Nos encontramos aún en noviembre, mes otoñal por excelencia. Ya comenzamos a sentir cercanas las Navidades, a pesar de que cuando esto escribo el frío todavía no se ha apoderado de sur de la Península. En las ciudades se afanan en montar los gigantes árboles navideños llenos de bombillas y de colorines que sirven de anticipo a esa especie de ‘eterno retorno’ que nos anunciara Nietzsche. También, en algunas aulas (al menos en las mías) este tema ha penetrado, aunque sea para reflexionar acerca de algunos sentimientos que emergen por estas fechas.
Se trataba de hablar y debatir acerca del valor de la fantasía en los seres humanos, con especial significación en el mundo de los niños, pues creo que sin la capacidad de imaginar otros mundos, otros lugares, otras formas de existencias, difícilmente podríamos caminar por la dura senda de la vida.
Pero antes de abordar esta cuestión, quisiera apuntar que la incorporación completa del profesorado universitario a las clases presenciales ha sido una especie de suerte, puesto que ya es posible establecer debates con los estudiantes de forma directa, algo que se hacía muy complicado cuando teníamos que impartirlas de modo on-line, ya que las barreras nacidas de las distancias y de las pantallas se interponían entre los alumnos y los profesores.
Por mi parte, no concibo estar en clase sin abrir coloquios y reflexiones para recabar la opinión de quienes se encuentran conmigo en ese espacio compartido que es el aula. Y allí disfruto abriendo preguntas, aclarando interrogantes o recabando las opiniones de los estudiantes que un día serán maestros o maestras y se enfrentarán a la importante tarea de formar a las nuevas generaciones.
Y, tal como he apuntado, dentro de este grato ambiente de coloquio, recientemente, abordé el tema de la fantasía en las personas, pues, aunque los mayores crean que es un tema de los niños, habría que apuntar que sin ciertas dosis de imaginación ilusionante a duras penas podríamos sobrellevar el transcurso de los días como si fueran cuentas encadenadas que se añaden a una especie de rosario interminable.
De todos modos, hay que reconocer que la infancia en el tiempo mágico por excelencia, en el que las ensoñaciones más sorprendentes vienen en ayuda de los pequeños para hacerlos felices, pues en ellos los personajes y los seres más sorprendentes adquieren casi tanta fuerza como lo pueden ser aquellos que forman parte de sus vidas cotidianas.
Para que reflexionáramos sobre el significado de la fantasía en los niños, a los alumnos les puse el ejemplo de la Navidad como tiempo cargado de personajes y de relatos sorprendentes que en sus mentes infantiles adquieren verosimilitud. Como ejemplo, les indiqué que en ocasiones había abordado este tema a través de los dibujos para que los pequeños representaran lo que más les gustaba de las Navidades.
Lógicamente, aparecían los relatos relacionados con el Portal de Belén, en el que los tres personajes principales –el Niño Jesús, la Virgen y San José– estaban acompañados de un buey y una mula, al tiempo que una estrella conducía a los pastores y a los tres Reyes Magos, formando parte del imaginario colectivo, por lo que algunos de los pequeños los plasmaban como núcleo básico de la narración navideña.
Pero claro, en las mentes infantiles, los Reyes Magos no tendrían sentido si no vinieran cargados de regalos para cada criatura que les ha escrito una carta y que se la entregan a sus padres con la seguridad de que se la trasladarán a ellos. Y como ahora estamos en una sociedad en la que ya se mezcla todo, no es de extrañar que haya pequeños que los muestren al lado de un abeto (que no tiene nada que ver con el portal y sus protagonistas), puesto que son en realidad esos regalos lo que ansían recibir el día que se levantarán temprano para, desbordados de alegría, recogerlos.
En otros dibujos, siguiendo las pautas de la actual sociedad de consumo, acuden a un personaje foráneo, Papá Noel, como el que viene a traer los ansiados regalos. Bien es cierto que siendo un personaje de países fríos del norte de Europa, y que a fin de cuentas resulta ser una especie de reciclaje de Santa Claus o San Nicolás, lo más normal en otros dibujos es que se le asocie con el abeto en el que se cuelgan los obsequios que trae en un saco, tras haber penetrado por la chimenea (aunque, paradójicamente, en los pisos y la mayor parte de las casas ahora no tengan ninguna chimenea).
Vivimos tiempos que cambian de una manera acelerada, que se muestran acompañados de nuevas transformaciones, de nuevas ideas y de nuevos modos de entender la vida. No es de extrañar, pues, que una niña no haga caso del relato de Papá Noel y crea que quien viene a traer los regalos, muchísimos regalos, es Mamá Noel. Ella está totalmente convencida de que también existe otra versión de ese personaje gordinflón, vestido de rojo y blanco, por lo que no tiene problema en sustituirlo por una figura femenina delgada y rubia, tal como mandan los cánones de la belleza actuales.
Y puesto que todos los niños consideran a sus padres muy poderosos, casi como reyes, no les importan colocarles unas coronas como signo de poder y autoridad, ya que imaginan que son capaces de todo. También de hacerlos felices con sus juegos, sus bromas y sus regalos. ¿No será entonces que, en el fondo de sus mentes, los Reyes Magos surgen como una traslación imaginaria del relato de sus propios nacimientos y de los padres que los trajeron a este mundo?
Sobre estas cuestiones debato con los alumnos en la clase. Acordamos de que lo más importante en la infancia son los regalos con los que los pequeños sueñan en los días precedentes, aunque no es posible separarlos del disfrute que se deriva de todos los relatos navideños y de esos tres personajes que portan los regalos.
“¿Supuso para vosotros una decepción cuando alguien os informó de que los Reyes Magos eran en realidad vuestros padres?”, les pregunto para saber si eso implicaba una pérdida importante en el mundo de la fantasía en la que vivían durante aquellos años inolvidables.
Todos los que intervienen me confirman que para ellos supuso una gran desilusión llegar a saber que los Reyes Magos no existían y que en realidad eran los propios padres los encargados de comprarles los regalos.
Por mi parte, les indico que yo siempre supe que eran los padres, puesto que pertenecía a una familia de muchos hermanos y seguro que alguno de los mayores ya se encargó de abrirme los ojos de forma temprana. No obstante, el recuerdo de aquellas fechas, aunque yo supiera que esos personajes no eran reales, resulta inolvidable, puesto que no tenía clase y me encontraba jugando la mayor parte del tiempo con los amigos a la espera de que llegara el día en el que recibiríamos los (pocos) regalos con los que soñábamos por entonces.
Se trataba de hablar y debatir acerca del valor de la fantasía en los seres humanos, con especial significación en el mundo de los niños, pues creo que sin la capacidad de imaginar otros mundos, otros lugares, otras formas de existencias, difícilmente podríamos caminar por la dura senda de la vida.
Pero antes de abordar esta cuestión, quisiera apuntar que la incorporación completa del profesorado universitario a las clases presenciales ha sido una especie de suerte, puesto que ya es posible establecer debates con los estudiantes de forma directa, algo que se hacía muy complicado cuando teníamos que impartirlas de modo on-line, ya que las barreras nacidas de las distancias y de las pantallas se interponían entre los alumnos y los profesores.
Por mi parte, no concibo estar en clase sin abrir coloquios y reflexiones para recabar la opinión de quienes se encuentran conmigo en ese espacio compartido que es el aula. Y allí disfruto abriendo preguntas, aclarando interrogantes o recabando las opiniones de los estudiantes que un día serán maestros o maestras y se enfrentarán a la importante tarea de formar a las nuevas generaciones.
Y, tal como he apuntado, dentro de este grato ambiente de coloquio, recientemente, abordé el tema de la fantasía en las personas, pues, aunque los mayores crean que es un tema de los niños, habría que apuntar que sin ciertas dosis de imaginación ilusionante a duras penas podríamos sobrellevar el transcurso de los días como si fueran cuentas encadenadas que se añaden a una especie de rosario interminable.
De todos modos, hay que reconocer que la infancia en el tiempo mágico por excelencia, en el que las ensoñaciones más sorprendentes vienen en ayuda de los pequeños para hacerlos felices, pues en ellos los personajes y los seres más sorprendentes adquieren casi tanta fuerza como lo pueden ser aquellos que forman parte de sus vidas cotidianas.
Para que reflexionáramos sobre el significado de la fantasía en los niños, a los alumnos les puse el ejemplo de la Navidad como tiempo cargado de personajes y de relatos sorprendentes que en sus mentes infantiles adquieren verosimilitud. Como ejemplo, les indiqué que en ocasiones había abordado este tema a través de los dibujos para que los pequeños representaran lo que más les gustaba de las Navidades.
Lógicamente, aparecían los relatos relacionados con el Portal de Belén, en el que los tres personajes principales –el Niño Jesús, la Virgen y San José– estaban acompañados de un buey y una mula, al tiempo que una estrella conducía a los pastores y a los tres Reyes Magos, formando parte del imaginario colectivo, por lo que algunos de los pequeños los plasmaban como núcleo básico de la narración navideña.
Pero claro, en las mentes infantiles, los Reyes Magos no tendrían sentido si no vinieran cargados de regalos para cada criatura que les ha escrito una carta y que se la entregan a sus padres con la seguridad de que se la trasladarán a ellos. Y como ahora estamos en una sociedad en la que ya se mezcla todo, no es de extrañar que haya pequeños que los muestren al lado de un abeto (que no tiene nada que ver con el portal y sus protagonistas), puesto que son en realidad esos regalos lo que ansían recibir el día que se levantarán temprano para, desbordados de alegría, recogerlos.
En otros dibujos, siguiendo las pautas de la actual sociedad de consumo, acuden a un personaje foráneo, Papá Noel, como el que viene a traer los ansiados regalos. Bien es cierto que siendo un personaje de países fríos del norte de Europa, y que a fin de cuentas resulta ser una especie de reciclaje de Santa Claus o San Nicolás, lo más normal en otros dibujos es que se le asocie con el abeto en el que se cuelgan los obsequios que trae en un saco, tras haber penetrado por la chimenea (aunque, paradójicamente, en los pisos y la mayor parte de las casas ahora no tengan ninguna chimenea).
Vivimos tiempos que cambian de una manera acelerada, que se muestran acompañados de nuevas transformaciones, de nuevas ideas y de nuevos modos de entender la vida. No es de extrañar, pues, que una niña no haga caso del relato de Papá Noel y crea que quien viene a traer los regalos, muchísimos regalos, es Mamá Noel. Ella está totalmente convencida de que también existe otra versión de ese personaje gordinflón, vestido de rojo y blanco, por lo que no tiene problema en sustituirlo por una figura femenina delgada y rubia, tal como mandan los cánones de la belleza actuales.
Y puesto que todos los niños consideran a sus padres muy poderosos, casi como reyes, no les importan colocarles unas coronas como signo de poder y autoridad, ya que imaginan que son capaces de todo. También de hacerlos felices con sus juegos, sus bromas y sus regalos. ¿No será entonces que, en el fondo de sus mentes, los Reyes Magos surgen como una traslación imaginaria del relato de sus propios nacimientos y de los padres que los trajeron a este mundo?
Sobre estas cuestiones debato con los alumnos en la clase. Acordamos de que lo más importante en la infancia son los regalos con los que los pequeños sueñan en los días precedentes, aunque no es posible separarlos del disfrute que se deriva de todos los relatos navideños y de esos tres personajes que portan los regalos.
“¿Supuso para vosotros una decepción cuando alguien os informó de que los Reyes Magos eran en realidad vuestros padres?”, les pregunto para saber si eso implicaba una pérdida importante en el mundo de la fantasía en la que vivían durante aquellos años inolvidables.
Todos los que intervienen me confirman que para ellos supuso una gran desilusión llegar a saber que los Reyes Magos no existían y que en realidad eran los propios padres los encargados de comprarles los regalos.
Por mi parte, les indico que yo siempre supe que eran los padres, puesto que pertenecía a una familia de muchos hermanos y seguro que alguno de los mayores ya se encargó de abrirme los ojos de forma temprana. No obstante, el recuerdo de aquellas fechas, aunque yo supiera que esos personajes no eran reales, resulta inolvidable, puesto que no tenía clase y me encontraba jugando la mayor parte del tiempo con los amigos a la espera de que llegara el día en el que recibiríamos los (pocos) regalos con los que soñábamos por entonces.
AURELIANO SÁINZ