Cristiano Ronaldo generó hace varias semanas grandes debates tras retirar dos botellines de Coca-Cola durante una rueda de prensa de la Eurocopa. Pero muchos han sido cortinas de humo para desprestigiar al jugador, defender a la multinacional y no hablar de lo que le impulsó a hacerlo: Coca-Cola es, a mi juicio, un veneno para nuestros niños. El tiempo dirá si le movió un interés económico, pero por ahora se ha ganado mi aplauso y no quiero desaprovechar la ocasión para ofrecerle algunos argumentos que sumar a su cruzada.
Coca-Cola es el principal ejemplo de la insensatez del mundo que hemos creado, de un sistema que prima el beneficio económico por encima de la salud de las personas, del planeta y de los derechos humanos. Esta empresa nos demuestra cada día el poder que tiene la publicidad para que paguemos por envenenarnos, llenar los ecosistemas de plástico, y permitir que les roben el agua a millones de personas en el mundo.
Los estudios sobre el daño para la salud de los refrescos azucarados son numerosos y, a pesar de eso, seguimos permitiendo que se comercialicen. Por 600 mililitros, que es el envase más vendido, consumimos 63 gramos de azúcar. O, dicho de otro modo: 12,5 cucharadas de café, un 250 por ciento más de lo recomendado en adultos y casi un 400 por ciento en los niños. El exceso de azúcar sabemos que provoca numerosas enfermedades como diabetes, hipertensión, obesidad y adicción.
Además, hay estudios que alertan sobre el colorante Caramelo IV que, al calentarse, produce determinados subproductos que provocan cáncer, y del acido fosfórico escondido en su fórmula secreta, que extrae y no permite una buena fijación del calcio en los huesos. Ya no se trata de que cada uno beba lo que quiera, es que permitir su venta es un atentado contra la salud pública.
Es inmoral, por muchas leyes del libre comercio que existan, que se permita a este tipo de empresas patrocinar eventos deportivos y, sobre todo, cuando hay niños de por medio. Sus patrocinios de torneos y competiciones infantiles lo único que garantizan es que tendrán clientes fieles, enganchados, adictos en el futuro. Es como regalar papelinas en la puerta de un colegio, salvo que los refrescos son legales.
A los daños a la salud se les unen los ambientales. El informe Hablan Basura: El manual corporativo de soluciones falsas a la crisis del plástico recoge diferentes estrategias de las multinacionales para lavar su imagen ante la ingente cantidad de plástico que generan y distraernos con promesas que nunca cumplen y que solo son sostenibles en el papel.
Coca-Cola presume de crear 200.000 botellas por minuto, una quinta parte de la producción mundial, para lo que utiliza 2,9 millones de toneladas métricas de plástico al año. A pesar de esto, en 2020, su jefa de Sostenibilidad declaró que no tienen pensado renunciar a los envases de un solo uso por cuestiones económicas y porque sus clientes, según ellos, los demandan.
Su greenwashing es anunciar que sus envases estarán hechos, en 2030, al menos con un 50 por ciento de materiales reciclados, el 25 por ciento de residuos marinos, y que en la actualidad son 100 por cien reciclables.
También financia la campaña Mares Circulares mediante la que los niños recogen de las playas las basuras que la propia empresa genera, y lo hacen bebiendo Coca-Cola. Eso sí es economía circular y lo demás son tonterías, porque pagarle a Ecoembes (otra parte del problema) por envases producidos sabiendo que solo un 30 por ciento se reciclarán no lo es.
Y no olvidemos los problemas sociales que está generando al robar el agua en países como El Salvador, la India o México entre otros, donde la población tiene restricciones para obtener agua potable, pero estas multinacionales tienen vía libre para sobreexplotar las reservas.
Lo más triste es que detrás de estas barbaridades hay leyes que los validan, y muchos países y corruptos que se aprovechan de sus mordidas –llámenlo impuestos o patrocinios– para permitirles que sigan jugando con nuestras vidas.
Por eso, gestos como los de Cristiano Ronaldo son fundamentales. Y que en 2006, cuando aún tenía 21 años y no sabía lo que sabe ahora, hiciese un anuncio para esta empresa, no invalida su mensaje. Además el gran Kiko Veneno lo canta en Reír y llorar: «la Coca-cola siempre es igual; pero yo no, yo puedo cambiar».
Me alegro que él lo haya hecho, pero me da que el impacto de su gesto será mínimo, gracias a que la maquinaria publicitaria se ha puesto a funcionar y ya hay jugadores y medios de comunicación ofreciendo su alma al diablo y con ganas de reírse de Cristiano, cantado la mítica frase de Pata Negra: «todo lo que me gusta es ilegal, es inmoral o engorda». Pero les deja ingentes beneficios.
Coca-Cola es el principal ejemplo de la insensatez del mundo que hemos creado, de un sistema que prima el beneficio económico por encima de la salud de las personas, del planeta y de los derechos humanos. Esta empresa nos demuestra cada día el poder que tiene la publicidad para que paguemos por envenenarnos, llenar los ecosistemas de plástico, y permitir que les roben el agua a millones de personas en el mundo.
Los estudios sobre el daño para la salud de los refrescos azucarados son numerosos y, a pesar de eso, seguimos permitiendo que se comercialicen. Por 600 mililitros, que es el envase más vendido, consumimos 63 gramos de azúcar. O, dicho de otro modo: 12,5 cucharadas de café, un 250 por ciento más de lo recomendado en adultos y casi un 400 por ciento en los niños. El exceso de azúcar sabemos que provoca numerosas enfermedades como diabetes, hipertensión, obesidad y adicción.
Además, hay estudios que alertan sobre el colorante Caramelo IV que, al calentarse, produce determinados subproductos que provocan cáncer, y del acido fosfórico escondido en su fórmula secreta, que extrae y no permite una buena fijación del calcio en los huesos. Ya no se trata de que cada uno beba lo que quiera, es que permitir su venta es un atentado contra la salud pública.
Es inmoral, por muchas leyes del libre comercio que existan, que se permita a este tipo de empresas patrocinar eventos deportivos y, sobre todo, cuando hay niños de por medio. Sus patrocinios de torneos y competiciones infantiles lo único que garantizan es que tendrán clientes fieles, enganchados, adictos en el futuro. Es como regalar papelinas en la puerta de un colegio, salvo que los refrescos son legales.
A los daños a la salud se les unen los ambientales. El informe Hablan Basura: El manual corporativo de soluciones falsas a la crisis del plástico recoge diferentes estrategias de las multinacionales para lavar su imagen ante la ingente cantidad de plástico que generan y distraernos con promesas que nunca cumplen y que solo son sostenibles en el papel.
Coca-Cola presume de crear 200.000 botellas por minuto, una quinta parte de la producción mundial, para lo que utiliza 2,9 millones de toneladas métricas de plástico al año. A pesar de esto, en 2020, su jefa de Sostenibilidad declaró que no tienen pensado renunciar a los envases de un solo uso por cuestiones económicas y porque sus clientes, según ellos, los demandan.
Su greenwashing es anunciar que sus envases estarán hechos, en 2030, al menos con un 50 por ciento de materiales reciclados, el 25 por ciento de residuos marinos, y que en la actualidad son 100 por cien reciclables.
También financia la campaña Mares Circulares mediante la que los niños recogen de las playas las basuras que la propia empresa genera, y lo hacen bebiendo Coca-Cola. Eso sí es economía circular y lo demás son tonterías, porque pagarle a Ecoembes (otra parte del problema) por envases producidos sabiendo que solo un 30 por ciento se reciclarán no lo es.
Y no olvidemos los problemas sociales que está generando al robar el agua en países como El Salvador, la India o México entre otros, donde la población tiene restricciones para obtener agua potable, pero estas multinacionales tienen vía libre para sobreexplotar las reservas.
Lo más triste es que detrás de estas barbaridades hay leyes que los validan, y muchos países y corruptos que se aprovechan de sus mordidas –llámenlo impuestos o patrocinios– para permitirles que sigan jugando con nuestras vidas.
Por eso, gestos como los de Cristiano Ronaldo son fundamentales. Y que en 2006, cuando aún tenía 21 años y no sabía lo que sabe ahora, hiciese un anuncio para esta empresa, no invalida su mensaje. Además el gran Kiko Veneno lo canta en Reír y llorar: «la Coca-cola siempre es igual; pero yo no, yo puedo cambiar».
Me alegro que él lo haya hecho, pero me da que el impacto de su gesto será mínimo, gracias a que la maquinaria publicitaria se ha puesto a funcionar y ya hay jugadores y medios de comunicación ofreciendo su alma al diablo y con ganas de reírse de Cristiano, cantado la mítica frase de Pata Negra: «todo lo que me gusta es ilegal, es inmoral o engorda». Pero les deja ingentes beneficios.
MOI PALMERO
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