Sus padres la esperaban como agua de mayo. Y su madre soñaba con ella: con sus ojos, con sus manitas, con su cuerpecito y con su olor de bebé. Pero ella no llegaba; se resistía a llenar la casa de los jóvenes casados. Iba pasando el tiempo y cada vez se la quería con más fuerza. A su joven madre –era casi una chiquilla cuando se casó– se le iban la vista y los suspiros detrás de cada bebé. A ella le encantaban las personitas pequeñas que tratan de imitar tus gestos y huelen a pura vida.
Después de unos años en los que la esperanza había desfallecido un poquito, llegó Mercedes. Vino con el principio del otoño y fue a nacer en la capital del reino. Sus padres eran muy felices y su madre daba gracias a Dios por aquel angelito que dormía arrullado por el cariño familiar y por las mantitas, que ya en la meseta empezaba a refrescar.
Quizá fue un fallo humano o quizá tenía que pasar, pero una de sus caderitas no ajustaba bien y ningún médico lo vio... Su madre no se movió de la cunita del hospital durante aquel año en que estuvo escayolada. Tan pequeña y con las piernas fijas. Con lo que a ella le hubiera gustado moverlas.
Todo esto cambió cuando empezó a andar. Mercedes era una niña fuerte y decidida a seguir su camino. Corría como una bala con un aparato en una de sus piernecitas. Tenía carácter, el carácter de quien sabe que los obstáculos no le impedirán caminar.
También tuvo que ser operada de corazón. Quizás el exceso de amor de sus padres hizo que sus latidos fueran dobles. Le arreglaron el músculo y decidió que ella iba a ser farmacéutica.
Crecía llena de amor, con unos progenitores entregados y una familia que celebraba cada uno de sus logros. Un día de noviembre, la cigüeña le trajo una hermanita de rizos pequeñitos, que se convirtió en su muñeca primero y, luego, en su mejor amiga. Ya no necesitaba aquella muñequita negrita a la que tanto paseaba en su minicarrito.
La determinación que le permitió correr, a pesar de todo, es la misma que la llevó a la universidad y terminar con su título de Farmacia. La fuerza que habita en ella hace que los obstáculos la zarandeen pero no la dejen caer. Ella siempre ha mirado hacia adelante.
¿Y ahora estás triste porque los años corren? Porque llega un nuevo cumpleaños. Mercedes, tú no puedes estar triste. No puedes. Eres el regalo que tus papás desearon siempre. Mírate en el espejo y ve a la gran mujer en que te has convertido. Disfruta de la vida y de los momentos. Para eso sirven los años: para valorar lo bueno. ¡Feliz cumpleaños!
Después de unos años en los que la esperanza había desfallecido un poquito, llegó Mercedes. Vino con el principio del otoño y fue a nacer en la capital del reino. Sus padres eran muy felices y su madre daba gracias a Dios por aquel angelito que dormía arrullado por el cariño familiar y por las mantitas, que ya en la meseta empezaba a refrescar.
Quizá fue un fallo humano o quizá tenía que pasar, pero una de sus caderitas no ajustaba bien y ningún médico lo vio... Su madre no se movió de la cunita del hospital durante aquel año en que estuvo escayolada. Tan pequeña y con las piernas fijas. Con lo que a ella le hubiera gustado moverlas.
Todo esto cambió cuando empezó a andar. Mercedes era una niña fuerte y decidida a seguir su camino. Corría como una bala con un aparato en una de sus piernecitas. Tenía carácter, el carácter de quien sabe que los obstáculos no le impedirán caminar.
También tuvo que ser operada de corazón. Quizás el exceso de amor de sus padres hizo que sus latidos fueran dobles. Le arreglaron el músculo y decidió que ella iba a ser farmacéutica.
Crecía llena de amor, con unos progenitores entregados y una familia que celebraba cada uno de sus logros. Un día de noviembre, la cigüeña le trajo una hermanita de rizos pequeñitos, que se convirtió en su muñeca primero y, luego, en su mejor amiga. Ya no necesitaba aquella muñequita negrita a la que tanto paseaba en su minicarrito.
La determinación que le permitió correr, a pesar de todo, es la misma que la llevó a la universidad y terminar con su título de Farmacia. La fuerza que habita en ella hace que los obstáculos la zarandeen pero no la dejen caer. Ella siempre ha mirado hacia adelante.
¿Y ahora estás triste porque los años corren? Porque llega un nuevo cumpleaños. Mercedes, tú no puedes estar triste. No puedes. Eres el regalo que tus papás desearon siempre. Mírate en el espejo y ve a la gran mujer en que te has convertido. Disfruta de la vida y de los momentos. Para eso sirven los años: para valorar lo bueno. ¡Feliz cumpleaños!
MARÍA JESÚS SÁNCHEZ