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María Jesús Sánchez | Dolor

Esta tarde, al volver de la biblioteca, algo en mi pierna izquierda ha cambiado. Tengo la sensación de que haya encogido, de que, de repente, soy coja. Me cuesta caminar. Siempre voy andando a todos sitios y me gusta subir por las escaleras. Y ha sido en ellas cuando he notado que andaba. Es decir, antes, cuando me movía, mis piernas iban al unísono y yo no tenía la percepción de que ellas estuvieran trabajando. Al igual que los pulmones o el corazón, su labor era silenciosa. Pero ahora noto su lucha por avanzar, la angustia de mi pierna izquierda por encajar bien el movimiento. Intuyo que el problema viene de la cadera.



La ansiedad se ha apoderado de mí. El dolor ha hecho su aparición y me ha condenado al inmovilismo. El frío recorre mi pierna como si unas pequeñas hormigas de hielo se deslizaran por mi interior, usando mis nervios de tobogán. No sé qué hacer. Mi necesidad de controlar todo lo que a mí respecta ha bloqueado mi mente con pensamientos oscuros y pegajosos que no me dejan ver más allá. Y he tenido que recurrir a las pastillas y a Jane Austen. Son las cinco de la mañana y no consigo relajarme.

Aguanté estoicamente el dolor con el convencimiento de que sería una visita pasajera y que desaparecería igual que había venido, sin explicación y preaviso. Pero la realidad es que no solo no me abandonó sino que fue creciendo en fuerza hasta hacerme gritar, desdibujarme, atraparme en un remolino del que no podía salir.

"No puedo ser coja, no puedo ser coja... Nooooo, esto es demasiado, todos los días desde que me levanto tengo que conducir mi ánimo y mis pensamientos como un auriga que tiene miedo de la fuerza de sus caballos y ha de llevarlos con mano firme. A todas horas tengo que controlar mi tendencia al desequilibrio, a la apatía, para no caer... Esto es demasiado, otra piedra más en el camino, otro obstáculo... ¿Cómo me voy a sostener en el alambre solo con la pierna derecha?”. Esta canción gira y gira por mi cabeza a una velocidad que da vértigo.

El dolor ha disminuido con la pastilla, pero el miedo no mengua. Repaso qué he hecho hoy, ayer y hace una semana, intento encontrar algún movimiento incorrecto, alguna pista que me explique cómo he ido a parar a este hoyo. Voy a dejar de escribir porque lo único que hago es estrujar mi razón para encontrar una lógica a una situación que aún no la tiene.

Nada mejor para dejar de pensar que sumergirme en el mundo valiente y dulce de Jane Austen, me pondré el audio libro de Orgullo y Prejuicio y me dejaré caer arropada por la voz monótona de la narradora. Será mi morfina.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ

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