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Pepe Cantillo | Promesas

Con el Año Nuevo siempre hacemos un sinfín de propósitos para poner en práctica. Relatar dicha declaración de intenciones sería dilatada y aburrida, amén de que cada cual tiene su ristra personal más o menos seria, larga y con-prometida. Se entiende que, al menos, está prometida con uno mismo. Otro cantar es llevarla a término o, más bien, querer.



Hacer ejercicio físico (correr, caminar, ir al gimnasio), perder peso, estudiar un idioma, son algunos de los propósitos que se piensan poner en marcha. En el caso del deporte queda mejor decir running, camining, jogging, footing, walking… o zumba si lo que codiciamos es perder peso saltando con ritmo. Aunque para perder peso dicen que hay que practicar la técnica japonesa del Jin Shin o Jyutsu.

Pero para llevar a término dichos propósitos hace falta voluntad y arranque constante y aquí puede estar el talón de Aquiles de por qué al menor contratiempo arrinconamos esos deseos, esos propósitos que tan seriamente hemos proyectado para empezar el año. Será por aquello de que nos cansamos con sólo nombrar la palabra correr, por ejemplo. Pero se dice que "querer es poder". ¿O no?

Todo ello conlleva un ritual amén de una parafernalia especial de ropa, calzado y otros suplementos complementarios para estar a tono e, incluso, para poder fardar. Merchandising (mercadeo) se le llama a dicha forma de comercio que se las ingenia para vender a costa del manejable consumidor (¿!?). ¡Casi …!

Triunfar, alcanzar la meta propuesta necesita poner en marcha la voluntad. Y aquí está el caballo de batalla. Tenemos mucha y muy buena voluntad para intentar determinadas acciones, pero "¡ya lo haré mañana!". Ese planteamiento tan simple ha dado lugar a que aceptemos que la voluntad es grande pero las ganas de hacer algo siempre tropiezan con la ejecución de la acción que a su vez hocica con una declarada abulia. ¿Falta de voluntad o sobredosis de pereza? Si se entiende mejor, digamos que la falta de energía está salpimentada de dejadez o indolencia; en suma, de apatía.

Una de las variables más beneficiosas del éxito de la voluntad es el hecho de fortalecer la autoestima del sujeto y, de paso, barrer la frustración, que es como la sufrida alfombra donde escondemos la pelusilla del chasco que nos causa la decepción de la promesa rota. Una vez más, aflora la importancia de la estima personal.

Un sujeto satisfecho de sí mismo es capaz de hacer frente a los problemas e intentar resolverlos de la mejor manera posible. Un sujeto con autoestima baja se rechaza a sí mismo, en parte o totalmente, y como consecuencia, esto será fuente de problemas y sufrimiento. La indolencia es peligrosa para el desarrollo personal. De este tema ya hemos tratado en otras ocasiones.

El problema de la mayoría de nosotros es que no sabemos decidir o, si apuramos un poco, que no queremos. Algunas veces por “falta de fuerza de voluntad”, y en otras ocasiones por “no saber priorizar” unas acciones sobre otras. La voluntad se potencia desde una creación de hábitos positivos capaces de romper rutinas e impulsar hacia adelante las acciones personales.

En este punto entra en juego la perseverancia como compañera de camino que potencia la autoestima. Si la pereza, enemiga mortal de la voluntad, debilita nuestro querer hacer, la perseverancia inyecta una sobredosis de fuerza para actuar a la par que salvaguarda al sujeto frente al desengaño que conlleva burlar las aspiraciones, los sueños deseados.

Los deseos nos lanzan a la acción, pero si carecemos de motivación será difícil poner en marcha la voluntad. Dicha motivación puede ser dirigida hacia la dependencia o hacia la realización personal que permite alcanzar cotas de libertad.

Según el filosofo coreano Byung-Chul Han, vivimos en lo que él llama “la sociedad del cansancio” por lo que la desmotivación se ha instalado entre nosotros sustentada por el aburrimiento, la apatía y la ansiedad. El intríngulis de la voluntad radica en la perseverancia, pero tiene el inconveniente que si aparecen los cantos de cisne, los imprevistos, que desvían de lo “propositado”, porque son más atractivos, entonces las goteras dañan dicha perseverancia y todo se diluye en un deseo de…, que fustigará con un "bueno, ya lo harás mañana".

Es decir, nos enfrentaremos al serio dilema de ser dueños de nuestros actos (libertad de acción) o a ser dependientes de fuerzas externas (religión, partido político, publicidad). En el segundo caso estamos a merced de una continuada manipulación que neutraliza nuestra capacidad crítica de pensar y en consecuencia de actuar. ¿Piensas o te piensan?

Recopilando un poco parte de lo dicho. La voluntad es como un coche al que hay que ponerle gasolina para que ande. Por tanto, la voluntad se trabaja, se educa y se fortalece con el esfuerzo y la ilusión por conseguir una meta, sea la que sea, pero aceptada por nosotros mismos. Ahora bien, si carecemos de ilusión y los deseos son fugaces como nerviosas golondrinas, poco podremos hacer por más larga que sea la lista de propósitos que nos hemos planteado.

Otro factor que se debe tener en cuenta es el de saber priorizar los objetivos a conseguir, tanto creativos, culturales o físicos. A lo anterior debemos añadir el entusiasmo, si realmente queremos conseguir unos logros y, desde luego, no olvidar que “quien algo quiere, algo le cuesta”. Si no alcanzo los objetivos, no vale decir aquello de la fábula de la zorra: “las uvas no están maduras”.

En resumen, si tenemos en cuenta que la voluntad es una fuerza interna que nos mueve a actuar, se trataría de proponernos pequeños retos para alcanzar grandes objetivos. Al poner en valor la voluntad estamos con-prometiéndonos, primero con nosotros mismos y, a continuación, con los demás para progresar a nivel afectivo, intelectual y social.

Ese compromiso nos protege del derrotismo si somos capaces de perseverar empujados por la esperanza de conseguir el fin propuesto. Cerrando todo el círculo está el esfuerzo, que actúa como palanca cuyo impulso potencia y posibilita los mejores logros humanos.

Nuestra vida es un camino por recorrer, un proyecto por realizar que a veces nos viene impuesto por unas circunstancias sociales que aprisionan y asfixian. Pero también es cierto que, en muchos de los casos, debemos planteárnosla nosotros mismos inducidos por diversas variables y una de ellas es soñar con triunfar. Es por ello que buscar el éxito se convierte en una meta.

El filósofo José A. Marina nos recuerda que no debemos olvidar que “la motivación es la presa codiciada de los que quieren mangonear. Las mismas herramientas mentales sirven para lo bueno y para lo malo. Hay una motivación para la dependencia y una motivación para la libertad”. El telón de fondo es la libertad, que sólo se tiene si dicha libertad se ejerce.

PEPE CANTILLO
FOTOGRAFÍA: DAVID CANTILLO
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