El asunto de hoy está ya muy baqueteado, hemos oído mil pareceres sobre el mismo y todos hemos ofrecido infinidad de salidas, unas racionales, otras descabelladas. Todos opinamos, estamos en nuestro derecho, pero las soluciones no afloran. La ley parece caminar muy lento y el ciudadano de a pie, que somos la mayoría, se desespera cada día un poco más.
A pesar de los pesares y aunque sea una pauta de comportamiento extendida en nuestro entorno, robar es un palabro gordo. Hasta no hace mucho, cuando se decía de alguien que era un ladrón, máxime si ocurrían los hechos en una colectividad muy reducida, el interfecto perdía la credibilidad, la confianza y era malmirado por los que le rodeaban.
Maticemos algo el verbo "robar". En el juego de dominó, cuando hay que coger ficha, te dicen: "¡roba!"; en el de cartas, también. ¿Es una orden subliminar para futuros jugadores en la vida real? Referido a las circunstancias sociopolíticas en las que nos movemos, robar consiste en “tomar para sí lo ajeno, o hurtar de cualquier modo que sea” (sic).
Robar, lo que se dice robar, lo practican los ladrones, los rateros, gente sin respeto por los bienes ajenos; vamos, los ladronzuelos de poca monta. Otro cantar más serio se da cuando quien saquea tiene responsabilidad en la sociedad, ya sea funcionario, político, o enchufado. Vamos, que no es un chiquilicuatre.
Informaciones de prensa dicen que en este país de las mil y unas noches se roba menos, es decir, han disminuido los hurtos de poca importancia. ¿Seguro? Me atrevo con algún ejemplo suelto y de poca monta, aunque poco se habla de ello.
Las circunstancias parecen desmentir dicha afirmación de prensa. Cada vez pagamos con más frecuencia fuera de la ley (en negro). Puenteamos la luz y el agua, toreamos el IVA siempre que podemos, en negro mal pagamos y explotamos los servicios de una persona asistente, normalmente inmigrante, bien para cuidar enfermos, o mayores que no se valen, o para limpiar la casa... Dichos pagos van en contra del erario. Por tanto, todos sisamos aunque a todos nos sepa mal.
Otra explicación opuesta. En determinado supermercado, la fruta y verdura antes la pesaba el cliente, ahora se pesa en la caja registradora al salir con la compra. La noticia alude a hurtos de poca valía. Robos al fin y al cabo.
El motivo es muy simple. Algunas personas, listillas ellas, una vez pesada la mercancía rellenaban la bolsa con mas género, que obviamente ya no pasa por el peso. ¿Lo hacen por necesidad? El barrio es de nivel medio tirando a un poco a alto. No me lo contaron.
De cuando en cuando, alguien afana al descuido un perfume por el placer que produce dicho riesgo. Es posible que la persona birladora sea cleptómana, es decir “que padece cleptomanía y tiene propensión morbosa al hurto” (sic). Quien se apropia de lo ajeno goza del contundente calificativo de ladrón (y no porque ladre).
El latrocinio carece de ideología, de sexo y pasa de religión aunque alguno se dé golpes de pecho cada vez que entra en su iglesia, si es que tiene alguna. Un ilustre condenado lo primero que preguntó al entrar en chirona fue por la hora de la misa en dicho centro.
Un “mea culpa”, unos golpecitos de pecho y confieso que he pecado. Nos enfrentamos a una lacra, es decir a un “vicio físico o moral que marca al que lo tiene” (sic), presente en los humanos. Más de los que quisiéramos.
Por los datos que van saliendo, parece que la puerta de la cárcel se está franqueando. ¡Ya era hora! Es necesario limpiar la casa para poder vivir. Aun así, hay muchos sujetos repartidos por el país que no la pisaron y puede que con lo lenta que va la locomotora de la justicia, no la pisen (la cárcel) por defunción de la vida o de las leyes.
En toda esta camarilla de bandoleros de negras sierras morenas no se salva ni “el apuntaor”. Los hay de casta y raigambre, tanto de ideas políticas como religiosas; los hay nacidos de idearios de igualdad, solidaridad, honestidad e integridad moral, defensores de unos valores pensados por y para el bien común. Pero si se tercia…
Estos bandarras han causado mucho daño, pues al parecer, una vez olida la flor del dinero, y por solidaridad, por mimetismo, por no desentonar con el resto, porque ya que estoy aquí, porque no digan aquello de “tonto el último”, y por tantas y tantas razones más, siguieron el juego hasta “venderse por un plato de lentejas” con chorizo.
¿Recuerdan el tema de las tarjetas? Es uno de los ejemplos que estos días han vuelto a ser noticia. Casi todos mordieron y quien no lo hizo tampoco protestó, solo dejó correr el asunto. ¿A quién le amarga un dulce? Es tan fácil corromper y dejarse engatusar... Las variables de inmoralidad son muchas.
Me atrevo a hacer un repaso de algunos casos sonados y que parece estén esperando a que se olviden de ellos (de los actores) por lo que tarda la locomotora de la justicia. Refresquemos la máquina.
En 1995 nace “Manos Limpias”. Proclaman a los cuatro vientos que “allí donde exista un delito debe aparecer alguien capaz de denunciarlo”. ¿Qué esperamos los ciudadanos? Solo justicia. Pero, poco a poco, la mugre embadurnó dichas manos.
Sonaba bien, precioso, hasta pretencioso si no fuera porque la realidad cotidiana es más contumaz. Incluso eran muy sugerentes las propuestas que proclaman como declaración de principios pero que no dejan de ser pura ironía. Qué fácil es olvidarse de lavarse las manos propias con agua y con jabón.
Otra de bandoleros. Había una vez un Centro de Estudios llamado Jordi Pujol del que dependía “Edu21” como iniciativa dedicada a la Ética y a la promoción de valores en la educación. El proyecto funcionaba “para mayor gloria de él”, adaptación libre del lema jesuítico “ad maiorem Dei gloriam”. Estamos ante “un engaño de 34 años”.
Según los entendidos en movimientos políticos, dicha corrupción se agranda y enquista cuando los partidos mayoritarios (de más cantidad de votantes) se anclan en el poder. Podemos pensar y creer –cada cual es libre– que la corrupción es solo de un partido concreto, con un color concreto. Incluso que mi partido está limpio de polvo y paja. A la hora de creer, cada cual tiene su credo y no admite padecer de cataratas o, lo que es peor, que tenga miopía (cortedad de miras).
Curiosamente, hay casos, más de uno, en los que la corrupción es multipartido. Por desgracia, el saqueo de las arcas públicas es multicolor. Basta tener ocasión para meter la mano y la tentación está servida. Por supuesto, no hace falta relatar hechos que todos conocemos. Otro tema será que queramos airear solo los del contrario por aquello de no tirar piedras al propio tejado.
La lista que podríamos adjuntar de casos achacables a los grandes partidos que se han movido en el tablero de lo público es larga. Claro que ese anclaje de unos puede dar pie (de hecho lo da) para que broten también imitadores en cualquier otro tipo de partido a la vista de que no pasa nada.
Esperemos que los múltiples casos de corrupción, relacionados con ambos partidos, se desmadejen. El PP está involucrado en 68 casos, le sigue el PSOE en 58. Deberíamos ser de profesión electricistas porque según datos de diversas fuentes, hay alrededor de 500.000 afortunados puestos a dedo, es decir, enchufados. Los datos provienen de esta reseña.
Tiene sentido que a priori, los partidos más manchados por la corrupción sean el PP y el PSOE. La explicación es simple y simplista. Ambos han gobernado sobre la mayor parte del territorio y durante más tiempo, detalle que favorece la ocasión de meter la mano en el cesto. Mientras más tiempo se esté en el poder, más posibilidades hay de escamotear, sisar, robar…
¿Qué tipo de Ética practicamos? ¿De qué valores hablamos? ¿Ironías del destino plasmadas en un doble talante? El problema reside en predicar con el ejemplo, no en sermonear. La frontera entre la honradez y la hipocresía es muy sutil. Como podemos apreciar, el tema, más que miga, tiene migajón.
Este miércoles fue detenido el presidente de la Diputación de Valencia (PSOE) junto a cinco personas por prevaricación y malversación de caudales públicos y una cierta cantidad de zombis enchufados. ¿Normal? Si partimos de que “el dinero público no es de nadie y está para que lo manejen los políticos”, puede que sí. Entre los méritos seguro que tenían un Máster en Enchufismo.
A pesar de los pesares y aunque sea una pauta de comportamiento extendida en nuestro entorno, robar es un palabro gordo. Hasta no hace mucho, cuando se decía de alguien que era un ladrón, máxime si ocurrían los hechos en una colectividad muy reducida, el interfecto perdía la credibilidad, la confianza y era malmirado por los que le rodeaban.
Maticemos algo el verbo "robar". En el juego de dominó, cuando hay que coger ficha, te dicen: "¡roba!"; en el de cartas, también. ¿Es una orden subliminar para futuros jugadores en la vida real? Referido a las circunstancias sociopolíticas en las que nos movemos, robar consiste en “tomar para sí lo ajeno, o hurtar de cualquier modo que sea” (sic).
Robar, lo que se dice robar, lo practican los ladrones, los rateros, gente sin respeto por los bienes ajenos; vamos, los ladronzuelos de poca monta. Otro cantar más serio se da cuando quien saquea tiene responsabilidad en la sociedad, ya sea funcionario, político, o enchufado. Vamos, que no es un chiquilicuatre.
Informaciones de prensa dicen que en este país de las mil y unas noches se roba menos, es decir, han disminuido los hurtos de poca importancia. ¿Seguro? Me atrevo con algún ejemplo suelto y de poca monta, aunque poco se habla de ello.
Las circunstancias parecen desmentir dicha afirmación de prensa. Cada vez pagamos con más frecuencia fuera de la ley (en negro). Puenteamos la luz y el agua, toreamos el IVA siempre que podemos, en negro mal pagamos y explotamos los servicios de una persona asistente, normalmente inmigrante, bien para cuidar enfermos, o mayores que no se valen, o para limpiar la casa... Dichos pagos van en contra del erario. Por tanto, todos sisamos aunque a todos nos sepa mal.
Otra explicación opuesta. En determinado supermercado, la fruta y verdura antes la pesaba el cliente, ahora se pesa en la caja registradora al salir con la compra. La noticia alude a hurtos de poca valía. Robos al fin y al cabo.
El motivo es muy simple. Algunas personas, listillas ellas, una vez pesada la mercancía rellenaban la bolsa con mas género, que obviamente ya no pasa por el peso. ¿Lo hacen por necesidad? El barrio es de nivel medio tirando a un poco a alto. No me lo contaron.
De cuando en cuando, alguien afana al descuido un perfume por el placer que produce dicho riesgo. Es posible que la persona birladora sea cleptómana, es decir “que padece cleptomanía y tiene propensión morbosa al hurto” (sic). Quien se apropia de lo ajeno goza del contundente calificativo de ladrón (y no porque ladre).
El latrocinio carece de ideología, de sexo y pasa de religión aunque alguno se dé golpes de pecho cada vez que entra en su iglesia, si es que tiene alguna. Un ilustre condenado lo primero que preguntó al entrar en chirona fue por la hora de la misa en dicho centro.
Un “mea culpa”, unos golpecitos de pecho y confieso que he pecado. Nos enfrentamos a una lacra, es decir a un “vicio físico o moral que marca al que lo tiene” (sic), presente en los humanos. Más de los que quisiéramos.
Por los datos que van saliendo, parece que la puerta de la cárcel se está franqueando. ¡Ya era hora! Es necesario limpiar la casa para poder vivir. Aun así, hay muchos sujetos repartidos por el país que no la pisaron y puede que con lo lenta que va la locomotora de la justicia, no la pisen (la cárcel) por defunción de la vida o de las leyes.
En toda esta camarilla de bandoleros de negras sierras morenas no se salva ni “el apuntaor”. Los hay de casta y raigambre, tanto de ideas políticas como religiosas; los hay nacidos de idearios de igualdad, solidaridad, honestidad e integridad moral, defensores de unos valores pensados por y para el bien común. Pero si se tercia…
Estos bandarras han causado mucho daño, pues al parecer, una vez olida la flor del dinero, y por solidaridad, por mimetismo, por no desentonar con el resto, porque ya que estoy aquí, porque no digan aquello de “tonto el último”, y por tantas y tantas razones más, siguieron el juego hasta “venderse por un plato de lentejas” con chorizo.
¿Recuerdan el tema de las tarjetas? Es uno de los ejemplos que estos días han vuelto a ser noticia. Casi todos mordieron y quien no lo hizo tampoco protestó, solo dejó correr el asunto. ¿A quién le amarga un dulce? Es tan fácil corromper y dejarse engatusar... Las variables de inmoralidad son muchas.
Me atrevo a hacer un repaso de algunos casos sonados y que parece estén esperando a que se olviden de ellos (de los actores) por lo que tarda la locomotora de la justicia. Refresquemos la máquina.
En 1995 nace “Manos Limpias”. Proclaman a los cuatro vientos que “allí donde exista un delito debe aparecer alguien capaz de denunciarlo”. ¿Qué esperamos los ciudadanos? Solo justicia. Pero, poco a poco, la mugre embadurnó dichas manos.
Sonaba bien, precioso, hasta pretencioso si no fuera porque la realidad cotidiana es más contumaz. Incluso eran muy sugerentes las propuestas que proclaman como declaración de principios pero que no dejan de ser pura ironía. Qué fácil es olvidarse de lavarse las manos propias con agua y con jabón.
Otra de bandoleros. Había una vez un Centro de Estudios llamado Jordi Pujol del que dependía “Edu21” como iniciativa dedicada a la Ética y a la promoción de valores en la educación. El proyecto funcionaba “para mayor gloria de él”, adaptación libre del lema jesuítico “ad maiorem Dei gloriam”. Estamos ante “un engaño de 34 años”.
Según los entendidos en movimientos políticos, dicha corrupción se agranda y enquista cuando los partidos mayoritarios (de más cantidad de votantes) se anclan en el poder. Podemos pensar y creer –cada cual es libre– que la corrupción es solo de un partido concreto, con un color concreto. Incluso que mi partido está limpio de polvo y paja. A la hora de creer, cada cual tiene su credo y no admite padecer de cataratas o, lo que es peor, que tenga miopía (cortedad de miras).
Curiosamente, hay casos, más de uno, en los que la corrupción es multipartido. Por desgracia, el saqueo de las arcas públicas es multicolor. Basta tener ocasión para meter la mano y la tentación está servida. Por supuesto, no hace falta relatar hechos que todos conocemos. Otro tema será que queramos airear solo los del contrario por aquello de no tirar piedras al propio tejado.
La lista que podríamos adjuntar de casos achacables a los grandes partidos que se han movido en el tablero de lo público es larga. Claro que ese anclaje de unos puede dar pie (de hecho lo da) para que broten también imitadores en cualquier otro tipo de partido a la vista de que no pasa nada.
Esperemos que los múltiples casos de corrupción, relacionados con ambos partidos, se desmadejen. El PP está involucrado en 68 casos, le sigue el PSOE en 58. Deberíamos ser de profesión electricistas porque según datos de diversas fuentes, hay alrededor de 500.000 afortunados puestos a dedo, es decir, enchufados. Los datos provienen de esta reseña.
Tiene sentido que a priori, los partidos más manchados por la corrupción sean el PP y el PSOE. La explicación es simple y simplista. Ambos han gobernado sobre la mayor parte del territorio y durante más tiempo, detalle que favorece la ocasión de meter la mano en el cesto. Mientras más tiempo se esté en el poder, más posibilidades hay de escamotear, sisar, robar…
¿Qué tipo de Ética practicamos? ¿De qué valores hablamos? ¿Ironías del destino plasmadas en un doble talante? El problema reside en predicar con el ejemplo, no en sermonear. La frontera entre la honradez y la hipocresía es muy sutil. Como podemos apreciar, el tema, más que miga, tiene migajón.
Este miércoles fue detenido el presidente de la Diputación de Valencia (PSOE) junto a cinco personas por prevaricación y malversación de caudales públicos y una cierta cantidad de zombis enchufados. ¿Normal? Si partimos de que “el dinero público no es de nadie y está para que lo manejen los políticos”, puede que sí. Entre los méritos seguro que tenían un Máster en Enchufismo.
PEPE CANTILLO