De estar representados por el gallo o por un conejo o una coneja, pasamos, en esta España conservadora de tiriteras de miedo inyectadas hacia la hermosa, poderosa y joven Venezuela, a estar mejor representados por el toro: un animal que tiene el lado favorable de representar toda la mayor potencia genética posible en un ser vivo, pero a no olvidar que lleva cuernos, y los cuernos, cuernos son.
Decía el probable andaluz, el colega Ambrosio Macrobio, un escritor y gramático que vivió cinco siglos después de que hubiese inaugurado el chiringuito el Vaticano que, en general los andaluces, y especialmente ellos, la gente meridional, eran adoradores del sol; pero no en el viejo tiempo de las cuevas pareadas con derecho a retrete común, sino muy avanzado el siglo V, cuando faltaba un pelín cronológico de tiempo para que el viejo moro Muza, con más de sesenta años de edad, viniera de oriente a ponerle los reyes magos a los hispanos; y cuando de Despeñaperros para abajo, lo del Gibraltar de ahora es una pelufa de caña, porque toda la España meridional era un paraíso fiscal de respeto a la propiedad y el lavado de dinero, y por eso se vinieron los imperialistas de Roma a edificar sus villas por estas hermosas tierras sureñas andaluzas cuando el Imperio Romano se le fue de las manos, por culpa, como casi siempre, de los pueblos alemanes o germánicos.
Recuerdo, no sin cierta amargura, cuando en esta España conservadora del serrín y tiradora de la harina había gente que intentaba disimular su hermoso acento andaluz cuando hablaban en público o en distancias cortas, y creo que tal asunto, para gloria de la verdad histórica, va decreciendo o ha desaparecido, porque si en España no se habla a lo godo, a lo indoeuropeo, o a la puro oriental otomano, es gracias al tremendo poder lingüístico andaluz, que resiste carros y carretas y mantiene su "ea" y su "ozú", por encima de eses que recuerdan en sus silbos a las serpientes o bichas.
Lo más inteligente que puede tener un pueblo, y el español meridional lo es (los del norte que se preocupen por ellos y su glosa sus escritores) es adorar el sol y embelesarse con el rocío: esa agua de luna que moja el parral por la mañana y pone más guapa a la moza madrugadora en contra de ese dicho, nada cierto, de que el bancal hay que verlo por la mañana y la novia por la tarde.
Y, dejado claros estos conceptos de que lo hermoso es lo simple, de que lo que es conmovedor es lo que nos rodea y vemos, el adorar el rocío o el sol, digan los políticos de las puerta giratorias que se oponen a que les saquemos también su utilidad natural, se pongan como se pongan, pienso que no; que existe una deshonestidad nacional cuando se quieren alterar principios éticos que nos trasmitieron nuestros mayores con la potencia y claridad genética, con la que el toro, nuestro rey genésico, nos trasmitió querencias.
Gente que será recordada mientras el mundo gire y dé vueltas, como el fabuloso Abd ar-Rahman II, que con un excelente criterio, corriendo el siglo IX, con los señores obispos cristianos por aquel entonces y más tarde cerrando el baile, agrandó la Mezquita de Córdoba y ordenó que se embelleciera en su decoración con flores y uvas, para que después los técnicos se entretuvieran en encontrarle correlación en su decoración con las corrientes de pensamiento gnósticas, están claramente diciendo que la suerte que tuvo España, que la suerte que tuvo Europa, que la suerte que tuvo este mundo llamado occidental, es que los hispanorromanos andaluces, los pueblos más humanizados en aquellos momentos, más sensibles al arte y a la vida contemplativa, defensores incluso en contra del clero vaticano que condenaba el vegetarianismo, fueron las gentes encargadas de hacer de puerta receptora de las nuevas ideas y los nuevos conceptos que llegaban de fuera.
Y las gentes andaluzas, que para nada desdeñaron lo que decía Arrio por oriente y ese lado, y Prisciliano por la España romanizada, favorecieron fervorosamente la grandeza de las cosas simples, en un sincretismo elemental y audaz, que no vamos a decir que fuera el causante de que el andaluz entienda que se puede hablar del modo que sea, porque lo importante es que te entiendan, sino que mucho de lo que tenemos se lo debemos todavía a un pueblo meridional en la Iberia, que no le ha querido pasar factura a una España que tanto le debe en todos los campos, pero especialmente en el del saber y el pensamiento.
Muchos tenemos asumido de sobra, que en la lucha implacable por la existencia, por muy simple y elemental que sea la forma de vida, siempre socialmente ha estado para la opinión pública equivocado el que pierde la partida, el que queda debilitado. Y hay ocasiones que el que queda debilitado es porque lo regala o lo cede todo a los demás.
Hasta ahora, el pueblo andaluz, la gente del sur ante los cantos a coro de una España que pretendía que un castillo nos represente, que un castillo con sus miserias y mentiras era nuestro menhir, ha estado en silencio, callada, cuando en la más pura realidad España es diferente al resto de occidente porque simplemente, ¡casi ná! Andalucía es el troje donde está guardada la esencia genésica del toro bravo porque ella abrió de par en par las puertas de la tolerancia para que así fuera.
Salud y Felicidad.
Decía el probable andaluz, el colega Ambrosio Macrobio, un escritor y gramático que vivió cinco siglos después de que hubiese inaugurado el chiringuito el Vaticano que, en general los andaluces, y especialmente ellos, la gente meridional, eran adoradores del sol; pero no en el viejo tiempo de las cuevas pareadas con derecho a retrete común, sino muy avanzado el siglo V, cuando faltaba un pelín cronológico de tiempo para que el viejo moro Muza, con más de sesenta años de edad, viniera de oriente a ponerle los reyes magos a los hispanos; y cuando de Despeñaperros para abajo, lo del Gibraltar de ahora es una pelufa de caña, porque toda la España meridional era un paraíso fiscal de respeto a la propiedad y el lavado de dinero, y por eso se vinieron los imperialistas de Roma a edificar sus villas por estas hermosas tierras sureñas andaluzas cuando el Imperio Romano se le fue de las manos, por culpa, como casi siempre, de los pueblos alemanes o germánicos.
Recuerdo, no sin cierta amargura, cuando en esta España conservadora del serrín y tiradora de la harina había gente que intentaba disimular su hermoso acento andaluz cuando hablaban en público o en distancias cortas, y creo que tal asunto, para gloria de la verdad histórica, va decreciendo o ha desaparecido, porque si en España no se habla a lo godo, a lo indoeuropeo, o a la puro oriental otomano, es gracias al tremendo poder lingüístico andaluz, que resiste carros y carretas y mantiene su "ea" y su "ozú", por encima de eses que recuerdan en sus silbos a las serpientes o bichas.
Lo más inteligente que puede tener un pueblo, y el español meridional lo es (los del norte que se preocupen por ellos y su glosa sus escritores) es adorar el sol y embelesarse con el rocío: esa agua de luna que moja el parral por la mañana y pone más guapa a la moza madrugadora en contra de ese dicho, nada cierto, de que el bancal hay que verlo por la mañana y la novia por la tarde.
Y, dejado claros estos conceptos de que lo hermoso es lo simple, de que lo que es conmovedor es lo que nos rodea y vemos, el adorar el rocío o el sol, digan los políticos de las puerta giratorias que se oponen a que les saquemos también su utilidad natural, se pongan como se pongan, pienso que no; que existe una deshonestidad nacional cuando se quieren alterar principios éticos que nos trasmitieron nuestros mayores con la potencia y claridad genética, con la que el toro, nuestro rey genésico, nos trasmitió querencias.
Gente que será recordada mientras el mundo gire y dé vueltas, como el fabuloso Abd ar-Rahman II, que con un excelente criterio, corriendo el siglo IX, con los señores obispos cristianos por aquel entonces y más tarde cerrando el baile, agrandó la Mezquita de Córdoba y ordenó que se embelleciera en su decoración con flores y uvas, para que después los técnicos se entretuvieran en encontrarle correlación en su decoración con las corrientes de pensamiento gnósticas, están claramente diciendo que la suerte que tuvo España, que la suerte que tuvo Europa, que la suerte que tuvo este mundo llamado occidental, es que los hispanorromanos andaluces, los pueblos más humanizados en aquellos momentos, más sensibles al arte y a la vida contemplativa, defensores incluso en contra del clero vaticano que condenaba el vegetarianismo, fueron las gentes encargadas de hacer de puerta receptora de las nuevas ideas y los nuevos conceptos que llegaban de fuera.
Y las gentes andaluzas, que para nada desdeñaron lo que decía Arrio por oriente y ese lado, y Prisciliano por la España romanizada, favorecieron fervorosamente la grandeza de las cosas simples, en un sincretismo elemental y audaz, que no vamos a decir que fuera el causante de que el andaluz entienda que se puede hablar del modo que sea, porque lo importante es que te entiendan, sino que mucho de lo que tenemos se lo debemos todavía a un pueblo meridional en la Iberia, que no le ha querido pasar factura a una España que tanto le debe en todos los campos, pero especialmente en el del saber y el pensamiento.
Muchos tenemos asumido de sobra, que en la lucha implacable por la existencia, por muy simple y elemental que sea la forma de vida, siempre socialmente ha estado para la opinión pública equivocado el que pierde la partida, el que queda debilitado. Y hay ocasiones que el que queda debilitado es porque lo regala o lo cede todo a los demás.
Hasta ahora, el pueblo andaluz, la gente del sur ante los cantos a coro de una España que pretendía que un castillo nos represente, que un castillo con sus miserias y mentiras era nuestro menhir, ha estado en silencio, callada, cuando en la más pura realidad España es diferente al resto de occidente porque simplemente, ¡casi ná! Andalucía es el troje donde está guardada la esencia genésica del toro bravo porque ella abrió de par en par las puertas de la tolerancia para que así fuera.
Salud y Felicidad.
JUAN ELADIO PALMIS