Traducido a varios idiomas e incluido en antologías y estudios de literatura contemporánea, Juan Cobos Wilkins (Minas de Riotinto, Huelva, 1957) publica la selección de poemas titulada Donde los ángeles se suicidan. Ha sido director de la Fundación Juan Ramón Jiménez, de la revista de literatura Con dados de niebla y codirigió el Aula de Poesía de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. Autor de novelas, guiones, ensayos, poemas y biografías, su novela más conocida es El Corazón de la Tierra, llevada al cine por Antonio Cuadri, y que tuvo dos nominaciones a los Goya.
—Ahora publicas una antología de poemas titulada 'Donde los ángeles se suicidan'. Tú dices que se trata de “poemas con alas” pero también podríamos hablar de una “angeología”. ¿Por qué tu obsesión por estas criaturas con alas?
—La idea del ángel es prácticamente universal. Fascinador puente entre lo visible, material, limitado y lo invisible, inabarcable, mágico. Además, que de ápteros ya estamos saturados.
—Reivindicas “las alas para quien las trabaja”. Cuando se escribe, ¿qué cuesta más? ¿Emprender el vuelo o aterrizar?
—El vuelo siempre excede al ala. Alzarse es un hondo impulso misterioso; aterrizar, de voluntad y de necesidad nuevamente de tacto. Permanecer en vuelo es lo difícil, un equilibrio entre pasión y armonía.
—¿Has temido alguna vez, levitando, no volver de nuevo a pisar el suelo?
—Ya quisiera yo emular, arrebatado, a Teresa de Jesús, y que luego Bernini me esculpiera en voluptuoso éxtasis de mármol. No, yo camino sobre la tierra descalzo y con ojos abiertos en las plantas de los pies.
—De todos los ángeles, el que más te engancha es Luzbel, el que abandonó el paraíso y cayó. Dices que con él comienza la ley de la gravedad.
—Su cegador y decisivo: “No serviré”, es, para mí, la primera frase de rebelión de la Historia, y él, el primer rebelde. Por eso me interesa y me solidarizo. ¡Y qué ley más pesada la de la gravedad, no hay que acatarla!
—Dices que el ángel de la guarda “no protege de la tentación”. Es decir, que somos indefectiblemente propensos al pecado.
—Cuando veía esas estampas en las que un niño se acerca al precipicio a cortar unas florecillas y detrás aparece un ángel con los brazos extendidos, yo pensaba –y pienso– que va a empujarlo al vacío.
—El libro es mucho más que una antología temática. Ana María Moix dice que es un libro “sobriamente lírico y tiernamente irónico”. ¿Algo que añadir?
—Lo dijo de mi novela Mientras tuvimos alas, y a lo que la gran Ana María Moix escribió, yo ni mu.
—Últimamente no haces más que recibir reconocimientos. Y después del agasajo, te pones a limpiar el cuarto de baño o a cocinar lentejas. ¿Para purificar el estómago, el alma o el baño?
—Para no olvidar qué somos.
—A veces, entre un libro tuyo de poemas y otro, han transcurrido once años. ¿Con las musas no mantienes las mismas relaciones que con los ángeles?
—Once años en darlo a edición, pero no en escribir poesía. Ángel, musa y poeta formamos un triángulo si no equilátero sí hermosamente escaleno, y practicamos el poliamor.
—Escribes novela, ensayo, guiones, biografía, pero eres contundente: “La poesía es la que me sitúa en el mundo”.
—Mi eje con y en el mundo es el del poeta. El eje vertical que me mantiene verticalmente vivo.
—Tu novela más conocida, 'El Corazón de la Tierra', se llevó al cine y tuvo dos nominaciones a los Goya. Tu última novela, 'Pan y cielo', busca el mismo camino. ¿Encuentras la brújula?
—La industria del cine no es un cielo y para abastecerla de pan creo que lo que básicamente busca el director es financiación.
—Citando a tu paisano Juan Ramón Jiménez, dices que el momento que atraviesas es de un tiempo en el que las alas están arraigadas y las raíces tienen alas.
—Como un sorprendente injerto de aire y de tierra. Así siento estos días, en esa difícil, sutil, pero bella simbiosis.
—¿Volverás a la novela o la escaleta de la vida te lleva por otro sendero?
—Vendrá o iré cuando sea su tiempo. Me imanta contar historias, entre los polos de ese imán siento la atracción del vértigo: crear vida, muerte y hasta resurrección con las palabras. Yo venzo la tentación cayendo en ella.
—Ahora publicas una antología de poemas titulada 'Donde los ángeles se suicidan'. Tú dices que se trata de “poemas con alas” pero también podríamos hablar de una “angeología”. ¿Por qué tu obsesión por estas criaturas con alas?
—La idea del ángel es prácticamente universal. Fascinador puente entre lo visible, material, limitado y lo invisible, inabarcable, mágico. Además, que de ápteros ya estamos saturados.
—Reivindicas “las alas para quien las trabaja”. Cuando se escribe, ¿qué cuesta más? ¿Emprender el vuelo o aterrizar?
—El vuelo siempre excede al ala. Alzarse es un hondo impulso misterioso; aterrizar, de voluntad y de necesidad nuevamente de tacto. Permanecer en vuelo es lo difícil, un equilibrio entre pasión y armonía.
—¿Has temido alguna vez, levitando, no volver de nuevo a pisar el suelo?
—Ya quisiera yo emular, arrebatado, a Teresa de Jesús, y que luego Bernini me esculpiera en voluptuoso éxtasis de mármol. No, yo camino sobre la tierra descalzo y con ojos abiertos en las plantas de los pies.
—De todos los ángeles, el que más te engancha es Luzbel, el que abandonó el paraíso y cayó. Dices que con él comienza la ley de la gravedad.
—Su cegador y decisivo: “No serviré”, es, para mí, la primera frase de rebelión de la Historia, y él, el primer rebelde. Por eso me interesa y me solidarizo. ¡Y qué ley más pesada la de la gravedad, no hay que acatarla!
—Dices que el ángel de la guarda “no protege de la tentación”. Es decir, que somos indefectiblemente propensos al pecado.
—Cuando veía esas estampas en las que un niño se acerca al precipicio a cortar unas florecillas y detrás aparece un ángel con los brazos extendidos, yo pensaba –y pienso– que va a empujarlo al vacío.
—El libro es mucho más que una antología temática. Ana María Moix dice que es un libro “sobriamente lírico y tiernamente irónico”. ¿Algo que añadir?
—Lo dijo de mi novela Mientras tuvimos alas, y a lo que la gran Ana María Moix escribió, yo ni mu.
—Últimamente no haces más que recibir reconocimientos. Y después del agasajo, te pones a limpiar el cuarto de baño o a cocinar lentejas. ¿Para purificar el estómago, el alma o el baño?
—Para no olvidar qué somos.
—A veces, entre un libro tuyo de poemas y otro, han transcurrido once años. ¿Con las musas no mantienes las mismas relaciones que con los ángeles?
—Once años en darlo a edición, pero no en escribir poesía. Ángel, musa y poeta formamos un triángulo si no equilátero sí hermosamente escaleno, y practicamos el poliamor.
—Escribes novela, ensayo, guiones, biografía, pero eres contundente: “La poesía es la que me sitúa en el mundo”.
—Mi eje con y en el mundo es el del poeta. El eje vertical que me mantiene verticalmente vivo.
—Tu novela más conocida, 'El Corazón de la Tierra', se llevó al cine y tuvo dos nominaciones a los Goya. Tu última novela, 'Pan y cielo', busca el mismo camino. ¿Encuentras la brújula?
—La industria del cine no es un cielo y para abastecerla de pan creo que lo que básicamente busca el director es financiación.
—Citando a tu paisano Juan Ramón Jiménez, dices que el momento que atraviesas es de un tiempo en el que las alas están arraigadas y las raíces tienen alas.
—Como un sorprendente injerto de aire y de tierra. Así siento estos días, en esa difícil, sutil, pero bella simbiosis.
—¿Volverás a la novela o la escaleta de la vida te lleva por otro sendero?
—Vendrá o iré cuando sea su tiempo. Me imanta contar historias, entre los polos de ese imán siento la atracción del vértigo: crear vida, muerte y hasta resurrección con las palabras. Yo venzo la tentación cayendo en ella.
ANTONIO LÓPEZ HIDALGO