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Pepe Cantillo | La aventura de educar

Emilio Calatayud, juez de Menores, siempre consigue sorprender al personal. A finales de septiembre daba una charla en un colegio de Valencia a la que acuden unos cuantos centenares de personas. Es un magistrado que habla exquisito y muy claro. Con ello quiero decir que no tiene pelos en la lengua, llamando al pan, pan y al vino, vino. Para rematar la faena el titular de prensa de dicho encuentro es palmario: “Los jóvenes deben ir a la escuela; o estudian por lo civil o por la vía penal”. Categórico.



En otro encuentro con padres y madres en un colegio de Málaga, rezumando ironía por los cuatro costados, les proponía un decálogo que no tiene desperdicio. Posteriormente, cuando le otorgan la Medalla de Andalucía 2015, se permite enviar una carta con dicha información a la presidenta de la Junta, a la par que la felicita por su maternidad.

Todo lo que dice puede sorprender tanto en un aspecto positivo como en negativo. Merece la pena dar una ojeada a los consejos que propone y que reproduzco aquí literalmente:

1. Dadle todo cuanto desee, así crecerá convencido de que el mundo entero le debe todo.

2. Reídle todas sus groserías, tonterías y salidas de tono: así crecerá convencido de que es muy gracioso y no entenderá cuando en el colegio le llamen la atención por los mismos hechos.

3. No le deis ninguna formación espiritual: ¡ya la escogerá él cuando sea mayor!

4. Nunca le digáis que lo que hace está mal: podría adquirir complejo de culpabilidad y vivir frustrado. Primero creerá que le tienen manía y más tarde se convencerá de que la culpa es de la sociedad.

5. Recoged todo lo que vaya dejando tirado: así crecerá pensando que todo el mundo está a su servicio; su madre, la primera.

6. Dejadle ver y leer todo: limpiad con detergente, que desinfecta, la vajilla en la que come, pero dejad que su espíritu se recree con cualquier porquería. Pronto dejará de tener criterio recto.

7. Padre y madre, discutid delante de él, así se irá acostumbrando. Y cuando la familia esté ya destrozada, lo encontrará de lo más normal, no se dará ni cuenta.

8. Dadle todo el dinero que quiera: así crecerá pensando que para disponer de dinero no hace falta trabajar: basta con pedir.

9. Que todos sus deseos estén satisfechos al instante: comer, beber, divertirse… ¡De otro modo podría acabar siendo un frustrado!

10. Dadle siempre la razón: son los profesores, la gente, las leyes… quienes la tienen tomada con él.

Cuando su hijo sea ya un delincuente, proclamad que nunca pudisteis hacer nada por él.

El curso escolar está recién estrenado. "¡Ya era hora, que trabajas menos que un maestro de escuela!". Pobre maestro, o compadecido o envidiado, pero siempre menos-preciado. Cansino se ha hecho el comentario de tanto oírlo. ¡Vamos al tajo!

Educar, en sentido más amplio, hace referencia a dirigir, adoctrinar, aspecto este último cargado de cierta negatividad en la medida en que limita la libertad personal. Nos guste o no, nos manipulan los partidos políticos, las religiones, la publicidad, los medios de comunicación y un largo etcétera. Todos ellos buscan pensar por nosotros para que no gastemos neuronas y, de paso, anular nuestro pensar crítico.

En un sentido más concreto, educar supone “desarrollar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos; perfeccionar los sentidos; desarrollar las fuerzas físicas haciéndolas más aptas para su finalidad (sic)”. Por eso hablamos de educar la voluntad, la memoria, el gusto o la capacidad intelectual, entre otras cuestiones.

Dicho así suena a algo sencillo de realizar y, por supuesto, de conseguir. La realidad es otra. Educar no es tarea fácil pero es un deber de todos. Cuando digo "educar" me refiero a la buena o mala educación que, guste o no, depende de cada uno de nosotros, a la par que está supeditada a nuestra disponibilidad y responsabilidad.

Solemos decir que nuestros hijos van a la escuela para que los eduquen. Cierto, pero no. Van a la escuela para que les enseñen Matemáticas, Lengua o Dibujo y para ejercitar unas elementales estrategias de aprendizaje. La escuela debe ser uno de los espacios donde se aprende a aprender, para lo cual es necesario entrenar tanto la atención como la memoria significativa y la capacidad de pensar. La memoria no está de moda pero es básica.

Es claro que la memoria rutinaria, sin prestar atención a lo que se pretende aprender, eso que llamamos "memoria mecánica", no vale para mucho frente a la memoria comprensiva. La solución pasa por ser selectivos en los datos que deseamos aprender de memoria. Por tanto, debemos trabajar con la memoria asociativa que potenciará la capacidad de deducción e inducción.

La escuela también remachará valores ya mamados en la familia y, de paso, fomentará la convivencia, el respeto a los compañeros y profesores, la disposición para compartir y un largo etcétera. Esta última actitud les abocaría a la solidaridad con los demás y, sobre todo, con los más débiles que, lamentablemente, son pasto fácil para el acoso. Siempre el débil lleva las de perder. Lamentable pero cierto. La lista sería larga y no es cuestión de machacar con cantinelas o monsergas.

Educamos silenciosamente y casi sin querer, sin pretenderlo, por mimetismo me atrevo a decir, cuando al realizar una acción concreta lo hacemos de una u otra manera. A eso le llamamos "modelo". Educo cuando voy conduciendo ofendiendo o cediendo el paso a otro conductor o saltándome el semáforo (amén de exponerme a un accidente o a una multa, dos tipos de acciones diferentes de valorar).

Educo cuando hablo bien o mal del vecino. Educo cuando pongo el televisor a toda pastilla porque me entusiasma oír cómo el locutor grita "¡gol, gol, gol!" y, de paso, que se entere todo el barrio que va ganando mi equipo favorito. Educo cuando, ventanillas bajadas y música a todo gas, proclamo que me encanta tal o cual grupo (¿o no?) y, de paso, quiero avisar al personal de que estoy pasando Yo. Contaminación acústica se le llama a dicha actuación. ¿Ecología? Somos ecologistas de envases, vidrios y no mucho más.

¿A dónde vamos por guías en este asunto? Indudablemente no valen los o las maniquíes de pasarela de modas. Modelos son los padres, los hermanos mayores, los familiares, esa deportista señera o esa cantante de plena actualidad que nos gusta y su comportamiento nos va marcando aun sin darnos cuenta de ello. Los patrones están siempre delante de nuestras narices y van dejando su impronta como un perfume –de calidad o no, eso es ya otro cantar–.

Las pautas y los mensajes de los padres van calando hasta ser interiorizados por los hijos aunque aparenten lo contrario, sobre todo cuando en la adolescencia parece que valoran más la opinión de los iguales que la paterna. No perdamos de vista que educar es una actitud de siembra constante aunque heladas, riadas u otros elementos adversos puedan arrasar parte de la cosecha.

PEPE CANTILLO
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