El largo partido llega a su fin. Pero es posible que cuando nos vayamos de Navidades solo sepamos los puntos ganados por cada cual, o sea, los escaños, pero no el resultado definitivo y quién levantará el trofeo del poder. Porque todo está cambiando y quien gane a los puntos acabe por sucumbir en los vestuarios. Y descuiden que nuestros políticos, maestros en considerar que la palabra dada en elecciones solo sirve hasta que se abren las urnas, nos vayan a aclarar nada.
Nadie hará otra cosa sobre lo fundamental y lo concreto que soltar una retahíla de eufemismos a la que nos tienen acostumbrado en esa prosa insufrible suya, engolada, mendaz, sinuosa y escurridiza en lo declarativo y de consignazo puro, dislate máximo y grito pelado en mitin, que ya no hay quien la aguante. ¡Qué tortura de fondos y formas! ¡Qué insulto continuo a la lengua de Cervantes! –eso va por el "los" y el "las", que burla la inteligencia de las gentes–. Pues prepárense. Esta berrea dura hasta finales de diciembre y el único consuelo es que después puede que amainen los bramidos en los que llevamos todos estos años.
No hay pronósticos que valgan. Excepto que el juego será, como poco, a cuatro y a pactos. Así de primeras y de inicio, con el rescoldo catalán aun calentito, los de Ciudadanos están muy crecidos y los del PP preocupados. Los de Podemos se están poniendo más amarillos que morados y los del PSOE, que siguen perdiendo, piensan que de pérdida en pérdida y, como les pasó en las autonómicas, acabarán por llevarse el gato al agua, aunque para ello tengan que pactar con el lobo mismo. Les ha salido y, si pueden, les saldrá de nuevo. ¿Que quién será el lobo o el cordero? Les da igual, que les da lo mismo. El que se deje y, si hacen falta dos y unos cuantos independistas, pues también, que la Moncloa bien vale un principio y hasta un despeñadero.
Los socialistas pueden volver al poder. Es hasta la posibilidad más probable. Aunque dejaran como dejaron el país hace ahora cuatro años. Pelillos a la mar. Sánchez está limpio de aquello, aunque lo votara y defendiera. A aquello se ha pasado página y ya pagaron por ello. Ahora deben pagar los populares. ¿Y por qué si han salvado a España, eso es verdad, de la quiebra y de la ruina? Pues por la corrupción, señores.
Por ella en sí misma pero aún y más todavía por no haberle dado respuesta contundente, ejemplar y creíble. Por haber intentado sellar y tapar la fosa séptica en vez de proceder a limpiarla con lejía y estropajo. Por haber mantenido en sus filas a personajes impresentables. ¿Que otros también? Pues claro, pero ellos son el Gobierno.
Tenían todo el poder y eran el espejo. Hoy roto y que les pasará una enorme factura. ¿De cuánto? ¿De tanto que supere al haber de sus éxitos económicos, de conseguir la recuperación económica, salvarnos del precipicio y comenzar a crear a relativa velocidad empleo? Pues eso ni lo saben ellos ni lo sabe nadie. En la noche del 21, a boca de entrar el invierno, se lo cuento y ya les digo que quizás ni entonces podrá darse el pronóstico. Ni a urna pasada, vamos.
Así que mejor nos relajamos y nos ponemos a contemplar y escuchar con no demasiada pasión –lleva uno muchos pases pegados y ya no tiene, ni aguanta, para un discurso más– el entrechocar de cuernas y los grandes bramidos reclamando la entrega de nuestro voto. Y ya, la verdad, es que la mayoría ni somos ciervas ingenuas ni mucho menos vírgenes vestales en política. Aunque en estas algunos vayan de ello. Pero eso es algo que se pasa pronto y ya se les está viendo, desde Madrid a Sevilla, a los unos y a los otros, bastante más que el plumero.
Rajoy, el hombre, es quien parece tenerlo peor. Aunque gane y aunque luego pacte, a lo mejor es su cabeza el precio del acuerdo. Contra él se concitan todos y, llegados a este punto, es cuando me da la gana salirme de la parva. A mí, a pesar de sus fallas, de su incapacidad de liderazgo, de saber generar ilusión y de su falta de empuje para conjuntar el país en defensa de nuestra unidad, principios y valores constitucionales, a pesar de todo ello y de más cosas, resulta que me sigue pareciendo en tantas ocasiones más sensato, cabal y prudente que muchos de los que le acosan, y de los que de nuevo y contumazmente ya andan cocinándole escándalos y cavando por enésima vez su tumba. Y, desde luego, mucho mejor que bastantes de su partido, que son algunos de los anteriores. Porque a mí, qué cosas, Rajoy siempre me ha parecido mejor que el PP, así por término medio.
Nadie hará otra cosa sobre lo fundamental y lo concreto que soltar una retahíla de eufemismos a la que nos tienen acostumbrado en esa prosa insufrible suya, engolada, mendaz, sinuosa y escurridiza en lo declarativo y de consignazo puro, dislate máximo y grito pelado en mitin, que ya no hay quien la aguante. ¡Qué tortura de fondos y formas! ¡Qué insulto continuo a la lengua de Cervantes! –eso va por el "los" y el "las", que burla la inteligencia de las gentes–. Pues prepárense. Esta berrea dura hasta finales de diciembre y el único consuelo es que después puede que amainen los bramidos en los que llevamos todos estos años.
No hay pronósticos que valgan. Excepto que el juego será, como poco, a cuatro y a pactos. Así de primeras y de inicio, con el rescoldo catalán aun calentito, los de Ciudadanos están muy crecidos y los del PP preocupados. Los de Podemos se están poniendo más amarillos que morados y los del PSOE, que siguen perdiendo, piensan que de pérdida en pérdida y, como les pasó en las autonómicas, acabarán por llevarse el gato al agua, aunque para ello tengan que pactar con el lobo mismo. Les ha salido y, si pueden, les saldrá de nuevo. ¿Que quién será el lobo o el cordero? Les da igual, que les da lo mismo. El que se deje y, si hacen falta dos y unos cuantos independistas, pues también, que la Moncloa bien vale un principio y hasta un despeñadero.
Los socialistas pueden volver al poder. Es hasta la posibilidad más probable. Aunque dejaran como dejaron el país hace ahora cuatro años. Pelillos a la mar. Sánchez está limpio de aquello, aunque lo votara y defendiera. A aquello se ha pasado página y ya pagaron por ello. Ahora deben pagar los populares. ¿Y por qué si han salvado a España, eso es verdad, de la quiebra y de la ruina? Pues por la corrupción, señores.
Por ella en sí misma pero aún y más todavía por no haberle dado respuesta contundente, ejemplar y creíble. Por haber intentado sellar y tapar la fosa séptica en vez de proceder a limpiarla con lejía y estropajo. Por haber mantenido en sus filas a personajes impresentables. ¿Que otros también? Pues claro, pero ellos son el Gobierno.
Tenían todo el poder y eran el espejo. Hoy roto y que les pasará una enorme factura. ¿De cuánto? ¿De tanto que supere al haber de sus éxitos económicos, de conseguir la recuperación económica, salvarnos del precipicio y comenzar a crear a relativa velocidad empleo? Pues eso ni lo saben ellos ni lo sabe nadie. En la noche del 21, a boca de entrar el invierno, se lo cuento y ya les digo que quizás ni entonces podrá darse el pronóstico. Ni a urna pasada, vamos.
Así que mejor nos relajamos y nos ponemos a contemplar y escuchar con no demasiada pasión –lleva uno muchos pases pegados y ya no tiene, ni aguanta, para un discurso más– el entrechocar de cuernas y los grandes bramidos reclamando la entrega de nuestro voto. Y ya, la verdad, es que la mayoría ni somos ciervas ingenuas ni mucho menos vírgenes vestales en política. Aunque en estas algunos vayan de ello. Pero eso es algo que se pasa pronto y ya se les está viendo, desde Madrid a Sevilla, a los unos y a los otros, bastante más que el plumero.
Rajoy, el hombre, es quien parece tenerlo peor. Aunque gane y aunque luego pacte, a lo mejor es su cabeza el precio del acuerdo. Contra él se concitan todos y, llegados a este punto, es cuando me da la gana salirme de la parva. A mí, a pesar de sus fallas, de su incapacidad de liderazgo, de saber generar ilusión y de su falta de empuje para conjuntar el país en defensa de nuestra unidad, principios y valores constitucionales, a pesar de todo ello y de más cosas, resulta que me sigue pareciendo en tantas ocasiones más sensato, cabal y prudente que muchos de los que le acosan, y de los que de nuevo y contumazmente ya andan cocinándole escándalos y cavando por enésima vez su tumba. Y, desde luego, mucho mejor que bastantes de su partido, que son algunos de los anteriores. Porque a mí, qué cosas, Rajoy siempre me ha parecido mejor que el PP, así por término medio.
ANTONIO PÉREZ HENARES