Tras ponerle la corona de Más guapa del Planeta y después de las lagrimitas de rigor, Miss Universo hace siempre un discurso, siempre el mismo, no vaya a salirse, la hermosa, del guión: que se acabe el hambre en el mundo, que los niños no sufran más, que se acaben las guerras y que reine por siempre y para siempre la paz.
Ese es el discurso de Miss Universo: un discurso que no tiene contestación. ¿Quién es el mal nacido que puede estar en contra? Es el discurso de la Miss, pero lo es también del buenismo mundial y viene a ser en nuestra España, en “Estepaís” el cuerpo de doctrina hegemónico, la consigna total, de los que por aquí se consideran a sí mismos los buenos, los progres, la luz y la verdad. Y quien no tenía rival, ni de lejos, en la interpretación del número musical era nuestro vocalista ZP. Ahora, sus discípulos con coleta le pretenden llegar, pero ¡quiá!
El terrorismo, el islamismo fanático y asesino, ha declarado la guerra, la yihad (guerra santa), a la humanidad, al hombre en su misma esencia y libertad, a sus Derechos Humanos que costaron siglos, sangre, sudor, lágrimas y hogueras conquistar para imponer en nombre de un Dios la teocracia.
Es un terrorismo que pretende imponer una teocracia, la supuesta voluntad de un Dios, revelada en un libro sagrado a los hombres y, ante la cual, éstos deben doblegarse, acatarla o ser esclavizados, degollados y exterminados. Tal cual. Sin tapujos.
Hemos sufrido y vamos a sufrir esa guerra, su yihad, sus estragos y su terror. Nadie se engañe. Nos tocó y nos tocará. No es cuestión de que nosotros no la deseemos, es que nos quieren matar. Y nos matan. Y nos matarán. Como matan a todos los musulmanes que se les oponen y a los que masacran sin piedad.
La expresión de duelo, la vela, el cántico, el abrazo, el minuto de silencio, el reunirse todos para honrar a los muertos son expresiones de pura humanidad, de dignidad y de entereza ante el terror. Pero no son la respuesta. No puede quedarse en ello, ni pretender que sea esto lo que vaya a detener a la bomba, al fusil ametrallador, al cuchillo de degollar ni al asesino que los empuña y solo tiene una intención: matar. Con quien viene a asesinarnos no cabe otra cosa que acabar con él antes de que sea él quien acabe con nosotros. Combatimos o nos matan, como a ganado. Entiéndase de una vez.
Francia parece haberlo hecho y su reacción es envidiable. Ponen velas a sus muertos, que son de todos y bien es, en este caso del París universal, verdad, pero se disponen a pelear, a combatir y a vencer. Aquí, tras el 11-M, la reacción de nuestra izquierda fue la de llamar "asesino" al Gobierno –aunque no es menos cierto que el primero en pretender hacer carne electoral con la matanza fue el propio Aznar– y acabar por, si no justificar, sí “comprender”, como hoy se sigue haciendo, a los asesinos.
En el fondo, lo que viene a decirse es que nosotros somos los culpables. Que el que nos asesinen es nuestra penitencia por nuestro pecado original. La perversa Europa, el perverso capital, el diabólico EE.UU. y, ahora, ¡qué cosas! ya también la satánica Rusia. Ya están los tuits preparados, los pareados y las consignas y la pancarta vieja que se sacará a pasear. No han tardado y a más irán, podemitas e islas adyacentes, en hacerlo y en salir con la monserga, con la pamema, en suma, con el discurso de la Miss.
Pero en esta ocasión, más allá de los para siempre abducidos, no parece que vaya a colar el sermón. Porque cada vez somos más conscientes de que en esto nos va la vida, y no es metáfora; nuestra civilización y nuestra libertad. El peligro es inminente porque amén de aquellos lugares donde el terrorismo ya es estado, como en parte de Siria y de Irak, aquí en nuestra propia casa europea, en la puerta de al lado de donde vivimos, tienen ya quienes, ahora mismo, su principal obsesión y misión es cómo pueden matarnos a más. Y, ante ello, no podemos responder con velitas ni con el simbolito hippie de la paz.
Ese es el discurso de Miss Universo: un discurso que no tiene contestación. ¿Quién es el mal nacido que puede estar en contra? Es el discurso de la Miss, pero lo es también del buenismo mundial y viene a ser en nuestra España, en “Estepaís” el cuerpo de doctrina hegemónico, la consigna total, de los que por aquí se consideran a sí mismos los buenos, los progres, la luz y la verdad. Y quien no tenía rival, ni de lejos, en la interpretación del número musical era nuestro vocalista ZP. Ahora, sus discípulos con coleta le pretenden llegar, pero ¡quiá!
El terrorismo, el islamismo fanático y asesino, ha declarado la guerra, la yihad (guerra santa), a la humanidad, al hombre en su misma esencia y libertad, a sus Derechos Humanos que costaron siglos, sangre, sudor, lágrimas y hogueras conquistar para imponer en nombre de un Dios la teocracia.
Es un terrorismo que pretende imponer una teocracia, la supuesta voluntad de un Dios, revelada en un libro sagrado a los hombres y, ante la cual, éstos deben doblegarse, acatarla o ser esclavizados, degollados y exterminados. Tal cual. Sin tapujos.
Hemos sufrido y vamos a sufrir esa guerra, su yihad, sus estragos y su terror. Nadie se engañe. Nos tocó y nos tocará. No es cuestión de que nosotros no la deseemos, es que nos quieren matar. Y nos matan. Y nos matarán. Como matan a todos los musulmanes que se les oponen y a los que masacran sin piedad.
La expresión de duelo, la vela, el cántico, el abrazo, el minuto de silencio, el reunirse todos para honrar a los muertos son expresiones de pura humanidad, de dignidad y de entereza ante el terror. Pero no son la respuesta. No puede quedarse en ello, ni pretender que sea esto lo que vaya a detener a la bomba, al fusil ametrallador, al cuchillo de degollar ni al asesino que los empuña y solo tiene una intención: matar. Con quien viene a asesinarnos no cabe otra cosa que acabar con él antes de que sea él quien acabe con nosotros. Combatimos o nos matan, como a ganado. Entiéndase de una vez.
Francia parece haberlo hecho y su reacción es envidiable. Ponen velas a sus muertos, que son de todos y bien es, en este caso del París universal, verdad, pero se disponen a pelear, a combatir y a vencer. Aquí, tras el 11-M, la reacción de nuestra izquierda fue la de llamar "asesino" al Gobierno –aunque no es menos cierto que el primero en pretender hacer carne electoral con la matanza fue el propio Aznar– y acabar por, si no justificar, sí “comprender”, como hoy se sigue haciendo, a los asesinos.
En el fondo, lo que viene a decirse es que nosotros somos los culpables. Que el que nos asesinen es nuestra penitencia por nuestro pecado original. La perversa Europa, el perverso capital, el diabólico EE.UU. y, ahora, ¡qué cosas! ya también la satánica Rusia. Ya están los tuits preparados, los pareados y las consignas y la pancarta vieja que se sacará a pasear. No han tardado y a más irán, podemitas e islas adyacentes, en hacerlo y en salir con la monserga, con la pamema, en suma, con el discurso de la Miss.
Pero en esta ocasión, más allá de los para siempre abducidos, no parece que vaya a colar el sermón. Porque cada vez somos más conscientes de que en esto nos va la vida, y no es metáfora; nuestra civilización y nuestra libertad. El peligro es inminente porque amén de aquellos lugares donde el terrorismo ya es estado, como en parte de Siria y de Irak, aquí en nuestra propia casa europea, en la puerta de al lado de donde vivimos, tienen ya quienes, ahora mismo, su principal obsesión y misión es cómo pueden matarnos a más. Y, ante ello, no podemos responder con velitas ni con el simbolito hippie de la paz.
ANTONIO PÉREZ HENARES