Hay dos temas en el panorama actual que me tienen profundamente apenada. ¡Qué digo apenada! Me tienen muy enfadada. Y me refiero a la situación de los jueces y fiscales de este país y, cómo no, a la de los periodistas y demás fauna: colaboradores, novias de fulanito, novios de la prima de menganito, etcétera, etcétera, etcétera.
Mi enfado proviene de las declaraciones de “Rociíto”, es decir, Rocío Carrasco Mohedano, que ya está bien de desprestigiar a esta persona incluso con su nombre. Como decía, Rocío Carrasco ha denunciado a su exmarido por maltrato, físico y psicológico y con esto empezó el espectáculo: unos dicen que lo ha hecho por dinero; otros, que no es el sitio para hacer esa clase de declaraciones; y otros la acusan, directamente, de mentir.
Lo cierto y verdad es que toda la vida, durante veinte años, esta mujer ha guardado silencio ante un crimen execrable que va en contra de más de la mitad de la población. Porque no nos engañemos: la lacra de la violencia de género perjudica a más de la mitad de los seres humanos. A las mujeres pero, además, también hace daño a todo su entorno: hijos, familia, amigos...
A mí, personalmente, me da exactamente igual dónde y cuándo se denuncie un maltrato. La cuestión es denunciarlo. A la pobre Rocío no la creyó nadie durante años, ni siquiera los propios jueces. Su martirio fue creciendo cada día y, para más sufrimiento, ese martirio era alentado por muchos medios de comunicación, revistas del corazón y, sobre todo, por tertulias de televisión en las que el maltratador jugaba con los responsables de esos programas.
Rocío ha jugado su carta en una de esas emisoras donde solía acudir su maltratador y donde, como un corro de marionetas, todos le seguían el juego. Y ha hecho bien: Rocío ha ido donde millones y millones de personas podían escucharla y demostrar con documentos que lo que estaba diciendo era la verdad.
Yo realmente creo que fue un acierto. Muchas mujeres no sabían qué era la violencia psicológica y cómo afrontarla. Por eso, Rocío fue donde podían ayudarla, harta de tanta mentira y cansada de tantos juicios populares.
Sentada en una butaca, Rocío Carrasco fue desgranando años y años de sufrimiento, de impotencia y de soledad. Y su pena más grande, sus hijos. Rocío representa a miles de mujeres que tienen que darle sus hijos a su maltratador porque un juez lo ordena, sin pensar en esa madre o, incluso, en esos niños.
Los sabios jueces deberían saber, valga la redundancia, que el maltratador es capaz de todo, incluso de matar a esos hijos para seguir empoderándose frente a la víctima. Desgraciadamente hay muchos casos, demasiados. Y algunos muy recientes.
Pero, claro, el juez que ha dictado la sentencia se va a su casa y no pasa nada. Y como es juez, está arropado y considerado profesionalmente por todos sus colegas. Sin embargo, es la pobre madre la que se queda marcada para toda la vida.
Mi rabia es ver cómo en un país que dice hacer valer los derechos humanos, el fiscal no ha actuado ya de oficio contra el maltratador de Rocío. Porque seguro que se están aportando elementos nuevos a los que fueron juzgados en su día.
¿Por qué no actúa de oficio? ¿Puede ser porque se ha denunciado en una cadena acusada de emitir telebasura? Ese programa en concreto llegó a los 3,7 millones de espectadores. Desgraciadamente, si lo hubiese emitido La 2 de TVE no hubiese llegado ni a la tercera parte de cuota de pantalla.
Hay que pensar también en eso: porqué la gran parte de los espectadores prefieren estos programas. De todas formas, llegó a más personas que cualquier informativo y esto hay que analizarlo detenidamente. ¿Vamos a tener que utilizar programas de ese tipo para movilizar a la opinión pública española?
Telecinco marcó un hito: una víctima de malos tratos pudo denunciar su situación en horario de máxima audiencia. Es más, provocó que dos ministras la apoyaran prácticamente en directo. Ojalá muchas mujeres hubiesen tenido ese acceso a un canal tan poderoso como la televisión para difundir su pena, su desesperanza. Porque, realmente, los ciudadanos de a pie no nos imaginamos por el segundo infierno que tienen que pasar estas mujeres, una vez que deciden acudir a los juzgados.
El maltrato físico es el que se puede ver por las lesiones que causa. ¿Pero dónde dejamos el que no se ve, el psíquico? ¿El que no se denuncia porque no es tan evidente? ¿El que la propia mujer maltratada minimiza y le busca explicación? No digamos ya los jueces...
Este maltrato lo ejerce el hombre a través de la manipulación emocional, desvalorizando, culpabilizando y aislando a la compañera, restringiéndole los recursos económicos... La desvalorización supone un desprecio de todo lo que hace la víctima e, incluso, de su propio cuerpo. Y supone una indiferencia que representa una falta total de atención a las necesidades afectivas y a los estados de ánimo de la mujer.
Por otra parte, la labor periodística es vergonzosa. Un estudiante de primero de carrera sabe más de ética periodística que todos esos supuestos profesionales juntos. En esta historia se unió la mala practica del periodismo con la de los medios y una manipulación tremenda del maltratador.
Pero no tienen perdón. Han sido veinte años. Dos décadas masacrando a una inocente y alabando a su maltratador, que es de lo que ha vivido: de ir de programa en programa, pisoteando cada vez más a la madre de sus hijos y nadie, absolutamente nadie, fue capaz de contrastar la información, que es siempre la premisa principal para un periodista. Lamentable.
Mi enfado proviene de las declaraciones de “Rociíto”, es decir, Rocío Carrasco Mohedano, que ya está bien de desprestigiar a esta persona incluso con su nombre. Como decía, Rocío Carrasco ha denunciado a su exmarido por maltrato, físico y psicológico y con esto empezó el espectáculo: unos dicen que lo ha hecho por dinero; otros, que no es el sitio para hacer esa clase de declaraciones; y otros la acusan, directamente, de mentir.
Lo cierto y verdad es que toda la vida, durante veinte años, esta mujer ha guardado silencio ante un crimen execrable que va en contra de más de la mitad de la población. Porque no nos engañemos: la lacra de la violencia de género perjudica a más de la mitad de los seres humanos. A las mujeres pero, además, también hace daño a todo su entorno: hijos, familia, amigos...
A mí, personalmente, me da exactamente igual dónde y cuándo se denuncie un maltrato. La cuestión es denunciarlo. A la pobre Rocío no la creyó nadie durante años, ni siquiera los propios jueces. Su martirio fue creciendo cada día y, para más sufrimiento, ese martirio era alentado por muchos medios de comunicación, revistas del corazón y, sobre todo, por tertulias de televisión en las que el maltratador jugaba con los responsables de esos programas.
Rocío ha jugado su carta en una de esas emisoras donde solía acudir su maltratador y donde, como un corro de marionetas, todos le seguían el juego. Y ha hecho bien: Rocío ha ido donde millones y millones de personas podían escucharla y demostrar con documentos que lo que estaba diciendo era la verdad.
Yo realmente creo que fue un acierto. Muchas mujeres no sabían qué era la violencia psicológica y cómo afrontarla. Por eso, Rocío fue donde podían ayudarla, harta de tanta mentira y cansada de tantos juicios populares.
Sentada en una butaca, Rocío Carrasco fue desgranando años y años de sufrimiento, de impotencia y de soledad. Y su pena más grande, sus hijos. Rocío representa a miles de mujeres que tienen que darle sus hijos a su maltratador porque un juez lo ordena, sin pensar en esa madre o, incluso, en esos niños.
Los sabios jueces deberían saber, valga la redundancia, que el maltratador es capaz de todo, incluso de matar a esos hijos para seguir empoderándose frente a la víctima. Desgraciadamente hay muchos casos, demasiados. Y algunos muy recientes.
Pero, claro, el juez que ha dictado la sentencia se va a su casa y no pasa nada. Y como es juez, está arropado y considerado profesionalmente por todos sus colegas. Sin embargo, es la pobre madre la que se queda marcada para toda la vida.
Mi rabia es ver cómo en un país que dice hacer valer los derechos humanos, el fiscal no ha actuado ya de oficio contra el maltratador de Rocío. Porque seguro que se están aportando elementos nuevos a los que fueron juzgados en su día.
¿Por qué no actúa de oficio? ¿Puede ser porque se ha denunciado en una cadena acusada de emitir telebasura? Ese programa en concreto llegó a los 3,7 millones de espectadores. Desgraciadamente, si lo hubiese emitido La 2 de TVE no hubiese llegado ni a la tercera parte de cuota de pantalla.
Hay que pensar también en eso: porqué la gran parte de los espectadores prefieren estos programas. De todas formas, llegó a más personas que cualquier informativo y esto hay que analizarlo detenidamente. ¿Vamos a tener que utilizar programas de ese tipo para movilizar a la opinión pública española?
Telecinco marcó un hito: una víctima de malos tratos pudo denunciar su situación en horario de máxima audiencia. Es más, provocó que dos ministras la apoyaran prácticamente en directo. Ojalá muchas mujeres hubiesen tenido ese acceso a un canal tan poderoso como la televisión para difundir su pena, su desesperanza. Porque, realmente, los ciudadanos de a pie no nos imaginamos por el segundo infierno que tienen que pasar estas mujeres, una vez que deciden acudir a los juzgados.
El maltrato físico es el que se puede ver por las lesiones que causa. ¿Pero dónde dejamos el que no se ve, el psíquico? ¿El que no se denuncia porque no es tan evidente? ¿El que la propia mujer maltratada minimiza y le busca explicación? No digamos ya los jueces...
Este maltrato lo ejerce el hombre a través de la manipulación emocional, desvalorizando, culpabilizando y aislando a la compañera, restringiéndole los recursos económicos... La desvalorización supone un desprecio de todo lo que hace la víctima e, incluso, de su propio cuerpo. Y supone una indiferencia que representa una falta total de atención a las necesidades afectivas y a los estados de ánimo de la mujer.
Por otra parte, la labor periodística es vergonzosa. Un estudiante de primero de carrera sabe más de ética periodística que todos esos supuestos profesionales juntos. En esta historia se unió la mala practica del periodismo con la de los medios y una manipulación tremenda del maltratador.
Pero no tienen perdón. Han sido veinte años. Dos décadas masacrando a una inocente y alabando a su maltratador, que es de lo que ha vivido: de ir de programa en programa, pisoteando cada vez más a la madre de sus hijos y nadie, absolutamente nadie, fue capaz de contrastar la información, que es siempre la premisa principal para un periodista. Lamentable.
REMEDIOS FARIÑAS