Jean-Louis Enzine ha advertido en Le Magazine Littéraire que Philippe Claudel es “el autor del libro más objetivamente inhumano de nuestro siglo, el más horrible, el más espantoso”. Lleva razón, desde luego, si borramos del mapa literario francés a Pierre Lemaitre quien, con un realismo brutal, ha sabido adentrarse en el alma humana. Sea como fuere, uno va a la zaga del otro. A la hora de describir el horror y de condenar al ser humano por la obra de sus atrocidades, ninguno se queda corto.
El caso de Claudel sí merece una breve reflexión ahora que ha publicado su último libro de relatos: Inhumanos. En sus páginas muestra, con un humor ácido, una visión descarnada de las nuevas burguesías tecnócratas, el hastío existencial y la ausencia de valores que padecen. En la contracubierta del libro se puede leer: “Es el reflejo de momentos cotidianos deformados y retorcidos hasta sus últimas consecuencias, poniendo de manifiesto la alienación social que sufre Occidente, con multiplicidad de objetos y personajes actuando como símbolo”.
Después del libro anterior, Aromas, una obra deliciosa, sus lectores, ha escrito Borja Hermoso, se han alineado en dos bandos. Los primeros, para quienes el libro es magistral. Y los segundos, quienes piensan que el escritor ha perdido la olla y se sienten acorralados “por un artefacto seco, bestia, valiente y ampliamente discutible” como Inhumanos. De cualquier manera, el libro, se lea desde el ángulo que sea, es políticamente incorrecto, producto de un autor atrevido y sobrepasado que se atreve a importunar a una sociedad que se ha amansado frente a todo tipo de adversidad y que opta por retar a cualquier lector de aquellos que aman libros que se paladean como papilla en los que no encuentran grumos que agredan al paladar ni les corten la digestión.
Claudel entiende que cada día hay más asuntos de los que no nos atrevemos a hablar, “asfixiados en una corrección política que anestesia cualquier debate de ideas”. Y sostiene: “Hace un tiempo, todos los temas podían ser objeto de risa y de ironía, hoy ya no. Hoy existe una forma de autocensura terrible. Cada vez hay más temas de los que no se puede hacer humor. Cada vez hay más humoristas obligados a pedir disculpas”.
El libro contiene 25 relatos breves. En uno, unos amigos de una empresa y sus mujeres practican sexo en grupo mientras los niños juegan en el piso de arriba. En otro, un grupo de veraneantes fleta un yate para contemplar cómo los inmigrantes de varias pateras se ahogan en el mar. El libro se cierra con una frase estremecedora: “La vida se vuelve soportable cuando se finge”. A la que añade: “Bueno, casi”. Los arranques de cada texto no dejan indiferente al lector. Están fabricados con hilos de fuego. El titulado “La convivencia” dice así: “Ayer un conductor nos hizo una peineta. Le amputamos el dedo. No soportamos las groserías. La falta de cortesía es insoportable. Dubois siempre lleva algunas herramientas en su maletero. Nunca se sabe”. Así, el lector podrá navegar por las siguientes frases sabiendo que la corriente sube.
El arranque del titulado “Suicidio asistido” no es menos grave, aunque en este el humor se hace patente: “Ayer por la noche Turpon, del Departamento de Expedición, nos invitó a su suicidio. Éramos una veintena. Solo los íntimos. Su esposa había preparado canapés de tarama”. En el titulado “Reducción a la brecha social”, las primeras palabras no dejan indiferente a nadie: “Desde hace relativamente poco tiempo los pobres han sido recluidos. Es mucho mejor. Era una situación insostenible. En una sociedad a dos velocidades donde los ricos pasan su tiempo enriqueciéndose y los pobres pasan el suyo empobreciéndose, no tiene sentido que los segundos ocupen el mismo espacio que los primeros”. En el titulado “Monogamia”, el absurdo vuela a lo ancho de sus páginas: “Mi esposa murió hace unos días. Sin avisar. La ingrata. Enseguida la reemplacé. La sustituí por la misma. Para qué cambiar. El día del entierro fui con ella. Todos los colegas estaban allí. Durand se acercó a nosotros. Parecía sorprendido. Pensaba que tu mujer estaba muerta. Sí, de lo contrario no estaríamos aquí. Y entonces ella. Es mi esposa. Eso es lo que te estoy diciendo. Por eso estás aquí. Es otra. Pues cualquiera diría que es tu mujer. Claro, escogí la misma. Ah, vale. Detesto los cambios”.
Pero que nadie se escandalice. Philippe Claudel (Nancy, 1962) no es un escritor cualquier y sabe lo que cuenta. Profesor, director y guionista de cine, está considerado uno de los mejores escritores franceses de su generación. En 2007 se hizo con el Premio Goncourt des Lycéens por su libro El informe de Brodeck. Curiosamente, Inhumanos apareció en Francia con el título Inhumanas. En España, su editorial, Salamandra, no quiso publicar la obra. Así que lo ha hecho Bunker Books. Hay quien dice que no lo hizo por miedo. Su editora en España, Sigrid Kraus, asegura por el contrario que no lo hizo porque sus ventas iban a ser mínimas. De uno u otro modo, el libro está aquí para irritar a unos, complacer a otros y encabronar a casi todos.
Cuando Claudel comenzó a escribir estos relatos, algunos alcanzaron los 40 folios. Los tiró a la papelera. El resultado final es que ninguno excediera los dos o tres folios. La eficacia narrativa debía ser matemática. Los arranques, eficaces. Los finales, definitivos. En el titulado “Relevo generacional”, nos muestra el mundo bocabajo. Puede parecer disparatado, pero no lo es si rebobinamos en la memoria los primeros meses de la pandemia y sus secuelas en las residencias de ancianos. Dice así: “Los viejos son un problema. Dónde los metemos. No se reproducen pero cada vez son más numerosos. El mundo va a reventar bajo el peso de los viejos. Y qué pasa con los pobres. Lo de los pobres es parecido a de los viejos. Cada vez hay más. Si todos los pobres fuesen viejos, esto no generaría un excedente. Pero el problema es que también existen pobres que son jóvenes. Y viejos que son ricos. Todo esto es demasiado. Demasiado”.
Más allá de la transgresión, del absurdo y del humor disparatado, este libro está escrito para incomodarnos en la fragilidad que amasamos cada cual en nuestra zona de confort. 25 relatos que son píldoras radiactivas que muestran cómo el ser humanos se equivocó al diseñar los bordes oscuros e inabarcables del mundo.
El caso de Claudel sí merece una breve reflexión ahora que ha publicado su último libro de relatos: Inhumanos. En sus páginas muestra, con un humor ácido, una visión descarnada de las nuevas burguesías tecnócratas, el hastío existencial y la ausencia de valores que padecen. En la contracubierta del libro se puede leer: “Es el reflejo de momentos cotidianos deformados y retorcidos hasta sus últimas consecuencias, poniendo de manifiesto la alienación social que sufre Occidente, con multiplicidad de objetos y personajes actuando como símbolo”.
Después del libro anterior, Aromas, una obra deliciosa, sus lectores, ha escrito Borja Hermoso, se han alineado en dos bandos. Los primeros, para quienes el libro es magistral. Y los segundos, quienes piensan que el escritor ha perdido la olla y se sienten acorralados “por un artefacto seco, bestia, valiente y ampliamente discutible” como Inhumanos. De cualquier manera, el libro, se lea desde el ángulo que sea, es políticamente incorrecto, producto de un autor atrevido y sobrepasado que se atreve a importunar a una sociedad que se ha amansado frente a todo tipo de adversidad y que opta por retar a cualquier lector de aquellos que aman libros que se paladean como papilla en los que no encuentran grumos que agredan al paladar ni les corten la digestión.
Claudel entiende que cada día hay más asuntos de los que no nos atrevemos a hablar, “asfixiados en una corrección política que anestesia cualquier debate de ideas”. Y sostiene: “Hace un tiempo, todos los temas podían ser objeto de risa y de ironía, hoy ya no. Hoy existe una forma de autocensura terrible. Cada vez hay más temas de los que no se puede hacer humor. Cada vez hay más humoristas obligados a pedir disculpas”.
El libro contiene 25 relatos breves. En uno, unos amigos de una empresa y sus mujeres practican sexo en grupo mientras los niños juegan en el piso de arriba. En otro, un grupo de veraneantes fleta un yate para contemplar cómo los inmigrantes de varias pateras se ahogan en el mar. El libro se cierra con una frase estremecedora: “La vida se vuelve soportable cuando se finge”. A la que añade: “Bueno, casi”. Los arranques de cada texto no dejan indiferente al lector. Están fabricados con hilos de fuego. El titulado “La convivencia” dice así: “Ayer un conductor nos hizo una peineta. Le amputamos el dedo. No soportamos las groserías. La falta de cortesía es insoportable. Dubois siempre lleva algunas herramientas en su maletero. Nunca se sabe”. Así, el lector podrá navegar por las siguientes frases sabiendo que la corriente sube.
El arranque del titulado “Suicidio asistido” no es menos grave, aunque en este el humor se hace patente: “Ayer por la noche Turpon, del Departamento de Expedición, nos invitó a su suicidio. Éramos una veintena. Solo los íntimos. Su esposa había preparado canapés de tarama”. En el titulado “Reducción a la brecha social”, las primeras palabras no dejan indiferente a nadie: “Desde hace relativamente poco tiempo los pobres han sido recluidos. Es mucho mejor. Era una situación insostenible. En una sociedad a dos velocidades donde los ricos pasan su tiempo enriqueciéndose y los pobres pasan el suyo empobreciéndose, no tiene sentido que los segundos ocupen el mismo espacio que los primeros”. En el titulado “Monogamia”, el absurdo vuela a lo ancho de sus páginas: “Mi esposa murió hace unos días. Sin avisar. La ingrata. Enseguida la reemplacé. La sustituí por la misma. Para qué cambiar. El día del entierro fui con ella. Todos los colegas estaban allí. Durand se acercó a nosotros. Parecía sorprendido. Pensaba que tu mujer estaba muerta. Sí, de lo contrario no estaríamos aquí. Y entonces ella. Es mi esposa. Eso es lo que te estoy diciendo. Por eso estás aquí. Es otra. Pues cualquiera diría que es tu mujer. Claro, escogí la misma. Ah, vale. Detesto los cambios”.
Pero que nadie se escandalice. Philippe Claudel (Nancy, 1962) no es un escritor cualquier y sabe lo que cuenta. Profesor, director y guionista de cine, está considerado uno de los mejores escritores franceses de su generación. En 2007 se hizo con el Premio Goncourt des Lycéens por su libro El informe de Brodeck. Curiosamente, Inhumanos apareció en Francia con el título Inhumanas. En España, su editorial, Salamandra, no quiso publicar la obra. Así que lo ha hecho Bunker Books. Hay quien dice que no lo hizo por miedo. Su editora en España, Sigrid Kraus, asegura por el contrario que no lo hizo porque sus ventas iban a ser mínimas. De uno u otro modo, el libro está aquí para irritar a unos, complacer a otros y encabronar a casi todos.
Cuando Claudel comenzó a escribir estos relatos, algunos alcanzaron los 40 folios. Los tiró a la papelera. El resultado final es que ninguno excediera los dos o tres folios. La eficacia narrativa debía ser matemática. Los arranques, eficaces. Los finales, definitivos. En el titulado “Relevo generacional”, nos muestra el mundo bocabajo. Puede parecer disparatado, pero no lo es si rebobinamos en la memoria los primeros meses de la pandemia y sus secuelas en las residencias de ancianos. Dice así: “Los viejos son un problema. Dónde los metemos. No se reproducen pero cada vez son más numerosos. El mundo va a reventar bajo el peso de los viejos. Y qué pasa con los pobres. Lo de los pobres es parecido a de los viejos. Cada vez hay más. Si todos los pobres fuesen viejos, esto no generaría un excedente. Pero el problema es que también existen pobres que son jóvenes. Y viejos que son ricos. Todo esto es demasiado. Demasiado”.
Más allá de la transgresión, del absurdo y del humor disparatado, este libro está escrito para incomodarnos en la fragilidad que amasamos cada cual en nuestra zona de confort. 25 relatos que son píldoras radiactivas que muestran cómo el ser humanos se equivocó al diseñar los bordes oscuros e inabarcables del mundo.
ANTONIO LÓPEZ HIDALGO