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Jes Jiménez | En el principio fue la imagen (I)

Vivimos en un entorno plagado de imágenes artificiales creadas por otros seres humanos y plasmadas en todo tipo de pantallas (televisores, teléfonos, ordenadores, tabletas, consolas para videojuegos…), carteles y vallas publicitarias, revistas, libros ilustrados, folletos impresos, etcétera. Seguramente, no ha habido otro momento en la historia de las sociedades humanas en el que se haya dado tal densidad de simulacros visuales.


Prácticamente todas las culturas conocidas, tanto las existentes en la actualidad como aquellas de las que tenemos noticias del pasado, han desarrollado algún tipo de representación icónica:; incluso las que se han declarado iconoclastas. Pero de esto hablaré en otro artículo más adelante.

A lo largo de la Historia, las imágenes se han ido multiplicando y diversificando en respuesta a las necesidades y deseos de las personas. Y, para ello, se ha utilizado una gran variedad de soportes y herramientas para su realización. Los contenidos también han sido múltiples, aunque casi siempre dóciles a los imperativos ideológicos o a las modas vigentes.

Pero ¿cómo comenzó todo este arrebato de figuras y colores en favor de la utilidad y del placer? ¿Dónde y cuándo surgieron las primeras imágenes? Y, sobre todo, ¿por qué se hicieron? Estas preguntas me las he formulado desde hace muchos años y he intentado buscar respuestas en todos los libros y artículos científicos a los que he tenido posibilidad de acceder. Aprendí mucho, me ayudaron a encontrar algunas respuestas, a reflexionar y a ir cercando las posibles explicaciones a las cuestiones más controvertidas.

Me di cuenta de que los libros y el conocimiento académico, como en casi cualquier área de la vida, son imprescindibles, pero no suficientes. Quería ver las piezas originales de las que hablaban los textos especializados, así que visité los museos y cuevas, muchas cuevas (es de agradecer la paciencia de Ana, que accedió a pasar gran parte de sus vacaciones en estas “excursiones”). 

En algunos de estos yacimientos tuve el gran privilegio de poder conversar con los científicos que los estaban investigando. Lo más emocionante fue la visita a una pequeña cueva cantábrica en la que solamente estábamos tres personas, alumbrados únicamente con una pequeña linterna. Casi podía percibirse el aliento de aquellos artistas que habían sabido plasmar sabiamente la profundidad de sus sentimientos y vivencias en aquellas figuras tan hábilmente trazadas. Su espíritu impregnaba hondamente las tinieblas y cada rincón de los mágicos muros que separan, y también comunican, nuestra vida cotidiana con el inframundo habitado por lo sobrenatural.

Todo esto viene a cuento porque hace unos días que se ha publicado en Science Advances (revista de la asociación americana para el avance de la ciencia, AAAS) un interesante artículo que detalla los resultados del estudio realizado sobre unas imágenes encontradas en unas cuevas de Célebes (Indonesia). 

Estas imágenes representan a un tipo de cerdo verrugoso, Sus celebensis, específico de dicha isla. Hasta aquí poca novedad, ya que la mayoría de las pinturas encontradas en las cuevas prehistóricas de la región representan precisamente a este tipo de cerdo salvaje. En las aproximadamente 300 cuevas y abrigos con imágenes parietales, se han reconocido unos 73 cerdos, algo más del 81 por ciento del total de las representaciones animales.


Lo realmente asombroso es la edad que se ha atribuido a estas imágenes mediante las técnicas de datación: al menos 32.000 años para una de ellas y, para la más antigua, 45.500 años. Si tenemos en cuenta que los famosos bisontes de la gran sala de los polícromos de Altamira tienen una antigüedad estimada de 14.698 años, hay ¡nada menos que unos 30.000 años! entre las imágenes más antiguas descubiertas en Sulawesi y las imágenes cantábricas. Es una distancia en años muy superior a la que separa nuestro presente de los bisontes de Altamira.

No hace tantos años que se tenía la impresión de que el arte rupestre más antiguo era una exclusiva de Europa y, más concretamente, de la cordillera Cantábrica y de algunas regiones de Francia. Esto parecía reforzar las ideas supremacistas europeas que habían “justificado” el imperialismo colonialista. 

Los hallazgos sugerían que el nacimiento del arte pictórico se había dado en Europa y que había llegado a magistrales cotas estéticas en Lascaux o Altamira. Se fueron descubriendo más cuevas con pinturas del paleolítico en Francia, España, Italia, Rumania; pero también en la India (Bhimbetka), Rusia (Kapova), Australia (Bradshaw, Gabarnmung), Perú (Toquepala), Argentina (Cueva de las manos)…

El arte prehistórico ya no era una exclusiva europea, sino que se había producido a lo largo y ancho del planeta y por seres humanos de todo tipo de etnias y culturas. Y el reciente descubrimiento parece indicar que, incluso, antes que en Europa.

JES JIMÉNEZ
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