Si un político anunciase que va a favorecer la destrucción de empleo, la despoblación rural y la humillación sistemática de la ciudadanía para aumentar las ganancias de algunos amigos notables a través de la usura, el robo o por el arte de birlibirloque, nadie le votaría. Por eso es mejor no decirlo. Se permite, se mira para otro lado y se va aplicando la vaselina que haga falta en forma de palabras, de donaciones o de campañas publicitarias con las que, con hipocresía, prometen que harán realidad nuestros sueños.
En estos días de atrás, mientras añadíamos el ladrillo de la carne al muro que divide las dos Españas, tres noticias saltaban a los medios nacionales para demostrarnos que una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace; que hay sectores intocables y que somos simples números para un sistema cada vez menos humanizado.
Un hombre de 78 años, cansado de ser ninguneado, humillado y ofendido ha recogido 100.000 firmas a través de la campaña Soy mayor, no idiota para que los bancos atiendan presencialmente a las personas que, por edad, no saben manejarse con las nuevas tecnologías, y que cada vez que se presentan en una oficina para sacar su dinero o comprobar su pensión, les recuerdan que el mundo ya no es suyo, que su tiempo ya pasó, que se pongan en manos de sus nietos y de sus móviles.
Por otro lado, en un pueblo de Guadalajara, Tamajón, se ha roto el cajero automático y el banco ha dicho que ya no es rentable arreglarlo. El alcalde, sabiendo de la importancia de este servicio para sus vecinos, ofrece pagar los 15.000 euros de la reparación, y la respuesta que recibe es que no merece la pena, que se busquen la vida para recorrer los 20 kilómetros que los separan del cajero más cercano.
Para solucionar problemas como esos, en Salamanca han encontrado una solución original, el Bibliobús, que además de llevar las novedades literarias, también hará el servicio de cajero para que sus vecinos puedan comprar el pan, tomarse un café en el bar o darle unos euros al nieto que vaya a verlo el fin de semana.
Un servicio sobre el que los políticos presumen de que no les supondrá mucho coste a sus presupuestos, pero que olvidan decir que deberían pagar los bancos, que son los que nos cobran hasta por respirar, después de haberlos rescatado de la catástrofe.
Lo que le estamos permitiendo a los bancos es el mejor ejemplo de vasallaje, de genuflexión de nuestros dirigentes y de patente de corso que se le ha otorgado a unos miserables que ya no abordan los barcos de otros países, sino que roban directamente a sus propios conciudadanos.
Durante la pandemia se les calcula una ganancia de 14.600 millones de euros, un 40 por ciento más que antes de la crisis sanitaria. Beneficios a costa de los 7.000 empleados que han echado a la calle, de las sucursales cerradas, de la creación de aplicaciones para que no vayamos a molestarlos, para que lo hagamos todo desde casa, corriendo nosotros con los gastos.
Y, además de lo que se ahorran, lo más humillante es que tenemos que pagar comisiones por hacer su trabajo y asumiendo los posibles errores, aunque luego Europa los castigue y los llame "usureros", como pasó con las clausulas suelo y los “papeleos” de las hipotecas que tan generosamente ofrecían y con las que, si no podías pagar, te desahuciaban sin miramientos.
Si no sabes o no puedes hacerlo por ti mismo desde casa, como castigo te hacen sufrir colas en la calle, tengas la edad que tengas, haga frío o calor. Y cuando consigues pasar las barreras de su fortaleza, te hacen perder el tiempo, sentirte idiota poniendo un tono paternalista y moralista para explicarte que los tiempos han cambiado y que hay que adaptarse sí o sí, porque no tienes elección: tu Gobierno te obliga a dejarte robar.
Es cierto que puedes elegir quién te roba, pero hay que pasar por el aro: no puedes salirte del sistema bancario. Puedes elegir si comes carne o no, si quieres vivir conectado a internet. Incluso, a regañadientes, están posibilitando que seas autosuficiente energéticamente. Pero lo de los bancos no se toca.
Su discurso es que los ciudadanos somos muy malos, que nos gusta tener dinero negro, que escondemos debajo del colchón nuestros ahorros para no pagar impuestos. Y para que eso no ocurra, el futuro pasa por contabilizar todo lo que tienes, y así, además, sabremos cuántas veces vas a tomarte unas cervezas con los amigos para seguir informando a las multinacionales y que te manden publicidad. Es mejor —deben pensar los políticos— que roben los amigos de forma controlada, porque los ladrones de guante blanco, al menos, tienen clase. Y algo les llega para sus cosillas.
En estos días de atrás, mientras añadíamos el ladrillo de la carne al muro que divide las dos Españas, tres noticias saltaban a los medios nacionales para demostrarnos que una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace; que hay sectores intocables y que somos simples números para un sistema cada vez menos humanizado.
Un hombre de 78 años, cansado de ser ninguneado, humillado y ofendido ha recogido 100.000 firmas a través de la campaña Soy mayor, no idiota para que los bancos atiendan presencialmente a las personas que, por edad, no saben manejarse con las nuevas tecnologías, y que cada vez que se presentan en una oficina para sacar su dinero o comprobar su pensión, les recuerdan que el mundo ya no es suyo, que su tiempo ya pasó, que se pongan en manos de sus nietos y de sus móviles.
Por otro lado, en un pueblo de Guadalajara, Tamajón, se ha roto el cajero automático y el banco ha dicho que ya no es rentable arreglarlo. El alcalde, sabiendo de la importancia de este servicio para sus vecinos, ofrece pagar los 15.000 euros de la reparación, y la respuesta que recibe es que no merece la pena, que se busquen la vida para recorrer los 20 kilómetros que los separan del cajero más cercano.
Para solucionar problemas como esos, en Salamanca han encontrado una solución original, el Bibliobús, que además de llevar las novedades literarias, también hará el servicio de cajero para que sus vecinos puedan comprar el pan, tomarse un café en el bar o darle unos euros al nieto que vaya a verlo el fin de semana.
Un servicio sobre el que los políticos presumen de que no les supondrá mucho coste a sus presupuestos, pero que olvidan decir que deberían pagar los bancos, que son los que nos cobran hasta por respirar, después de haberlos rescatado de la catástrofe.
Lo que le estamos permitiendo a los bancos es el mejor ejemplo de vasallaje, de genuflexión de nuestros dirigentes y de patente de corso que se le ha otorgado a unos miserables que ya no abordan los barcos de otros países, sino que roban directamente a sus propios conciudadanos.
Durante la pandemia se les calcula una ganancia de 14.600 millones de euros, un 40 por ciento más que antes de la crisis sanitaria. Beneficios a costa de los 7.000 empleados que han echado a la calle, de las sucursales cerradas, de la creación de aplicaciones para que no vayamos a molestarlos, para que lo hagamos todo desde casa, corriendo nosotros con los gastos.
Y, además de lo que se ahorran, lo más humillante es que tenemos que pagar comisiones por hacer su trabajo y asumiendo los posibles errores, aunque luego Europa los castigue y los llame "usureros", como pasó con las clausulas suelo y los “papeleos” de las hipotecas que tan generosamente ofrecían y con las que, si no podías pagar, te desahuciaban sin miramientos.
Si no sabes o no puedes hacerlo por ti mismo desde casa, como castigo te hacen sufrir colas en la calle, tengas la edad que tengas, haga frío o calor. Y cuando consigues pasar las barreras de su fortaleza, te hacen perder el tiempo, sentirte idiota poniendo un tono paternalista y moralista para explicarte que los tiempos han cambiado y que hay que adaptarse sí o sí, porque no tienes elección: tu Gobierno te obliga a dejarte robar.
Es cierto que puedes elegir quién te roba, pero hay que pasar por el aro: no puedes salirte del sistema bancario. Puedes elegir si comes carne o no, si quieres vivir conectado a internet. Incluso, a regañadientes, están posibilitando que seas autosuficiente energéticamente. Pero lo de los bancos no se toca.
Su discurso es que los ciudadanos somos muy malos, que nos gusta tener dinero negro, que escondemos debajo del colchón nuestros ahorros para no pagar impuestos. Y para que eso no ocurra, el futuro pasa por contabilizar todo lo que tienes, y así, además, sabremos cuántas veces vas a tomarte unas cervezas con los amigos para seguir informando a las multinacionales y que te manden publicidad. Es mejor —deben pensar los políticos— que roben los amigos de forma controlada, porque los ladrones de guante blanco, al menos, tienen clase. Y algo les llega para sus cosillas.
MOI PALMERO