Tras un extraordinariamente apretado año electoral, en el que se han celebrado elecciones europeas, municipales, autonómicas (aparte Cataluña y Andalucía, adelantadas en sus respectivas Comunidades) y finalmente generales, por fin los ciudadanos pueden descansar del esfuerzo cognitivo de elegir a tantos representantes para tan distintos ámbitos de la política en tan diversas ocasiones. Este mismo domingo acaba de producirse el último acto en democracia electoral para decidir quiénes ocuparán los 350 escaños del Congreso de los Diputados y los 208 senadores elegidos por sufragio universal de la Cámara Alta.
Desde las primeras, que llevaron a Europa a candidatos que surgían de nuevas formaciones, hasta las de anteayer, se ha ido asentando, elección tras elección, una tendencia inédita y hasta sorprendente en el sistema político español: aparece la pluralidad y toma asiento en las instituciones de la representación popular. Y parece que viene para quedarse.
Tal conclusión es, justamente, lo que se desprende de los resultados de los comicios para la elección del presidente de Gobierno que acaban de contabilizarse. Con ese resultado, el presidente puede ser cualquiera o ninguno de los cabezas de lista de los partidos que han obtenido mayor representación parlamentaria.
Ninguno goza de mayoría suficiente, por lo que el futuro jefe del Ejecutivo dependerá de pactos que garanticen la mayoría absoluta para gobernar. Un escenario que, aún siendo augurado por todos los sondeos previos y hasta temido por algunos partidos, no deja de ser peculiar y novedoso en España. Unos resultados que inauguran una nueva época que obligará a una nueva forma de hacer política. Ni mejor ni peor, simplemente distinta. Y a la que tendremos que acostumbrarnos.
Más de 36 millones de españoles estaban convocados a ejercer su derecho al voto, millón y medio de los cuales eran jóvenes que se estrenaban como electores por primera vez, y este mosaico político es el que ha emanado de su voluntad depositada en las urnas. Refleja una España plural, diversa, compleja y llena de matices, donde no caben doctrinas monolíticas ni verdades absolutas, sino interpretaciones parciales tan legítimas como las contrarias. Un escenario abocado al diálogo y la negociación.
Los 122 escaños del Partido Popular y los 91 del PSOE suponen el fin de las hegemonías de unos partidos que, turnándose el favor de las mayorías absolutas, gobernaban laminando toda discusión, todo debate, toda idea o toda iniciativa que no coincidiera con la suya. Con los resultados del domingo, asistimos al fin de un ciclo, caracterizado por el bipartidismo, y al inicio de otro, marcado por la pluralidad y los acuerdos, por los pactos y las negociaciones entre partidos que trasladan al Parlamento español la diversidad y las distintas visiones existentes en el seno de la sociedad. Desde las elecciones europeas a las generales, el bipartidismo pierde un tercio de los apoyos que le confiaban los electores, pasando del 70 al 50 por ciento de la representación popular.
El reto de las nuevas formaciones, que han conseguido ampliar el cromatismo del arco parlamentario pero no han logrado derribar totalmente, como se proponían, ese bipartidismo que consideraban obsoleto, fruto de la “vieja” política, consiste ahora en demostrar que acceden a las instituciones para traer transparencia y savia nueva, pero también diálogo y capacidad de hacer política. Podemos, con 69 escaños, y Ciudadanos, con 40, junto a las formaciones nacionalistas y los restos del naufragio de Izquierda Unida-Unidad Popular (2 diputados), disponen hasta el 13 de enero para, cuando se constituyan las Cortes Españolas en las que se integran, pensar en cómo conjugarán sus respectivos intereses a la hora de elegir al presidente del Gobierno de la legislatura que acaba de nacer.
Tal fragmentación del Parlamento, provocada por la existencia de más de nueve grupos parlamentarios, se convierte, a partir de ahora, en la nueva realidad en la que ha de cimentarse la gobernabilidad de España y su estabilidad política. Muchas voces, muchas opiniones, distintas visiones, distintos modelos, multitud de iniciativas y tendencias distinguirán esa nueva realidad, reflejo mucho más fidedigno de la que existe en la calle, entre la población. Todas ellas serán válidas y respetables si tienen por objetivo el bien general, no el interés particular o sectario.
Comienza una nueva era política en España, donde aún no conocemos los gobiernos de coalición ni sabemos asumir las aportaciones del adversario. A partir de ahora, habrá que aprender a escuchar, ceder, negociar y pactar. Será difícil consensuar cualquier política de Estado desde la miopía individualista y de espaldas al sentir de los ciudadanos, que han dictaminado su mandato: el país es plural y la política también ha de ser plural. Lo acaban de expresar en las urnas. Habrá que acatar su soberana voluntad... o convocar nuevas elecciones. ¿Cuántas?
Desde las primeras, que llevaron a Europa a candidatos que surgían de nuevas formaciones, hasta las de anteayer, se ha ido asentando, elección tras elección, una tendencia inédita y hasta sorprendente en el sistema político español: aparece la pluralidad y toma asiento en las instituciones de la representación popular. Y parece que viene para quedarse.
Tal conclusión es, justamente, lo que se desprende de los resultados de los comicios para la elección del presidente de Gobierno que acaban de contabilizarse. Con ese resultado, el presidente puede ser cualquiera o ninguno de los cabezas de lista de los partidos que han obtenido mayor representación parlamentaria.
Ninguno goza de mayoría suficiente, por lo que el futuro jefe del Ejecutivo dependerá de pactos que garanticen la mayoría absoluta para gobernar. Un escenario que, aún siendo augurado por todos los sondeos previos y hasta temido por algunos partidos, no deja de ser peculiar y novedoso en España. Unos resultados que inauguran una nueva época que obligará a una nueva forma de hacer política. Ni mejor ni peor, simplemente distinta. Y a la que tendremos que acostumbrarnos.
Más de 36 millones de españoles estaban convocados a ejercer su derecho al voto, millón y medio de los cuales eran jóvenes que se estrenaban como electores por primera vez, y este mosaico político es el que ha emanado de su voluntad depositada en las urnas. Refleja una España plural, diversa, compleja y llena de matices, donde no caben doctrinas monolíticas ni verdades absolutas, sino interpretaciones parciales tan legítimas como las contrarias. Un escenario abocado al diálogo y la negociación.
Los 122 escaños del Partido Popular y los 91 del PSOE suponen el fin de las hegemonías de unos partidos que, turnándose el favor de las mayorías absolutas, gobernaban laminando toda discusión, todo debate, toda idea o toda iniciativa que no coincidiera con la suya. Con los resultados del domingo, asistimos al fin de un ciclo, caracterizado por el bipartidismo, y al inicio de otro, marcado por la pluralidad y los acuerdos, por los pactos y las negociaciones entre partidos que trasladan al Parlamento español la diversidad y las distintas visiones existentes en el seno de la sociedad. Desde las elecciones europeas a las generales, el bipartidismo pierde un tercio de los apoyos que le confiaban los electores, pasando del 70 al 50 por ciento de la representación popular.
El reto de las nuevas formaciones, que han conseguido ampliar el cromatismo del arco parlamentario pero no han logrado derribar totalmente, como se proponían, ese bipartidismo que consideraban obsoleto, fruto de la “vieja” política, consiste ahora en demostrar que acceden a las instituciones para traer transparencia y savia nueva, pero también diálogo y capacidad de hacer política. Podemos, con 69 escaños, y Ciudadanos, con 40, junto a las formaciones nacionalistas y los restos del naufragio de Izquierda Unida-Unidad Popular (2 diputados), disponen hasta el 13 de enero para, cuando se constituyan las Cortes Españolas en las que se integran, pensar en cómo conjugarán sus respectivos intereses a la hora de elegir al presidente del Gobierno de la legislatura que acaba de nacer.
Tal fragmentación del Parlamento, provocada por la existencia de más de nueve grupos parlamentarios, se convierte, a partir de ahora, en la nueva realidad en la que ha de cimentarse la gobernabilidad de España y su estabilidad política. Muchas voces, muchas opiniones, distintas visiones, distintos modelos, multitud de iniciativas y tendencias distinguirán esa nueva realidad, reflejo mucho más fidedigno de la que existe en la calle, entre la población. Todas ellas serán válidas y respetables si tienen por objetivo el bien general, no el interés particular o sectario.
Comienza una nueva era política en España, donde aún no conocemos los gobiernos de coalición ni sabemos asumir las aportaciones del adversario. A partir de ahora, habrá que aprender a escuchar, ceder, negociar y pactar. Será difícil consensuar cualquier política de Estado desde la miopía individualista y de espaldas al sentir de los ciudadanos, que han dictaminado su mandato: el país es plural y la política también ha de ser plural. Lo acaban de expresar en las urnas. Habrá que acatar su soberana voluntad... o convocar nuevas elecciones. ¿Cuántas?
DANIEL GUERRERO