Puesto que todos sabemos qué quiere decir esperanza, aunque hablaremos sobre este concepto en un tiempo en el que la incertidumbre, el miedo y la angustia han hecho presencia y se ha expandido por todo el mundo, me parece oportuno comentar el cuadro del pintor francés Simon Vouet titulado El tiempo vencido por el amor, la belleza y la esperanza, que realizó en 1627 y que puede verse en el Museo del Prado.
En la escena contemplamos al titán Cronos, que personifica el inexorable paso del Tiempo que devora aquello que encuentra a su paso, portando su guadaña como símbolo de la muerte y el reloj de arena como amenazas que se cierne sobre todo ser humano, pues nadie puede parar el transcurrir de los días, ni eludir la muerte que, sin lugar a duda, tarde o temprano nos alcanzará.
Y si llegamos al convencimiento de que estamos gobernados por las inclementes fuerzas de la naturaleza que en ningún momento se detienen, entonces podemos caer en un estado de profundo pesimismo al no ser capaces de modificar la implacable flecha del tiempo. Es lo que acontece con ciertos pensadores, caso del rumano Emil Cioran, afincado en Francia, con lúcidas pero altamente desoladoras obras, tal como nos lo manifiesta el propio título de uno de sus libros: La caída en el tiempo.
Cito uno de sus aforismos: “La naturaleza se ha mostrado generosa solo con aquellos a quienes ha otorgado el privilegio de no pensar en la muerte. Los otros están a merced del más antiguo y corrosivo de los miedos sin que la naturaleza les haya ofrecido, o al menos sugerido, los medios para curarse de él”.
¿Hay, acaso, personas que no hayan pensado nunca en la muerte? Ya sabemos que los animales huyen de modo inmediato ante cualquier hecho que sientan como amenaza, pero al carecer de conciencia de sí mismos no saben que un día fallecerán. En el caso de los seres humanos, desde edades muy tempranas, sabemos que existe la muerte, aunque desde lo más hondo la rechacemos. Es el gran dilema de la existencia de la existencia humana.
Entonces, cabe preguntarse: ¿Qué soluciones podemos hallar para no caer en la tristeza, la apatía o la desolación cuando surgen situaciones como la que ahora nos encontramos y nos vemos rodeados por una amenazadora epidemia que no habíamos imaginado?
Estoy de acuerdo con Simon Vouet de que, al menos, hay tres sentimientos que pueden dar sentido a nuestra existencia: el amor, amar y sentirse amados; la belleza, es decir, disfrutar de todo lo hermoso que hay en la naturaleza y de lo mejor que ha creado la humanidad; y la esperanza, como sentimiento que mira hacia el futuro con la convicción de que pueden resolverse las adversidades que ahora se viven.
En la escena contemplamos al titán Cronos, que personifica el inexorable paso del Tiempo que devora aquello que encuentra a su paso, portando su guadaña como símbolo de la muerte y el reloj de arena como amenazas que se cierne sobre todo ser humano, pues nadie puede parar el transcurrir de los días, ni eludir la muerte que, sin lugar a duda, tarde o temprano nos alcanzará.
Y si llegamos al convencimiento de que estamos gobernados por las inclementes fuerzas de la naturaleza que en ningún momento se detienen, entonces podemos caer en un estado de profundo pesimismo al no ser capaces de modificar la implacable flecha del tiempo. Es lo que acontece con ciertos pensadores, caso del rumano Emil Cioran, afincado en Francia, con lúcidas pero altamente desoladoras obras, tal como nos lo manifiesta el propio título de uno de sus libros: La caída en el tiempo.
Cito uno de sus aforismos: “La naturaleza se ha mostrado generosa solo con aquellos a quienes ha otorgado el privilegio de no pensar en la muerte. Los otros están a merced del más antiguo y corrosivo de los miedos sin que la naturaleza les haya ofrecido, o al menos sugerido, los medios para curarse de él”.
¿Hay, acaso, personas que no hayan pensado nunca en la muerte? Ya sabemos que los animales huyen de modo inmediato ante cualquier hecho que sientan como amenaza, pero al carecer de conciencia de sí mismos no saben que un día fallecerán. En el caso de los seres humanos, desde edades muy tempranas, sabemos que existe la muerte, aunque desde lo más hondo la rechacemos. Es el gran dilema de la existencia de la existencia humana.
Entonces, cabe preguntarse: ¿Qué soluciones podemos hallar para no caer en la tristeza, la apatía o la desolación cuando surgen situaciones como la que ahora nos encontramos y nos vemos rodeados por una amenazadora epidemia que no habíamos imaginado?
Estoy de acuerdo con Simon Vouet de que, al menos, hay tres sentimientos que pueden dar sentido a nuestra existencia: el amor, amar y sentirse amados; la belleza, es decir, disfrutar de todo lo hermoso que hay en la naturaleza y de lo mejor que ha creado la humanidad; y la esperanza, como sentimiento que mira hacia el futuro con la convicción de que pueden resolverse las adversidades que ahora se viven.
Y es que la esperanza es un impulso innato que nos da fuerza para no sentirnos derrotados ante las adversidades. Así, en la situación en la que vivimos, centramos la esperanza en que a no tardar dispongamos de vacunas fiables con las que sea posible erradicar el virus al que ahora estamos expuestos. Sin el sentimiento de esperanza difícilmente soportaríamos este estado de pandemia al no saber el tiempo que podría durar.
Bien es cierto que el cuadro de Simon Vouet no hace referencia a una situación de enfermedad, sino al propio transcurrir del tiempo, donde Cronos es vencido el amor (representado por los tres amorcillos que contemplan al viejo), por la belleza (simbolizada por la figura femenina que porta una lanza) y por la esperanza (que coronada con flores lo amenaza con un garfio).
He de indicar que, dentro de la pintura clásica, son excepcionales los lienzos en los que se representan escenas expresando la idea de la esperanza. Suele suceder, en cambio, en la iconografía o imágenes de tipo religioso, en la que sí abundan; pero es una esperanza que se proyecta hacia otro espacio y hacia otro tiempo distintos a los terrenales. Sin embargo, el conocimiento que nos aporta la ciencia nos dice que vivimos en un pequeño planeta dentro de un universo que a nuestra escala es infinito y dentro de tiempo histórico, del que sabemos el pasado y desconocemos el futuro.
Para que veamos que el sentimiento de la esperanza está profundamente arraigado en los seres humanos, y puesto que las elecciones presidenciales de Estados Unidos están muy próximas, quisiera traer un ejemplo concreto: la campaña que alzó al primer puesto a un presidente negro, Barack Obama, y que se planificó con un eslogan muy sencillo, pero muy potente, como fue la palabra HOPE, es decir, esperanza.
Y es que hay momentos en los que se siente la necesidad de conocer un cambio profundo de la sociedad, por lo que ese deseo se anticipa al futuro a través de la esperanza.
Es lo que expresó magistralmente el diseñador gráfico Shepard Fairey, cuando interpretó pictóricamente el rostro de Barack Obama a través del cartel que realizó para la campaña de las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2008 y en las que se enfrentaba al republicano John McCain.
Shepard Fairey acertó al elegir colores lisos para el rostro del candidato demócrata. En ellos se encuentran el azul (celeste y oscuro), el rojo, el negro y el blanco de fondo. Con el rojo, el azul y el blanco hacía referencia a los colores que porta la bandera de ese país. Por otro lado, la mirada de la figura iba dirigida hacia arriba, acompañándose de la palabra "hope", con la que se alude a la esperanza como motivo central de la campaña, en un momento en el que comenzaba una fuerte crisis económica que afectó a muchas familias.
Posteriormente, y de modo sorpresivo, en las elecciones de 2016 salió elegido Donald Trump, que competía con Hillary Clinton (aunque esta le superó globalmente por tres millones de votos). Y, aniquilando toda esperanza, podemos verlo otra vez como presidente al competir con Joe Biden, quien fuera vicepresidente de los Estados Unidos con Barack Obama.
No es que, en la cercana contienda a la presidencia de Estados Unidos, Joe Biden nos despierte muchos entusiasmos a los foráneos, pero es que también las pequeñas esperanzas pueden ser derrotadas, no solo por Cronos, sino por la mentira, la brutalidad, el egoísmo y la estupidez. Y es que en la actualidad los peores males conviven con nosotros como si fueran lo más natural del mundo.
Para cerrar esta escueta referencia a la esperanza, quisiera aludir a un magnífico libro del psicólogo Erich Fromm titulado La revolución de la esperanza, del que extraigo el siguiente párrafo: “La esperanza es un elemento intrínseco de la estructura de la vida, de la dinámica del espíritu del hombre, al tiempo que decisivo para cualquier intento de efectuar cambios sociales que lleven a una vivacidad, consciencia y razón mayores. El tiempo y el futuro vienen a ser su categoría central”.
Ciertamente, no podemos contemplar el futuro sin que nosotros proyectemos nuestros deseos de mejora, pues la existencia sería invivible si, tal como apuntó el filósofo Friedrich Nietzsche, la vida se convierte en un “eterno retorno” a lo mismo.
Bien es cierto que el cuadro de Simon Vouet no hace referencia a una situación de enfermedad, sino al propio transcurrir del tiempo, donde Cronos es vencido el amor (representado por los tres amorcillos que contemplan al viejo), por la belleza (simbolizada por la figura femenina que porta una lanza) y por la esperanza (que coronada con flores lo amenaza con un garfio).
He de indicar que, dentro de la pintura clásica, son excepcionales los lienzos en los que se representan escenas expresando la idea de la esperanza. Suele suceder, en cambio, en la iconografía o imágenes de tipo religioso, en la que sí abundan; pero es una esperanza que se proyecta hacia otro espacio y hacia otro tiempo distintos a los terrenales. Sin embargo, el conocimiento que nos aporta la ciencia nos dice que vivimos en un pequeño planeta dentro de un universo que a nuestra escala es infinito y dentro de tiempo histórico, del que sabemos el pasado y desconocemos el futuro.
Para que veamos que el sentimiento de la esperanza está profundamente arraigado en los seres humanos, y puesto que las elecciones presidenciales de Estados Unidos están muy próximas, quisiera traer un ejemplo concreto: la campaña que alzó al primer puesto a un presidente negro, Barack Obama, y que se planificó con un eslogan muy sencillo, pero muy potente, como fue la palabra HOPE, es decir, esperanza.
Y es que hay momentos en los que se siente la necesidad de conocer un cambio profundo de la sociedad, por lo que ese deseo se anticipa al futuro a través de la esperanza.
Es lo que expresó magistralmente el diseñador gráfico Shepard Fairey, cuando interpretó pictóricamente el rostro de Barack Obama a través del cartel que realizó para la campaña de las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2008 y en las que se enfrentaba al republicano John McCain.
Shepard Fairey acertó al elegir colores lisos para el rostro del candidato demócrata. En ellos se encuentran el azul (celeste y oscuro), el rojo, el negro y el blanco de fondo. Con el rojo, el azul y el blanco hacía referencia a los colores que porta la bandera de ese país. Por otro lado, la mirada de la figura iba dirigida hacia arriba, acompañándose de la palabra "hope", con la que se alude a la esperanza como motivo central de la campaña, en un momento en el que comenzaba una fuerte crisis económica que afectó a muchas familias.
Posteriormente, y de modo sorpresivo, en las elecciones de 2016 salió elegido Donald Trump, que competía con Hillary Clinton (aunque esta le superó globalmente por tres millones de votos). Y, aniquilando toda esperanza, podemos verlo otra vez como presidente al competir con Joe Biden, quien fuera vicepresidente de los Estados Unidos con Barack Obama.
No es que, en la cercana contienda a la presidencia de Estados Unidos, Joe Biden nos despierte muchos entusiasmos a los foráneos, pero es que también las pequeñas esperanzas pueden ser derrotadas, no solo por Cronos, sino por la mentira, la brutalidad, el egoísmo y la estupidez. Y es que en la actualidad los peores males conviven con nosotros como si fueran lo más natural del mundo.
Para cerrar esta escueta referencia a la esperanza, quisiera aludir a un magnífico libro del psicólogo Erich Fromm titulado La revolución de la esperanza, del que extraigo el siguiente párrafo: “La esperanza es un elemento intrínseco de la estructura de la vida, de la dinámica del espíritu del hombre, al tiempo que decisivo para cualquier intento de efectuar cambios sociales que lleven a una vivacidad, consciencia y razón mayores. El tiempo y el futuro vienen a ser su categoría central”.
Ciertamente, no podemos contemplar el futuro sin que nosotros proyectemos nuestros deseos de mejora, pues la existencia sería invivible si, tal como apuntó el filósofo Friedrich Nietzsche, la vida se convierte en un “eterno retorno” a lo mismo.
AURELIANO SÁINZ