Arquitecta por la Universidad Politécnica de Madrid, Alba Carballal (Lugo, 1992) obtuvo en 2016 una beca de residencia literaria en la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores de Córdoba. Fruto de esta estancia es su primera novela: Tres maneras de inducir un coma. Ha sido redactora en la revista especializada Arquitectura Viva y escribe también en otros medios de comunicación y difusión cultural, como la web literaria Zenda. Ha traducido textos periodísticos y libros.
—Esta novela es el fruto de una beca de residencia literaria en la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores. ¿Cómo fue la experiencia?
—Pues fue una experiencia muy intensa, muy fructífera y, además, creo que fue el primer paso o la primera vez que sentí esto como una profesión. O sea, fue la primera vez que me tomaron en serio como escritora y de algún modo sentí que esto era un oficio y que se podía llegar a convertir en mi modo de vida. Es una sensación como de profesionalidad que no había tenido hasta entonces.
—Estudiaste Arquitectura. En cierto modo, existe un paralelismo entre esta y la literatura. En el sentido de que escribir es crear una estructura arquitectónica pero con palabras.
—Supongo que algo de eso hay. Aunque, la verdad, lo que yo más aprendí en la carrera de Arquitectura es a delatar a vuela pluma a los farsantes, a la gente que vende humo y que realmente no tiene ni un discurso ni una idea ni un proyecto bien hecho. Y creo que ese es un entrenamiento que para cualquier otra cosa es muy adecuado y muy efectivo.
—Eduardo Mendoza habla de ti como una voz solvente y Muñoz Molina ve en ti una mirada ácida y crítica. Con tales padrinos, ni habrás pensado en el fracaso.
—(Ríe). Bueno, lo pienso todos los días, casi con más razón. Me da mucho respeto y, bueno, de algún modo me da un poco de miedo fallar porque las expectativas se han puesto muy altas. Y para mí es un honor que me consideren una buena escritora.
—Tu protagonista es un cuarentón sin perspectiva de futuro. ¿Para quienes nacisteis en 1992 la palabra futuro tiene algún sentido?
—Sí, sí tiene sentido. Lo que pasa es que a nosotros nos enseñaron desde muy pequeños a pensar en el futuro, además a proyectar un futuro muy prometedor, y ese futuro se ha truncado. Con lo cual es una palabra que tiene un significado casi mítico o utópico. Pero sí existe, claro.
—Tu novela es una sátira social y moral muy conectada con la tradición de la picaresca española.
—De hecho, la estructura bebe un poco de la picaresca. Yo encabezo los capítulos con una frase que podría recordar a las novelas de la tradición picaresca española, pero creo que a nivel formal también tiene mucho de pastiche o de monstruo. Porque yo en ella vuelco cosas del cine, cosas de guión de televisión, del género epistolar. Entonces, al final lo que sale es una especie de cadáver exquisito. Una cosa así montada de una forma extraña pero también extrañamente funcional.
—El escenario, claro, no podría ser otro que un Madrid contemporáneo y 'underground'.
—Es la ciudad en la que yo he crecido como ser humano. Quiero decir: yo he vivido hasta los 18 años en Lugo, pero me fui a estudiar a Madrid y, desde luego, es el escenario de mi vida adulta. Y además creo que es una ciudad muy sexy, porque tiene un punto folklórico, un perfil kitsch, un punto quizá macarra también, que a estos personajes que son un poco perdedores pues les venía especialmente bien.
—Darío Adanti se pregunta cómo una primera novela puede ser tan buena. Se lo pregunta, obviamente, teniendo en cuenta tu edad. Imagino.
—Tengo 26 años, pero esta novela la terminé de escribir con 25 recién cumplidos en la Fundación Gala. Yo creo que hay gente joven que está haciendo cosas muy interesantes. De hecho, hay mucha gente que ha salido de la Fundación Gala que escribe realmente bien. Ahí está Cristina Morales, que acaba de ganar el Premio Herralde.
—Ecos de Mendoza, de Almodóvar, de John Kennedy Tool. ¿Ese es el territorio que pisas, donde te sientes a gusto?
—Bueno, desde luego lo han sido para escribir mi primera novela. He escrito desde donde yo me siento cómoda, que es el humor, la sátira, también una melancolía un poco extraña, que tiene también algo de Woody Allen. Pero sí, yo ahí me muevo con cierta desenvoltura, en esa ambivalencia entre la ironía y el desencanto.
—Los nacidos en 1992 se os conoce como la 'Generación de la Resaca'. ¿Os habéis adaptado a una realidad truncada o seguís soñando a veces?
—Yo, desde luego, sí. En estos tiempos tan nihilistas, lo revolucionario es creer en algo. Lo revolucionario es seguir creyendo que algo hay para ti de todo este horror. De hecho, mi personaje me lo llevo a 15 años mayor que yo, porque creo que hay que ser mayor para estar desencantado. A mí todavía no me toca eso.
—Dices que el 15-M fue tu bautismo político.
—Yo llegué a la universidad en 2010. Y cuando no llevaba un año en Madrid, me vi envuelta en todo aquello. Y para mí, la verdad, que fue como el bautismo político, porque fue la primera y la más potente, probablemente, de mis experiencias colectivas. También fue darme cuenta de que estamos aquí para cambiar las cosas y de que el mundo no va a cambiar solo, de que o lo haces tú o no lo va a hacer nadie por ti.
—Tú, en cierto modo, estás triunfando, vas encontrando tu perfil en la literatura. ¿Los amigos te miran como un bicho raro, como alguien que ha logrado agarrar un sueño?
—Aún me cuesta a mí decir soy escritora. Pero cuando lo digo hay suspicacia y yo lo comprendo perfectamente porque es una marcianada. No es lo habitual. No sé. Para mí es lo natural.
—¿A quién odias tanto que te gustaría inducirle un coma?
—Un coma a nadie, por dios. Yo soy muy buena gente. Aunque no lo parezca con la novela. Pero sí hay gente que estaría mejor callada (ríe). Aunque tampoco hace falta que entren en coma.
—¿Sabes ya hacia dónde irás ahora?
—Estoy empezando a trabajar en mi segunda novela. Está ambientada en un tiempo anterior. Me muevo a Galicia y a Valencia. Será una cosa bastante distinta, a pesar de que la voz autorial pienso que tiene que conservarse.
—Esta novela es el fruto de una beca de residencia literaria en la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores. ¿Cómo fue la experiencia?
—Pues fue una experiencia muy intensa, muy fructífera y, además, creo que fue el primer paso o la primera vez que sentí esto como una profesión. O sea, fue la primera vez que me tomaron en serio como escritora y de algún modo sentí que esto era un oficio y que se podía llegar a convertir en mi modo de vida. Es una sensación como de profesionalidad que no había tenido hasta entonces.
—Estudiaste Arquitectura. En cierto modo, existe un paralelismo entre esta y la literatura. En el sentido de que escribir es crear una estructura arquitectónica pero con palabras.
—Supongo que algo de eso hay. Aunque, la verdad, lo que yo más aprendí en la carrera de Arquitectura es a delatar a vuela pluma a los farsantes, a la gente que vende humo y que realmente no tiene ni un discurso ni una idea ni un proyecto bien hecho. Y creo que ese es un entrenamiento que para cualquier otra cosa es muy adecuado y muy efectivo.
—Eduardo Mendoza habla de ti como una voz solvente y Muñoz Molina ve en ti una mirada ácida y crítica. Con tales padrinos, ni habrás pensado en el fracaso.
—(Ríe). Bueno, lo pienso todos los días, casi con más razón. Me da mucho respeto y, bueno, de algún modo me da un poco de miedo fallar porque las expectativas se han puesto muy altas. Y para mí es un honor que me consideren una buena escritora.
—Tu protagonista es un cuarentón sin perspectiva de futuro. ¿Para quienes nacisteis en 1992 la palabra futuro tiene algún sentido?
—Sí, sí tiene sentido. Lo que pasa es que a nosotros nos enseñaron desde muy pequeños a pensar en el futuro, además a proyectar un futuro muy prometedor, y ese futuro se ha truncado. Con lo cual es una palabra que tiene un significado casi mítico o utópico. Pero sí existe, claro.
—Tu novela es una sátira social y moral muy conectada con la tradición de la picaresca española.
—De hecho, la estructura bebe un poco de la picaresca. Yo encabezo los capítulos con una frase que podría recordar a las novelas de la tradición picaresca española, pero creo que a nivel formal también tiene mucho de pastiche o de monstruo. Porque yo en ella vuelco cosas del cine, cosas de guión de televisión, del género epistolar. Entonces, al final lo que sale es una especie de cadáver exquisito. Una cosa así montada de una forma extraña pero también extrañamente funcional.
—El escenario, claro, no podría ser otro que un Madrid contemporáneo y 'underground'.
—Es la ciudad en la que yo he crecido como ser humano. Quiero decir: yo he vivido hasta los 18 años en Lugo, pero me fui a estudiar a Madrid y, desde luego, es el escenario de mi vida adulta. Y además creo que es una ciudad muy sexy, porque tiene un punto folklórico, un perfil kitsch, un punto quizá macarra también, que a estos personajes que son un poco perdedores pues les venía especialmente bien.
—Darío Adanti se pregunta cómo una primera novela puede ser tan buena. Se lo pregunta, obviamente, teniendo en cuenta tu edad. Imagino.
—Tengo 26 años, pero esta novela la terminé de escribir con 25 recién cumplidos en la Fundación Gala. Yo creo que hay gente joven que está haciendo cosas muy interesantes. De hecho, hay mucha gente que ha salido de la Fundación Gala que escribe realmente bien. Ahí está Cristina Morales, que acaba de ganar el Premio Herralde.
—Ecos de Mendoza, de Almodóvar, de John Kennedy Tool. ¿Ese es el territorio que pisas, donde te sientes a gusto?
—Bueno, desde luego lo han sido para escribir mi primera novela. He escrito desde donde yo me siento cómoda, que es el humor, la sátira, también una melancolía un poco extraña, que tiene también algo de Woody Allen. Pero sí, yo ahí me muevo con cierta desenvoltura, en esa ambivalencia entre la ironía y el desencanto.
—Los nacidos en 1992 se os conoce como la 'Generación de la Resaca'. ¿Os habéis adaptado a una realidad truncada o seguís soñando a veces?
—Yo, desde luego, sí. En estos tiempos tan nihilistas, lo revolucionario es creer en algo. Lo revolucionario es seguir creyendo que algo hay para ti de todo este horror. De hecho, mi personaje me lo llevo a 15 años mayor que yo, porque creo que hay que ser mayor para estar desencantado. A mí todavía no me toca eso.
—Dices que el 15-M fue tu bautismo político.
—Yo llegué a la universidad en 2010. Y cuando no llevaba un año en Madrid, me vi envuelta en todo aquello. Y para mí, la verdad, que fue como el bautismo político, porque fue la primera y la más potente, probablemente, de mis experiencias colectivas. También fue darme cuenta de que estamos aquí para cambiar las cosas y de que el mundo no va a cambiar solo, de que o lo haces tú o no lo va a hacer nadie por ti.
—Tú, en cierto modo, estás triunfando, vas encontrando tu perfil en la literatura. ¿Los amigos te miran como un bicho raro, como alguien que ha logrado agarrar un sueño?
—Aún me cuesta a mí decir soy escritora. Pero cuando lo digo hay suspicacia y yo lo comprendo perfectamente porque es una marcianada. No es lo habitual. No sé. Para mí es lo natural.
—¿A quién odias tanto que te gustaría inducirle un coma?
—Un coma a nadie, por dios. Yo soy muy buena gente. Aunque no lo parezca con la novela. Pero sí hay gente que estaría mejor callada (ríe). Aunque tampoco hace falta que entren en coma.
—¿Sabes ya hacia dónde irás ahora?
—Estoy empezando a trabajar en mi segunda novela. Está ambientada en un tiempo anterior. Me muevo a Galicia y a Valencia. Será una cosa bastante distinta, a pesar de que la voz autorial pienso que tiene que conservarse.
ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: ALBA CARBALLAL (FACEBOOK)
FOTOGRAFÍA: ALBA CARBALLAL (FACEBOOK)