Hace tiempo que no escribo, que no te cuento cómo estoy o cómo voy. Es que, a veces, me pierdo por los laberintos de mi mente y aparezco en una cueva cuadrada, herméticamente cerrada, de la que me cuesta escapar.
Ya llevo varios años intentando no volver allí porque no me gusta su oscuridad pero, cuando menos lo espero, me levanto allí, sin poder abrir los ojos.
Sé que es un espejismo de mi mente, que la realidad está fuera de ese pozo de tristeza, pero me cuesta salir y, sobre todo, me cuesta aceptarlo. Muchas veces creo que mi cabeza es superfuerte y, cuando me veo de nuevo en aquella oquedad, me vengo abajo porque cuando estoy alegre y feliz siempre pienso que todo está superado y que ya soy libre.
Mis hormonas no ayudan. Me dicen los análisis que tengo las hormonas de una chica de 18 años, pero están en el cuerpo de una mujer de 40 que no aguanta más tanta subida y bajada. Solo las mujeres que sufren lo mismo que yo me pueden entender. Las emociones no se controlan y, mucho menos, cuando tu cuerpo se hincha como un globo a punto de explotar.
Intento dejarme llevar por el curso del río que es mi vida, pero la travesía es tumultuosa. He ido a médicos de todo tipo, ya que quiero tener una existencia más plana, pero siempre me dicen que esto es lo que hay. Tengo esta edad y “aguántate”.
Lo peor fue cuando una ginecóloga me dijo que el único arreglo posible era “quitarme veinte años“. Fue muy duro escuchar esto de una mujer, que yo suponía que iba a tener más empatía con mis circunstancias. A lo mejor el karma se lo devuelve cuando tenga mi edad.
Me agarro a estas hojas para no caerme del alambre y poder ver la luz Y no solo la oscuridad de los pensamientos. Hago recuento de lo que tengo, de lo que he conseguido y me digo que tengo que estar bien, como si fuera una obligación.
¡Qué suerte haber nacido con mucha serotonina y no sufrir! El resto de los mortales tenemos que agarrarnos a la hora para no dejarnos arrastrar por la tristeza que da el pasado o por la ansiedad que produce un futuro cada vez más incierto.
Ya no hay seguridades, ¿las hubo alguna vez? Me centraré hoy en el mar y en las olas. Bajaré al cuerpo para disfrutar de sus abrazos y hablaré con la gente que quiero de risas y tonterías.
Tanto cuadrado estúpido para nada. Todo está abierto, todo está en cambio. Mi sensibilidad y mis ganas de vivir son perennes. El fueguito alrededor del corazón aún arde. Hay que cuidar a la niña que se crio sola. Tengo que fusionarme en ella y escribir menos "peros" matadores.
Sé que es un espejismo de mi mente, que la realidad está fuera de ese pozo de tristeza, pero me cuesta salir y, sobre todo, me cuesta aceptarlo. Muchas veces creo que mi cabeza es superfuerte y, cuando me veo de nuevo en aquella oquedad, me vengo abajo porque cuando estoy alegre y feliz siempre pienso que todo está superado y que ya soy libre.
Mis hormonas no ayudan. Me dicen los análisis que tengo las hormonas de una chica de 18 años, pero están en el cuerpo de una mujer de 40 que no aguanta más tanta subida y bajada. Solo las mujeres que sufren lo mismo que yo me pueden entender. Las emociones no se controlan y, mucho menos, cuando tu cuerpo se hincha como un globo a punto de explotar.
Intento dejarme llevar por el curso del río que es mi vida, pero la travesía es tumultuosa. He ido a médicos de todo tipo, ya que quiero tener una existencia más plana, pero siempre me dicen que esto es lo que hay. Tengo esta edad y “aguántate”.
Lo peor fue cuando una ginecóloga me dijo que el único arreglo posible era “quitarme veinte años“. Fue muy duro escuchar esto de una mujer, que yo suponía que iba a tener más empatía con mis circunstancias. A lo mejor el karma se lo devuelve cuando tenga mi edad.
Me agarro a estas hojas para no caerme del alambre y poder ver la luz Y no solo la oscuridad de los pensamientos. Hago recuento de lo que tengo, de lo que he conseguido y me digo que tengo que estar bien, como si fuera una obligación.
¡Qué suerte haber nacido con mucha serotonina y no sufrir! El resto de los mortales tenemos que agarrarnos a la hora para no dejarnos arrastrar por la tristeza que da el pasado o por la ansiedad que produce un futuro cada vez más incierto.
Ya no hay seguridades, ¿las hubo alguna vez? Me centraré hoy en el mar y en las olas. Bajaré al cuerpo para disfrutar de sus abrazos y hablaré con la gente que quiero de risas y tonterías.
Tanto cuadrado estúpido para nada. Todo está abierto, todo está en cambio. Mi sensibilidad y mis ganas de vivir son perennes. El fueguito alrededor del corazón aún arde. Hay que cuidar a la niña que se crio sola. Tengo que fusionarme en ella y escribir menos "peros" matadores.
MARÍA JESÚS SÁNCHEZ