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Pepe Cantillo | Humildad de garabato

Últimamente abundan los ególatras moviéndose por el escenario del territorio público. El Diccionario de la Lengua da poca información sobre este término y remite a egolatría que se caracteriza por “culto, adoración o amor excesivo de sí mismo”. Sinónimos de ególatra aparecen “egocéntrico”, “endiosado”, “petulante”, “narcisista”, “engreído”, “interesado”, “egoísta” y algún que otro más, sin olvidarnos de “impertinente”, “envidioso” y “rencoroso”.


Los llamados “ególatras” han existido siempre pero es ahora cuando más se dejan notar, dada la amplitud de los medios de comunicación y la facilidad para aparecer en ellos. Muchos de estos prototipos son ídolos que pueblan un firmamento de estrellas fugaces. Algunos de ellos hasta pretenden enamorar a la Historia.

Unos buscan su minuto de fama viral y es posible que lo consigan; otros dan la nota con una cruel barrabasada (“desaguisado, disparate, acción que produce gran daño”) como el doloroso caso de las niñas canarias.

Incapaz de reconocer sus errores, el ególatra siempre estará a la defensiva, entre otras razones, porque carece de humildad: “virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento”. Y este es un dato que no le interesa.

La humildad permite reconocer las limitaciones que poseemos. El diccionario ofrece una variante curiosa, la llamada “humildad de garabato”, que hace referencia a una actitud falsa y afectada que pueden ofrecer algunos sujetos, detalle que encaja a la perfección con modelos de ególatras que aparentan lo que realmente no son.

Dicha falsa humildad brota desde la soberbia que envuelve a la mayoría de este tipo de sujetos. Quien tiene humildad reconoce sus limitaciones. El ególatra es orgulloso e hipócrita a más no poder y, por tanto, la modestia no va con él.

Tiene que demostrar continuamente superioridad a través de la aprobación y los elogios de las personas con las que convive. Por ello, cuando lo critican reacciona con rabia excesiva y no es capaz de aceptar lo que realmente es. Al contrario, no descansa hasta humillar a la persona que lo criticó o a aquella otra que no se doblegó a sus intereses.

Este tipo de personas muestran “una actitud egocéntrica y autocomplaciente”, es decir, siempre se están mirando el ombligo porque solo piensan en sí mismos y desprecian a los demás. Sentirse el ombligo del mundo les define, tanto en el ámbito público como en el privado.

Estos especímenes están por todas partes y en todos los sembrados. Algunos son malas hierbas. La egolatría, llevada al más alto grado, se convierte en una patología que se adhiere a la persona y corroe, como el orín, la parte más humana y convivencial del sujeto. Egolatría y humildad están reñidas. Soberbia y vanidad se dan la mano.

Atendiendo al origen de la palabra, el ególatra es alguien que se adora a tope (“latría” significa “culto desmesurado hacia uno mismo”), hasta alcanzar altas cotas de autoveneración que, repito, pueden ser patológicas. Quede claro que no necesita abuela de lo mucho que se quiere.

El exceso de autoamor le impide mantener relaciones sociales duraderas dado que muestra un marcado desprecio a los demás, razón suficiente para que éstos tampoco lo soporten. Su círculo de amigos es ocasional y reducido, por no decir nulo. Recordemos que estar rodeado de gente no significa tener amigos…

Es caprichoso y pasa por encima de quien sea para conseguir lo que quiere, entre otras razones porque está convencido de que todo le pertenece. No tiene empatía, ni falta que le hace, piensa él. La empatía es ese talante que nos capacita para identificarnos con los demás e incluso para compartir sus sentimientos. ¿Por qué esa carencia empática? No quiere ni le interesan los demás, salvo para utilizarlos en beneficio propio.

Necesita dominar a cambio de nada. Si ofrece algo con gesto de magnanimidad solo busca comprar voluntades que le puedan ser útiles en momentos concretos para, a renglón seguido, prescindir de ellos, tirándolos a la papelera después de sonarse las narices con la dignidad de los mismos.

En este mundo nuestro tropezamos con individuos a los que importa bien poco pisotear la dignidad y los derechos de los demás, porque creen que todos los que le rodean son inferiores. Los ególatras son topillos que carecen de vista, de sensibilidad, de compasión y por tanto pasan del resto. Conducta lamentable, pero eso es lo que hay.

El ególatra arrastra complejos desde su más tierna infancia. Esto le justifica a la hora de masacrar la afectividad ajena. Son egoístas a más no poder y pasarán por encima del cadáver de quien sea por mandato de sus intereses. Solo le importa derrocar a quien se le ponga por delante.

Al considerarse superior al resto de mortales, tiene dificultades para mantener relaciones con el entorno. De entrada todos los que le rodean son incompetentes e inútiles, razón para utilizarlos y dejarlos de lado si ello es necesario. Su comportamiento suele ser caprichoso y no cejará hasta obtener lo que quiere. Es un mentiroso compulsivo.

Notas características del ególatra. Las cosas o se hacen como él quiere o no se harán. Aunque esté equivocado, nunca dará su brazo a torcer. Cederá y no siempre, si prevé que los daños puedan ser mayores para él pero, como buen zorro, esperará agazapado. ¿Pedir disculpas? Por favor, no sabes con quién estás hablando.

Como rasgos de su supuesta positividad derrama una falsa amabilidad, saturada de generosidad cicatera, pose de confianza postiza y de fingida simpatía. No admite el “no” por respuesta. Se ofrece para sacarte de un posible atolladero siempre a cambio de… Da jabón con la mejor de sus sonrisas. El sujeto untuoso muestra “dulzura y amabilidad excesiva en el modo de hablar y comportarse, hasta el punto de resultar empalagoso y por supuesto falso”.

Posibles señales que emite. Tiene gran habilidad para ocultar intenciones y alcanzar sus objetivos que no son otros que engatusar. No tiene problema en pasar por encima de quien sea con tal de conseguir lo que quiere. Suele ser dadivoso para que te sientas en deuda con él. No dudes que te pasará factura en el momento que lo crea necesario.

Es antojadizo (“habitualmente caprichoso”), inconstante, le gusta vanagloriarse del dominio que ejerce sobre los demás. El prototipo suele ser alguien que alardea de su bondad y se muestra espléndido a la hora de dar, gesto que usará con descaro para comprar voluntades.

Cuando el ególatra quiere reafirmarse en lo que dice o pretende, suele hablar siempre en primera persona: “yo quisiera que, porque mi preocupación es…”. Se le llena la boca de “yo, yo, yo”…Al hablar en primera persona cae en un descarado “yoísmo” que lleva a una autocomplacencia tal que solo le falta exclamar en público (en privado ya lo hace) “¡pero qué guapo soy!”.

El mecanismo de autodefensa va acompañado de una constante queja que le vale de autoataque. Si, por diversas razones, se siente inseguro, hablará en primera persona para reafirmarse con la constante utilización del “yo”. Se queja de que van contra él quienes “no reconocen su entrega” para resolver determinada situación.

Unas pinceladas que pueden permitir detectar a posibles ególatras. Es muy reconocible a través de determinados gestos faciales, propenso a desentenderse de situaciones que no le gustan o pueden hacerle “pupa”. Digamos que es incapaz de “coger al toro por los cuernos”.

Suele “lavarse las manos” ante determinados incidentes. Tampoco tiene empacho a la hora de mentir si con ello se sale con la suya y a la par maquilla (enjalbega) su fachada. Mentir miente a su gusto. Maquillar se refiere a “modificar la apariencia de algo para disimular su verdadera naturaleza”, enjalbegar a “blanquear la fachada con cal”. Las dos palabras complementan la actitud egolátrica.

En resumen, dichos especímenes necesitan ser el epicentro en todo. Impertinentes, sin compasión ni sensibilidad muestran una descarada osadía. Como topillos carecen de vista, de piedad. Cuando sacan la mala leche son mortales por necesidad (el caso de las niñas aún colea). Derraman falsa humildad y emanan orgullo.

PEPE CANTILLO
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