada enseñanza española, ya que el analfabetismo se situaba en el 32 por ciento de la población. Se pretendía alcanzar un “Estado educador", ambicioso proyecto que una gran parte de los maestros y maestras y de la intelectualidad acogió con enorme entusiasmo.
En esta línea, una de las primeras decisiones tomadas fue la elaboración de un ambicioso plan quinquenal de construcción de escuelas, de hasta 27.000 centros escolares. A pesar de ello, las penurias presupuestarias impidieron alcanzar ese objetivo, pero se hizo un verdadero esfuerzo para que existieran escuelas en todos los rincones del país. Así, en diciembre de 1932 ya se habían creado 9.620 escuelas mixtas, que se dotaron de material escolar, en paralelo a una voluminosa creación de plazas de las maestras y maestros correspondientes.
En el ámbito educativo, se promovió una revolución pedagógica, ya que se buscaba que la escuela tuviera una clara conexión con la sociedad, por lo que era necesario el concurso de los padres, creándose las bases para una verdadera Comunidad Educativa. Así mismo, por vez primera en la historia de España, se implantó un modelo mixto para la coeducación, anulando la tradicional segregación de las mujeres en el ámbito de la enseñanza. Además, se aprobó la enseñanza laica, sacando la religión de los centros escolares, al tiempo que un Decreto del Gobierno reconoce a los padres el derecho a intervenir en la vida escolar a través de los Consejos de protección oficial.
—En tu libro hablas de la relevancia de las llamadas Misiones Pedagógicas durante la Segunda República. Explícanos en qué consistieron.
—Las Misiones Pedagógicas fue uno de los proyectos que más huella han dejado la Segunda República, ya que ponía en práctica la idea de la Institución Libre de Enseñanza de lo que se conocía como la “extensión universitaria”. Es decir, se pretendía acercar la cultura, especialmente, al mundo rural, con exposiciones, sesiones cinematográficas, guiñoles, representaciones teatrales, recitales y apoyo a los maestros rurales. Por entonces, era fundamental y urgente la educación y alfabetización de los adultos, por lo que a través de estas Misiones se fomentaría la cultura general para la ciudadanía de todas las edades.
—¿Crees que, tal como has apuntado, el hecho de que se planteara una escuela pública de tipo laico fuera motivo para que los sectores conservadores decidieran respaldar la sublevación franquista?
—Sin duda, fue una de las causas. Hemos de tener en cuenta que el Vaticano y la inmensa mayoría de los obispos españoles atacaron con saña el advenimiento de la Segunda República, incluso, antes de su instauración en abril de 1931. Apoyaron la sublevación de Franco en 1936 e instauraron la enseñanza nacional-católica durante la larga dictadura.
—Tras la derrota de la Segunda República se inicia el largo período de la dictadura franquista, que bien tratas en tu libro. ¿Qué rasgos básicos destacarías de la escuela pública en el franquismo?
—Sería una escuela nacional-católica; ideologizada a través de la denominada “formación del espíritu nacional”; centralizada; con la segregación por sexos y clases sociales. Hubo una enorme falta de inversión y gasto, lo que generó un enorme analfabetismo. Quizá fuera la formación profesional el punto más fuerte de ese largo periodo. En los años finales de la dictadura, la Ley General de Educación, de 1970, trató de cambiar esa dinámica al denunciar las grandes carencias del sistema educativo de aquella época.
—Dado que defiendes el Estado laico como forma de ampliación y profundización en la democracia, ¿tuvo sentido, en 1979, la renovación del Concordato con el Vaticano de 1953 en los años en los que se reiniciaba la democracia en nuestro país?
—Evidentemente, no tenía sentido. Pero hemos de reconocer que se estaba negociando, o maquinando, mientras se elaboraba la Constitución. De ahí que, más de cuarenta años después, con gobiernos de todo “pelaje y color”, se sigan generando enormes problemas en nuestra democracia formal por los sustanciosos privilegios jurídicos, sociales, económicos, patrimoniales, fiscales, hacia la Iglesia católica.
Ahora nos encontramos con una educación totalmente trufada de ideología católica, al mantener a unos veinte mil “delegados diocesanos” (profesorado de Religión) en los centros de titularidad pública, que tienen más privilegios y estabilidad que, por ejemplo, el profesorado interino. Es más, y al margen del Concordato, el Estado subvenciona cien por cien centros educativos de ideario católico, vía conciertos, ayudando a la creación de universidades católicas y a la proliferación de centros de formación profesional en manos de grupos católicos integristas como los kikos.
—Una pregunta que está en mente de todos es la referida a los numerosos cambios legislativos en el campo de la enseñanza no universitaria.
—En líneas generales, apuntaría a que el poder político no tiene claro qué modelo de sistema educativo quiere. Lo mejor de lo conseguido hasta ahora ha sido la universalización, la descentralización y la coeducación. Pero, desde 1979 hasta hoy, han existido demasiados ministros y ministras, demasiadas reformas y muy poca armonización en el conjunto del Estado.
La democratización real del sistema no se ha producido; no hemos llegado a la inversión y gastos deseado (6 por ciento del PIB para la educación no universitaria); la formación del profesorado no se ha tomado en serio; no ha habido acuerdos políticos en temas clave e importantes; la enseñanza está muy ideologizada de forma partidaria y sigue teniendo un fuerte componente confesional.
—Llegamos al último trayecto legislativo en la enseñanza. ¿Qué aporta la LOMLOE, que todavía se está debatiendo, con respecto a la ley anterior?
—Muy poco nuevo. Viene a derogar algunos aspectos de la LOMCE del PP y se aproxima a la LOE de 2006 del PSOE, en clave siglo XXI. Contiene, como algunas leyes anteriores, muchas buenas intenciones teóricas; pero, en la práctica, sigue siendo confesional y con un alto componente privatizador. No hay compromisos de elevar adecuadamente el gasto e inversión que sería necesario. En un sistema ya muy poco armonizado (no digo "homogéneo", sino "armonizado"), a nivel de Estado, incluso concede más competencias a las Comunidades Autónomas, algunas en manos de sectores muy conservadores, lo que comporta serios riesgos. En suma, una reforma más “sin pies ni cabeza”, y con muy pocas novedades en clave del actual siglo XXI digital.
—Enlazando con lo último que indicas, ¿cuáles son los retos de la escuela española en la era digital? Por otro lado, ¿llegaremos a ver una escuela pública laica?
—Comienzo por la segunda pregunta. A corto plazo no veremos una escuela pública, única, democrática y laica. Los conciertos seguirán, al igual que el incremento de la privatización del sistema educativo, en su conjunto. Aumentarán con la consiguiente segregación por clases sociales, territorialidad e ideología aumentará, con las actuales políticas que se aplican.
Con respecto a la primera pregunta, quisiera indicar que en la era digital y de la inteligencia artificial, los sistemas educativos tienen muchos retos, y no solo en España. Estamos ante una nueva concepción del mundo en el ámbito del trabajo, de las relaciones laborales y sociales, en las comunicaciones y en la economía global. La era digital tiene mucho que aportar a la educación. Puede ser una buena senda de mayor calidad, universalización del conocimiento y menos segregación; o, en sentido contrario, transitar por los caminos equivocados del control de las personas y de su manipulación. Ahí los gobiernos de turno, el mundo de la pedagogía, la investigación, la sociología y las humanidades tienen mucho que aportar. Y en ese complejo ámbito estamos.
—Para cerrar, quisiera darte las gracias por esta entrevista, que, a fin de cuentas, orienta el contenido de tu libro a sus potenciales lectores. Por otro lado, me imagino que habrá algunos que estén interesados en adquirir tu libro. ¿Cómo pueden hacerlo?
—El libro se encuentra en las distintas librerías del país. No obstante, si alguien tuviera problemas puede solicitarlo por internet a www.popularlibros.com.
AURELIANO SÁINZ
FOTOGRAFÍA: FRANCISCO DELGADO (CEDIDA)
FOTOGRAFÍA: FRANCISCO DELGADO (CEDIDA)