En un hombro escucho al angelito que me aconseja abstenerme de hacer comentarios: “Es por tu bien, ya sabes cómo se las gastan”, me dice. Pero en el otro hombro tengo al diablito que me empuja a escribir: “por eso mismo, porque sabes cómo se las gastan”. Ambos tienen argumentos para convencerme y solo cuando termine de escribir esta opinión sabré quién ha ganado. Lo que tengo claro es que el que pierde soy yo.
El angelito lleva loco de alegría desde que nacieron las primeras tortugas bobas en Mojácar. Veinte hembras volverán al mar el año que viene y eso, para una especie que tiene tantas amenazas, es una buena noticia. Además, todo ha sido gracias a la participación ciudadana, porque un vecino encontró el nido y dio la señal de alarma, y una treintena de voluntarios, mientras impartían educación ambiental entre los bañistas y por las redes sociales, lo han cuidado durante dos semanas para que salga adelante. “Todo es perfecto —me dice— aún hay esperanza”. Tiene razón, hay que estar de celebración.
Por su parte, el diablillo pregunta malicioso: “¿Solo veinte de 72 huevos? ¿No se podía haber hecho mejor?”. Le respondo que ahí no debemos meternos porque son los expertos lo que deben decirlo. Además, sabemos que son muchas las variables que hay que tener en cuenta y que son difíciles de controlar. Ellos decidieron dejar el nido y no traslocar los huevos a otra playa o a una incubadora: sus razones tendrían y hay que respetarlas.
“A lo mejor —le digo—, si no llega a ser por ellos, no hubiese nacido ninguna”. Y me responde: “O, quizá, hubiesen nacido el doble: recuerda que esos mismos expertos decían que en el Mar de Alborán era imposible que anidara ninguna y el año pasado apareció una en Málaga”.
Nunca lo sabremos y cada experto tiene su teoría, por supuesto, basada en los conocimientos acumulados y en su propia experiencia. Pero quién nos iba a decir hace unos años que íbamos a vivir esta diáspora de tortugas por las costas del Mediterráneo español.
El vitalista cuenta entusiasmado que, ahora, gracias a Las Veinte –así las llama él–, esos expertos podrán obtener mucha información sobre la especie, sus movimientos migratorios y los cambios de tendencia que estamos viviendo. Y con todos esos datos podremos ayudarlas mejor para que se recuperen.
El rabilargo le responde que mientras sigan existiendo las redes fantasmas, las embarcaciones que chocan con ellas, el mar sea una sopa de microplásticos, sigamos destruyendo las playas donde anidan o la temperatura del planeta siga subiendo, da igual que salvemos a veinte que a cuarenta, que con el engorde en Algeciras, después de pasar por Rodalquilar para ver si nadan bien, solo les estaremos dando unas pocas opciones más de sobrevivir en un mar de minas. “No es poco…”, comienza a decir el angelito. Pero el diablillo, que se ha calentado, lo interrumpe, lo arrincona y comienza a hacer preguntas al aire mientras lanza rayos con su tridente en todas direcciones:
¿Todo bien? ¿No se convirtió el nido en una guerra de egos de expertos desde el mismo momento en el que apareció para saber quién se hacía cargo de él, si los del Ministerio, si los del CSIC, si los de la asociación que atiende los varamientos en Almería, si la Junta de Andalucía?
“¿Por qué no se dio ninguna información a la población hasta que no faltaban dos semanas, como se hace en otras provincias? ¿No confían en los almerienses? ¿Tenían miedo a no estar a la altura? ¿No sabían cómo protegerlo durante dos meses?
Si se mantuvo en secreto la posición del nido para protegerlo, ¿por qué cuando hay un acto vandálico contra él no se decide comenzar la custodia? ¿Por qué si a los voluntarios se les aplaude por su excelente trabajo ni siquiera se les ha pagado un seguro, la manutención y el desplazamiento hasta el nido? ¿Tan difícil es encontrar en un mes y medio 1.500 euros para cubrir esos gastos cuando, probablemente, en la comida que se regalaron los políticos cuando se hicieron las fotos se gastaron más que eso?
¿Por qué no han aprovechado para hacer educación ambiental dos meses en las redes y en los medios de comunicación y captar la atención de todos con el nacimiento de las tortugas como se hacen en otras provincias, donde hemos podido seguir vía streaming el nacimiento de las mismas?
¿Por qué no se implica a todos los colectivos ambientales en su custodia como en otras provincias, que se cuenta con varias asociaciones que se podían haber repartido el trabajo y los gastos de los voluntarios para que no saliesen de su bolsillo?
¿Por qué esos mismos políticos que ahora se hacen las fotos han eliminado las ayudas a la educación ambiental y al voluntariado ambiental desde que llegaron, entre ellas, las destinadas al Proyecto Caretta, que estaba diseñado para enseñar a los trabajadores de playas y a la ciudadanía a identificar los nidos y cubrir los gastos generados por su custodia? ¿Por qué?”.
Al final tengo que pararlo porque me va a volver loco y lo único que le digo es que pregunte a la Consejería de Agricultura, Ganadería, Pesca y Desarrollo Sostenible, porque son los responsables de la falta de un protocolo para que no haya guerra de expertos cuando aparece un nido; de la falta de recursos al voluntariado; del silencio y del oscurantismo respecto al nido; de la poca habilidad de aprovechar el nido para hacer publicidad turística y educación ambiental –que ni siquiera la nombran en su nota de prensa– de la buena, la del proceso, la de la participación ciudadana, la que busca cambios sostenibles en el tiempo, no parches puntuales e improvisados por los propios voluntarios.
Eso sí, el año que viene por estas fechas, el señor Moreno Bonilla volverá a Mojácar a liberar las tortugas engordadas mientras habla de la importancia de conservar los mares. Se rodeará de los voluntarios a los que dará las gracias y una palmadita en la espalda.
Espero que ese día se traiga un pico para comenzar a tirar El Algarrobico, que está al lado, y se deje de bonitas palabras contra el Ministerio, porque ya estamos cansados de ellas. En este nido, por parte de la Consejería de Agricultura, Ganadería, Pesca y Desarrollo Sostenible, ha habido en apenas dos semanas muchas palabras, muchas fotos, pero no han estado a la altura de la ciudadanía, que encontró el nido y gastó su dinero, su tiempo e ilusión por sacarlo adelante.
Por cada experto, por cada político, hacen falta miles de educadores ambientales para que la ciencia y el conocimiento calen en toda la población.
El angelito lleva loco de alegría desde que nacieron las primeras tortugas bobas en Mojácar. Veinte hembras volverán al mar el año que viene y eso, para una especie que tiene tantas amenazas, es una buena noticia. Además, todo ha sido gracias a la participación ciudadana, porque un vecino encontró el nido y dio la señal de alarma, y una treintena de voluntarios, mientras impartían educación ambiental entre los bañistas y por las redes sociales, lo han cuidado durante dos semanas para que salga adelante. “Todo es perfecto —me dice— aún hay esperanza”. Tiene razón, hay que estar de celebración.
Por su parte, el diablillo pregunta malicioso: “¿Solo veinte de 72 huevos? ¿No se podía haber hecho mejor?”. Le respondo que ahí no debemos meternos porque son los expertos lo que deben decirlo. Además, sabemos que son muchas las variables que hay que tener en cuenta y que son difíciles de controlar. Ellos decidieron dejar el nido y no traslocar los huevos a otra playa o a una incubadora: sus razones tendrían y hay que respetarlas.
“A lo mejor —le digo—, si no llega a ser por ellos, no hubiese nacido ninguna”. Y me responde: “O, quizá, hubiesen nacido el doble: recuerda que esos mismos expertos decían que en el Mar de Alborán era imposible que anidara ninguna y el año pasado apareció una en Málaga”.
Nunca lo sabremos y cada experto tiene su teoría, por supuesto, basada en los conocimientos acumulados y en su propia experiencia. Pero quién nos iba a decir hace unos años que íbamos a vivir esta diáspora de tortugas por las costas del Mediterráneo español.
El vitalista cuenta entusiasmado que, ahora, gracias a Las Veinte –así las llama él–, esos expertos podrán obtener mucha información sobre la especie, sus movimientos migratorios y los cambios de tendencia que estamos viviendo. Y con todos esos datos podremos ayudarlas mejor para que se recuperen.
El rabilargo le responde que mientras sigan existiendo las redes fantasmas, las embarcaciones que chocan con ellas, el mar sea una sopa de microplásticos, sigamos destruyendo las playas donde anidan o la temperatura del planeta siga subiendo, da igual que salvemos a veinte que a cuarenta, que con el engorde en Algeciras, después de pasar por Rodalquilar para ver si nadan bien, solo les estaremos dando unas pocas opciones más de sobrevivir en un mar de minas. “No es poco…”, comienza a decir el angelito. Pero el diablillo, que se ha calentado, lo interrumpe, lo arrincona y comienza a hacer preguntas al aire mientras lanza rayos con su tridente en todas direcciones:
¿Todo bien? ¿No se convirtió el nido en una guerra de egos de expertos desde el mismo momento en el que apareció para saber quién se hacía cargo de él, si los del Ministerio, si los del CSIC, si los de la asociación que atiende los varamientos en Almería, si la Junta de Andalucía?
“¿Por qué no se dio ninguna información a la población hasta que no faltaban dos semanas, como se hace en otras provincias? ¿No confían en los almerienses? ¿Tenían miedo a no estar a la altura? ¿No sabían cómo protegerlo durante dos meses?
Si se mantuvo en secreto la posición del nido para protegerlo, ¿por qué cuando hay un acto vandálico contra él no se decide comenzar la custodia? ¿Por qué si a los voluntarios se les aplaude por su excelente trabajo ni siquiera se les ha pagado un seguro, la manutención y el desplazamiento hasta el nido? ¿Tan difícil es encontrar en un mes y medio 1.500 euros para cubrir esos gastos cuando, probablemente, en la comida que se regalaron los políticos cuando se hicieron las fotos se gastaron más que eso?
¿Por qué no han aprovechado para hacer educación ambiental dos meses en las redes y en los medios de comunicación y captar la atención de todos con el nacimiento de las tortugas como se hacen en otras provincias, donde hemos podido seguir vía streaming el nacimiento de las mismas?
¿Por qué no se implica a todos los colectivos ambientales en su custodia como en otras provincias, que se cuenta con varias asociaciones que se podían haber repartido el trabajo y los gastos de los voluntarios para que no saliesen de su bolsillo?
¿Por qué esos mismos políticos que ahora se hacen las fotos han eliminado las ayudas a la educación ambiental y al voluntariado ambiental desde que llegaron, entre ellas, las destinadas al Proyecto Caretta, que estaba diseñado para enseñar a los trabajadores de playas y a la ciudadanía a identificar los nidos y cubrir los gastos generados por su custodia? ¿Por qué?”.
Al final tengo que pararlo porque me va a volver loco y lo único que le digo es que pregunte a la Consejería de Agricultura, Ganadería, Pesca y Desarrollo Sostenible, porque son los responsables de la falta de un protocolo para que no haya guerra de expertos cuando aparece un nido; de la falta de recursos al voluntariado; del silencio y del oscurantismo respecto al nido; de la poca habilidad de aprovechar el nido para hacer publicidad turística y educación ambiental –que ni siquiera la nombran en su nota de prensa– de la buena, la del proceso, la de la participación ciudadana, la que busca cambios sostenibles en el tiempo, no parches puntuales e improvisados por los propios voluntarios.
Eso sí, el año que viene por estas fechas, el señor Moreno Bonilla volverá a Mojácar a liberar las tortugas engordadas mientras habla de la importancia de conservar los mares. Se rodeará de los voluntarios a los que dará las gracias y una palmadita en la espalda.
Espero que ese día se traiga un pico para comenzar a tirar El Algarrobico, que está al lado, y se deje de bonitas palabras contra el Ministerio, porque ya estamos cansados de ellas. En este nido, por parte de la Consejería de Agricultura, Ganadería, Pesca y Desarrollo Sostenible, ha habido en apenas dos semanas muchas palabras, muchas fotos, pero no han estado a la altura de la ciudadanía, que encontró el nido y gastó su dinero, su tiempo e ilusión por sacarlo adelante.
Por cada experto, por cada político, hacen falta miles de educadores ambientales para que la ciencia y el conocimiento calen en toda la población.
MOI PALMERO