La Iglesia católica no deja de sorprendernos, al menos, en España. Cuando no es una pataleta clerical, jaleada por la prensa afín, por conservar los privilegios que disfruta en nuestro país con la enseñanza concertada, en virtud de la cual imparte el adoctrinamiento religioso en criaturas sin capacidad de discernimiento e, incluso, segrega a los alumnos en razón del sexo, gracias a una financiación pública y no por cuenta de los padres que eligen ese tipo de educación, es por las leyes civiles que persiguen la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer.
De vez en cuando, altos dignatarios eclesiásticos se manifiestan en contra de la libertad de la mujer para decidir todo lo que le concierne como persona, incluida su vivencia sexual y su capacidad reproductora. La última “boutade” en tal sentido la ha expresado el arzobispo de Granada, al considerar que la ideología de género es “una patología”. Vamos, algo así como sostener que la igualdad entre la mujer y el hombre es una enfermedad. Y se ha quedado tan pancho.
No es la primera vez ni el primero en criticar las políticas de igualdad desde el seno de la Iglesia, pero esta última ha sido la más ofensiva y sorprendente. Monseñor Francisco Javier Martínez ha afirmado durante una homilía, que luego ha reproducido, para que quede constancia, en la página web de la Archidiócesis de Granada, que detrás de la ideología de género que se imparte en la enseñanza hay, no sólo “una patología”, sino “una cortedad y una torpeza de la inteligencia”.
Piensa el prelado que reconocer la igualdad de derechos en la mujer es patológico porque “no reaccionamos igual, no pensamos de la misma manera y (…) perdemos el contacto con lo natural”. Y para subrayar su criterio, como si fuera un argumento de autoridad, el purpurado recordó lo dicho por un sacerdote amigo respecto de que Cristo había venido a este mundo a enseñar a distinguir “una patata de una rosa y un hombre, de una mujer”. Menos mal que la Iglesia tiene estos intérpretes fidedignos de la voluntad de Dios que nos aclaran sus intenciones.
Al parecer, para el arzobispo lo normal y natural es la discriminación que, en muchos ámbitos, todavía soporta la mujer por el mero hecho de ser mujer. Lo normal y natural, aparte de constituir un rasgo de inteligencia, es mantener a la mujer supeditada al hombre y negarle una capacidad idéntica para desarrollarse como persona, en igualdad de condiciones y derechos.
Causa perplejidad que quien hace distinción de normalidad, y de inteligencia sea miembro de una entidad que mantiene un celibato contrario a la fisiología del organismo, renuncia a formar familia y contribuir a la perpetuación de la especie humana.
Para el arzobispo es normal la creencia en ángeles, arcángeles, querubines y demás supuestos seres celestiales, pero sumamente anormal y de cortedad intelectual pensar que la mujer es merecedora de los mismos derechos que el hombre. O que la superstición sobrenatural en un ser eterno, creador de todo lo existente y con mentalidad sospechosamente humana que premia y castiga y hasta escoge bando en las guerras de los hombres, es absolutamente normal, pero la voluntad racional por evitar todo tipo de discriminación de la mujer es patológico.
Incluso que es perfectamente natural asumir la resurrección de los muertos, los que se han descompuesto en la tierra y los que se han convertido en cenizas por la cremación, pero es enfermizo tratar como igual a todos los humanos vivos, independientemente de su sexo o cualquier otra condición.
Todo lo relativo a la creencia religiosa es, para el delegado de la divinidad, normal y natural, pero las leyes civiles que eliminan tabúes, combaten la ignorancia y hacen tolerante una sociedad en la que conviven hombres y mujeres, es antinatural y de una cortedad patológica.
No parece oportuno, por todo ello, que los representantes de esa patología eclesial dictaminen, sin que nadie se lo requiera, qué es normal y qué no. Máxime cuando, fruto de esas represiones patológicas a que someten el funcionamiento fisiológico del organismo, el colectivo clerical al que pertenece el señor arzobispo es el que más casos de pederastia y otros abusos sexuales comete en el mundo. Eso sí que es patológico y criminal, no que la mujer decida acerca de lo que le incumbe sin ninguna discriminación respecto del hombre.
Lo que es una cortedad que ofende a la inteligencia es la consideración de la Iglesia sobre la mujer y no la libertad y los derechos que le son reconocidos por las leyes. Por más que le pese a monseñor y a toda la jerarquía eclesiástica. Amén.
De vez en cuando, altos dignatarios eclesiásticos se manifiestan en contra de la libertad de la mujer para decidir todo lo que le concierne como persona, incluida su vivencia sexual y su capacidad reproductora. La última “boutade” en tal sentido la ha expresado el arzobispo de Granada, al considerar que la ideología de género es “una patología”. Vamos, algo así como sostener que la igualdad entre la mujer y el hombre es una enfermedad. Y se ha quedado tan pancho.
No es la primera vez ni el primero en criticar las políticas de igualdad desde el seno de la Iglesia, pero esta última ha sido la más ofensiva y sorprendente. Monseñor Francisco Javier Martínez ha afirmado durante una homilía, que luego ha reproducido, para que quede constancia, en la página web de la Archidiócesis de Granada, que detrás de la ideología de género que se imparte en la enseñanza hay, no sólo “una patología”, sino “una cortedad y una torpeza de la inteligencia”.
Piensa el prelado que reconocer la igualdad de derechos en la mujer es patológico porque “no reaccionamos igual, no pensamos de la misma manera y (…) perdemos el contacto con lo natural”. Y para subrayar su criterio, como si fuera un argumento de autoridad, el purpurado recordó lo dicho por un sacerdote amigo respecto de que Cristo había venido a este mundo a enseñar a distinguir “una patata de una rosa y un hombre, de una mujer”. Menos mal que la Iglesia tiene estos intérpretes fidedignos de la voluntad de Dios que nos aclaran sus intenciones.
Al parecer, para el arzobispo lo normal y natural es la discriminación que, en muchos ámbitos, todavía soporta la mujer por el mero hecho de ser mujer. Lo normal y natural, aparte de constituir un rasgo de inteligencia, es mantener a la mujer supeditada al hombre y negarle una capacidad idéntica para desarrollarse como persona, en igualdad de condiciones y derechos.
Causa perplejidad que quien hace distinción de normalidad, y de inteligencia sea miembro de una entidad que mantiene un celibato contrario a la fisiología del organismo, renuncia a formar familia y contribuir a la perpetuación de la especie humana.
Para el arzobispo es normal la creencia en ángeles, arcángeles, querubines y demás supuestos seres celestiales, pero sumamente anormal y de cortedad intelectual pensar que la mujer es merecedora de los mismos derechos que el hombre. O que la superstición sobrenatural en un ser eterno, creador de todo lo existente y con mentalidad sospechosamente humana que premia y castiga y hasta escoge bando en las guerras de los hombres, es absolutamente normal, pero la voluntad racional por evitar todo tipo de discriminación de la mujer es patológico.
Incluso que es perfectamente natural asumir la resurrección de los muertos, los que se han descompuesto en la tierra y los que se han convertido en cenizas por la cremación, pero es enfermizo tratar como igual a todos los humanos vivos, independientemente de su sexo o cualquier otra condición.
Todo lo relativo a la creencia religiosa es, para el delegado de la divinidad, normal y natural, pero las leyes civiles que eliminan tabúes, combaten la ignorancia y hacen tolerante una sociedad en la que conviven hombres y mujeres, es antinatural y de una cortedad patológica.
No parece oportuno, por todo ello, que los representantes de esa patología eclesial dictaminen, sin que nadie se lo requiera, qué es normal y qué no. Máxime cuando, fruto de esas represiones patológicas a que someten el funcionamiento fisiológico del organismo, el colectivo clerical al que pertenece el señor arzobispo es el que más casos de pederastia y otros abusos sexuales comete en el mundo. Eso sí que es patológico y criminal, no que la mujer decida acerca de lo que le incumbe sin ninguna discriminación respecto del hombre.
Lo que es una cortedad que ofende a la inteligencia es la consideración de la Iglesia sobre la mujer y no la libertad y los derechos que le son reconocidos por las leyes. Por más que le pese a monseñor y a toda la jerarquía eclesiástica. Amén.
DANIEL GUERRERO