La crisis del Covid-19 ha roto las costuras del orden económico y político mundial. Si hacemos caso a Slavoj Žižek, esto supone el principio del fin del sistema imperante. En cambio, si escuchamos las advertencias de Byung-Chul Han, ante el peligro, el sistema tenderá a reivindicarse y a ser más autoritario. Creo más a este último, como buen optimista bien informado.
No es una nueva crisis. El que quiera vender este engaño, tened claro que lo hace para tapar sus vergüenzas del pasado. Es la misma crisis que llevamos atravesando desde hace más de una década. Una crisis que nunca superamos, pero que ya llevábamos mejor.
Tampoco nos engañemos a nosotros mismos. Sería exagerado afirmar que lo que viene será el Apocalipsis, en especial tras los meses de septiembre y octubre, pero tampoco será bonito. Pedro Sánchez hará pasar a Mariano Rajoy por hermanita de la caridad. Y, al igual que él, lo hará en nombre del mismo pueblo al que desvalija. Hablamos de recortes presupuestarios, por supuesto, pero también de la vulneración de derechos que ya estamos sufriendo y de un aumento, otra vez, de la polarización política.
Ante tanta acción, la reacción será inevitable. Ahora bien, ¿qué reacción? La rebeldía es un sentimiento, no una acción. Es un decir no, a la vez que se dice sí, tal y como señala Albert Camus. Las acciones emanan de las ideas y de las emociones. Y aquí es donde yo encuentro el error de Žižek.
Pongo un ejemplo claro. El movimiento independentista catalán actual, consecuencia indudable del movimiento 15M como continuación de la misma en la región catalana, se caracteriza por su carácter rebelde. Dice “no” a España, símbolo de todos los males, y “sí” a una República Catalana que es vista como la nueva Arcadia.
Ahora bien, si tomamos la masa social del independentismo catalán y la segmentamos, podemos comprobar que buena parte de la misma no tiene un carácter comprometido. Se trata de una rebeldía pueril, que se retroalimenta por el sentimiento de pertenencia a un colectivo. Además, el independentismo fomenta un objetivo claro, tangible, que la sociedad europea actual no puede proporcionar. Es la opción fácil.
Si a estos mismos los ponemos ante un análisis racional, no pueden aceptar el carácter supremacista y contraproducente de su movimiento. Y, en cualquier caso, son incapaces de sacrificios reales por su causa. Como mucho, pueden aspirar a la rebeldía estética de los dandies. “Vivir o morir delante del espejo”, como diría Charles Baudelaire. Hoy diríamos “vivir o morir en las redes”.
En cambio, existe una minoría abultada de rebeldes comprometidos, dispuestos a sacrificar, incluso, la vida por obtener la tierra prometida: una Cataluña libre y perfecta. Sin embargo, son fanáticos que no solo no aguantan el análisis racional, sino que están dispuestos a reventarla sin mala conciencia.
Si pretendiéramos encerrarlos en una habitación, como de hecho ha pasado con sus representantes políticos, solo habría división. El independentismo no es una ideología. La independencia es un fin cuestionable. No hay unidad para un proyecto común más elaborado. Y eso solo consigue cortocircuitar el movimiento. Los posconvergentes son los herederos de la burguesía catalana más reaccionaria. ¿Cómo pueden ponerse de acuerdo con los antisistema?
Volviendo a Žižek, este cuenta con una rebeldía comprometida y un sistema insostenible. Sin embargo, la ausencia de un proyecto realista y esperanzador hace, y seguirá haciendo, que esa rebeldía comprometida se materialice en fanatismo, como ha ocurrido en España con un buen sector de Unidas Podemos, Bildu, Candidatura d'Unitat Popular (CUP) o Vox –movimiento reaccionario, pero no por ello menos rebelde–. Y el fanatismo justifica la represión.
Ante tanta opresión y caos como se nos viene, la reacción mayoritaria será una rebeldía pueril, cuando no estética, y una rebeldía comprometida minoritaria y fanática, repulsiva para los moderados, que será incapaz de hacer cumplir las expectativas de Žižek. De hecho, en España es un hecho que ya hemos vivido.
Queda cierto resquicio de esperanza en cierta minoría crítica y moderada que, con toda probabilidad, será aplastada por los fanáticos, tal y como ocurrió en España con el partido Podemos. El movimiento 15M y el partido Podemos esperanzaron a muchos y todos sabemos cómo han acabado: siendo un conjunto de movimientos de fanáticos de extrema izquierda, muy lejos del espíritu integrador del 15M.
Vienen malos tiempos para las personas. También para el pensamiento crítico.
Haereticus dixit.
No es una nueva crisis. El que quiera vender este engaño, tened claro que lo hace para tapar sus vergüenzas del pasado. Es la misma crisis que llevamos atravesando desde hace más de una década. Una crisis que nunca superamos, pero que ya llevábamos mejor.
Tampoco nos engañemos a nosotros mismos. Sería exagerado afirmar que lo que viene será el Apocalipsis, en especial tras los meses de septiembre y octubre, pero tampoco será bonito. Pedro Sánchez hará pasar a Mariano Rajoy por hermanita de la caridad. Y, al igual que él, lo hará en nombre del mismo pueblo al que desvalija. Hablamos de recortes presupuestarios, por supuesto, pero también de la vulneración de derechos que ya estamos sufriendo y de un aumento, otra vez, de la polarización política.
Ante tanta acción, la reacción será inevitable. Ahora bien, ¿qué reacción? La rebeldía es un sentimiento, no una acción. Es un decir no, a la vez que se dice sí, tal y como señala Albert Camus. Las acciones emanan de las ideas y de las emociones. Y aquí es donde yo encuentro el error de Žižek.
Pongo un ejemplo claro. El movimiento independentista catalán actual, consecuencia indudable del movimiento 15M como continuación de la misma en la región catalana, se caracteriza por su carácter rebelde. Dice “no” a España, símbolo de todos los males, y “sí” a una República Catalana que es vista como la nueva Arcadia.
Ahora bien, si tomamos la masa social del independentismo catalán y la segmentamos, podemos comprobar que buena parte de la misma no tiene un carácter comprometido. Se trata de una rebeldía pueril, que se retroalimenta por el sentimiento de pertenencia a un colectivo. Además, el independentismo fomenta un objetivo claro, tangible, que la sociedad europea actual no puede proporcionar. Es la opción fácil.
Si a estos mismos los ponemos ante un análisis racional, no pueden aceptar el carácter supremacista y contraproducente de su movimiento. Y, en cualquier caso, son incapaces de sacrificios reales por su causa. Como mucho, pueden aspirar a la rebeldía estética de los dandies. “Vivir o morir delante del espejo”, como diría Charles Baudelaire. Hoy diríamos “vivir o morir en las redes”.
En cambio, existe una minoría abultada de rebeldes comprometidos, dispuestos a sacrificar, incluso, la vida por obtener la tierra prometida: una Cataluña libre y perfecta. Sin embargo, son fanáticos que no solo no aguantan el análisis racional, sino que están dispuestos a reventarla sin mala conciencia.
Si pretendiéramos encerrarlos en una habitación, como de hecho ha pasado con sus representantes políticos, solo habría división. El independentismo no es una ideología. La independencia es un fin cuestionable. No hay unidad para un proyecto común más elaborado. Y eso solo consigue cortocircuitar el movimiento. Los posconvergentes son los herederos de la burguesía catalana más reaccionaria. ¿Cómo pueden ponerse de acuerdo con los antisistema?
Volviendo a Žižek, este cuenta con una rebeldía comprometida y un sistema insostenible. Sin embargo, la ausencia de un proyecto realista y esperanzador hace, y seguirá haciendo, que esa rebeldía comprometida se materialice en fanatismo, como ha ocurrido en España con un buen sector de Unidas Podemos, Bildu, Candidatura d'Unitat Popular (CUP) o Vox –movimiento reaccionario, pero no por ello menos rebelde–. Y el fanatismo justifica la represión.
Ante tanta opresión y caos como se nos viene, la reacción mayoritaria será una rebeldía pueril, cuando no estética, y una rebeldía comprometida minoritaria y fanática, repulsiva para los moderados, que será incapaz de hacer cumplir las expectativas de Žižek. De hecho, en España es un hecho que ya hemos vivido.
Queda cierto resquicio de esperanza en cierta minoría crítica y moderada que, con toda probabilidad, será aplastada por los fanáticos, tal y como ocurrió en España con el partido Podemos. El movimiento 15M y el partido Podemos esperanzaron a muchos y todos sabemos cómo han acabado: siendo un conjunto de movimientos de fanáticos de extrema izquierda, muy lejos del espíritu integrador del 15M.
Vienen malos tiempos para las personas. También para el pensamiento crítico.
Haereticus dixit.
RAFAEL SOTO