La historia de la humanidad es la misma repetida: solo cambian los paisajes, nuestra vestimenta, algunas ideas, conceptos, creencias y formas de relacionarnos con el entorno, entre nosotros, con la tecnología. Un baile prolongado de pasitos para delante y para atrás que, al final, nos colocan en el mismo sitio, haciéndonos las mismas preguntas para las que encontramos respuestas parciales, interesadas, consoladoras y que nos permitan continuar sin muchos remordimientos.
Una de esas preguntas que nos deja en evidencia es ¿cuánto vale la vida? Porque cada uno de nosotros dará una respuesta diferente, dependiendo, entre otras muchas variables, de su formación, su religión, su origen, la clase social a la que pertenezca, el grado de empatía, cinismo, o la ética, los valores y los prejuicios que rijan su existencia.
En enero de 2020 se estrenó Worth, una película basada en hechos reales que aquí titulamos ¿Cuánto vale la vida? Su protagonista es Kenneth Feinberg, abogado que se ofreció sin cobrar, para repartir el Fondo de compensación para las víctimas del 11 de septiembre. Su tarea, que nadie quería llevar a cabo, era encontrar la fórmula matemática que ofreciese la cifra para indemnizar a las más de 7.000 familias de las víctimas del atentado terrorista.
El reto era que el 80 por ciento de los afectados tenía que aceptar la compensación porque, si se organizaba una demanda colectiva contra las compañías aéreas, y subsidiariamente contra el Gobierno, podrían llevar al país a la bancarrota, además de empezar un proceso judicial que se alargaría durante años y que no garantizaba que todas las víctimas fuesen resarcidas.
Feinberg, con experiencia en otras catástrofes y con la frialdad y practicidad con la que se maneja la ley, buscaba un único valor para todos, la fórmula para ser lo más objetivo posible, intentando tratar a todos por igual. Así que la compensación la determinó en base al valor económico perdido. A más sueldo y, por tanto, a más ingresos perdidos para la familia, más le correspondía. Sabía que no era justo, pero “en el ámbito legal, la respuesta a qué vale una vida, es la cifra que se firma en un acuerdo”.
Solución que no contentó a nadie porque, tal como plantea la película, ¿solo valemos lo que ganamos? ¿Vale igual la vida de un conserje, un bróker, un bombero o un inmigrante ilegal? ¿No se tiene en cuenta lo que dejamos atrás, los planes, los sueños, los hijos, las vidas truncadas por la ausencia de una hermana, de una hija, de un amigo, de la pareja que es tu vida aunque no hayas firmado un papel? ¿La de una amante que mantienes en secreto?
¿Tiene algún valor cómo te comportas, el bien o el mal que haces, si construyes o te dedicas a destruir, si trabajas por el bien común o por el tuyo personal? Es más fácil, más manejable, cuando somos números, pero se pierde la dignidad, el respeto por las personas, por la vida.
Si hablar del precio de nuestra vida resulta incómodo, complicado, parece que no lo es tanto cuando tenemos que ponerle precio a la naturaleza, a los animales, a las plantas. Por ejemplo, a la Peana de Serón se le ha puesto el precio de 80.000 euros, que es lo que cuesta el tratamiento para intentar salvarla de una muerte segura. ¿Es mucho o es poco?
¿Sus aproximadamente 1.200 años le dan o le quitan valor? ¿Y que sea el árbol más grande de Andalucía y que se protegiese como Monumento Natural en 2019, suma o resta? ¿Que naciese cuatro siglos antes que el propio pueblo de Serón, que haya visto 438.000 amaneceres, que haya dado sombra y cobijo a los pastores que cruzaban la sierra, que sus dulces bellotas hayan sido alimento al ganado y a la fauna silvestre?
¿Cuánto vale que sus ramas hayan ofrecido calor ante el frío del invierno; que capture cinco toneladas de dióxido de carbono por año para luchar contra el cambio climático? ¿Y que sus raíces protejan el suelo de la erosión y faciliten la absorción de agua? ¿Y que sea un símbolo por haber resistido tormentas, guerras y la deforestación de la Sierra de Los Filabres, le beneficia o le perjudica? ¿O ser patrimonio emocional, cultural, etnográfico, turístico, educativo, científico, de recreo, se apunta en el debe o en el haber?
Si lo reducimos todo a la frialdad, al cinismo, a la hipocresía, a la demagogia de la ley del mercado será un precio inalcanzable. Si contemplamos el dinero como una herramienta necesaria para ofrecerle una oportunidad a un ser vivo único e irrepetible, será un precio ridículo. Ahora es el momento de tomar una decisión: de apoyar o no al movimiento ciudadano que intenta salvarla, de responder a la pregunta de cuánto vale para ti la vida de la Peana de Serón.
Una de esas preguntas que nos deja en evidencia es ¿cuánto vale la vida? Porque cada uno de nosotros dará una respuesta diferente, dependiendo, entre otras muchas variables, de su formación, su religión, su origen, la clase social a la que pertenezca, el grado de empatía, cinismo, o la ética, los valores y los prejuicios que rijan su existencia.
En enero de 2020 se estrenó Worth, una película basada en hechos reales que aquí titulamos ¿Cuánto vale la vida? Su protagonista es Kenneth Feinberg, abogado que se ofreció sin cobrar, para repartir el Fondo de compensación para las víctimas del 11 de septiembre. Su tarea, que nadie quería llevar a cabo, era encontrar la fórmula matemática que ofreciese la cifra para indemnizar a las más de 7.000 familias de las víctimas del atentado terrorista.
El reto era que el 80 por ciento de los afectados tenía que aceptar la compensación porque, si se organizaba una demanda colectiva contra las compañías aéreas, y subsidiariamente contra el Gobierno, podrían llevar al país a la bancarrota, además de empezar un proceso judicial que se alargaría durante años y que no garantizaba que todas las víctimas fuesen resarcidas.
Feinberg, con experiencia en otras catástrofes y con la frialdad y practicidad con la que se maneja la ley, buscaba un único valor para todos, la fórmula para ser lo más objetivo posible, intentando tratar a todos por igual. Así que la compensación la determinó en base al valor económico perdido. A más sueldo y, por tanto, a más ingresos perdidos para la familia, más le correspondía. Sabía que no era justo, pero “en el ámbito legal, la respuesta a qué vale una vida, es la cifra que se firma en un acuerdo”.
Solución que no contentó a nadie porque, tal como plantea la película, ¿solo valemos lo que ganamos? ¿Vale igual la vida de un conserje, un bróker, un bombero o un inmigrante ilegal? ¿No se tiene en cuenta lo que dejamos atrás, los planes, los sueños, los hijos, las vidas truncadas por la ausencia de una hermana, de una hija, de un amigo, de la pareja que es tu vida aunque no hayas firmado un papel? ¿La de una amante que mantienes en secreto?
¿Tiene algún valor cómo te comportas, el bien o el mal que haces, si construyes o te dedicas a destruir, si trabajas por el bien común o por el tuyo personal? Es más fácil, más manejable, cuando somos números, pero se pierde la dignidad, el respeto por las personas, por la vida.
Si hablar del precio de nuestra vida resulta incómodo, complicado, parece que no lo es tanto cuando tenemos que ponerle precio a la naturaleza, a los animales, a las plantas. Por ejemplo, a la Peana de Serón se le ha puesto el precio de 80.000 euros, que es lo que cuesta el tratamiento para intentar salvarla de una muerte segura. ¿Es mucho o es poco?
¿Sus aproximadamente 1.200 años le dan o le quitan valor? ¿Y que sea el árbol más grande de Andalucía y que se protegiese como Monumento Natural en 2019, suma o resta? ¿Que naciese cuatro siglos antes que el propio pueblo de Serón, que haya visto 438.000 amaneceres, que haya dado sombra y cobijo a los pastores que cruzaban la sierra, que sus dulces bellotas hayan sido alimento al ganado y a la fauna silvestre?
¿Cuánto vale que sus ramas hayan ofrecido calor ante el frío del invierno; que capture cinco toneladas de dióxido de carbono por año para luchar contra el cambio climático? ¿Y que sus raíces protejan el suelo de la erosión y faciliten la absorción de agua? ¿Y que sea un símbolo por haber resistido tormentas, guerras y la deforestación de la Sierra de Los Filabres, le beneficia o le perjudica? ¿O ser patrimonio emocional, cultural, etnográfico, turístico, educativo, científico, de recreo, se apunta en el debe o en el haber?
Si lo reducimos todo a la frialdad, al cinismo, a la hipocresía, a la demagogia de la ley del mercado será un precio inalcanzable. Si contemplamos el dinero como una herramienta necesaria para ofrecerle una oportunidad a un ser vivo único e irrepetible, será un precio ridículo. Ahora es el momento de tomar una decisión: de apoyar o no al movimiento ciudadano que intenta salvarla, de responder a la pregunta de cuánto vale para ti la vida de la Peana de Serón.
MOI PALMERO
FOTOGRAFÍA: FRANCISCO SILVA