¿Son buenos comunicadores nuestros políticos? A las repetidas preguntas de varios lectores sobre las destrezas comunicativas de los “profesionales de las palabras” me limito a exponer mis dudas y algunas ideas elementales apoyadas en consideraciones de la psicología popular.
Estoy convencido de que, a lo largo de toda la historia, pero sobre todo en estos momentos, la mayoría de los políticos padece una alarmante sordera emocional, una incapacidad casi total para escuchar los sentimientos, las preocupaciones y los problemas de los ciudadanos.
Son muchos los que aún no se han enterado de que, para comunicarse, es imprescindible, como ocurre con la radio, conectar con la onda de los oyentes, y esto quiere decir que es necesario sintonizar con sus sentimientos, con sus aspiraciones y con sus temores. Todavía no han comprendido que para interesar a los oyentes o a los lectores, aún más importante que conocer sus maneras de pensar, han de “con-sentir” con sus formas de sentir.
Para comunicarnos es imprescindible, en primer lugar, entender al otro y comprender su estado de ánimo, y, en segundo lugar, compartir un clima de comprensión mutua, esa “empatía” que consiste en participar en su manera de entender y de vivir la vida. Esta participación es imposible cuando se observan los problemas de los ciudadanos desde una extremada distancia física, económica y social.
Fíjense lo claras que resultan las palabras de Goethe que el profesor Alfred Sonnenfeld cita en su libro Armonía: “Tras la pregunta del aprendiz Wagner acerca de cómo comunicarse con los demás, Fausto responde: «si no lo sentís de verdad, no lo lograréis… Os lo aseguro: si no os sale del corazón, no habrá sintonía de corazones […]. No basta con dominar la técnica de la comunicación. Haz saltar una llama de tu montón de cenizas… No seáis un bufón cascabelero»” (p. 11).
Los políticos informan, pregonan, acusan, se defienden, protestan, se indignan y hacen propaganda pero lo que se dice comunicar, rara vez lo hacen. ¿Por qué? Quizás porque padecen una sordera emocional.
Estoy convencido de que, a lo largo de toda la historia, pero sobre todo en estos momentos, la mayoría de los políticos padece una alarmante sordera emocional, una incapacidad casi total para escuchar los sentimientos, las preocupaciones y los problemas de los ciudadanos.
Son muchos los que aún no se han enterado de que, para comunicarse, es imprescindible, como ocurre con la radio, conectar con la onda de los oyentes, y esto quiere decir que es necesario sintonizar con sus sentimientos, con sus aspiraciones y con sus temores. Todavía no han comprendido que para interesar a los oyentes o a los lectores, aún más importante que conocer sus maneras de pensar, han de “con-sentir” con sus formas de sentir.
Para comunicarnos es imprescindible, en primer lugar, entender al otro y comprender su estado de ánimo, y, en segundo lugar, compartir un clima de comprensión mutua, esa “empatía” que consiste en participar en su manera de entender y de vivir la vida. Esta participación es imposible cuando se observan los problemas de los ciudadanos desde una extremada distancia física, económica y social.
Fíjense lo claras que resultan las palabras de Goethe que el profesor Alfred Sonnenfeld cita en su libro Armonía: “Tras la pregunta del aprendiz Wagner acerca de cómo comunicarse con los demás, Fausto responde: «si no lo sentís de verdad, no lo lograréis… Os lo aseguro: si no os sale del corazón, no habrá sintonía de corazones […]. No basta con dominar la técnica de la comunicación. Haz saltar una llama de tu montón de cenizas… No seáis un bufón cascabelero»” (p. 11).
Los políticos informan, pregonan, acusan, se defienden, protestan, se indignan y hacen propaganda pero lo que se dice comunicar, rara vez lo hacen. ¿Por qué? Quizás porque padecen una sordera emocional.
JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO