Cierro esta serie de entregas con un valor, la responsabilidad, que poco a poco hemos ido socavando desde un tipo de sociedad cada día más cerrada en un egocentrismo casi narcisista, amén de más avocada a una flagrante irresponsabilidad que solo denota falta de madurez personal. Y no estoy refiriéndome al personal joven, que también, sino a los humanos supuestamente adultos.
Una posible razón reside en el cambio tan acelerado que han traído las tecnologías y la movilidad que ha permitido saltar de un país a otro en un corto tiempo. La diferencia de perspectivas entre el personal mayor y las nuevas generaciones es muy amplia.
¿Claves de tal distancia? La brecha generacional es bastante profunda entre los viejos, mayores de 50 años y los menores de dicha edad. Dentro de estos últimos incluyo a la generación “Erasmus”, ciudadanos globales que han pateado, vivido y compartido lo bueno y lo menos bueno de dicha globalización. Sería un tema interesante para abordar.
Supuestamente, muchos de ellos y ellas son ciudadanos del mundo, más cosmopolitas y abiertos a otras culturas y costumbres, por tanto más cultos, más ricos en vivencias… ¿Mejor formados en humanismo (armonía solidaria con el otro) o más individualistas? ¿Más madurez y mayor compromiso?
Quizás aun sea pronto para poder valorar. Lo único cierto es que nos separa un abismo de mundología entendida como “experiencia de la vida y habilidad para conducirse en ella y en las relaciones sociales” (sic). Algo no encaja bien. ¿Entendimiento, tolerancia?
Las fronteras se han difuminando, las distancias se han diluido en breves horas y la tecnología de la comunicación permite una bilocación de vértigo. Dicha globalización ha aportado aplomo a los más jóvenes y separa a las generaciones de la mayoría de los despectivamente tachados de “viejos”. ¿Responsabilidad, prudencia?
Y aquí entra la responsabilidad como valor ligado a obligarse o comprometerse si dicho concepto lo anclamos en su significado más simple: prometer (spondere), garantizar. Ampliando un poco más el campo semántico acudimos a responder (re-spondere). Dicha apertura lleva a hacerse responsable de algo o de alguien, a salir fiador del otro.
La responsabilidad alude a la calidad de aquellas personas capaces de comprometerse a actuar de forma correcta ejerciendo derechos y obligaciones como ciudadanos. En este sentido, se enraíza dentro del campo moral como un deber libremente aceptado.
La responsabilidad hace referencia a compromiso u obligación en primer lugar personal, por ejemplo familiar. En el ámbito familiar se debe compartir tanto de cara a los hijos como al conjunto del hogar. En este campo queda mucho por aprender y aun más por comprometernos cada miembro de ese hogar.
Y un desafío. Cuando el núcleo familiar se destroza es muy frecuente, por parte de los afectados, escaquearse de las obligaciones con las que toque apencar. No cumplir es toda una rémora que perjudica sobre todo a los hijos. En tales circunstancias los daños colaterales son todo un ejemplo de irresponsabilidad.
Dicha responsabilidad va ensartada con una serie de valores que la hacen aun más importante. Si queremos ser equitativos y dar a cada uno lo que le corresponde, aunque a veces pueda parecer que no se lo merece, tendremos que hacer referencia a la justicia según lo que cada sociedad considere justificable para el bien común.
En relación directa con la responsabilidad está la libertad, la honestidad, el respeto. La libertad es fundamental e inalienable como derecho humano y se entiende como la capacidad que posee el sujeto para tomar decisiones y asumir consecuencias.
Sin libertad es imposible hablar de responsabilidad, ya que ella determina el obrar en un sentido u otro. El sello de calidad está en la capacidad de razonar, en la lucidez mental. Sin raciocinio no se puede ser responsable de los actos (un demente no lo es).
El respeto es básico para poder convivir. Se debe contagiar desde la más temprana edad si quien lo inculca también es respetuoso; caso contrario sería una doblez malsana e hiriente. Es un valor recíproco: respeta y te respetaran; o si lo prefieren: respeta para poder pedir o exigir respeto.
La honestidad se refleja en todos los actos humanos generando confianza, a la par que descarta el engaño y la trapacería de “quien con astucia, falsedad y mentira engaña a los demás” (sic). La honestidad pone en valor la verdad y la sinceridad del sujeto.
Pero responsabilidad es una palabra que va perdiendo significado, que poco a poco va desdibujando su contenido. Es compromiso, lleva bastante de solidaridad, va pintada de prudencia y cordura, se envuelve en la bufanda de la con-fianza y ofrece garantía. Decía que va perdiendo su esencia para transmutarse en irresponsabilidad cargada de ineptitud, de chanchullo e incompetencia, amén de mentira y falsedad.
Ser responsable “obliga” (la persona cumplidora acepta esa obligación) a suscribir las decisiones tomadas y llevarlas a cabo hasta sus últimas consecuencias cumpliendo con el deber asumido. No olvidemos que es un valor necesario para convivir puesto que estamos imbricados unos con otros y nuestros actos repercuten –en positivo o negativo– en los demás, en la comunidad. Lo cómodo es escurrir el bulto.
Ser responsable es apechugar con las consecuencias de nuestras acciones y decisiones. Es tratar de que todos nuestros actos sean realizados de acuerdo con una noción de justicia y de cumplimiento del deber en todos los sentidos.
La irresponsabilidad, como cara negra, campea a sus anchas por casi todas las acciones humanas. Todo aquel que no cumple con su trabajo, o escamotea materiales del mismo, aquel que cobra más horas de las debidas o el otro que sisa en el peso de lo que vende, etc., no actúa responsablemente. No hablemos de personajes y personillas públicas...
La irresponsabilidad es fácil de detectar en la vida diaria: la vemos en ese profesional que te cita a una hora determinada y viene ¿cuando puede? Eso dice; en aquel que te da gato por liebre; en ese otro que no hizo correctamente su trabajo. Son ejemplos difusos adrede para no ofender a nadie, ejemplos que solo explicitan la falta de profesionalidad en determinados casos y en algunos profesionales, tanto públicos como particulares.
Verdad, justicia y responsabilidad enmarcan un triangulo cuyos vértices nos indican por dónde caminar. En la medida en que somos libres se nos puede pedir responsabilidad de lo que hacemos o dejamos de hacer.
Cumplir con el deber nos pone en el camino para construir un mundo mejor en la medida en que limamos asperezas, solucionamos o ayudamos a solucionar problemas. La corresponsabilidad conlleva compromiso con los demás para construir un entorno más amable, habitable para el otro y para uno mismo.
Para reflexionar: dicen que las fronteras son las cicatrices que va dejando la Historia a la humanidad. Llagas que, de tiempo en tiempo, se reblandecen y supuran un purulento y ponzoñoso pus. Abrir heridas resecas para rellenarlas de odio es propio de mentes viles y perversas.
Vuelvo a Stefan Zweig. Releyendo sus memorias se constata que nuestro mundo actual, igual que el de su tiempo, está amenazado por circunstancias iguales, parecidas a la de entonces. Una Europa unida, opuesta al nacionalismo, la plaga de aquel momento, sigue siendo el objetivo porque caer en los mismos errores sería fatídico.
Una posible razón reside en el cambio tan acelerado que han traído las tecnologías y la movilidad que ha permitido saltar de un país a otro en un corto tiempo. La diferencia de perspectivas entre el personal mayor y las nuevas generaciones es muy amplia.
¿Claves de tal distancia? La brecha generacional es bastante profunda entre los viejos, mayores de 50 años y los menores de dicha edad. Dentro de estos últimos incluyo a la generación “Erasmus”, ciudadanos globales que han pateado, vivido y compartido lo bueno y lo menos bueno de dicha globalización. Sería un tema interesante para abordar.
Supuestamente, muchos de ellos y ellas son ciudadanos del mundo, más cosmopolitas y abiertos a otras culturas y costumbres, por tanto más cultos, más ricos en vivencias… ¿Mejor formados en humanismo (armonía solidaria con el otro) o más individualistas? ¿Más madurez y mayor compromiso?
Quizás aun sea pronto para poder valorar. Lo único cierto es que nos separa un abismo de mundología entendida como “experiencia de la vida y habilidad para conducirse en ella y en las relaciones sociales” (sic). Algo no encaja bien. ¿Entendimiento, tolerancia?
Las fronteras se han difuminando, las distancias se han diluido en breves horas y la tecnología de la comunicación permite una bilocación de vértigo. Dicha globalización ha aportado aplomo a los más jóvenes y separa a las generaciones de la mayoría de los despectivamente tachados de “viejos”. ¿Responsabilidad, prudencia?
Y aquí entra la responsabilidad como valor ligado a obligarse o comprometerse si dicho concepto lo anclamos en su significado más simple: prometer (spondere), garantizar. Ampliando un poco más el campo semántico acudimos a responder (re-spondere). Dicha apertura lleva a hacerse responsable de algo o de alguien, a salir fiador del otro.
La responsabilidad alude a la calidad de aquellas personas capaces de comprometerse a actuar de forma correcta ejerciendo derechos y obligaciones como ciudadanos. En este sentido, se enraíza dentro del campo moral como un deber libremente aceptado.
La responsabilidad hace referencia a compromiso u obligación en primer lugar personal, por ejemplo familiar. En el ámbito familiar se debe compartir tanto de cara a los hijos como al conjunto del hogar. En este campo queda mucho por aprender y aun más por comprometernos cada miembro de ese hogar.
Y un desafío. Cuando el núcleo familiar se destroza es muy frecuente, por parte de los afectados, escaquearse de las obligaciones con las que toque apencar. No cumplir es toda una rémora que perjudica sobre todo a los hijos. En tales circunstancias los daños colaterales son todo un ejemplo de irresponsabilidad.
Dicha responsabilidad va ensartada con una serie de valores que la hacen aun más importante. Si queremos ser equitativos y dar a cada uno lo que le corresponde, aunque a veces pueda parecer que no se lo merece, tendremos que hacer referencia a la justicia según lo que cada sociedad considere justificable para el bien común.
En relación directa con la responsabilidad está la libertad, la honestidad, el respeto. La libertad es fundamental e inalienable como derecho humano y se entiende como la capacidad que posee el sujeto para tomar decisiones y asumir consecuencias.
Sin libertad es imposible hablar de responsabilidad, ya que ella determina el obrar en un sentido u otro. El sello de calidad está en la capacidad de razonar, en la lucidez mental. Sin raciocinio no se puede ser responsable de los actos (un demente no lo es).
El respeto es básico para poder convivir. Se debe contagiar desde la más temprana edad si quien lo inculca también es respetuoso; caso contrario sería una doblez malsana e hiriente. Es un valor recíproco: respeta y te respetaran; o si lo prefieren: respeta para poder pedir o exigir respeto.
La honestidad se refleja en todos los actos humanos generando confianza, a la par que descarta el engaño y la trapacería de “quien con astucia, falsedad y mentira engaña a los demás” (sic). La honestidad pone en valor la verdad y la sinceridad del sujeto.
Pero responsabilidad es una palabra que va perdiendo significado, que poco a poco va desdibujando su contenido. Es compromiso, lleva bastante de solidaridad, va pintada de prudencia y cordura, se envuelve en la bufanda de la con-fianza y ofrece garantía. Decía que va perdiendo su esencia para transmutarse en irresponsabilidad cargada de ineptitud, de chanchullo e incompetencia, amén de mentira y falsedad.
Ser responsable “obliga” (la persona cumplidora acepta esa obligación) a suscribir las decisiones tomadas y llevarlas a cabo hasta sus últimas consecuencias cumpliendo con el deber asumido. No olvidemos que es un valor necesario para convivir puesto que estamos imbricados unos con otros y nuestros actos repercuten –en positivo o negativo– en los demás, en la comunidad. Lo cómodo es escurrir el bulto.
Ser responsable es apechugar con las consecuencias de nuestras acciones y decisiones. Es tratar de que todos nuestros actos sean realizados de acuerdo con una noción de justicia y de cumplimiento del deber en todos los sentidos.
La irresponsabilidad, como cara negra, campea a sus anchas por casi todas las acciones humanas. Todo aquel que no cumple con su trabajo, o escamotea materiales del mismo, aquel que cobra más horas de las debidas o el otro que sisa en el peso de lo que vende, etc., no actúa responsablemente. No hablemos de personajes y personillas públicas...
La irresponsabilidad es fácil de detectar en la vida diaria: la vemos en ese profesional que te cita a una hora determinada y viene ¿cuando puede? Eso dice; en aquel que te da gato por liebre; en ese otro que no hizo correctamente su trabajo. Son ejemplos difusos adrede para no ofender a nadie, ejemplos que solo explicitan la falta de profesionalidad en determinados casos y en algunos profesionales, tanto públicos como particulares.
Verdad, justicia y responsabilidad enmarcan un triangulo cuyos vértices nos indican por dónde caminar. En la medida en que somos libres se nos puede pedir responsabilidad de lo que hacemos o dejamos de hacer.
Cumplir con el deber nos pone en el camino para construir un mundo mejor en la medida en que limamos asperezas, solucionamos o ayudamos a solucionar problemas. La corresponsabilidad conlleva compromiso con los demás para construir un entorno más amable, habitable para el otro y para uno mismo.
Para reflexionar: dicen que las fronteras son las cicatrices que va dejando la Historia a la humanidad. Llagas que, de tiempo en tiempo, se reblandecen y supuran un purulento y ponzoñoso pus. Abrir heridas resecas para rellenarlas de odio es propio de mentes viles y perversas.
Vuelvo a Stefan Zweig. Releyendo sus memorias se constata que nuestro mundo actual, igual que el de su tiempo, está amenazado por circunstancias iguales, parecidas a la de entonces. Una Europa unida, opuesta al nacionalismo, la plaga de aquel momento, sigue siendo el objetivo porque caer en los mismos errores sería fatídico.
PEPE CANTILLO