Ya podemos decir que la historia de la música popular es enormemente larga, puesto que nos podemos remitir a los años cincuenta del siglo pasado para reconocer que Elvis Presley es un mito lo suficientemente grande para tomarlo como punto de partida de la misma, aunque dentro del rock and roll se podría apuntar a otros cantantes o grupos como pioneros del sonido que encandilaba a los jóvenes.
Bien es cierto que habría que esperar a la década siguiente (la maravillosa década dorada en la que los Beatles y los Rolling Stones se encaraman a lo más alto de la popularidad) para que las portadas de los elepés de vinilo se diseñaran dándoseles la suficiente importancia para saber que la componente visual era un elemento indispensable que ayudaba al éxito de la música que contenían.
Música y carátula han llegado a ser dos componentes inseparables que asociamos para identificar a un disco, aunque en la actualidad el sonido que nos llega a través de cualquiera de los cauces de internet haya despojado de materialidad a las producciones musicales. Y a pesar de este aumento de creaciones musicales despojadas de la componente visual penetra fuerte en las nuevas generaciones, sigo pensando que no es posible entender la historia del rock sin esa componente icónica.
Así pues, y dado que ya comienza a ser amplio el número de entregas en las que he buscado un nexo común para los discos que comentaba, tanto en la vertiente musical como en la gráfica, en esta ocasión traigo una muestra de seis trabajos cuya mayor virtualidad es que contienen una canción o tema que se convirtió en un auténtico éxito, por lo que aún se les recuerda por la huella que han dejado con el paso de los años en la memoria de los aficionados.
Cierto que esta lista de seis resulta ser muy breve y que se podría ampliar enormemente, pero es inevitable que me guíe por criterios o gustos personales a la hora de traer y comentar esos discos. De todos modos, creo que son lo suficientemente interesantes como para hacer con ellos una nueva entrega dentro de esta sección.
En el año 1967 aparece en el mercado estadounidense un disco que lleva por título el nombre de un nuevo grupo, The Doors; en cierto modo, algo habitual para el primer trabajo que se edita. Visto desde la distancia que dan los 50 años transcurridos desde su aparición (¡medio siglo!), lo podemos calificar de genial para un grupo emergente. Allí se encontraban once magníficos temas, nueve de los cuales estaban firmados por los cuatro miembros del grupo.
Pero si había que destacar uno de ellos, con permiso del muy versionado Light my fire, era The End, un tema verdaderamente épico de más de once minutos de duración, en el que la voz de Jim Morrison se retorcía sobre un texto centrado en el deseo y la muerte.
La portada del elepé, basada en la fotografía de Guy Webster, centra todo el protagonismo en el rostro del cantante del grupo, Jim Morrison, dejando en un segundo plano y sobre un fondo oscuro los de Ray Manzarek, Robby Krieger y John Densmore. En la parte superior de la misma, aparece el nombre del grupo con un diseño gráfico que lo mantendrían en el resto de sus trabajos.
Para hablar del éxito rotundo de Fleetwood Mac habría que traer a la palestra Rumours el elepé que editaron en 1977 en el sello Reprise y que alcanzó la rotunda cifra de 19 millones de copias vendidas en todo el mundo. Ello dio lugar a que el grupo obtuviera trece discos de platino, al tiempo que ganaba el Grammy al mejor disco del año, por lo que no es de extrañar que se mantuviera en las listas estadounidenses durante treinta y una semana.
Pero antes de que viera la luz tan exitoso disco, Fleetwood Mac habían sacado, en 1969, su tercer trabajo de estudio con el título de Then Play On. Sería el último en el que aparecería el fundador del grupo y vocalista hasta ese momento: Peter Green. Allí se encontraba una pequeña e inolvidable maravilla de casi nueve minutos titulada Oh Well, donde la voz de Peter Green se unía a varios instrumentos que él mismo tocaba, caso del violoncello.
Por otro lado, la portada, basada en un dibujo de Maxwell Armfield, nos presenta a un joven desnudo que cabalga, mirando hacia atrás, sobre un caballo blanco a través de un campo verde, con flores y hojas rojizas. Este sería, pues, el canto de cisne de Peter Green, pues sus compañeros querían alejarse de la estética hippie y pacifista que propugnaba hasta ese momento el que fuera su líder.
Si hay una canción en la historia de la música popular, que acabó convirtiéndose en un himno pacifista, esa es Imagine, la misma que da título al segundo elepé de John Lennon, una vez que dejara a la mítica banda The Beatles.
Tras la dureza del primero de sus discos titulado Plastic Ono Band, John Lennon cambió de rumbo buscando un cierto grado de utopía, aunque irónicamente dijera de la mítica canción: “Es antirreligiosa, anticapitalista… pero como está cubierta de una capa de azúcar, la gente la acepta. Ahora ya sé lo que hay que hacer: transmitir tu mensaje político con un poco de miel” (palabras extraídas del nº 71 de la revista Rolling Stone).
Quizás el propio Lennon, antes de ser asesinado en Nueva York, el 8 de diciembre de 1980, se percibiera que el sentido bucólico e idealista, así como de pacifismo apolítico, que se le daba a Imagine no acabara de gustarle. Bien es cierto que el diseño de la portada, en la que aparecía su rostro en primer plano, con aire juvenil, mirada concentrada y con un tratamiento difuminado de la fotografía, no contribuía al carácter crítico y rebelde que pensaba que se deducía de su trabajo.
Suena raro imaginar que, tras una muy extensa trayectoria, Neil Young solo pudiera alcanzar el número uno de las listas de éxito de Estados Unidos y en el Reino Unido con un único tema. Pero lo cierto es que esto lo logró con Heart of Gold, magnífica e inolvidable canción perteneciente a su cuarto álbum en solitario, Harvest, el que viera la luz en el año 1972.
La música del disco se encuentra dentro de la línea de country-rock, estilo en el que en algunas ocasiones se embarcaba el cantante canadiense. Y nada mejor que apoyarse en las armonías de James Taylor y de Linda Ronstadt para lograr una de las mejores canciones que creara a lo largo de más de cinco décadas.
Por otro lado, la portada de Harvest es de una gran sencillez: sobre un fondo beis y un sol anaranjado, se encuentran escritos, con letras góticas y numerosas rúbricas, tanto el título como el nombre del cantante. Inolvidable, tanto Heart of Gold como las otras nueve canciones que la acompañan en este imprescindible disco.
Dejar el grupo con el que se ha tenido grandes éxitos y comenzar un recorrido en solitario suele ser una aventura bastante difícil de llevar adelante, dado que lo habitual es que se entre en un camino lánguido sin grandes altibajos y con pocos momentos de brillantez. Sin embargo, en el caso de Paul Simon, el haber abandonado el dúo que formaba con Art Garfunkel y que tantos éxitos cosecharon, no le dejó en ese estado de medianía que anunciaba con sus primeros elepés en solitario.
Pero llegó el momento en el que tomó una decisión que fue transcendental en su trayectoria: irse a Sudáfrica, que por entonces estaba sometida al boicot cultural de las Naciones Unidas debido al apartheid, y empaparse de la música de este país a través de Ladysmith Black Mambazo. Resultado: un disco brillante, espléndido, que llevaba por título Graceland.
Y es que todo el disco es una exhibición de los ritmos que salen de instrumentos originales sudafricanos, caso de los acordeones, y que nunca antes había utilizado Paul Simon en sus trabajos. Pero sería la canción Graceland, la misma que da título al disco, la que se convertiría en el inolvidable tema que siempre estará ligado a su autor.
El diseño de la portada de Graceland tiene similitudes con el de Harvest por su gran sencillez: el nombre del cantante y el título del disco en la parte superior de la carátula; debajo aparece un dibujo de reminiscencias medievales, en el que se muestra a un jinete sobre un caballo blanco y dentro de un pequeño formato cuadrado.
Algunos aficionados hemos seguido la trayectoria del escocés Gerry Rafferty desde sus inicios, cuando comenzó con el grupo que inicialmente formara The Humblebums en 1972. Le siguiría con un disco en solitario, Can I have my money back, en cuya portada aparecía el rostro de un niño vestido de marinerito y que fuera dibujado por Patrick, el autor de muchas de sus siguientes portadas. Posteriormente, su unión con Joe Egan dio lugar al efímero grupo The Stealers Wheel, cuyos discos llevaban los diseños del imaginativo Patrick.
Dentro de la no muy extensa producción de Gerry Rafferty en solitario se encuentra el disco City to city que lanzara en 1978. Allí aparecía una pequeña joya musical, Baker Street, canción con la que alcanzaría su mayor cota de fama, gracias al riff de saxo que acompañaba a su voz. Y como siempre, la imaginación de Patrick nos presenta al cantante escocés en cuclillas, sosteniendo su guitarra y con un fondo celeste con nubes anaranjadas.
Gerry Rafferty nos dejó a principios de 2011, pero los sonidos de Baker Street continuarán sonando y emocionando, no solo a quienes conocen esta magnífica canción sino también a quienes la escuchan por primera vez.
Bien es cierto que habría que esperar a la década siguiente (la maravillosa década dorada en la que los Beatles y los Rolling Stones se encaraman a lo más alto de la popularidad) para que las portadas de los elepés de vinilo se diseñaran dándoseles la suficiente importancia para saber que la componente visual era un elemento indispensable que ayudaba al éxito de la música que contenían.
Música y carátula han llegado a ser dos componentes inseparables que asociamos para identificar a un disco, aunque en la actualidad el sonido que nos llega a través de cualquiera de los cauces de internet haya despojado de materialidad a las producciones musicales. Y a pesar de este aumento de creaciones musicales despojadas de la componente visual penetra fuerte en las nuevas generaciones, sigo pensando que no es posible entender la historia del rock sin esa componente icónica.
Así pues, y dado que ya comienza a ser amplio el número de entregas en las que he buscado un nexo común para los discos que comentaba, tanto en la vertiente musical como en la gráfica, en esta ocasión traigo una muestra de seis trabajos cuya mayor virtualidad es que contienen una canción o tema que se convirtió en un auténtico éxito, por lo que aún se les recuerda por la huella que han dejado con el paso de los años en la memoria de los aficionados.
Cierto que esta lista de seis resulta ser muy breve y que se podría ampliar enormemente, pero es inevitable que me guíe por criterios o gustos personales a la hora de traer y comentar esos discos. De todos modos, creo que son lo suficientemente interesantes como para hacer con ellos una nueva entrega dentro de esta sección.
En el año 1967 aparece en el mercado estadounidense un disco que lleva por título el nombre de un nuevo grupo, The Doors; en cierto modo, algo habitual para el primer trabajo que se edita. Visto desde la distancia que dan los 50 años transcurridos desde su aparición (¡medio siglo!), lo podemos calificar de genial para un grupo emergente. Allí se encontraban once magníficos temas, nueve de los cuales estaban firmados por los cuatro miembros del grupo.
Pero si había que destacar uno de ellos, con permiso del muy versionado Light my fire, era The End, un tema verdaderamente épico de más de once minutos de duración, en el que la voz de Jim Morrison se retorcía sobre un texto centrado en el deseo y la muerte.
La portada del elepé, basada en la fotografía de Guy Webster, centra todo el protagonismo en el rostro del cantante del grupo, Jim Morrison, dejando en un segundo plano y sobre un fondo oscuro los de Ray Manzarek, Robby Krieger y John Densmore. En la parte superior de la misma, aparece el nombre del grupo con un diseño gráfico que lo mantendrían en el resto de sus trabajos.
Para hablar del éxito rotundo de Fleetwood Mac habría que traer a la palestra Rumours el elepé que editaron en 1977 en el sello Reprise y que alcanzó la rotunda cifra de 19 millones de copias vendidas en todo el mundo. Ello dio lugar a que el grupo obtuviera trece discos de platino, al tiempo que ganaba el Grammy al mejor disco del año, por lo que no es de extrañar que se mantuviera en las listas estadounidenses durante treinta y una semana.
Pero antes de que viera la luz tan exitoso disco, Fleetwood Mac habían sacado, en 1969, su tercer trabajo de estudio con el título de Then Play On. Sería el último en el que aparecería el fundador del grupo y vocalista hasta ese momento: Peter Green. Allí se encontraba una pequeña e inolvidable maravilla de casi nueve minutos titulada Oh Well, donde la voz de Peter Green se unía a varios instrumentos que él mismo tocaba, caso del violoncello.
Por otro lado, la portada, basada en un dibujo de Maxwell Armfield, nos presenta a un joven desnudo que cabalga, mirando hacia atrás, sobre un caballo blanco a través de un campo verde, con flores y hojas rojizas. Este sería, pues, el canto de cisne de Peter Green, pues sus compañeros querían alejarse de la estética hippie y pacifista que propugnaba hasta ese momento el que fuera su líder.
Si hay una canción en la historia de la música popular, que acabó convirtiéndose en un himno pacifista, esa es Imagine, la misma que da título al segundo elepé de John Lennon, una vez que dejara a la mítica banda The Beatles.
Tras la dureza del primero de sus discos titulado Plastic Ono Band, John Lennon cambió de rumbo buscando un cierto grado de utopía, aunque irónicamente dijera de la mítica canción: “Es antirreligiosa, anticapitalista… pero como está cubierta de una capa de azúcar, la gente la acepta. Ahora ya sé lo que hay que hacer: transmitir tu mensaje político con un poco de miel” (palabras extraídas del nº 71 de la revista Rolling Stone).
Quizás el propio Lennon, antes de ser asesinado en Nueva York, el 8 de diciembre de 1980, se percibiera que el sentido bucólico e idealista, así como de pacifismo apolítico, que se le daba a Imagine no acabara de gustarle. Bien es cierto que el diseño de la portada, en la que aparecía su rostro en primer plano, con aire juvenil, mirada concentrada y con un tratamiento difuminado de la fotografía, no contribuía al carácter crítico y rebelde que pensaba que se deducía de su trabajo.
Suena raro imaginar que, tras una muy extensa trayectoria, Neil Young solo pudiera alcanzar el número uno de las listas de éxito de Estados Unidos y en el Reino Unido con un único tema. Pero lo cierto es que esto lo logró con Heart of Gold, magnífica e inolvidable canción perteneciente a su cuarto álbum en solitario, Harvest, el que viera la luz en el año 1972.
La música del disco se encuentra dentro de la línea de country-rock, estilo en el que en algunas ocasiones se embarcaba el cantante canadiense. Y nada mejor que apoyarse en las armonías de James Taylor y de Linda Ronstadt para lograr una de las mejores canciones que creara a lo largo de más de cinco décadas.
Por otro lado, la portada de Harvest es de una gran sencillez: sobre un fondo beis y un sol anaranjado, se encuentran escritos, con letras góticas y numerosas rúbricas, tanto el título como el nombre del cantante. Inolvidable, tanto Heart of Gold como las otras nueve canciones que la acompañan en este imprescindible disco.
Dejar el grupo con el que se ha tenido grandes éxitos y comenzar un recorrido en solitario suele ser una aventura bastante difícil de llevar adelante, dado que lo habitual es que se entre en un camino lánguido sin grandes altibajos y con pocos momentos de brillantez. Sin embargo, en el caso de Paul Simon, el haber abandonado el dúo que formaba con Art Garfunkel y que tantos éxitos cosecharon, no le dejó en ese estado de medianía que anunciaba con sus primeros elepés en solitario.
Pero llegó el momento en el que tomó una decisión que fue transcendental en su trayectoria: irse a Sudáfrica, que por entonces estaba sometida al boicot cultural de las Naciones Unidas debido al apartheid, y empaparse de la música de este país a través de Ladysmith Black Mambazo. Resultado: un disco brillante, espléndido, que llevaba por título Graceland.
Y es que todo el disco es una exhibición de los ritmos que salen de instrumentos originales sudafricanos, caso de los acordeones, y que nunca antes había utilizado Paul Simon en sus trabajos. Pero sería la canción Graceland, la misma que da título al disco, la que se convertiría en el inolvidable tema que siempre estará ligado a su autor.
El diseño de la portada de Graceland tiene similitudes con el de Harvest por su gran sencillez: el nombre del cantante y el título del disco en la parte superior de la carátula; debajo aparece un dibujo de reminiscencias medievales, en el que se muestra a un jinete sobre un caballo blanco y dentro de un pequeño formato cuadrado.
Algunos aficionados hemos seguido la trayectoria del escocés Gerry Rafferty desde sus inicios, cuando comenzó con el grupo que inicialmente formara The Humblebums en 1972. Le siguiría con un disco en solitario, Can I have my money back, en cuya portada aparecía el rostro de un niño vestido de marinerito y que fuera dibujado por Patrick, el autor de muchas de sus siguientes portadas. Posteriormente, su unión con Joe Egan dio lugar al efímero grupo The Stealers Wheel, cuyos discos llevaban los diseños del imaginativo Patrick.
Dentro de la no muy extensa producción de Gerry Rafferty en solitario se encuentra el disco City to city que lanzara en 1978. Allí aparecía una pequeña joya musical, Baker Street, canción con la que alcanzaría su mayor cota de fama, gracias al riff de saxo que acompañaba a su voz. Y como siempre, la imaginación de Patrick nos presenta al cantante escocés en cuclillas, sosteniendo su guitarra y con un fondo celeste con nubes anaranjadas.
Gerry Rafferty nos dejó a principios de 2011, pero los sonidos de Baker Street continuarán sonando y emocionando, no solo a quienes conocen esta magnífica canción sino también a quienes la escuchan por primera vez.
AURELIANO SÁINZ