El Día Internacional del Libro –una “fiesta” destinada a fomentar la lectura y a homenajear a los autores, a las editoriales y a las librerías– nos ofrece cada 23 de abril una oportunidad para que nos animemos a descubrir la importancia y el placer de la lectura, y para que valoremos las contribuciones de quienes, con sus relatos, con sus versos, con sus ideas y con sus palabras, han impulsado y siguen impulsando el crecimiento personal, el progreso cultural, el deleite estético y el bienestar social de la humanidad.
La lectura nos sirve para tender puentes, romper muros, sembrar semillas del mutuo entendimiento. Nos ayuda a entender y a conectar con personas diferentes y a vivir, con el pensamiento, con la imaginación y con las emociones, nuevas experiencias: nos alarga y nos ensancha nuestra existencia.
Nos puede servir también para que actualicemos unos valores tan necesarios hoy como el respeto a los derechos humanos, el buen trato a los animales, el fomento de la paz, la disminución de la violencia y, en resumen, el fortalecimiento de unos principios morales que orienten nuestra capacidad para analizar, para criticar y para mejorar la vida actual.
Puede hacernos más conscientes de la vida y, también, para evitar que nos anestesiemos ante el dolor ajeno. Los libros nos ofrecen oportunidades para ponernos en el lugar de los otros, de los que han vivido en otros tiempos o en otros lugares, para entender las vidas, los sentimientos, las creencias, los pensamientos, los deseos y los temores de las personas con las que convivimos.
Nos orientan y nos estimulan para que mejoremos nuestros lenguajes y para que expresemos nuestra peculiar manera de entender la vida y para interpretar cómo la entienden otros, esos seres desconocidos que, quizás están a nuestro lado o viven en mundos alejados.
Leer no es solo deletrear letras sino, también, profundizar en los sucesos, adentrarnos en nosotros mismos y acercarnos a los otros; es escuchar y hablar; es ser otros sin dejar de ser uno mismo. Leer es realizar un viaje de ida y vuelta a lugares lejanos o a rincones recónditos, es regresar al ayer o adelantarnos al mañana.
Los libros son ventanas y balcones abiertos a la inmensidad, al infinito y al misterio. La lectura nos educa el gusto, nos intensifica el paladar –los sentidos y las emociones– para saborear los placeres estéticos de la luz, de la oscuridad, del calor, del frío, de la soledad y de la amistad, del miedo, de la esperanza o del amor; ensancha nuestra capacidad de sentir, de evocar, de pensar y de soñar.
Para paladear esos jugos deliciosos que nos alivian, nos animan, nos vivifican, nos tonifican y nos divierten. Nos invita a que volvamos a caminar, a pasear y a viajar para que descubramos mundos insospechados. Nos dibuja sendas por las que penetrar en el fondo secreto de las realidades humanas, claves para interpretar el sentido profundo de los episodios y, en resumen, para vivir de una manera más plena.
La lectura nos sirve para tender puentes, romper muros, sembrar semillas del mutuo entendimiento. Nos ayuda a entender y a conectar con personas diferentes y a vivir, con el pensamiento, con la imaginación y con las emociones, nuevas experiencias: nos alarga y nos ensancha nuestra existencia.
Nos puede servir también para que actualicemos unos valores tan necesarios hoy como el respeto a los derechos humanos, el buen trato a los animales, el fomento de la paz, la disminución de la violencia y, en resumen, el fortalecimiento de unos principios morales que orienten nuestra capacidad para analizar, para criticar y para mejorar la vida actual.
Puede hacernos más conscientes de la vida y, también, para evitar que nos anestesiemos ante el dolor ajeno. Los libros nos ofrecen oportunidades para ponernos en el lugar de los otros, de los que han vivido en otros tiempos o en otros lugares, para entender las vidas, los sentimientos, las creencias, los pensamientos, los deseos y los temores de las personas con las que convivimos.
Nos orientan y nos estimulan para que mejoremos nuestros lenguajes y para que expresemos nuestra peculiar manera de entender la vida y para interpretar cómo la entienden otros, esos seres desconocidos que, quizás están a nuestro lado o viven en mundos alejados.
Leer no es solo deletrear letras sino, también, profundizar en los sucesos, adentrarnos en nosotros mismos y acercarnos a los otros; es escuchar y hablar; es ser otros sin dejar de ser uno mismo. Leer es realizar un viaje de ida y vuelta a lugares lejanos o a rincones recónditos, es regresar al ayer o adelantarnos al mañana.
Los libros son ventanas y balcones abiertos a la inmensidad, al infinito y al misterio. La lectura nos educa el gusto, nos intensifica el paladar –los sentidos y las emociones– para saborear los placeres estéticos de la luz, de la oscuridad, del calor, del frío, de la soledad y de la amistad, del miedo, de la esperanza o del amor; ensancha nuestra capacidad de sentir, de evocar, de pensar y de soñar.
Para paladear esos jugos deliciosos que nos alivian, nos animan, nos vivifican, nos tonifican y nos divierten. Nos invita a que volvamos a caminar, a pasear y a viajar para que descubramos mundos insospechados. Nos dibuja sendas por las que penetrar en el fondo secreto de las realidades humanas, claves para interpretar el sentido profundo de los episodios y, en resumen, para vivir de una manera más plena.
JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO