Guionista, director, presentador y productor, Juan del Val (Madrid, 1970) publica la novela Parece mentira. En esta historia, su autor nos muestra a Claudio, un hombre complejo, capaz de emocionarse como un niño y de enfrentarse a verdades que duelen. Con sentido del humor, nos relata su sorprendente peripecia vital.
En cualquier caso, Claudio es el alter ego de Juan del Val. Un libro escrito, sobre todo, con dolor, en cuyas páginas se atreve a compartir con el lector tal vez aquellos secretos que no todo lector compartiría con cualquier autor. Es coautor, junto con Nuria Roca, de Lo inevitable del amor y Para Ana (de tu muerto).
—Claudio Valcárcel, tu personaje, nunca quiso ser escritor. Soñaba con ser futbolista o policía. ¿A ti te ocurrió igual?
—Yo nunca supe realmente lo que quería ser cuando era pequeño. Y todavía me cuesta saber lo que quiero ser a los 42 años.
—Julia, Nuria Roca tal vez, te animó a escribir este libro. Al final, aunque mezclando ficción y realidad, te atreviste a contar lo que pasó. Nuria dice: “Nunca pensé que se atrevería a contarlo”. ¿Qué te impulsó a ello?
—Una especie de mezcla entre valentía e inconsciencia. Efectivamente, sí que me atreví. Ella, más que animarme a hacerlo, me dijo que no le importaba que lo hiciera y, a medida que fui dándole capítulos, a medida que iba escribiendo, ella dejó de preguntar.
—Y una vez que lo leyó íntegro, ¿te reprochó algo?
—Nada. Nada en absoluto.
—Escribes en el primer capítulo que hay un miedo que no admite más miedos: “Miedo a que escribir duela. Y miedo a saber que va a doler”.
—Yo creo que si se escribe una novela de estas características, en la que inevitablemente te dejas las tripas, es inevitable que duela. Y si no, no lo estarías haciendo bien. Esta novela la he disfrutado pero me ha dolido.
—¿Pero por qué contar intimidades sobre tus relaciones amorosas y sexuales? ¿Necesitabas soltarlo o en el propio relato encontrabas dolor y placer?
—En el relato encontraba dolor y encontraba placer. Se trata de una necesidad de contarlo y, bueno, es una lucha permanente contra el rubor que puedo sentir a la hora de hacerlo. Pero no sé si había necesidad o no. Yo lo necesitaba.
—En tu novela, Claudio es sensible, a ratos cruel, a veces mentiroso; otras, el mejor amante. Adictivo al amor y al sexo. ¿Escuecen las heridas o rabia con amor no pica?
—Las heridas escuecen. Eso es algo inevitable. Y el amor creo que lo cura todo. Yo creo que el amor lo cura todo porque lo puede todo. Y las heridas escuecen pero, bueno, las heridas son inevitables en la vida. Hay algo también de morboso en el placer que genera el sufrimiento.
—Claudio es “el hombre más femenino que he conocido”. Pero no le gustan los hombres. ¿En qué sentido es femenino?
—Claudio o yo sentimos una fascinación por las mujeres, independiente de lo sexual. Ha sido su vínculo con el éxito y yo creo que es casi una especie de imitación en su manera de sentir al que tienen las mujeres. No le gustan los hombres sexualmente a Claudio ni a mí. Y las mujeres, además de gustarles sexualmente, es que les fascinan.
—Novela autobiográfica o autoficción. El personaje directamente eres tú. La novela, con matices, es tu vida. ¿Por qué entonces jugar con la ficción cuando la realidad nos atrapa más?
—Pues juego con la ficción por respeto a terceras personas. Fundamentalmente es por eso. Y es verdad que, bueno, me permitía ser, aunque me la he jugado escribiéndola, un poquito más libre. Y a no estar hipotecado a los hechos. No sé quién decía: "Qué más da que sea realidad o ficción, lo importante es que es verdad".
—Para ti, la fidelidad tiene una importancia residual. Aunque Nuria confiesa que alguna que otra noche habéis dormido uno en el sofá. ¿Se puede ser infiel y amar sobre todas las cosas?
—Sin ninguna duda. Ahí no me voy a extender mucho más. Yo creo que hay una verdad que se da como por hecha, de que el amor está relacionado con la fidelidad. Y no puedo estar más en desacuerdo. La infidelidad no es necesaria tampoco. Por supuesto que no.
Pero sé que es cierto que no guarda una relación entre el amor y la fidelidad en absoluto. Y conozco personas fieles que se aman muy poco, y personas infieles que se respetan y se quieren mucho más. Lo que pasa es que están identificadas unas cosas con otras. Pero me parece una gran mentira.
—Nuria brilla por sí sola. Vive su éxito. Gana más dinero que tú. Pero a ti te encanta ser su marido.
—A mí me encanta ser el marido de Nuria, claro. Me encanta. Somos una pareja ya desde hace muchísimo tiempo, pero no por esas cosas. Que también. Sino por cómo es ella cuando no es importante la fama, cuando no es importante el dinero, cuando no es importante el éxito. Es decir, cuando ya se cierra la puerta y se apagan los focos. Pues esa es la mujer que a mí me gusta, claro.
—¿Sois una marca, como les acusan, un matrimonio perfecto o una fórmula diferente de vivir la pareja?
—Desde luego, una marca para nada, porque hacemos y declaramos a menudo cosas inconvenientes, cosa que nos parece bastante más divertido. Es verdad que, en general, somos una pareja, nos gustamos, nos reímos y nos queremos. A partir de ahí, nada más. Eso es lo que somos.
—Tuviste que ir al psiquiatra. Dejaste de sufrir sin motivo. ¿Antes que te provocaba ese dolor?
—Es que son seis años de tratamiento psiquiátrico para resumírtelo en una frase (ríe). Si yo tuviera que definir la causa de ese dolor en una sola palabra te diría que es miedo. El miedo a un destino oscuro, a la vida en negro, a que nada saliera bien, al fracaso. Miedo constante a todo.
En cualquier caso, Claudio es el alter ego de Juan del Val. Un libro escrito, sobre todo, con dolor, en cuyas páginas se atreve a compartir con el lector tal vez aquellos secretos que no todo lector compartiría con cualquier autor. Es coautor, junto con Nuria Roca, de Lo inevitable del amor y Para Ana (de tu muerto).
—Claudio Valcárcel, tu personaje, nunca quiso ser escritor. Soñaba con ser futbolista o policía. ¿A ti te ocurrió igual?
—Yo nunca supe realmente lo que quería ser cuando era pequeño. Y todavía me cuesta saber lo que quiero ser a los 42 años.
—Julia, Nuria Roca tal vez, te animó a escribir este libro. Al final, aunque mezclando ficción y realidad, te atreviste a contar lo que pasó. Nuria dice: “Nunca pensé que se atrevería a contarlo”. ¿Qué te impulsó a ello?
—Una especie de mezcla entre valentía e inconsciencia. Efectivamente, sí que me atreví. Ella, más que animarme a hacerlo, me dijo que no le importaba que lo hiciera y, a medida que fui dándole capítulos, a medida que iba escribiendo, ella dejó de preguntar.
—Y una vez que lo leyó íntegro, ¿te reprochó algo?
—Nada. Nada en absoluto.
—Escribes en el primer capítulo que hay un miedo que no admite más miedos: “Miedo a que escribir duela. Y miedo a saber que va a doler”.
—Yo creo que si se escribe una novela de estas características, en la que inevitablemente te dejas las tripas, es inevitable que duela. Y si no, no lo estarías haciendo bien. Esta novela la he disfrutado pero me ha dolido.
—¿Pero por qué contar intimidades sobre tus relaciones amorosas y sexuales? ¿Necesitabas soltarlo o en el propio relato encontrabas dolor y placer?
—En el relato encontraba dolor y encontraba placer. Se trata de una necesidad de contarlo y, bueno, es una lucha permanente contra el rubor que puedo sentir a la hora de hacerlo. Pero no sé si había necesidad o no. Yo lo necesitaba.
—En tu novela, Claudio es sensible, a ratos cruel, a veces mentiroso; otras, el mejor amante. Adictivo al amor y al sexo. ¿Escuecen las heridas o rabia con amor no pica?
—Las heridas escuecen. Eso es algo inevitable. Y el amor creo que lo cura todo. Yo creo que el amor lo cura todo porque lo puede todo. Y las heridas escuecen pero, bueno, las heridas son inevitables en la vida. Hay algo también de morboso en el placer que genera el sufrimiento.
—Claudio es “el hombre más femenino que he conocido”. Pero no le gustan los hombres. ¿En qué sentido es femenino?
—Claudio o yo sentimos una fascinación por las mujeres, independiente de lo sexual. Ha sido su vínculo con el éxito y yo creo que es casi una especie de imitación en su manera de sentir al que tienen las mujeres. No le gustan los hombres sexualmente a Claudio ni a mí. Y las mujeres, además de gustarles sexualmente, es que les fascinan.
—Novela autobiográfica o autoficción. El personaje directamente eres tú. La novela, con matices, es tu vida. ¿Por qué entonces jugar con la ficción cuando la realidad nos atrapa más?
—Pues juego con la ficción por respeto a terceras personas. Fundamentalmente es por eso. Y es verdad que, bueno, me permitía ser, aunque me la he jugado escribiéndola, un poquito más libre. Y a no estar hipotecado a los hechos. No sé quién decía: "Qué más da que sea realidad o ficción, lo importante es que es verdad".
—Para ti, la fidelidad tiene una importancia residual. Aunque Nuria confiesa que alguna que otra noche habéis dormido uno en el sofá. ¿Se puede ser infiel y amar sobre todas las cosas?
—Sin ninguna duda. Ahí no me voy a extender mucho más. Yo creo que hay una verdad que se da como por hecha, de que el amor está relacionado con la fidelidad. Y no puedo estar más en desacuerdo. La infidelidad no es necesaria tampoco. Por supuesto que no.
Pero sé que es cierto que no guarda una relación entre el amor y la fidelidad en absoluto. Y conozco personas fieles que se aman muy poco, y personas infieles que se respetan y se quieren mucho más. Lo que pasa es que están identificadas unas cosas con otras. Pero me parece una gran mentira.
—Nuria brilla por sí sola. Vive su éxito. Gana más dinero que tú. Pero a ti te encanta ser su marido.
—A mí me encanta ser el marido de Nuria, claro. Me encanta. Somos una pareja ya desde hace muchísimo tiempo, pero no por esas cosas. Que también. Sino por cómo es ella cuando no es importante la fama, cuando no es importante el dinero, cuando no es importante el éxito. Es decir, cuando ya se cierra la puerta y se apagan los focos. Pues esa es la mujer que a mí me gusta, claro.
—¿Sois una marca, como les acusan, un matrimonio perfecto o una fórmula diferente de vivir la pareja?
—Desde luego, una marca para nada, porque hacemos y declaramos a menudo cosas inconvenientes, cosa que nos parece bastante más divertido. Es verdad que, en general, somos una pareja, nos gustamos, nos reímos y nos queremos. A partir de ahí, nada más. Eso es lo que somos.
—Tuviste que ir al psiquiatra. Dejaste de sufrir sin motivo. ¿Antes que te provocaba ese dolor?
—Es que son seis años de tratamiento psiquiátrico para resumírtelo en una frase (ríe). Si yo tuviera que definir la causa de ese dolor en una sola palabra te diría que es miedo. El miedo a un destino oscuro, a la vida en negro, a que nada saliera bien, al fracaso. Miedo constante a todo.
ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO