La mayoría de las personas a las que nos gusta el futbol sabemos cuántos entresijos y cuánto negocio mueve este deporte. Incluso ahora, en la actualidad, en el fútbol base se les cobra a los padres 35 o 40 euros cada mes por la formación de los pequeños. Después entra el tema de la equipación, pues los niños tiene que ir con el uniforme oficial de la entidad en la que estén, y esto les supone a los padres un desembolso de, por lo menos, 250 euros al año, además del reconocimiento médico que se montan para sacar otro buen pellizco. Un negocio en toda regla.
Para llevar a los críos, a los más pequeñitos, tienen a jóvenes que lo mismo les hacen el entrenamiento que juegan en el equipo juvenil. Esos sí que tratan a los niños con mimo y educación, pero con el conocimiento mínimo de fútbol. Pero con cuatro chavos les pagan.
Yo, cuando era más joven, estuve nueve años en el fútbol base del Centro de Deportes Manresa. Por aquel tiempo, los equipos iban a los colegios y al niño que destacaba lo fichaban; o bien ojeadores que tenían, llevaban a los críos al Manresa.
Era otra política: a los padres no se les cobraba y la equipación la ponía el club; eso sí, las botas hasta la edad juvenil las compraban los padres y en los desplazamientos del equipo los críos no pagaban, pero los padres tenían que colaborar un poco. Eran otros tiempos.
La otra tarde me fui un rato a observar el entrenamiento que le hacen a los críos. Observe un grupo de críos numeroso. En un momento dado, el chico que los entrenaba, sin venir a cuento, paró el entrenamiento y separó a tres chavales del grupo:
—Vosotros, a partir de ahora, ya estáis fuera del equipo. La semana que viene entrenareis con el equipo C.
Los chavales se separaron del grupo y dos de ellos dijeron:
—¿No nos quieren? Pues que se joroben. ¡Nos vamos!
Y se marcharon, mientras que el más pequeño se sentó y empezó a llorar preguntándose por qué a él.
Y seguía llorando. A mí me dio tanta lástima el crío que me acerqué a él:
—No llores, también jugarás en el equipo C.
—Sí, ¡pero yo ya llevaba tres años con mis amigos! –exclamó mientras seguía llorando–. Y ahora se ríen de mí y se mofan.
—¡Es igual, tú no les hagas caso! Ya harás amigos en el equipo C, lo importante es jugar y hacer deporte. Que en el mundo del fútbol hay muchos cambios, te lo digo yo, que he sido entrenador muchos años. No te desanimes. ¿Cómo te llamas, niño?
—Me llamo Adrià.
—Te voy a contar un caso: en un equipo hubo un niño que le ocurrió igual que a ti, que le dejaron en el equipo C. Entonces, este niño comenzó a tomárselo bien, en serio y, debido a esto, destacó en este equipo tanto que se convirtió en el máximo goleador. Cada partido marcaba uno o dos goles, a pesar de que perdían muchos partidos. Pero él, con ahínco y ganas, llegó a lo máximo. Y fíjate lo que te digo, Adrià, a ese niño le llegó un día la posibilidad de jugar en el Real Madrid.
—¿De verdad, señor?
—De verdad, Adrià. Tú no te desanimes y lucha. Entrena fuerte que lo vas a conseguir, campeón. Porque, escúchame bien: tú vas a ser un campeón.
Para llevar a los críos, a los más pequeñitos, tienen a jóvenes que lo mismo les hacen el entrenamiento que juegan en el equipo juvenil. Esos sí que tratan a los niños con mimo y educación, pero con el conocimiento mínimo de fútbol. Pero con cuatro chavos les pagan.
Yo, cuando era más joven, estuve nueve años en el fútbol base del Centro de Deportes Manresa. Por aquel tiempo, los equipos iban a los colegios y al niño que destacaba lo fichaban; o bien ojeadores que tenían, llevaban a los críos al Manresa.
Era otra política: a los padres no se les cobraba y la equipación la ponía el club; eso sí, las botas hasta la edad juvenil las compraban los padres y en los desplazamientos del equipo los críos no pagaban, pero los padres tenían que colaborar un poco. Eran otros tiempos.
La otra tarde me fui un rato a observar el entrenamiento que le hacen a los críos. Observe un grupo de críos numeroso. En un momento dado, el chico que los entrenaba, sin venir a cuento, paró el entrenamiento y separó a tres chavales del grupo:
—Vosotros, a partir de ahora, ya estáis fuera del equipo. La semana que viene entrenareis con el equipo C.
Los chavales se separaron del grupo y dos de ellos dijeron:
—¿No nos quieren? Pues que se joroben. ¡Nos vamos!
Y se marcharon, mientras que el más pequeño se sentó y empezó a llorar preguntándose por qué a él.
Y seguía llorando. A mí me dio tanta lástima el crío que me acerqué a él:
—No llores, también jugarás en el equipo C.
—Sí, ¡pero yo ya llevaba tres años con mis amigos! –exclamó mientras seguía llorando–. Y ahora se ríen de mí y se mofan.
—¡Es igual, tú no les hagas caso! Ya harás amigos en el equipo C, lo importante es jugar y hacer deporte. Que en el mundo del fútbol hay muchos cambios, te lo digo yo, que he sido entrenador muchos años. No te desanimes. ¿Cómo te llamas, niño?
—Me llamo Adrià.
—Te voy a contar un caso: en un equipo hubo un niño que le ocurrió igual que a ti, que le dejaron en el equipo C. Entonces, este niño comenzó a tomárselo bien, en serio y, debido a esto, destacó en este equipo tanto que se convirtió en el máximo goleador. Cada partido marcaba uno o dos goles, a pesar de que perdían muchos partidos. Pero él, con ahínco y ganas, llegó a lo máximo. Y fíjate lo que te digo, Adrià, a ese niño le llegó un día la posibilidad de jugar en el Real Madrid.
—¿De verdad, señor?
—De verdad, Adrià. Tú no te desanimes y lucha. Entrena fuerte que lo vas a conseguir, campeón. Porque, escúchame bien: tú vas a ser un campeón.
JUAN NAVARRO COMINO
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR