Hace días leí, sin ningún asombro por mi parte, que en un local de mi pueblo, Santpedor (Barcelona), tienen 3.000 lazos amarillos para las personas que los quieran recoger y colgarlos por todas partes. A esto lo llamo yo dictadura. Sin embargo, hacerlo porque sí, porque a los independentistas les toca hacerlo, le llaman ellos "libertad de expresión". ¡Vamos hombre! ¡Que no nos hagan comulgar con ruedas de molino!
Esquerra Republicana ganó las últimas elecciones municipales en Santpedor y fue la tercera vez consecutiva que lo hacía. Eso les da pie a montar todos los actos reivindicativos que quieran porque, como nadie les dice nada, campan a sus anchas. Es lo que hay.
Días atrás, al salir de misa, me encontré con un antiguo amigo que también había sido compañero de trabajo y estaba eufórico por la situación actual que tenemos, a pesar de que es descendiente de castellanos. Yo le llamo "El catalán García y es miembro de Esquerra Republicana.
—Navarro, vamos a conseguir la república. Aquí en el pueblo se nota la labor y el trabajo de mi partido: cada día tenemos más calles arregladas y mayor bienestar –me comentó muy exaltado.
—En eso tienes razón –le contesté yo– porque, hace unos años, este pueblo dejaba mucho que desear. Tengo que reconocer que las cosas van cambiando, aunque poco a poco.
Entonces me remató diciéndome que, con Cataluña y con la República, iban a "hacer igual".
—¡Atiende, García, que acabamos de salir de misa! ¿Tú has bebido?
—Navarro, ¡no me ofendas!
—Yo no te ofendo –le aseguré–, pero no me compares este pueblo con Cataluña... Las infraestructuras son bien diferentes ¡y apañados iríamos! En las próximas elecciones autonómicas os vais a llevar una gran sorpresa, y no las vais a ganar.
—Como las ganemos, Navarro, montamos la República y prepárate para salir para tu tierra, así como todos los que no sientan la República ¡que se marchen! –me espetó mi amigo.
—Catalán García, como ya sabes, llevo más años que tú en Cataluña aunque tú hayas nacido aquí. Te recuerdo que Cataluña, en los años de esplendor en los que fue la envidia de Europa, la levantamos los que nos desplazamos de otras provincias, junto a muchos catalanes trabajadores. Nosotros no somos emigrantes porque esta tierra es España. Nosotros somos desplazados, en todo caso.
Entonces era cuando se daba el do de pecho –le señalé– y no recuerdo a ninguno de Esquerra, ni a sus palmeros de la CUP, pedir independencia ni República. Todos trabajábamos para levantar esta región de España y estábamos todos unidos. Entonces había unos políticos con sentimiento y amor a Cataluña.
Por cierto –le insistí–, yo, a mi manera, quizá quiera a Cataluña mas qué tú porque aquí me crié. Con catorce años comencé de aprendiz de mecánico y estudié como mucha gente de mi edad; aquí me casé y nacieron mis dos hijos, les dimos educación catalana y son catalanes pero no independentistas. Aquí nacieron mis seis nietos a los que, por cierto, les estáis haciendo en el colegio lo mismo que hizo el franquismo con vosotros: solo dan unas horas a la semana de castellano.
—¡Vale tío, vale! Ya veo que tú la situación no la vives como yo –acertó a responderme mi amigo.
—¡Ni la viviré, García!
—Navarro, seguimos siendo amigos.
—Y tanto García, nos conocemos desde la niñez.
Esquerra Republicana ganó las últimas elecciones municipales en Santpedor y fue la tercera vez consecutiva que lo hacía. Eso les da pie a montar todos los actos reivindicativos que quieran porque, como nadie les dice nada, campan a sus anchas. Es lo que hay.
Días atrás, al salir de misa, me encontré con un antiguo amigo que también había sido compañero de trabajo y estaba eufórico por la situación actual que tenemos, a pesar de que es descendiente de castellanos. Yo le llamo "El catalán García y es miembro de Esquerra Republicana.
—Navarro, vamos a conseguir la república. Aquí en el pueblo se nota la labor y el trabajo de mi partido: cada día tenemos más calles arregladas y mayor bienestar –me comentó muy exaltado.
—En eso tienes razón –le contesté yo– porque, hace unos años, este pueblo dejaba mucho que desear. Tengo que reconocer que las cosas van cambiando, aunque poco a poco.
Entonces me remató diciéndome que, con Cataluña y con la República, iban a "hacer igual".
—¡Atiende, García, que acabamos de salir de misa! ¿Tú has bebido?
—Navarro, ¡no me ofendas!
—Yo no te ofendo –le aseguré–, pero no me compares este pueblo con Cataluña... Las infraestructuras son bien diferentes ¡y apañados iríamos! En las próximas elecciones autonómicas os vais a llevar una gran sorpresa, y no las vais a ganar.
—Como las ganemos, Navarro, montamos la República y prepárate para salir para tu tierra, así como todos los que no sientan la República ¡que se marchen! –me espetó mi amigo.
—Catalán García, como ya sabes, llevo más años que tú en Cataluña aunque tú hayas nacido aquí. Te recuerdo que Cataluña, en los años de esplendor en los que fue la envidia de Europa, la levantamos los que nos desplazamos de otras provincias, junto a muchos catalanes trabajadores. Nosotros no somos emigrantes porque esta tierra es España. Nosotros somos desplazados, en todo caso.
Entonces era cuando se daba el do de pecho –le señalé– y no recuerdo a ninguno de Esquerra, ni a sus palmeros de la CUP, pedir independencia ni República. Todos trabajábamos para levantar esta región de España y estábamos todos unidos. Entonces había unos políticos con sentimiento y amor a Cataluña.
Por cierto –le insistí–, yo, a mi manera, quizá quiera a Cataluña mas qué tú porque aquí me crié. Con catorce años comencé de aprendiz de mecánico y estudié como mucha gente de mi edad; aquí me casé y nacieron mis dos hijos, les dimos educación catalana y son catalanes pero no independentistas. Aquí nacieron mis seis nietos a los que, por cierto, les estáis haciendo en el colegio lo mismo que hizo el franquismo con vosotros: solo dan unas horas a la semana de castellano.
—¡Vale tío, vale! Ya veo que tú la situación no la vives como yo –acertó a responderme mi amigo.
—¡Ni la viviré, García!
—Navarro, seguimos siendo amigos.
—Y tanto García, nos conocemos desde la niñez.
JUAN NAVARRO COMINO