¿Somos los españoles un país de jaraneros, de modo que lo único que nos preocupa son las fiestas y disfrutar del buen vino? ¿Nos visitan los extranjeros pensando que, aparte del sol y de las playas, esto es Jauja y que aquí los desmadres están a la orden del día creyendo que por todos lados hay sanfermines o tomatinas y que los más jóvenes, antes de que apareciera el dichoso bichito, se pasaban los fines de semanas de botellón en botellón?
No sé si esta es la imagen que se hacen quienes vienen a visitarnos y que, inevitablemente, este año la cifra se reducirá de modo considerable. Lo que sí puedo afirmar es que cuando me he encontrado con profesores de universidades de Francia o Suiza, en medio de las charlas, solían salir estos temas, derivándose hacia los magníficos vinos que tenemos los españoles. También era motivo de debate la admiración que sentían por los grandes pintores de nuestro país, lista que encabezaba uno de los genios de la pintura de todos los tiempos: Diego Velázquez.
“Me imagino, Aureliano, que en España hay un verdadero culto al vino, pues aparte de que tengo algún conocimiento de los excelentes caldos que se producen en tu tierra, para mí hay un cuadro de Velázquez que me gusta mucho como es 'El triunfo de Baco' y que tengo colgado en mi despacho”, me indica un profesor de la universidad de Neuchâtel, con un buen español, en un encuentro que tuvimos en un pueblecito de Suiza.
Le dije que estaba muy de acuerdo con lo que decía, al tiempo que le indicaba que este espléndido cuadro de Velázquez en España le llamamos también Los borrachos, aunque en el lienzo no se aprecie el estado etílico de los que aparecen en el mismo.
Ciertamente, nuestro país no se entiende sin los buenos vinos que salen de sus viñas y sin la compañía de los amigos en la barra del bar o sentados en alguna terraza disfrutando de esas charlas que tanto nos gustan, al tiempo que nos tomamos unas tapas acompañadas del regalo del dios Baco, aunque ahora, en tiempo de pandemia, tengamos que seguir unas estrictas normas para evitar el contagio.
Y ya que hablamos de algo tan ligado a la antigua Hispania como es el vino, no viene nada mal que recordemos a este dios mitológico que tanta ligazón tiene con la alegría y el disfrute de la vida. Para ello nada mejor que hacer un pequeño recorrido por cómo ha sido representado en algunas obras pictóricas, dentro de la numerosa iconografía en la que aparece.
Así, he tomado para la portada un fragmento de la figura de Baco que realizó en 1598 el pintor italiano Caravaggio. El lienzo, que se encuentra en la Galería Uffizi de Florencia, muestra a un joven, relajado, parcialmente tapado por una túnica blanca y con un ramo de pámpanos coronándolo, al tiempo que sostiene una copa de vino tinto.
Treinta años después de la representación de Caravaggio, es decir, en 1628, Velázquez pinta El triunfo de Baco, cuyo protagonista tiene ciertas similitudes con las del pintor italiano. Sin embargo, en este caso, aparece rodeado de acólitos y gente de extracción humilde.
En la obra hay dos partes bien diferenciadas: en la izquierda se muestra a un joven con el torso descubierto, sentado sobre un tonel, coronado de pámpanos, al tiempo que sostiene una copa con vino. A contraluz, la figura de un segundo personaje con similar corona, por lo que se deduce que también es un seguidor del dios del vino.
El grupo de la derecha lo componen seis personajes, algunos con el rostro abotargado por los efectos de la bebida. Uno de ellos, un humilde soldado, en actitud reverencial y a punto de convertirse en un nuevo iniciado; el resto es gente de extracción modesta, tal como lo manifiestan las ropas que portan.
Remontándonos hacia atrás, y como bien sabemos, en la Grecia antigua se rendía culto a Dionisos y en Roma a Baco. Durante las celebraciones en honor de estos dioses corría el preciado líquido de forma generosa en las denominadas bacanales, ya que las mujeres encargadas de animar esos festejos recibían el nombre de bacantes.
No obstante, el ascenso del cristianismo en el Imperio romano supuso una abierta censura de estas fiestas; de todos modos, conviene apuntar que el propio Senado de Roma las prohibió en el año 186, aunque ello no impidió que continuaran celebrándose de forma privada.
Una interpretación de estas fiestas la encontramos en el cuadro La bacanal de los andrios del pintor italiano Tiziano, el favorito de Felipe II. En la escena nos muestra los placeres de una bacanal, en la que no aparece representado el dios Baco, puesto que está llegando a la isla de Andros en una barca.
Vemos personajes masculinos y femeninos bailando; otros desnudos, caso de la mujer del lado inferior derecho; otros bebiendo y algunos completamente ebrios yacen en el suelo. Teniendo en cuenta el moralismo de Felipe II, Tiziano nos expresa su idea de una bacanal como la de una fiesta en la que se da rienda suelta a los placeres de los sentidos corporales y, en consecuencia, moralmente condenable.
Otro cuadro es el del pintor holandés Cornelis de Vos, que también recibe la denominación de El triunfo de Baco, similar al de Velázquez. En este caso, el dios del vino no es un joven de piel rosácea, sino un ser obeso y grotesco que se encuentra completamente desnudo y sentado en un carro tirado por dos tigres. Vemos que con su mano derecha abraza a una joven y rubia bacante que agita un tímpano con sonajas.
En su lado izquierdo se encuentra un sátiro que, con mirada irónica, palpa uno de los pliegues de su carne adiposa a la altura de la cintura, al tiempo que otro ya viejo apenas se tiene sobre el asno que lo sostiene. Aquí, la referencia al dios Baco tiene un aire burlón y cómico, como si el pintor holandés quisiera ridiculizar las fiestas paganas dedicadas al disfrute con las alegres bacantes.
La quinta obra lleva el título de El sacrificio a Baco del pintor italiano Massimo Stanzione, que, junto a las tres anteriormente citadas, se encuentra en el Museo del Prado. En este caso, nos muestra un cortejo de bacantes que cantan y bailan ante una escultura de Baco que aparece desnudo, con una corona de pámpanos y de pie sobre un pedestal.
Algunas de las seguidoras del dios del vino se encuentran cubiertas de pieles de animales y engalanadas con ramas de hiedra y de parra, al tiempo que le ofrecen cestas de uvas, de frutas y jarras de vino. Otras tocan la flauta, los címbalos o portan una paloma. En este caso, la bacanal no adquiere el tinte de desenfreno de los sentidos, sino un aire entre lúdico y poético.
Para cerrar, convendría recordar las palabras del historiador griego Tucídides cuando decía que “los pueblos del Mediterráneo empezaron a emerger del barbarismo cuando aprendieron al cultivar olivos y vides”. O, siglos más tarde, las palabras del escritor francés François Rabelais al sostener que “el vino es lo que más ha civilizado el mundo”.
A pesar de los tópicos, podemos decir que mayoritariamente en España sabemos beber bien; que disfrutamos, como país mediterráneo, de las fiestas populares y que, en estos tiempos en los que nos vemos acosados por una pandemia, es posible recuperar, eso sí, de modo razonable el disfrute de la calle tan ligado a nuestra cultura abierta al aire libre.
No sé si esta es la imagen que se hacen quienes vienen a visitarnos y que, inevitablemente, este año la cifra se reducirá de modo considerable. Lo que sí puedo afirmar es que cuando me he encontrado con profesores de universidades de Francia o Suiza, en medio de las charlas, solían salir estos temas, derivándose hacia los magníficos vinos que tenemos los españoles. También era motivo de debate la admiración que sentían por los grandes pintores de nuestro país, lista que encabezaba uno de los genios de la pintura de todos los tiempos: Diego Velázquez.
“Me imagino, Aureliano, que en España hay un verdadero culto al vino, pues aparte de que tengo algún conocimiento de los excelentes caldos que se producen en tu tierra, para mí hay un cuadro de Velázquez que me gusta mucho como es 'El triunfo de Baco' y que tengo colgado en mi despacho”, me indica un profesor de la universidad de Neuchâtel, con un buen español, en un encuentro que tuvimos en un pueblecito de Suiza.
Le dije que estaba muy de acuerdo con lo que decía, al tiempo que le indicaba que este espléndido cuadro de Velázquez en España le llamamos también Los borrachos, aunque en el lienzo no se aprecie el estado etílico de los que aparecen en el mismo.
Ciertamente, nuestro país no se entiende sin los buenos vinos que salen de sus viñas y sin la compañía de los amigos en la barra del bar o sentados en alguna terraza disfrutando de esas charlas que tanto nos gustan, al tiempo que nos tomamos unas tapas acompañadas del regalo del dios Baco, aunque ahora, en tiempo de pandemia, tengamos que seguir unas estrictas normas para evitar el contagio.
Y ya que hablamos de algo tan ligado a la antigua Hispania como es el vino, no viene nada mal que recordemos a este dios mitológico que tanta ligazón tiene con la alegría y el disfrute de la vida. Para ello nada mejor que hacer un pequeño recorrido por cómo ha sido representado en algunas obras pictóricas, dentro de la numerosa iconografía en la que aparece.
Así, he tomado para la portada un fragmento de la figura de Baco que realizó en 1598 el pintor italiano Caravaggio. El lienzo, que se encuentra en la Galería Uffizi de Florencia, muestra a un joven, relajado, parcialmente tapado por una túnica blanca y con un ramo de pámpanos coronándolo, al tiempo que sostiene una copa de vino tinto.
Treinta años después de la representación de Caravaggio, es decir, en 1628, Velázquez pinta El triunfo de Baco, cuyo protagonista tiene ciertas similitudes con las del pintor italiano. Sin embargo, en este caso, aparece rodeado de acólitos y gente de extracción humilde.
En la obra hay dos partes bien diferenciadas: en la izquierda se muestra a un joven con el torso descubierto, sentado sobre un tonel, coronado de pámpanos, al tiempo que sostiene una copa con vino. A contraluz, la figura de un segundo personaje con similar corona, por lo que se deduce que también es un seguidor del dios del vino.
El grupo de la derecha lo componen seis personajes, algunos con el rostro abotargado por los efectos de la bebida. Uno de ellos, un humilde soldado, en actitud reverencial y a punto de convertirse en un nuevo iniciado; el resto es gente de extracción modesta, tal como lo manifiestan las ropas que portan.
Remontándonos hacia atrás, y como bien sabemos, en la Grecia antigua se rendía culto a Dionisos y en Roma a Baco. Durante las celebraciones en honor de estos dioses corría el preciado líquido de forma generosa en las denominadas bacanales, ya que las mujeres encargadas de animar esos festejos recibían el nombre de bacantes.
No obstante, el ascenso del cristianismo en el Imperio romano supuso una abierta censura de estas fiestas; de todos modos, conviene apuntar que el propio Senado de Roma las prohibió en el año 186, aunque ello no impidió que continuaran celebrándose de forma privada.
Una interpretación de estas fiestas la encontramos en el cuadro La bacanal de los andrios del pintor italiano Tiziano, el favorito de Felipe II. En la escena nos muestra los placeres de una bacanal, en la que no aparece representado el dios Baco, puesto que está llegando a la isla de Andros en una barca.
Vemos personajes masculinos y femeninos bailando; otros desnudos, caso de la mujer del lado inferior derecho; otros bebiendo y algunos completamente ebrios yacen en el suelo. Teniendo en cuenta el moralismo de Felipe II, Tiziano nos expresa su idea de una bacanal como la de una fiesta en la que se da rienda suelta a los placeres de los sentidos corporales y, en consecuencia, moralmente condenable.
Otro cuadro es el del pintor holandés Cornelis de Vos, que también recibe la denominación de El triunfo de Baco, similar al de Velázquez. En este caso, el dios del vino no es un joven de piel rosácea, sino un ser obeso y grotesco que se encuentra completamente desnudo y sentado en un carro tirado por dos tigres. Vemos que con su mano derecha abraza a una joven y rubia bacante que agita un tímpano con sonajas.
En su lado izquierdo se encuentra un sátiro que, con mirada irónica, palpa uno de los pliegues de su carne adiposa a la altura de la cintura, al tiempo que otro ya viejo apenas se tiene sobre el asno que lo sostiene. Aquí, la referencia al dios Baco tiene un aire burlón y cómico, como si el pintor holandés quisiera ridiculizar las fiestas paganas dedicadas al disfrute con las alegres bacantes.
La quinta obra lleva el título de El sacrificio a Baco del pintor italiano Massimo Stanzione, que, junto a las tres anteriormente citadas, se encuentra en el Museo del Prado. En este caso, nos muestra un cortejo de bacantes que cantan y bailan ante una escultura de Baco que aparece desnudo, con una corona de pámpanos y de pie sobre un pedestal.
Algunas de las seguidoras del dios del vino se encuentran cubiertas de pieles de animales y engalanadas con ramas de hiedra y de parra, al tiempo que le ofrecen cestas de uvas, de frutas y jarras de vino. Otras tocan la flauta, los címbalos o portan una paloma. En este caso, la bacanal no adquiere el tinte de desenfreno de los sentidos, sino un aire entre lúdico y poético.
Para cerrar, convendría recordar las palabras del historiador griego Tucídides cuando decía que “los pueblos del Mediterráneo empezaron a emerger del barbarismo cuando aprendieron al cultivar olivos y vides”. O, siglos más tarde, las palabras del escritor francés François Rabelais al sostener que “el vino es lo que más ha civilizado el mundo”.
A pesar de los tópicos, podemos decir que mayoritariamente en España sabemos beber bien; que disfrutamos, como país mediterráneo, de las fiestas populares y que, en estos tiempos en los que nos vemos acosados por una pandemia, es posible recuperar, eso sí, de modo razonable el disfrute de la calle tan ligado a nuestra cultura abierta al aire libre.
AURELIANO SÁINZ