Se creen muy machos y que lo que han hecho es una “hazaña” propia de su virilidad, de su condición de hombres con todos sus atributos, con pelos en el pecho y rebosantes de testosterona hasta las cejas. Juntos, en manada humana formando pandilla, en plena diversión festiva, ahítos de alcohol y pulsiones primarias, dan rienda suelta a sus instintos y, entre los cinco componentes de la misma, follan en un portal a una chica que, como ellos, también pensaba divertirse en los Sanfermines del año 2016.
Graban la “hazaña” para enorgullecerse de ella a través de las redes sociales. Ni siquiera son conscientes de la animalidad que cometen al participar en comandita de un acto que se supone individual e íntimo, envuelto en pasión pero fruto de la atracción y el afecto, cuando no del amor.
Abusan, si no violan, de la desinhibición que, nacida del carácter o las copas, hizo que una joven confundiera aquel grupo de simpáticos y hasta atractivos chavales con personas que sabrían comportarse como tales y no como fieras. Que sabrían que los juegos y el desenfado llegan hasta donde empieza el respeto que merece toda persona; hasta donde la dignidad impide la animalidad y nos distingue de ella.
Ahora los cinco son juzgados por la supuesta “hazaña” y se justifican en que la víctima la consintió sin oponer resistencia. No caen en la cuenta, como machos que son y no varones sensibles, que ni siquiera así es admisible un comportamiento tan mezquino y bajo que aprovecha la euforia de una chica, que tal vez no sabía ni lo que hacía para, de manera colectiva, como una jauría embriagada de lujuria, satisfacer un deseo que en ningún caso se comparte en manada, sino en compañía de quien lo hace germinar hasta superar la simple atracción física.
Pero ninguno se interesó por la chica, ni por su deseo, sino que consumaron su apetito con la urgencia y la inhumana voracidad de una hiena, de una alimaña que tiene la fortuna de encontrar carroña. Tampoco caen en la cuenta de que, si aquella orgía hubiera sido consentida como arguyen, lo más lógico es que hubieran acompañado a la chica hasta donde se alojaba e intentaran conservar el contacto con ella. Sin embargo, la dejan abandonada y humillada en aquel portal donde cometen su “hazaña” hasta que la Policía la rescata en medio de un estado de shock y cubierta en lágrimas.
Embebidos en su triunfo, se vanaglorian de él y distribuyeron la “hazaña” a través del móvil, sin pensar siquiera que ni a las putas está permitido violarlas de ninguna manera. Para colmo, un guardia civil y un miembro del Ejército forman parte de esa manada hambrienta de sexo, demostrando el nivel ético y la calidad humana de quienes tendrían que velar por nuestros derechos y valores cívicos.
Hasta tal punto alcanza su “hazaña”, hasta denigrar los uniformes que, si el juez no lo remedia, podrían vestir y la dignidad de las mujeres a las que ataquen o relacionen. Una “hazaña” propia de una manada de animales.
Graban la “hazaña” para enorgullecerse de ella a través de las redes sociales. Ni siquiera son conscientes de la animalidad que cometen al participar en comandita de un acto que se supone individual e íntimo, envuelto en pasión pero fruto de la atracción y el afecto, cuando no del amor.
Abusan, si no violan, de la desinhibición que, nacida del carácter o las copas, hizo que una joven confundiera aquel grupo de simpáticos y hasta atractivos chavales con personas que sabrían comportarse como tales y no como fieras. Que sabrían que los juegos y el desenfado llegan hasta donde empieza el respeto que merece toda persona; hasta donde la dignidad impide la animalidad y nos distingue de ella.
Ahora los cinco son juzgados por la supuesta “hazaña” y se justifican en que la víctima la consintió sin oponer resistencia. No caen en la cuenta, como machos que son y no varones sensibles, que ni siquiera así es admisible un comportamiento tan mezquino y bajo que aprovecha la euforia de una chica, que tal vez no sabía ni lo que hacía para, de manera colectiva, como una jauría embriagada de lujuria, satisfacer un deseo que en ningún caso se comparte en manada, sino en compañía de quien lo hace germinar hasta superar la simple atracción física.
Pero ninguno se interesó por la chica, ni por su deseo, sino que consumaron su apetito con la urgencia y la inhumana voracidad de una hiena, de una alimaña que tiene la fortuna de encontrar carroña. Tampoco caen en la cuenta de que, si aquella orgía hubiera sido consentida como arguyen, lo más lógico es que hubieran acompañado a la chica hasta donde se alojaba e intentaran conservar el contacto con ella. Sin embargo, la dejan abandonada y humillada en aquel portal donde cometen su “hazaña” hasta que la Policía la rescata en medio de un estado de shock y cubierta en lágrimas.
Embebidos en su triunfo, se vanaglorian de él y distribuyeron la “hazaña” a través del móvil, sin pensar siquiera que ni a las putas está permitido violarlas de ninguna manera. Para colmo, un guardia civil y un miembro del Ejército forman parte de esa manada hambrienta de sexo, demostrando el nivel ético y la calidad humana de quienes tendrían que velar por nuestros derechos y valores cívicos.
Hasta tal punto alcanza su “hazaña”, hasta denigrar los uniformes que, si el juez no lo remedia, podrían vestir y la dignidad de las mujeres a las que ataquen o relacionen. Una “hazaña” propia de una manada de animales.
DANIEL GUERRERO